Primer encuentro

Nunca he tenido relaciones homosexuales, pero desde hace un tiempo que me excitaba cuando veía una gruesa verga en las películas pornográficas, en realidad, no es que sintiera ganas de ser penetrado por otro hombre, pero si me daban muchas ganas de tener aquellas enormes herramientas en mi boca y sentir su sabor.

En todas las ocasiones que veía mujeres chupando el carajo de un hombre, me imaginaba que era yo quién estaba entregado a esas tareas, y que era yo quién recibía en mi cara aquellas poderosas descargas de semen.

Pero lo que en realidad me calentaba mucho más, era ser una especie de sirviente sexual de una pareja, en donde yo me ocuparía de asistirlos cuando ellos tengan relaciones.

O sea, yo jugaría con mi lengua en los sexos de ambos, para excitarlos, y mientras ella era penetrada, yo lamería su conchita y las bolas del varón.

Lentamente, comencé a tratar de hacer realidad mis fantasías, contactándome con diversas parejas a través de Internet.

Fueron varias las ocasiones en que contestaron mis emails, pero nunca me atreví a seguir con el juego, hasta que en una oportunidad me contacté con una pareja de índole más dominante que las anteriores.

Después me enteré de que ellos eran en realidad una pareja de swinger y que gustaban de practicar el sado.

Yo vivo en provincia, por lo tanto me tuve que trasladar a Santiago, que era el lugar de encuentro acordado.

Para mi eso no representaba problema alguno, ya que normalmente viajaba a esa ciudad.

Este es el relato de nuestro primer encuentro:

Nos juntamos en un café del centro, tal como habíamos acordado, y desde el principio sentí que se produjo una cierta química entre mi persona y ellos. Sentía eso si, una mezcla de temor y ansiedad por las cosas que podrían ocurrir…, por las situaciones que podríamos crear.

En momentos tuve intenciones de echar pié atrás sobre lo que habíamos acordado, así que les conté que yo no tenía experiencia en sexo grupal, y mucho menos en relaciones bisexuales.

Esto, de acuerdo a lo que pude detectar no representaba ningún problema para ellos. Solo les pedí que fuéramos lentamente…, a mi ritmo. Ellos se mostraron conformes.

Bueno, los identificaré como Arturo, un hombre moreno de 40 años y de contextura gruesa, ligeramente obeso y de aproximadamente 1,80 mts.

Ella es Erica, una rubia menuda de 35 años, delgada y con un cuerpo muy bien formado distribuido en su 1,60 de estatura, su cara no era bonita, mas bien era la cara de una mujer severa y sus ojos grises demostraban su ascendencia alemana.

Salimos del café, y nos dirigimos a el departamento de ellos.

Este se encontraba en el barrio alto de Santiago, y me pude dar cuenta que este lugar no correspondía al nivel de vida que acostumbraban a llevar, ya que se notaba en la forma de expresarse que provenían de un estrato social mas bajo.

Eran comerciantes con un pasar económico sin sobresaltos, pero de ninguna manera con una amplia holgura económica.

A pesar de la edad de ambos, no tenían hijos, por lo que nos encontrábamos solos.

Tan pronto ingresamos al living, Arturo -con una desfachatez increíble y que mostraba su amplia experiencia en este tipo de situaciones- se sentó en un sofá con sus piernas muy abiertas y cogiendo a su mujer por las caderas la sentó sobre sus piernas, le sacó las tetas de la blusa y la manoseó sin importarle mi presencia.

Con muy pocas palabras abrió las piernas de su esposa y me miró indicándome con un gesto que me arrodillara delante de ellos. Yo obedecí, y seguidamente pude oír la voz de Arturo que ordenaba “excítanos…, has trabajar tus manos y tu lengua”

Me aproximé lentamente a las entrepiernas de Erica, y corrí hacia el lado su calzoncito blanco para dejar al descubierto una hermosa hendidura y unos finos rulitos dorados.

Emanaba un olorcito maravilloso y con todo cuidado, deslicé mi lengua para acariciar y chupar aquella exquisitez, hasta sentir que sus jugos lubricaban su conchita.

Me encontraba en esos menesteres, cuando Arturo la tomó por su cintura y la colocó casi cobre su barriga al tiempo que me ordenaba “soba mi verga…, sácala de mi pantalón”.

Sin ningún asomo de duda, bajé el zipper de su marruecos y desabroché su cinturón y el botón superior de su pantalón, para luego bajárselos hasta las rodillas.

Sobre su calzoncillos se dibujaba su enorme aparato, que parecía querer reventar la tela que lo contenía.

Bajé lentamente su slip y cogí entre mis manos aquella enorme herramienta.

Debía tener por lo menos 20 cmts., y su grosor era del diámetro de mi muñeca.

¡¡Era realmente enorme!! Gruesas venas recorrían el tronco de su morena verga que era coronada por una enorme cabezota, que se asemejaba a una gran ciruela. Sus bolas eran enormes y una mata de pendejos cubría todo aquel paquete.

Sus pelos bajaban desde su vientre y se convertían en una espesa mata al llegar a su carajo.

Por el ojete de su pico apareció una gota de líquido cristalino y emanaba el fuerte olor de su sexo. Estaba muy erecto, y tenía una ligera inclinación hacia su lado derecho. ¡Nunca había visto un pico con ese ¿defecto?!

¡Estaba caliente…, casi ardía entre mis manos!! Arturo seguramente se percató de mi admiración por su herramienta, ya que dirigiéndose a mi, me preguntó ¿te gustaría chuparlo?, y luego cambiando el tono de su voz, dijo “vas a tener que meterlo como puedas en tu boca”.

Yo le recordé que no me apresurara y que me dejara ir a mi ritmo… Le dije que en realidad me sentía muy excitado y que a ratos me daban ganas de sentirlo dentro de mi boca, pero que aún no me atrevía a hacerlo.

“Entonces, prepara mi verga con tus manos”, me dijo.

Yo lentamente inicié un sube y baja con mis manos en aquel aparato, y mientras me encontraba en ello, incliné mi cabeza para poder trabajar con mi lengua en la concha de Erica, luego me retiré y pasé por la palma de mi mano la húmeda cabezota del pichulón y lo apreté ligeramente para luego llevar mi mano casi mojada con los jugos de Arturo a mi boca y pasar mi lengua por ella ¡¡era la primera vez que sentía el sabor de otro hombre!! Era un poco amargo.

Abrí un poco la conchita de Erica y le encajé la herramienta de su marido. Ella se comenzó a mover como loca mientras yo me entregue a la tarea de besar y lamer su sexo mientras era penetrada por Arturo. El ambiente se comenzaba a poner realmente caliente…, la luz era muy tenue y sentí una de las manotas de aquel hombre empujando mi cabeza hacia abajo, hacia sus bolas.

No me resistí mucho, y con decisión baje con mi lengua acariciando el tronco de su verga, hasta llegar a sus enormes cojones.

Sus pendejos pinchaban un poco mi lengua, pero era tanto mi calentura que dejando de lado esas molestias, me dediqué a chupar con ganas sus bolas, recorrí varias veces con mi boca el camino desde sus pelotas, pasando por su tronco hasta llegar a la conchita de Erica.

La mujer comenzó a gritar con evidentes muestras de tener un orgasmo, y Arturo, luego de hacerla acabar, sacó su carajo de la concha de ella y me ordenó “pajéame…, hazme acabar con tus manos”.

Cogí nuevamente su enorme y mojada herramienta e inicié una violenta masturbación en ella, pude sentir que iba a acabar porque sentí que sus piernas se tensaban, y enormes chorros de semen salieron disparados de su pichulón, para alojarse en su vientre, sus pendejos, la conchita de Erica y sus hermosos rulitos dorados.

Mis manos quedaron llenas de aquel liquido blanquecino y pegajoso, y las limpié con una toalla que estaba al lado del sofá, luego cogí un buen pedazo de papel higiénico y limpié primero la conchita de Erica y luego con otro trozo de papel el carajo de Arturo, teniendo especial cuidado de retirar el semen que se había alojado en sus bolas y también el que se había deslizado hasta su peludo culo, mientras podía escuchar sus comentarios al decir “ah, que sirviente mas puto eres, sin duda vas a terminar haciéndome una buena mamada”.