Me llamo Esther y tengo 32 años. Soy pequeñita, mido 1,51 m, pero tengo unas tetas bastante majas, caderas pronunciadas, y en conjunto soy bastante voluptuosa y muy atractiva.
A mi marido le encantó, sobre todo cuando me pongo en plan zorrón. A él le gustan las cosas nuevas y excitantes.
Le vuelve loco cuando me exhibo ante él, y me masturbo delante de él con mis dedos, o con el consolador que me regaló.
Como ves, mi vida sexual es bastante satisfactoria, y él sabe hacerme disfrutar, haciéndome lo que más me gusta.
El otro día, mi marido me dijo que iba a tener una sorpresa y yo esperaba un regalo, una salida al cine, o algo así. Sin embargo, me esperaba una sorpresa de verdad.
Ese día llevábamos toda la mañana hablando de nuestras fantasías sexuales, y de vez en cuando nos rozábamos o nos besábamos.
Durante algunos ratos de máxima excitación, yo notaba mi conejito mojado y me insinuaba a él con poco éxito, de manera que al final tenía que ir a secarme al cuarto de baño, cuando en realidad, a mí lo que me hubiese gustado es que me echara un buen polvo, o me hiciera alguna de las cosas que a mí me gustan (a ser posible con la lengua).
Estábamos los dos en casa, cuando llamaron a la puerta. Fue a abrir él (cosa rara, porque normalmente soy yo la que suele hacerlo) y cuando contestó al telefonillo y abrió la puerta del jardín y de la casa, me dijo que había llegado mi sorpresa.
Me extrañó ver llegar a tres chicas que yo no conocía de nada, pero que la verdad, estaban buenísimas. Incluso me puse celosa al principio, porque a mi marido se le salían los ojos mirándolas.
La primera tenía entre 27 y 30 años, era morena, con el pelo largo y rizado, alta (aunque para mí casi todo el mundo es alto) con 1,70 m aproximadamente y con ojos verdes.
Llevaba minifalda negra, sin medias, y zapatos de tacón negros, con una blusa blanca ceñida. Sus piernas eran largas y perfectas, con unos muslos duros. Su cintura era estrecha, y sus tetas eran no demasiado grandes, pero muy bien puestas, con los pezones de punta, que se le veían perfectamente a través de la blusa (no llevaba sujetador).
La segunda era un poco más joven (unos 25) rubia, con el pelo corto y liso, ojos marrones, de estatura aproximadamente como yo. Esta tenía una complexión parecida a la mía, con unas tetas muy bien proporcionadas, llamativas y redondas. Tampoco llevaba sujetador, y vestía una blusa amarilla ceñida y unos vaqueros amplios, con rotos y desgastados. A pesar de no ser muy alta, no llevaba tacones. Tenía una bonita figura.
La tercera era también rubia, con pelo largo y con estatura intermedia (1,60 m) y cerca de los 30 años de edad. Esta iba vestida más provocativa, también con minifalda, sus tetas pequeñas y erguidas se veían a través de su blusa, que llevaba desabotonada hasta el canalillo.
Bajo la cortísima minifalda se veía un trozo de sus muslos desnudos y después unas medias negras de las que llevan liga autoportante, sin liguero. Su figura era muy armoniosa, aunque algo más discreta que las de las otras dos chicas, por tener sus formas menos redondeadas.
Mi marido las invitó a entrar en casa y me las presentó sin decirme sus nombres:
– Estas son unas chicas con las que he hablado por internet, y a las que les he enviado unas fotos tuyas. Están deseando conocerte.
Yo enseguida me imaginé de qué se trataba, aunque así en frío y sin esperármelo, no estaba muy convencida de lo que pasaría.
Cuando entraron me fueron besando una por una, y mientras lo hacían no tuvieron ningún recato en abrazarme pegando sus tetas contra las mías, de manera que notaba sus pezones (hacía frío fuera y no llevaban apenas ropa, con lo que al final todas los llevaban de punta) incluso la más pequeñita me tocó el culo con una mano.
Estos primeros roces y mi imaginación, que ya había empezado a volar, hicieron que yo también me excitara un poco, y que mis pezones empezaran a demostrarlo. Olían a perfumes de los que se utilizan en geles de baño y champú, lo que ponía en evidencia que se acababan de dar una ducha.
Yo estaba con mi albornoz puesto, porque había salido de la ducha poco antes y me acababa de secar el pelo. Les dije que me iba a vestir, pero me dijo Luis (mi marido) que no hacía falta, y que así estaba preciosa. Nos sentamos los cinco en los sofás del salón, y mi marido me dijo:
– Como ya te dije, esta es una sorpresa para ti. Estas chicas han venido a pasar un rato contigo y a hacerte disfrutar. Yo os dejo y me voy a comprar tabaco.
Las dos rubias se sentaron una a cada lado mío, y la morena enfrente. La chica rubia alta me dijo, para romper el hielo:
– Así que tú eres Esther. Nos han dicho que te gusta mucho el sexo, y que tienes fantasías como la de ahora.
– Si –contesté-, lo que ocurre es que esto para mí es una sorpresa total.
La morena me dijo:
– No te preocupes, nosotras te vamos a hacer disfrutar de lo lindo. Esto lo hacemos de vez en cuando y nos pone muy cachondas meter a una desconocida en nuestros juegos.
La rubia pequeñita empezó a besarme por el cuello, mientras la otra empezaba a tocarme las tetas suavemente, por un lado. A partir de ese momento, en el que yo empezaba a estar muy caliente, decidí dejarme llevar sin pensar nada más.
Mientras la rubia me tocaba las tetas y la otra me besaba el cuello, empezó a abrirme el albornoz y a meter una de sus manos, rozando suavemente mis pezones.
Entre tanto, la morena se levantó y se acercó a mí, poniéndose de rodillas delante de mí y empezó a besarme en la boca, haciendo jugar su lengua con la mía. A todo esto, yo ya estaba muy caliente y mojada. Las paré de repente y les dije que subieran conmigo a la cama.
Subimos a mi habitación, y mientras la rubia alta me quitaba el albornoz, las otras dos se desnudaron, tirando toda su ropa al suelo.
Yo me encontraba de pie junto a la cama totalmente desnuda, y la rubia pequeña empezó a tocarme las tetas desde atrás con sus dos manos, mientras la morena se arrodilló y empezó a pasar su lengua por mi ombligo, bajando, bajando hasta llegar al clítoris. Me puse como nunca. Todavía no habíamos empezado y ya estaba a punto de correrme.
Mientras esto ocurría, la rubia alta se había quitado la ropa, y se acercaba también muy despacio y muy excitada, tocándose sus pezones con una mano y su chochito con la otra.
Siguieron durante un minuto en esta posición mientras la rubia alta se había incorporado al grupo y me abrazaba por delante, morreando conmigo apasionadamente.
No pude aguantar más y tuve un orgasmo bestial, soltando un suspiro –AAHHHHHHH-.
Pero lejos de dejar la faena, y decididas realmente a hacerme disfrutar de lo lindo, me pusieron a cuatro patas en el borde de la cama con el culo hacia fuera, y una en cuclillas debajo de mí siguió chupándome el clítoris, mientras que la morena desde atrás metía su lengua por mi culito y la rubia más alta, subida en la cama me tocaba las tetas, haciendo que mis pezones se pusieran durísimos y me besaba en la boca. Acababa de correrme, y seguía estando excitada.
Después de un rato haciéndome esto, me fui hacia delante y me tumbé en la cama. Ellas tres estaban excitadísimas, y se tocaban entre sí. La rubia pequeña le dijo a la morena:
– Chúpame, por favor.
La morena hizo lo que le habían pedido. Le estaba chupando el coño a la otra chica arrodillada delante de ella, que se había tumbado a mi lado.
Viéndola retorcerse de gusto y jadeante, mientras la rubia más alta seguía chupando mi clítoris, me puse como una moto, y sentí deseos de intervenir también en aquello, por lo que me puse a tocarle las tetas a la chica rubia que tanto estaba disfrutando.
Mientras hacían esto, la rubia más alta me dejó temporalmente para ponerse a besar a la morena.
Yo, además de tocarle las tetas a la rubia pequeña, que tenía los pezones duros como piedras, empecé a besarla en la boca.
Le agarré las tetas con las dos manos, y mientras la besaba, haciendo voltear mi lengua con la suya, notando su aliento y su respiración acelerada en mi boca.
Al mismo tiempo, notaba las violentas caricias de mis otras dos compañeras de orgía en mi espalda y mi culo. Finalmente, sin tardar demasiado, la chica rubia se corrió entre resoplidos y gemidos de placer.
La rubia más alta, que se estaba masturbando con sus dedos mientras besaba a la morena, mientras la otra rubia descansaba, se puso de rodillas en la cama, tocando las tetas a la morena y besándola. Yo me uní a ellas, y las tres de rodillas sobre la cama, empezamos a tocarnos nuestros clítoris unas a otras, mientras nos besábamos unas a otras y nos frotábamos nuestros cuerpos. Finalmente, la morena, a la que yo estaba masturbando, empezó a gritar:
– Siiiiiii, sigue! ¡Sigue!, no pares…
Y mientras se pellizcaba sus pezones, con la mirada extraviada en pleno éxtasis, la otra chica (rubia alta), empezó a chuparla por todo el cuerpo, besándola en la boca apasionadamente. La chica morena se corrió retorciéndose de placer.
Alguien sacó un consolador, y la rubia pequeña se lo empezó a meter a la rubia más alta, mientras la morena le chupaba el clítoris, a estas alturas de la fiesta, estaba tan excitada que no aguantó demasiado hasta que se corrió.
Yo estaba arrodillada en la cama. Entonces la morena me abrió las piernas y empezó a meterme el consolador mientras me besaba en la boca. La rubia pequeña me chupaba el ano desde atrás.
Otras veces que mi marido había hecho esto, me había gustado, pero en esta ocasión, en esta situación, me estaba resultando especialmente placentero.
Me puse a cuatro patas, de manera que estaba mucho más accesible para que siguieran haciéndome aquello que tanto me estaba haciendo disfrutar. La rubia más alta, que todavía estaba tumbada en la cama empezó a chuparme los pezones desde abajo.
Yo estaba como loca, sintiendo un placer brutal. Jadeaba y decía con voz entrecortada: -seguid, seguid, no pareéis-.
Sin embargo, y como si supieran lo que yo estaba deseando realmente, me tumbaron boca arriba en la cama. Mientras la morena me empezó a besar en la boca, la rubia pequeña me chupaba las tetas y la otra me chupaba el cochito, moviendo su lengua sobre el clítoris.
Estaba disfrutando muchísimo. Muchas veces me había imaginado esta situación, pero nunca había experimentado algo igual. Creía que iba a volverme loca de placer.
Yo ya estaba a punto de estallar. Estaba más excitada que nunca. Entonces noté que algo estallaba dentro de mí, y tuve un orgasmo múltiple, larguísimo.
Una vez que terminamos, apareció Luis en la puerta de la habitación, y mientras nos vestíamos, preguntó:
– ¿Lo habéis pasado bien?
Todas nos reímos con algo de vergüenza (al menos yo), y Luis dijo: bueno, pues si tan bien ha estado, podemos pensar en repetirlo alguna vez, y añadió:
– Y a ver si la próxima vez me dejáis participar
Después de esto seguimos un rato en la cama, mientras mi marido nos miraba.
Cuando todas estaban satisfechas, lo dejamos, aunque yo habría seguido un poco más, porque mientras las veía me había vuelto a poner como una moto.
Esto lo arreglamos después de que las tres chicas se fueran entre mi marido y yo.