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Electrizante visita

Electrizante visita

Hace años venimos teniendo la misma fantasía con mi esposa Lorena, hacer un trío con otro hombre.

Hasta el momento, nos había frenado el miedo a que esto trascienda en nuestro medio – vivimos en una pequeña ciudad de Sudamérica -, y por supuesto, el no encontrar a alguien que cumpla tácitamente los requisitos para compartir la cama entre tres.

Por mi parte, especulaba que aquel hombre digno de intimar con mi esposa reúna algunos requisitos: discreto, limpio, fino y de buen físico, pese a que yo no soy ningún adonis.

Ella pensaba lo mismo, pero en nuestras fantasías, me decía que quería un hombre con una verga gruesa, no importaba si grande o pequeña, pero ancha; capaz de arrojar mucho semen.

De más está decir que ante estas confesiones, que ocurrían mientras hacíamos el amor, generalmente era yo quien la llenaba en ese mismo momento de leche.

El tiempo pasaba y no aparecía ante nosotros oportunidad alguna de hacer realidad nuestros sueños.

Hasta que un caluroso fin de semana, ocurrió algo que nos cambió la vida.

Estábamos durmiendo la siesta, cuando de pronto, tocan el timbre de nuestra casa. Salí medio dormido y al abrir la puerta, encuentro a un joven de unos diecisiete años, ofreciendo sus servicios de electricista a domicilio.

La primera impresión que me causó, fue la de ser un universitario buscando generar dinero para pagar sus estudios. Era apuesto, de buen físico y aparentaba una pulcritud desde su vestimenta hasta en sus modales.

Lo hice pasar pese a que en mi hogar nada necesitaba reparación.

Le sugerí que se sentase un momento en el living mientras le preparaba un refresco y urdía algún plan para sorprender gratamente a mi esposa.

En un minuto, le alcancé una soda con hielo y le pedí que me espere unos minutos.

Subí rápidamente a mi dormitorio, el cual se encontraba en penumbras, y observé que Lorena dormía plácidamente.

De espaldas en la cama, totalmente desnuda, dejaba apreciar su redondo culo, apenas coronado por una mata de pelo rojizo que le salía desde su entrepierna.

Con mucho cuidado, le abrí aún más sus piernas.

Ahora se podía ver su concha, con los labios inflamados y totalmente mojada, seguramente, producto de algún sueño que estaba teniendo en ese mismo momento.

Aprovechando la situación, clavé mi cara en su culo y empecé a meterle la lengua en el ojete, haciendo un mete y saca profundo.

Semidormida y sabiendo de mi presencia, Lorena abrió más sus nalgas con las manos.

Rápidamente me arrodillé y le enterré mi pija en la concha, la bombeé unos segundos y le dije al oído:

“Espérame que enseguida regreso”.

Bajé las escaleras y regresé al living.

El joven, que se llamaba Sergio – ya se había tomado el refresco.

Sin dudarlo, le dije:

– Mira, el aire acondicionado de mi dormitorio está haciendo un ruido extraño.

¿ Podrías repararlo ? – Sí, señor. No hay inconveniente.

– Pero te pido un favor – le respondí -. Mi esposa está allí durmiendo. trata de no hacer ruido, ¿ está bien ? – Perfecto.

Subimos lentamente y lo hice ingresar al dormitorio.

Casi muere de susto el muchacho, cuando vio a mi esposa de espaldas desnuda en la cama.

Lorena había acomodado las dos almohadas debajo de su vientre, para elevar su culo y así facilitar mi penetración.

Lo que ella no imaginaba, es que ahora, alguien más la estaba contemplando sin decir palabra alguna.

La primera reacción de Sergio fue retirarse avergonzado de la habitación.

Lo tomé del brazo, le hice con mi mano un gesto de silencio y le pedí que observara.

Frente a él, en el más profundo silencio, me bajé el short, saqué mi camiseta y comencé a meterle tres dedos en la concha a Lorena, quien empezó a gemir y comenzó a mover acompañando el ritmo de mi mano.

Mientras tanto, Sergio miraba con los ojos abiertos, ostentaba una erección elocuente y masajeaba su pija por encima del pantalón.

Haciendo gestos le pedí que se quite la ropa y acerque a la cama.

Mientras tanto, aproveché la posición de Lorena y también le metí dos dedos en el culo.

Cuando me quise dar cuenta, el muchacho estaba parado a mi lado, viendo como mis dedos llenaban ambos huecos de mi esposa.

Pero la gran sorpresa fue comprobar que nuestro anónimo visitante, tenía una pija muy particular, calculo de unos 10 cm. de largo, pero unos 6 cm. de grueso.

Parecía un pequeño puño lleno de venas y con una cabeza roja e hinchada.

Lo agarré de la mano y atraje hacia a nosotros sin mediar palabra. Él pareció entender cuál era el juego.

Trepó despaciosamente en la cama, se agachó y apoyó la cabeza de su pija en la concha de mi mujer.

Yo saqué un pañuelo de seda que tenía en la mesa de luz, y vendé los ojos a Lorena, quien en su sopor no opuso resistencia.

Luego me acomodé delante de ella y a mi señal, Sergio enterró su pija hasta el fondo, y yo le metí la mía en su boca semiabierta. Lorena, sin saber lo que ocurría, comenzó a menearse como poseída.

Prácticamente, se tragaba mi pija hasta los huevos, y levantaba su cuerpo como para que le entren hasta el fondo los huevos de nuestra ocasional visita.

También muy excitado, Sergio le agarró las caderas y acompañó cada uno de los movimientos.

Habremos estado en esa posición unos diez minutos, el muchacho le había vaciado su leche en la concha una vez, y sin sacarla seguía cogiéndola, pero yo me estaba reservando para el plato final.

Acostándome boca arriba en la cama, agarré a Lorena – aún vendada – y la puse encima mío, llenando su concha con mi pija.

Al apoyarla encima mío, un borbotón de semen caliente cayó en mis piernas, parecía que el joven electricista hacía tiempo que no eyaculaba.

Una vez con mi esposa encima, Sergio entendió su papel y luego de lamerle el ojete a Lorena, le enterró sus diez centímetros en el culo.

Ella gritó un poco, pero luego, adaptándose al grosor de nuestro amigo, nos regaló un compás apasionado de sexo y placer.

En esa posición, Lorena tuvo cinco orgasmos seguidos.

Sergio y yo, acabamos juntos en su tercer orgasmo.

Ella estaba totalmente empapada en sudor y jadeante. Todos estábamos rendidos ante semejante sesión amatoria en penumbras.

Finalmente, Sergio agarró su ropa y en silencio – como había llegado – se retiró.

A los pocos minutos, Lorena se acostó a mi lado, botando leche por sus dos agujeros.

Se quitó lentamente el pañuelo de seda y abrió sus ojos.

Aún en la oscuridad, estaban más radiantes que nunca.

Mirándome fijamente, se pasó una mano por el culo, agarró un poco de leche de su ojete en su mano, la lamió y me dijo:

– Gracias. Nunca lo voy a olvidar.

Y nos dormimos hasta el otro día.

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