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Corto privado

ESCENARIO

Interior, día. Un amplio salón en un apartamento, espacioso, blanco, iluminado. La luz suave entra por un balcón, tras las cortinas blancas, que flotan ocasionalmente con una suave brisa.

En el centro del salón, un largo sofá, también blanco, mullido, sin brazos, sencillo, limpio.

En un rincón, al salón se une un pequeño minibar, con un par de taburetes altos y un frigorífico que contiene bebidas.

PERSONAJES

Romina es la que ahora se sienta en el sofá, la más joven, la del rostro de indígena enfurruñada y misteriosa. Su pelo es negro y corto. Su piel oscura, suave. Sus labios gruesos, siempre como a punto del disgusto. Sobre su escaso bikini amarillo sólo la cubre una camisa blanca de algodón. Romina mira siempre a su alrededor, esperando, analizando, buscando, sopesando.

Ana tiene unos enormes ojos asombrados, una cabellera larga color castaño rojizo, que se empeña en no peinar y dejar salvaje. Sus mejillas siempre ligeramente sonrojadas, sus labios siempre fruncidos como al borde de un suave soplido. Viste una camisa blanca que no le llega al ombligo y unos shorts azules muy ajustados, de aspecto plástico, que apenas le cubren las nalgas.

Ana es la que se acerca al sofá donde está Romina sentada. Se miran. Ana se queda de pie y mira a Lidia.

Lidia es la que lo está grabando todo con su cámara de video. Su pelo es largo y dorado y su expresión divertida, se nota que disfruta como cineasta. Tiene los ojos azules. Viste una camiseta ombliguera y unos pantalones largos ajustados, acabados en campana. Se empeña en llevar esos zapatos negros de tacón incluso en casa. Aunque no puede verse por ahora, tiene un puñal tatuado en el gemelo derecho.

Romina y Ana atienden a Lidia.

– Muy bien. Acércate a ella. Miráos a los ojos.

Ellas obedecen. Se miran. Lidia desearía que su mirada fuera más pasional, más divertida. Sin embargo, no se puede negar que se están transmitiendo deseo. Un deseo refrenado.

– Dale la espalda a Romina, sitúate ante ella… un poco más cerca.

Lidia se mueve para captar la escena desde un nuevo ángulo, más cerca. El trasero de Ana está ahora frente a la mirada de Romina. Ella pregunta con la mirada.

La directora pone a trabajar la imaginación. Observa la escena, todos los elementos disponibles para hacer lo que quiera con ellos, examina a las chicas…

– Muy bien. Ya está. Vamos a hacer algo muy sensual. Acércate un poco más a ella. Ahora frótate así…

Lidia la guía para que comprenda. Quiere que Ana frote su culo contra el pecho de Romina. Pronto comprende y no le hace falta ayuda. Sube y baja muy lentamente, frotándose contra la camisa blanca. A Ana siempre le ha gustado hacer las cosas así: largas y lentas.

Romina permanece pasiva.

Sin despegar la vista de la pantalla digital, la directora sonríe satisfecha: sus actrices comprenden lo que quiere.

Se puede oir perfectamente el sonido de las nalgas deslizándose sobre el algodón, piel embutida en ropa contra piel embutida en ropa. Romina se arquea, sus pechos sobresalen aun más.

En el encuadre aparece la mano de Lidia, ayudando. Agarra uno de los pechos de Romina para facilitar la tarea. Sus pechos son grandes, angulosos y fuertes. Unas tetas perfectas, ha pensado siempre Lidia, y vuelve a pensarlo ahora que las aprieta entre sus dedos.

Las nalgas se deslizan sobre ese pecho. El pezón acaba por ponerse claramente duro, sobresaliente de la tela.

Perversa, Lidia sitúa el pecho de tal forma que Ana, en una de sus bajadas y en su consiguiente subida, frota su brecha cuan larga es contra el pezón erecto. El resultado es un gemido.

Romina mira a su directora a los ojos. Siempre esa mirada intraducible, de dureza, inacabable.

– Oh, chicas, qué bien lo hacéis. Sois muy buenas en esto. Va a quedar maravilloso. Dios, lo voy a ver una y mil veces…

La camisa de Romina se transparenta: debajo, una de las piezas del bikini ha quedado fuera de su sitio. El pezón se hiergue descarado contra la tela.

El frotamiento ha caldeado el ambiente. Esto sólo acaba de empezar.

– Quítale el pantalón… Pero muy lentamente…

Romina coje entre sus dedos la tela del minúsculo short. Algunos de sus dedos se introducen entre la tela y la piel del trasero, suave. Tira de la prenda hasta dejarla a la altura de las rodillas.

Ana no lleva bragas. Desde lo alto, mira la escena que se desarrolla tras sus propias nalgas, sin perder detalle sus enormes ojos.

Un trasero redondo, oscuro. Romina examina la piel con atención. Nunca había tenido la ocasión de hacerlo con tranquilidad.

Las tres miran el mismo punto.

Una mancha de nacimiento oscura en la nalga derecha, lo único que podría hacer imperfecto su trasero y, a la misma vez, tan hermoso y único.

– Lámeselo. Imagina que tiene sabor…

Sale la lenguecita de Romina y acaricia la mancha color chocolate. Acaricia todo su contorno y luego su centro, intentando encontrar, imaginar el sabor. Lidia oye el raspar de las papilas contra los poros de la piel, y se le erizan los pelos de la nuca. De pronto se da cuenta de que está excitada, mucho más de lo que imaginó en los preparativos que llegaría a estar, y tan sólo es el comienzo. Contiene el impulso urgente de acariciarse alguna parte del cuerpo, cualquiera que sea. Tiene que seguir sujetando la cámara, grabar, observar, dirigir.

Sujeta por atrás la cabecita de Romina para hacer que lama toda la nalga, desde arriba, donde la espalda pierde su nombre, hasta abajo, en el pliegue donde comienza el muslo.

Mientras observa, le gustaría tanto acariciarlas, tomar partido, disfrutar con ellas, están tan hermosas, más hermosas y sensuales que nunca antes. La duda la atribula. No había pensado hasta dónde tendría que mantener su papel de directora, no lo habían discutido, tanta fue la prisa por poner en práctica la fantasía de las tres.

Romina acaba lamiendo ambas nalgas por igual. Empiezan a tener el brillo y olor de la deliciosa saliva de Romina. Los ojos cerrados.

Ana no la va a dejar escapar. Sujeta su cabeza con una mano mientras sus nalgas comienzan a moverse con vida propia.

– Ahora pon la lengua dura -ordena Lidia.

La lengua de Romina da puntadas aquí y allá, hasta que atina a introducirse en la brecha entre las nalgas. Ahí los movimientos de Ana toman más conciencia, más profunidad.

– ¿Alguna vez te has comido un culo? -pregunta Lidia.

– Claro que sí -contesta Romina con su mirada dura.

– Pues vamos…

Primer plano de las manos morenas separando las nalgas, descubriendo el estriado orificio. Mirada de lava de Romina a la cámara. La lengua que comienza a lamer, a humedecer, los delgados dedos que ayudan a abrir paso, la punta de la lengua que cada vez se introduce un poco más, en una progresión casi imperceptible. Hasta que el ano de Ana acoge ya en su interior más de media lengua, serpenteando y chapoteando. Ana gimotea.

Rápido, primer plano del rostro de Ana, retorcido de placer, de esos labios que pone ella cuando algo le gusta, como si fuera a decir “uuuuh”.

Con la mano libre -la otra aun sujeta la cabeza de Romina, y la empuja cada vez más fuerte dentro de su culo- Ana se masturba, busca el clítoris entre sus labios rezumantes y se da frotamientos y golpes secos que la hacen temblar.

Finalmente, se corre, gruñendo.

Romina extrae su lengua con un sonido viscoso deliciosamente sucio.

– ¿Qué tal va la película? -pregunta Ana.

– Está quedando genial. Me alegro de que al fin nos decidiéramos. Creo que me voy a correr con sólo ver esta escena. Y todo gracias a vosotras, chicas. Sois unas actrices estupendas.

– Yo no estoy actuando -dice Romina.

– Pues sigue así, cariño.

Ana y Romina son ahora madre e hija en el sofá. Romina la mira mientras se quita la camiseta. Los enormes pechos caen libres. Son mayores pero, secretamente, Lidia prefiere los de Romina.

Ana acoge a su hija en su regazo. Se miran con ternura. Le acaricia el pelo. Le besa la frente. La acuna entre sus brazos. Se coge un pecho y le pone el pezón en la boca. La hija lo coge entero dentro de su boca y comienza a mamar. Succiona con calma. De vez en cuando el pezón sale de su boca y la mamá tiene que volver a metérselo para que pueda seguir chupando.

Miran a la cámara. Ana con su niña en brazos. Romina con el pecho en la boca. La cámara de Lidia se calienta en sus manos.

Necesita tocarse pero, por absurdo que parezca, no está seguro de que deba hacerlo delante de sus amigas.

– ¡Ay! ¡No muerdas, niña mala…!

– Allá voy, mamita…

La idea de llamarla mamá ha sido de Lidia. Lo convierte en un incesto en toda regla.

Romina cruza la habitación. Zoom al largo falo de látex transparente, sujeto al arnés, zarandeándose en el aire, arriba y abajo, con el caminar de Romina.

Su mamá la espera sumisa, con el vientre apoyado en uno de los taburetes altos, ofreciendo su trasero desnudo, con sus ojazos expectantes.

Antes que nada disfruta acariciando su piel. La toca entre las piernas. Ya está mojada. Su mamá no puede esperar más.

Se agarra el pene y lo sitúa en la entrada. La penetra poco a poco, aprovechando la ayuda de cada resbaladizo flujo que sale de sus labios, hasta metérsela entera. La sujeta de las nalgas para follársela mejor.

– Así… -dice Lidia, tras su cámara- Despacio, sin prisa, cada vez más rápido, poco a poco, cada vez más rápido…

Romina es obediente. Aprieta los dientes mientras se folla a su madre, mientras empuja alante y atrás las caderas. El ritmo de las acometidas se acelera. La hace levantarse del taburete para cojerla de los pechos. Los agarra fuerte, estrujándose, se ancla en ellos para penetrarla aun más profundo y rápido.

– Oooh, sí mi vida… Síiii… cariño mío, así…

Son las últimas palabras de Ana.

Vistas desde atrás, Ana y Romina salen juntas del salón, se dirijen al cuarto del fondo. Caminan tomadas de la mano. Romina no se ha quitado el pene. Parece hacerla sentir bien.

En la cama blanca, sobre montañas de cojines igualmente blancos, se miran, se abrazan y al fin se besan con ternura. La cámara capta el sonido débil de los besos. Ana atrapa los labios de Romina entre los suyos, los estira sin apretar ni hacer el más mínimo esfuerzo, estira hasta que escapan y vuelven a su lugar. Salen a la luz las lenguas, que se acarician bien para que la cámara las vea, humedeciéndose mútuamente, lamiéndose, girando una en torno a otra.

Lidia oye también el chapoteo de las dos lenguas, y arde en deseos de hacer algo, de intervenir de una vez, de meter su lengua entre esas dos bocas, besarlas hasta saciarse, satisfacerse ya de algún modo, pero sigue dudando y se mantiene en su papel.

Pasan a los besos profundos. Es la escena preferida de Lidia: dos hermosas mujeres totalmente volcadas en el momento de obtener placer, con sus bocas hundidas una en la otra, como desesperadas.

Ana tumba a Romina bocarriba. Empieza a lamer sus gruesos labios mientras masturba lentamente el pene. Mira cómplice a la cámara mientras lame. Lidia tiembla. Romina se retuerce entre cojines, como si de verdad sintiera las caricias en su masculinidad.

– Volved a besaros… Quiero que os beséis lo más profundamente que podáis, que intentéis meter la lengua más profundo que la habéis metido nunca…

Lo hacen, se comprimen una contra otra, esforzándose por llegar más profundo de lo que nunca han llegado en otra mujer. Se oyen gorgoteos salir de sus gargantas.

Y Lidia no puede más, comienza a acariciarse la entrepierna. Le molesta la tela de los pantalones, se abre la cremallera y se toca sobre las bragas. Ahí es cuando el encuadre de la película empieza a tambalearse.

Ana y Romina se chupan las lenguas y se rebañan las bocas. Miran a Lidia, masturbándose ante ellas, cámara en mano.

– ¿Y ahora? ¿Qué más se te ocurre? -dice Ana, mientras vuelve a pajear a Romina.

Ana debe resistir la humillación.

Romina le da un beso. Luego le quita la camiseta. La directora ha decidido volver a ponérsela para hacer esta escena. Le encanta ver como desnudan a una chica, casi tanto como ver como se la follan.

Romina le reparte suaves besos por toda la superficie de los pechos, hasta tenerla retorciéndose de anhelo. Se detiene, la abandona y la mira. Acaricia los pechos con el dorso de sus dedos, describiendo amplias curvas que de vez en cuando cruzan sus pezones, amplios y suaves círculos oscuros.

La tortura. La besa y acaricia y la abandona cuando ve que la ha excitado, hasta que se vuelve a enfriar. La escena se alarga hasta unos buenos cinco minutos. Ana aguanta.

Romina coge bien los pezones, entre pulgar y corazón, y tira. La piel se estira hasta límites imposibles. Ana se muerde el labio. Los suelta y vuelven de golpe a su lugar. Repite la operación, los aprieta, estira y estira, los retuerce hasta arrancarle un gemido de dolor. Los suelta y se repliegan de un bote.

Romina araña los pechos. Clava las uñas en la abundante carne y baja dejando surcos blancos.

Muerde los pezones. Tira en todas direcciones, manejando como quiere a Ana, guiada por el dolor, con la boca abierta, callando una queja.

Aparece una nueva escena.

Romina se pone en pie. El falo vuelve a surgir ante la cara de Ana. Romina se masturba. Se agarra el pene y la golpea en la boca. Ana sigue sin resistirse. En lugar de eso, la mira desde abajo, con admiración.

Romina se masturba y, en sus idas y venidas, de vez en cuando golpea la cara de Ana. Sus labios, que rebotan breve, deliciosamente, con el golpe. Sus mejillas, su barbilla. Restriega su polla desde la frente hasta debajo de la barbilla, humillándole.

Una sustancia blanca y espesa salpica la frente de Ana. Otra más. El yogur se estrella contra sus mejillas, chorrea hasta el cuello. Salpica sobre su boca, abierta a medias.

Lo mejor de esta escena es que Ana no cierra los ojos, lo recibe todo en su cara sin casi pestañear.

De pie, se abrazan con cariño, se besan.

Primer plano de los labios femeninos devorándose. El yogur lo embadurna todo.

La imagen tiembla.

Lidia se acaricia el clítoris.

Ana y Romina la miran.

– Bueno… ¿Y tú no vas a participar?

– ¿Es que no hay nada que no quieras hacer?

Primer plano de Lidia. Mira fijamente a cámara. Sus ojos azul claro son perturbadores. Por fin está ante la cámara, y no tras ella.

– ¿Estás preparada? -pregunta una voz.

Romina lleva ahora la cámara.

– Hacedlo antes de que me arrepienta.

Vuelven a estar en la cama. Lidia, de rodillas, agarrada a los barrotes de la cabecera. Ana le baja la cremallera y le quita los pantalones.

Consigue sacárselos sin quitarle los zapatos de tacón. Lidia ha insistido en ello.

Queda a la vista un precioso culito, blanco, como el resto de su piel. Ana toquetea un momento las bragas y luego se las quita. Se va y vuelve en un momento.

Quita el tapón de un tubo de vaselina. Aprieta el contenido sobre su mano. Lo esparce a base de caricias por la vulva de Lidia.

La cámara se acerca. La vagina de Lidia está bien brillante y lubricada. Lo poco que quedaba en el tubo se ha gastado. Ana abre otro nuevo y lo vacía un buen chorro sobre el trasero.

Extrae prácticamente todo el contenido. Se recrea embarrando las nalgas, los pliegues vaginales, los muslos y, más arriba, los alrededores del ano. Finalmente, el ano mismo queda totalmente lubricado con una enorme cantidad de vaselina.

– ¿Empezamos?- pregunta Ana.

– No me preguntéis más, o puedo arrepentirme. Venga, empezad de una vez…

La fantasía de la directora comienza.

Ana le acaricia los labios vaginales. Le introduce un dedo y la masturba.

– ¿Otro?

– Sí…

Le mete otro dedo. Entran y salen. Lidia gime.

– ¿Otro más?

– Sí, vengaaa…

Ya son tres dedos los que follan lentamente a Lidia.

– ¿Te duele?

– Todavía no…

La cámara se acerca aun más a la escena de la vagina de Lidia penetrada por tres dedos. Aparece la mano de Romina, que acaricia su clítoris.

– ¿Quieres? -le pregunta.

Lidia gime por respuesta.

Le inserta un cuarto dedo. Lidia gruñe. Los dedos de Ana y los de Romina entran y salen a distintos ritmos.

– Otro…

– ¿Otro más…?

– A-há…

Lo intenta pero es difícil, cuatro dedos entrando y saliendo ya son muchos dedos. Se empeña hasta conseguir que el dedo se deslice entre los pliegues viscosos. La vaselina es una gran ayuda. El coño aparece enormemente dilatado.

Lidia grita con los dientes apretados. Tiembla agarrada con fuerza a los barrotes.

– ¿Pasamos a…?

– Oooooooh…

– ¿Sí o no?

– ¡Sí! ¡Venga!

Un dedo de Ana masajea el ano. Comienza a introducirse poco a poco, barrenando. Ana lo hace con delicadeza, hasta ensartárselo entero. Lo mete y lo saca.

– ¿Otro dedo?

– ¡Sí!

Masajea el esfínter hasta hacer sitio al segundo. Exploran el entorno, palpando la carne.

– Métele otro… -susurra Romina.

El tercero cuesta más, pero acaba por penetrar en sus entrañas. La penetración se hace más rápida y dura. La cabecera de la cama golpea la pared con cada sacudida.

Romina no puede usar la mano de la cámara, usa el pulgar de la otra mano.

Cuatro dedos dentro del coño y cuatro dentro del culo. Lidia aúlla.

La última escena es puro experimento. Lidia está agotada. Romina la obliga a levantar de nuevo el trasero, así que Ana debe estar grabando.

Romina saca un consolador, abre la funda de un preservativo y se lo pone. Lo embadurna de vaselina.

– No, por favor… No puedo más, dejadme descansar un poco… -gimotea Lidia contra los almohadones.

Romina por fin está sonriendo: le ensarta el consolador en el culo. Un primer plano demuestra lo dilatado que ha quedado. Se lo mete hasta el fondo y allí lo deja. Coge un segundo consolador, bastante más grueso, y lo embadurna de vaselina.

Asombrosamente, el segundo consolador acaba por caber en sus entrañas.

Romina los agarra y los mueve. Lidia se retuerce de dolor.

– ¡Ya vale! ¡Ya vale! ¡Está bien! ¡Corten!

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