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Barriga II

Barriga II

Siempre llega un momento en las fiestas en las que me comienzo a comportar de una manera un poco extraña.

Es el punto en que todo el mundo va un poco pedo, incluida tú.

Comienzas a pasar de todo.

Cuando te das cuenta de que ya no te apetece bailar, te quedas en un rincón, con expresión profunda, y comienzas a meditar sobre Dios sabe qué cosas.

Ese era el punto en el que estaba en la fiesta de la facultad.

La gente bailaba en el aparcamiento música un poco hortera para mí, así que me quedé reposando la merluza, apartada de todo el mundo, sentada sobre el césped.

En eso volvió Maika, mi invitada a la fiesta, ya que ella era de otra facultad.

– Los aseos están hechos un asco… -me dijo- Oye… ¿me oyes? ¿Estás en el planeta Tierra?

– Claro, cariño. Perdona. ¿Qué vas a hacer entonces?

– Irme al colegio, supongo, y mear allí. ¡Dios, ya no puedo más!

– Pues, ¿entonces nos vamos?

– Esta fiesta está como un poco aburrida ya, ¿no?

– Sí. ¡Vámonos!

Caminando hacia la parada del autobús, me reía al ver su forma de caminar: cruzando las piernas para contenerse.

– Es que no puedo aguantarme más, tía, de verdad, que se me escapa… -gimoteaba.

Se sujetó a mí, cruzando las piernas con fuerza. Yo eché un vistazo a mi alrededor.

– Oye, es de noche, y… ¿Porqué no lo haces por ahí?

– ¡Calla, yo no hago eso nunca!

– ¿Por qué no, boba? Si ya van todos como cubas, no van a saber si eres una tía agachada detrás de un árbol o un guardia civil. Está oscuro.

Mi pobre Maika se mordió nerviosa el labio. Sopesó las posibilidades…

– Venga.

Fuimos entre unos árboles, bastante lejos, en la oscuridad de la noche recién llegada.

Maika miró alrededor, me miró a mí, se bajó las bragas y se agachó.

Tenía que sujetar su enorme barriga y su vestido.

De entre sus muslos manó por fin un abundante chorro, chapoteando sobre la tierra.

– ¿Quieres saber cuál es mi fantasía oculta? -le pregunté, con una mirada entre borracha perdida y seductora.

– ¿Qué?

– Recuerdas lo que dijiste sobre intercambiar fantasías, ¿no? Ahora me tocaría a mí -comencé a andar en torno al charco que crecía pendiente abajo-. ¿Quieres saber cuál es mi más inconfesable fantasía en estos momentos?

– ¿Tiene que ser ahora? ¡No me mires, que me da vergüenza! ¡Estoy meando!

Me agaché y le susurré al oído mi sucia fantasía.

Ella me miró muy seria.

– Serás guarra…

Pero algo en su mirada era bueno para mí.

Maika me puso una jarra y un vaso sobre la mesa. Levanté la mirada de los apuntes.

– ¿Y esto?

– Para mi chica estudiosa.

– ¿Limonada? ¿Se supone que es buena para el cerebro, para la concentración o algo así?

– Digamos que es buena para ciertas cosas… -dijo con un tono de niña traviesa, y se fue de nuevo a la cocina, revoloteando su minifalda tras ella.

Llevaba dos temas estudiados cuando me acabé la jarra. Iba a llamar a Maika cuando otra jarra aterrizó en la mesa.

– ¿Más?

– Si me quieres te la tienes que tomar.

– ¡Pero… dos jarras!

– ¡Sin rechistar! ¿O es que no me quieres?

Puso sus famosos morritos.

Definitivamente estaba haciendo otra vez su papel de niña, y sabía que aquello podía conmigo.

Al sexto tema, me acabé la segunda jarra de limonada.

Jarras grandes.

Veamos, ¿cuántos litros son eso? ¿Dos? ¿Tres y medio? ¿Cuatro?

Mi barriga hacía ruidos de chapoteo al levantarme de la silla.

Maika apareció de nuevo en el cuarto.

– ¿Estaba buena?

– Claro que sí, cariño, pero voy a reventar.

– A lo mejor estaba muy ácida…

– No, no…

– Necesitas un vaso de agua, espera… -y se fue a la cocina a llenarme un vaso con agua mineral.

– ¡Pero tú estás loca, me quieres matar!

– Toma, tonta, bebe y calla. ¡Hazlo por mí!

O lo hacía o, en su empecinamiento, me lo derramaba por toda la cara, así que tragué el agua.

Me obligó a acabarme el vaso, tras lo cual gruñí.

– Oooh, Dios, ahora sí que no puedo más. ¡Me voy al water! ¡Que me voy!

Aun oía sus risas cuando cerré detrás mía la puerta del lavabo.

Me bajé los pantalones y las bragas hasta los tobillos y me senté en la taza.

Al poco de estar liberando espacio en mi vejiga, y para mi sorpresa, se abrió la puerta del lavabo y apareció Maika.

Me miraba fijamente. El chorro se me cortó.

– Hazme un favor -dijo muy flojito-, no la sueltes toda de golpe. Deja un poco…

Y a partir de aquellas palabras suyas no necesitamos hablar más, tan sólo mirarnos a los ojos.

Separé un poco mis muslos.

Ella contempló como mi orina caía desde mi interior, ahora en fino e intermitente hilo, no el torrente ansioso de antes.

No hizo caso de mi implorante mirada.

Ella ya había decidido que no necesitaba salir más.

Cogió el rollo de papel y envolvió una de sus manos con toda parsimonia.

Me obligó a separar un poco más las piernas, todo lo que permitía la elasticidad de las bragas en mis tobillos, y a elevar un poco las caderas.

Compartiendo una mirada, Maika me limpió el coño dulcemente.

Con suaves golpecitos que me hacían estremecer, empapaba mi pis en el papel.

Lo hizo con calma, asegurándose de no dejar la más minúscula gota.

Cuando acabó, se miró la mano, envuelta en papel, empapada en pis.

Por un instante creí que haría una locura, una deliciosa cochinada…

Pero no. Arrojó el papel al retrete y tiró de la cadena.

Yo caí sobre la taza, agotada por la excitación.

Aun me sentía llena de líquido, y todavía más estaba por venir, pero aquella mirada me imponía que no, que hasta que ella no lo dijese no se meaba.

Me cogió de la mano y me llevó al cuarto, hasta la cama, dando los pasos que me permitían los pantalones y las bragas a mis pies.

Se sentó en la cama y me quitó los pantalones, luego las bragas.

Desde allí abajo, al nivel de mi cintura, me dedicó la mirada más dulce que nunca nadie me ha dedicado…

Y luego me lamió el coño.

Le facilité la tarea apoyando un pie sobre la cama.

Yo temblaba.

La sujeté por las coletas.

Su pequeña lengua se dedicó a limpiarme, como si quisiera asegurarse de que había hecho bien su tarea.

Lamía mis pelitos, mis labios, se relamía y volvía a limpiar, produciendo ruiditos que me volvían loca sólo de escucharlos, ruiditos de chupeteo, de humedad, de glotonería.

De vez en cuando la punta de su lengua pasaba cerca de mi clítoris, y yo temblaba.

Me meneaba, pero la maldita sólo atendía su tarea de dejarme bien limpia, y mi clítoris no era la zona más salpicada por mis líquidos dorados.

Por muy húmedo que estuviera, parecía que sólo buscaba el sabor amargo de mi interior.

Mis caderas comenzaron a sacudirse, cada vez más fuerte, con vida propia.

Por un lado por la íntima limpieza que mi amiga me estaba prodigando, y por otro, todo un torrente incontenible luchaba por salir.

Mientras me lamía el coño, alzó la vista.

Nuestras miradas se encontraron.

Ella notaba mis espasmos inquietos.

– No sueltes, ni gota, cariño -dijo sin soltar mi coño de sus labios-, lo quiero todo dentro de tí, guárdalo todo, hazlo por tu fantasía…

No podría aguantar mucho tiempo.

Su lengua por fin nadó hacia arriba entre mis labios vaginales, ya abiertos de par en par, ascendió hasta la capuchita y acarició mi clítoris.

Le dio una estocada que hizo sacudirme toda.

Lamía mi clítoris cada vez con más empeño, como si lo acabara de descubrir y le gustara.

Los músculos de mi interior hacían todo lo posible por retener el flujo, pero no pude más.

Con un gruñido animal salpiqué su boca.

– ¡No, cariño, aun no, quiero cumplir tu fantasía! -exclamó, apresando mis labios vaginales entre sus dedos con fuerza.

– ¡Pero no puedo más! -gemí- ¡Voy a estallar!

Soltó mis labios y se situó frente a mí.

Sus jugosos labios, su barbilla puntiaguda, estaban bañados por mi orina, brillaban como el oro. Me besó. Sentí mi propio sabor.

¿Quién me iba a decir que algún día de mi vida iba a ver realizada mi fantasía más sucia?

Y allí estaba: la chica más preciosa y dulce de este mundo haciéndola realidad hasta el límite.

– Está bien… -dijo- Hazlo ya.

Se tiró sobre la cama y se subió la camiseta, descubriendo su gran barriga.

Me situé sobre ella con las piernas abiertas.

Nos mirarmos a los ojos.

Iba a reventar, pero aun así aguanté un poco más, mientras durara aquella mirada.

Aguanté y aguanté, hasta que empezó a doler.

Maika alzó una mano y comenzó a acariciar mi clítoris dulcemente, en círculos.

No pude más.

La cascada estalló.

Mi vagina se abrió complacida y dejó caer la orina.

Meé sobre mi amiga un largo, precioso chorro dorado que fluía de mi interior, surcaba el aire y se estrellaba sobre su enorme y redonda barriga preñada.

El líquido manó, y manó y manó, mientras yo gruñía de satisfacción, el líquido manó por toda la esférica piel, chorreando por los cuatro costados, mojando las sábanas, dejándola toda dorada, brillante.

Salpicó con fuerza hasta su boca, que se relamió entre risas.

Salpicó mojando su camiseta, humedeciendo sus pechos hasta que se transparentaron sus pezones.

“Esta es mi novia”, pensé aquella noche, por primera vez en mi vida.

Y aun hoy lo pienso de vez en cuando: “Esta es mi novia”.

Porque Maika ha sido la primera y la única chica.

La única que podía haber hecho realidad mi fantasía más obscena y guarra.

Aquella noche me meé en el enorme vientre de una chica embarazada.

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