Una experiencia singular

Me llamo Carola y soy boliviana. Hace unas semanas mi marido, José y yo descubrimos este sitio en forma casual y después de haber disfrutado leyendo las interesantes aventuras de diferentes parejas e individuos, es que me animo a contarles una experiencia que tuvimos hace muchísimos años….es decir cuando aún éramos jóvenes.

José y yo nos casamos muy jóvenes. Yo no había conocido ningún otro hombre excepto él. Eran los tiempos cuando las mujeres no se iban a la cama con la facilidad que lo hacen ahora. Yo era una muchacha muy guapa, con una delantera que desviaba la mirada de muchos hombres y un atractivo trasero. No soy muy alta, pero en esa época era un poco delgada.

Nuestra vida íntima fue maravillosa. Como toda pareja recién casada, cogíamos como locos y disfrutábamos de la vida a todo dar. Practicábamos el sexo en todas sus formas y variaciones. Los hijos tardaron en llegar y esto nos permitió gozar del sexo bastante más que el común de las parejas.

En cierta oportunidad, cuando habían transcurrido unos siete años de matrimonio, una amiga mía, me sugirió que le gustaría mucho verme hacer el amor con mi pareja. Lo que no me dijo fue que ella estaba también interesada en participar, y como una tonta, acepté.

Habíamos quedado en que ella se escondería en nuestra recámara y observaría todo desde su escondite. Cuando llegó mi marido de la oficina, no me costó convencerlo de irnos al dormitorio de inmediato. Nos desnudamos y besamos, y luego empecé a mamársela con pasión y lujuria, suponiendo que mi amiga observaba todo. Grande fue mi sorpresa cuando, mientras mi esposo me lamía el clítoris, ella, seguramente excitada por lo que veía, salió de su escondite y empezó a mamar la erecta verga de José. Cuando me di cuenta de lo que sucedía, ya era tarde, pues mi esposo, repuesto de la agradable sorpresa (para él), estaba a mil y deseoso de montarse a la hembra ajena, lo que en realidad sucedió.

Lógicamente que esta situación no fue de mi completo agrado, y si bien no corté la amistad con mi amiga, la misma se fue enfriando poco a poco. Pero con José la cosa fue diferente. Lo celaba por todo y por nada y cada vez que peleábamos yo le echaba en cara lo que había pasado, como si fuera su culpa, y así lo tenía siempre a la defensiva.

Con el tiempo él llegó a sugerirme que hiciéramos un nuevo trío, pero esta vez con un hombre, cualquier cosa, con tal de que dejara de joderlo. Sin embargo a mí la situación no me atraía. Yo gozaba, y gozo, de lo lindo con él. Yo lo amaba, y lo amo, y no concebía sexo sin amor.

Pasaron los meses y los años. Mientras no lo molestara con el tema de la amiga, nuestra relación era perfecta. Íbamos a fiestas, teníamos muchos amigos y la pasábamos bien.

Muchas veces, cuando hacíamos el amor, José me sugería incorporar un hombre a nuestra cama, – yo creo que lo hacía para que dejara de molestarlo con lo que pasó antes, – y la idea se fue haciendo más tentadora cada vez. Ambos nos excitábamos mucho y hacíamos el amor con pasión, pero la cosa no pasaba de ahí. Cuando la excitación se me pasaba, yo desechaba la idea por absurda.

Sin embargo muchas veces me ponía a pensar sobre el asunto. Cuando hicimos el infeliz trío con mi amiga, yo llegué a deducir que, lo que en realidad más me había molestado, no había sido tanto el hecho de que mi marido se montase a mi amiga, sino el hecho de haber quedado yo como una espectadora o una participante pasiva. José había tenido relaciones con ella, y no conmigo, y cuando terminó, no le quedaron energías para montarme y me dejó frustrada.

Si hiciéramos un trío con otro hombre, la cosa sería diferente pues yo sería la estrella de la película, y tendría dos machos a mi disposición y podría follar alternadamente con ellos sin parar. La idea no dejaba de ser tentadora, pero mi educación victoriana me la hacía rechazar inmediatamente. Sin embargo poco a poco la idea se volvía obsesiva y muchas veces me masturbaba pensando en la situación. Lo que si que no lograba imaginar era quién sería el tercero. Ya había descartado a todos los amigos de mi esposo por diferentes razones y la posibilidad de hacerlo con un extraño no me agradaba.

Sin embargo la ocasión se presentaría pronto. Nos habían invitado a una gran recepción que daban unos amigos nuestros para festejar el bautizo de su primogénito. Nos vestimos adecuadamente para la ocasión. Yo estaba radiante. Me había puesto un traje negro muy ceñido al cuerpo que resaltaba mis hermosos senos. Mi cabellera abundante caía sobre mis hombros y me permitía resaltar mi sensualidad aún más. Mi esposo quedó satisfecho con mi atuendo y me dijo que estaba apetecedora y que después de la fiesta me gozaría como nunca.

Llegamos a la casa de nuestros anfitriones bastante puntuales. No había mucha gente, pero los invitados fueron llegando poco a poco. La cena fue fantástica. Nos sirvieron un buffet donde se podían degustar todo tipo de carnes y mariscos. Una magnífica orquesta empezó a amenizar la fiesta poco después. Era tiempo de bailar.

Daniel, un conocido nuestro, se había divorciado hace poco y era uno de los pocos hombres solos en la recepción. No lo conocíamos muy bien, pero noté que no dejaba de mirarme. Le pedí a José que fuera a buscarme una bebida, y apenas quedé sola, él se acercó y me invitó a bailar. Bailamos una pieza muy movida y posteriormente la orquesta empezó a tocar música suave.

Él no dejaba de observarme y noté que su vista no se movía de mi escote. Me fue apretando hacia él poco a poco y llegó un momento en que empecé a sentir un bulto entre mis piernas. Daniel estaba excitado. No quise seguir y le pedí que me llevara a mi mesa. Cuando llegamos, José le pidió que nos hiciera compañía.

Empezamos a bailar, charlar y contar chistes. Resultó ser un excelente bailarín y narrador muy ameno. Mi cabeza me empezó a dar vueltas y a pensar…»este es….él…ahora o nunca». Había decidido lanzarme a la piscina. Al fin se cumpliría aquello que tal vez siempre lo deseé y que nunca quise hacerlo. ¿Qué pensaría José?, ¿cómo se lo diría?, ¿y si sus sugerencias hubieran sido solo bravuconadas de macho herido?…

Cuando Daniel se levantó un instante para ir al baño, yo decidí encarar el problema con mi marido.

Amorcito,- le dije, – ¿¿¿realmente estás decidido a que hagamos un trío con otro hombre???, Bueno…me contestó, no sé….pero si tú nunca lo has querido hacer..

– Ahora quiero hacerlo, le contesté, …con Daniel. Tal vez siempre lo quise hacer, pero mi subconsciente siempre lo rechazó. Por favor, hagámoslo, le rogué, y te juro que nunca más te molestaré con el asunto aquel con mi amiga.

– Como quieras, me respondió, pero con mucha discreción y cautela. No quiero que nuestros amigos se den cuenta de lo que pueda suceder.

– No temas, le contesté. Nos iremos a casa y allí, en la privacidad de nuestro hogar estaremos a salvo de miradas indiscretas y rumores enfermizos.

Cuando Daniel regresó, me encontró muy sonriente y locuaz. Le sugerí ir a casa a tomar unos tragos y seguir contando chistes, pues la fiesta ya estaba agonizando. Aceptó encantado.

En el trayecto a casa, me empezaron a asaltar dudas. No sabía cómo reaccionaría Daniel, ni cómo reaccionaría mi marido. Ni siquiera sabía cómo reaccionaría yo. Jamás había visto a otro hombre desnudo aparte de José y por supuesto jamás había hecho el amor con otro hombre.

Llegamos a casa y pasamos a la sala donde disfrutamos unos tragos que José preparó rápidamente. La amena charla continuaba y Daniel no parecía darse cuenta de mis intenciones, aunque no me bajaba la vista de encima.

Sin embargo, fue José el que dio el primer paso. Daniel, le dijo, ¿¿¿te interesaría compartir con nosotros algunos films pornos que tenemos???. Si ustedes lo quieren, no hay problema, contestó.

José fue a traer su proyectora, telón y los rollos de 8 mm que estaban de boga esa época. En unos minutos, que me parecieron horas, armó todo y empezó la proyección. Eran películas suecas, en blanco y negro, pero con actuaciones mucho más convincentes que las de los actuales videos norteamericanos en colores.

Mientras la película pasaba, yo era un manojo de nervios. Estaba sentada entre ambos hombres. Nuevamente José tomó la iniciativa. Estábamos tomados de las manos, y suavemente llevó la mía hacia su bragueta. Al poco rato empezó a sobarme las tetas por sobre el vestido. Daniel, mientras tanto, miraba el film y de reojo observaba lo que pasaba entre nosotros, pero sin animarse a nada.

Al terminar la película, Daniel nos preguntó, así de sopetón, si queríamos hacer un trío amoroso con él. A mí me dio un vuelco el corazón y de inmediato le dije que NO: Pero parece que mi negativa fue tan débil y poco convincente que él sonrío y mirándome a los ojos me dijo

– ¿Por qué no?.

Carola, continuó – si tu esposo está de acuerdo, esta noche te haremos la reina de la pasión y la lujuria. Sólo di que sí y te aseguro que no te arrepentirás. Miré a José, él me devolvió una mirada comprensiva que me decidió.

Bueno, dije. Empecemos a bailar y veremos qué pasa.

Daniel y yo empezamos a bailar y al poco rato, José me empezó a acariciar por detrás y a intentar desnudarme. Daniel me apretaba fuertemente y yo sentía su bulto en mi entrepierna como un fuego que me quemaba. Me quiso besar en la boca, pero lo rechacé. El beso es un mensaje de amor, y lo que yo sentía ese momento por Daniel, era lujuria. José me quitó el vestido y luego el brassiere. Daniel me pidió que le quitara la ropa lentamente mientras me devoraba los senos y los pezones erectos con sus labios. Al poco rato, los tres nos encontrábamos desnudos en el medio de la sala. De inmediato pasamos al dormitorio.

Una vez allí, Daniel me empujó suavemente de espaldas sobre la cama y me regocijé mirando a los dos machos desnudos frente a mí, dispuesta a gozarlos toda la noche. Observé a Daniel, tenía unos pectorales cubiertos de vellos, brazos musculosos y una hermosa verga. Se hincó delante de mí, me abrió las piernas y metió su cabeza en mi intimidad. Mientras esto sucedía, José me acariciaba los senos y me introdujo su deliciosa verga en la boca. Desesperada, mientras se la mamaba a mi marido, empecé a buscar con mis manos la verga de Daniel. Él se dio cuenta de lo que yo quería y se colocó de forma que pudiera acceder a ella. Así, en ese instante me encontraba en el cielo, con dos pitos dispuestos a darme placer sin límites. Empecé a imaginarme lo que vendría después mientras tenía mi primer orgasmo, producto del manejo eficiente de esa lujuriosa lengua.

Luego, Daniel y José se echaron, lado a lado en la enorme cama matrimonial, y me pidieron que les mamara sus miembros mientras ellos recorrían mi cuerpo con sus manos. Yo empecé a chupar esas bellas vergas alternadamente, a uno y a otro hasta que estuvieron a punto de venirse. Como yo no estaba dispuesta a que terminaran en mi boca, paré justo a tiempo.

Daniel me pidió que me pusiera de cuatro patas y, antes que me diera cuenta, me enterró su herramienta, por atrás, en mi lubricada vulva, de un tirón. Estaba sintiendo la verga de otro hombre dentro mío por primera vez en mi vida. Mientras esto sucedía, José se masturbaba y rociaba su leche en mi cara y pecho. Yo no sabía lo que me pasaba, los orgasmos se sucedían sin parar y yo gritaba y jadeaba como una perra en celo. Poco después, descansamos un rato y vino el turno de José. Cambiamos posiciones y mientras mi marido me fornicaba yo gozaba la verga del otro macho en mi boca. Y lo hicimos así, alternadamente durante muchas horas. Que maravilloso era tener dos hombres; mientras el uno trabajaba, el otro se recuperaba para seguir complaciéndome.

Más tarde, y después de un merecido descanso, Daniel nos propuso una doble penetración; encajarme su falo por el ano, mientras mi marido lo haría por la vulva. Acepté, con un poco de miedo, pues ese asuntito del ano no era algo que me atraía…pero la idea de sentir las dos vergas simultáneamente dentro mío sí me atraía.

Esta vez José se echó de espaldas en la cama, yo me monté a horcajadas sobre él, mirándolo de frente, mientras Daniel me lubricaba el culo con saliva y lo expandía metiéndome los dedos. Esta vez la penetración fue lenta y dolorosa. Estaba estrenando mi ano a una verga. Sin embargo, una vez que me excité de nuevo, empecé a gozar desesperadamente. Nuevamente tuve un clímax extraordinario. Dormimos un poco, ya amanecía, y Daniel se tenía que marchar. Nos despedimos muy cariñosamente de él y quedamos en concertar una nueva cita más adelante.

Esa es toda la historia. Pese a todo lo que gocé, jamás el trío se repitió, ni con Daniel ni con nadie. Ahora comprendo a mi marido, le estoy inmensamente agradecida y somos muy felices. Cuando hacemos el amor, a veces, recordamos ambas experiencias, pero sin celos ni reproches sino con lujuria. Jamás José me volvió a proponer hacerlo con otro hombre o mujer. Ni yo tampoco. Creo que en la repetición está el peligro. Soy una ferviente defensora del sexo entre dos amantes. Todo lo demás, tríos, intercambios, orgías, shows eróticos entre amigos etc. están bien como experiencia, pero no como hábito.