Plano inclinado I

Soy una mujer de 31 años, casada hace 8, tenemos una hija, hermosa, de 7, mi marido es profesional, de muy buen cuerpo y súper seductor, él tiene 34.

Nuestra vida de casados, hasta ahora, había sido muy buena. Eduardo era cariñoso conmigo y Luciana, muy comprensivo y muy inteligente. Compartíamos todo y nuestras vacaciones eran un viaje al paraíso. Me sentía completa, satisfecha de la vida, sin sobresaltos ni imprevistos, todo iba a las mil maravillas.

Pero hace poco comenzó un cambio en mí, no sé cómo ni por qué, mi comunicación con Edu era fantástica, siempre apoyando mis proyectos, acompañándome en mis ilusiones y demostrando su amor por mi en los mas mínimos detalles. Siempre me hizo sentir una reina, mimada y atendida.

Sexualmente, mi relación era muy buena, con muy pequeños altibajos, pero siempre me atendió de la mejor manera. En estos años, si bien mi experiencia previa al matrimonio no era muy extensa, fuimos probando de todo. Nunca me forzó a realizar algo que no quisiera o deseara.

Me encantaba el sexo con Edu, sobre todo cuando él estaba descansado y «conectado», cosa que le pasaba muy seguido. Mi vida se desarrollaba de manera tranquila, con las «obligaciones» típicas de una «señora» de la casa, preparaba los alimentos, me encargaba de nuestra hija, las compras, etc. Y siempre tenia tiempo para mis cosas.

Me dedicaba a estudiar (me encanta cualquier actividad intelectual) y a mi físico. Acomodando los horarios, tenia tiempo suficiente para, por la mañana estudiar y por la tarde concurrir al gimnasio. Fue allí donde comenzó mi cambio. No era que me encontrara insatisfecha, muy por el contrario, ni dinero nos faltaba y no tenía carencias, mucho menos afectivas.

Cierta vez, charlando con las compañeras de turno del gimnasio, hablaban de lo bien que el instructor se había cogido a dos o tres de las chicas, de lo bien que lo hacía, cómo chupaba la concha, el pedazote que tenía y lo bien que lo manejaba.

Hasta ese momento era para mí un chico más, de los que habitualmente rondan alrededor de una, soy muy linda de cara, alta, castaña, ojos grandes y una figura muy bien puesta, gracias al gimnasio. Nunca había reparado en él como hombre, era para mí un profesor de gimnasia y nada más. La conversación despertó en mí, lo que creí era simple curiosidad, pero luego me interesé más en el tema.

El café entre las chicas, luego de la clase de gimnasia, era como siempre, momento para hablar de los hijos, moda y demás temas intrascendentes, pero ya tenía otro tema en la mira: saber más del famoso asunto del profesor.

Me acerqué a una de las involucradas, Silvia, 35 años, una hermosura, la que no era de mi grupo por considerarla superficial y vacía. Al principio ella estaba como cortada conmigo, nunca le había prestado mayor atención, y de pronto «la seria», como me decían, trataba de ser su «amiga». No tardó en largar su lengua, sólo bastaron dos cafés, me contó que su marido, comerciante de mucho éxito, no la satisfacía como ella quería, que tenía amantes, que se la cogía para cumplir (uno, dos y ya está), que se quedaba con él porque económicamente le convenía y que Marcelo (el profe) no era el primero en satisfacerla sexualmente (había tenido unos cuantos amantes). No le costaba nada llegar a su casa, después de una agitada tarde con Marce y, después de besar a su marido e hijos, correr al baño para lavarse lo que él le había dejado en su concha y culo (que dicho sea de paso, como lo refirió Silvia, era un estupendo enculador).

Silvia estaba encantada con su doble vida, por un lado la súper señora y por otro la puta más promiscua. Analicé su historia de insatisfacción permanente y la eterna búsqueda de algo que difícilmente encontraría de esta manera.

Evidentemente Silvia no se parecía a mí ni en el blanco de los ojos, no sólo por su situación personal, sino por su personalidad. No entendía cómo permanentemente vivía necesitando un amante, cómo compulsivamente recurría a terceras personas y adicionalmente negando esa necesidad, ese afán de tener dos vidas como una naturalidad, como si nada sucediera, como si fuera la única forma de vivir.

Lo que hablamos con Silvia me dejó pensando un tiempo, mientras tanto seguí yendo al gimnasio. Comencé a mirar a Marce con ojos inquisidores. ¿Qué tenía para que las mujeres lo buscaran?. Era lindo, joven, con un cuerpo divino, muy seductor, mezclaba un perfume dulzón con el olor que la actividad física producía. Atraía su masculinidad. Pero luego de eso no me producía ningún efecto.

Tenía un hermoso bulto (se notaba debajo de las mallas que usaba) y sus movimientos eran casi felinos. Me sorprendí pensando en él, en casa, mientras hacía mis cosas.

Cierta noche que Edu y yo hacíamos el amor de una manera hermosa, cariñosa y muy dulce, comencé a pensar en él. Mi mente me jugaba una broma o ¿qué?. Dejé la cierta pasividad que tenía para comenzar a pedirle a Edu que me tratara con más brusquedad, que me hiciera sentir de otra manera.

No soy de decir groserías, pero no me pude contener: Vamos… metémela hasta el fondo… más… más… hazme sentir más… dale hijo de puta… metémela hasta el fondo yaaaaaa.

Edu se sorprendió, pero hizo lo que le pedía. Tiene un buen pene, bien largo y grueso, nunca hizo falta que le pidiera más, él solo sabía cómo dosificarlo, hasta cierto punto se cuidaba de no ser muy brusco para no lastimarme.

Pensar en Marcelo me hizo calentar a niveles nunca sentidos, le puse las piernas sobre los hombros para que me clavara sin compasión (lo sentía llegar al fondo de mi vagina y estirar los ligamentos). Me puse en cuatro y le pedí que me lo enterrara por detrás, Edu no se hizo rogar y ya la extrañeza había dejado lugar a la lujuria. Me abrió las piernas y con las manos me separó los cachetes del culo, apuntó su preciosa verga y me clavó de un empujón. Me llegó tan profundo que lancé un grito de dolor, me había hecho daño, el muy pelotudo.

Se lo dije con mi «nuevo» vocabulario: Hijo de puta, me estás matando… me estás reventando… me duele boludo… para… para… nooooo… no… dale… dale más… más fuerte… siiiiiii… hasta el fondo… siiii… asiiiiii…. me corro… acabo hijo de puta… me haces acabarrrrrr… más… más fuerte…

Llegué a un orgasmo infinito, si bien soy de tener muy buenos orgasmos (Edu se ocupa de hacérmelos disfrutar), no paraba de tener contracciones, sentía cómo la pija de Edu resbalaba en mi concha y hacía un ruido raro por los jugos que había segregado. Él no había acabado y yo quería más guerra. Me incorporé y tiré a mi marido sobre la cama, me apoderé de su pija y la empecé a chupar.

No era algo que hacía a menudo pero la tenía rica. Me la quise meter hasta el fondo pero no me entraba. Estaba enloquecida, trastornada, ni yo entendía qué me pasaba (en ese momento no tenía noción de qué era lo que estaba haciendo).

Le solté la pija y con sus jugos en mi cara le di un beso de lengua lo más profundo que pude. Le dije: Guacho… hijo de tu puta madre… me vas a romper el culo… con esa pija infernal que tenés… me la vas a meter hasta los huevos… quiero que me partas en dos… vamos boludo… qué esperas… que se lo de a otro… escupime el orto y enterrámela de una vez… dale… apúrate…

Edu me miraba, pero él también estaba súper caliente, más con mi nueva faceta, que había salido a la luz como una explosión. Me puso boca abajo con una almohada bajo el vientre, me quedó el orto bien arriba y yo ayudaba quebrando mi cintura, puso sus piernas a los lados de mi cuerpo y con la lubricación que trajo de mi concha y un poco de saliva, me mojó el agujero.

Lo habíamos hecho muy pocas veces, no es que no me gustara, pero no me producía tanto placer como por la concha, y aparte, como la pija de Edu es muuuuuy respetable, las pocas veces que lo hicimos me dolió el culo por unos cuantos días.

Con una mano se apoyó en la cama y con la otra se agarró la pija y la apoyó en mi agujero. Cuando estuvo en posición me dijo: Abrite los cachetes, que te la voy a poner hasta los huevos, puta barata (lo había puesto muy caliente ya que él también es de no decir groserías).

Con la cara hacia un lado, me abrí las nalgas lo más que pude, casi hasta lastimarme, sentía que mi culo se abría solo y latía esperando la pija. Cuando sentí su cabeza cosquilleándome, no pude más y le grité: Dale tarado… qué esperas… enterrámela de una puta vez… méteme esa mierda de pija que tenés… aprende a coger de una puta vez y rompeme el orto, hijo de puta…

Para qué lo habré dicho, me la enterró sin ningún miramiento, sentí cómo la cabeza besó mi agujero y comenzó a penetrar sin esperar la dilatación, más que una pija parecía un cuchillo que me estaba ensartando. El dolor me llegaba hasta la punta de los dedos, en un momento solamente apoyaba en la cama mi vientre, el resto estaba arqueado, hasta lo levantó a Edu.

Él siguió haciendo fuerza y se dejó caer con todo su peso en mi orto. Sentí su grueso pedazo cómo me separaba y llenaba el recto y más allá. Yo seguía abriéndome las nalgas lo que posibilitó que cuando se detuvo la tenía encajada hasta los santos huevos, y se quedó quieto un momento. Buscaba el aire, no me alcanzaban los pulmones, el grito lo ahogué con una almohada (que casi rompo). Me sentía llena, repleta, me dolía el culo y el vientre, estaba cubierta de un sudor frío, lo sentía en mi espalda y el cuello.

Edu se afirmó en la cama y comenzó a sacarla lentamente. Cuando lo tuvo casi afuera lo volvió a enterar. Comenzó un vaivén que me enloqueció. Qué gusto lo que sentía, mi culo se abrazaba a su miembro deliciosamente. Me tuvo en un orgasmo continuo, no sé qué dije o hice, pero luego de que Edu me llenara el recto de leche, se retiró lentamente y me beso muy suave. Volvíamos a ser los mismos.

Luego de higienizarnos, nos acostamos nuevamente y, ya algo más calmados, Edu me preguntó qué me había pasado. Fue la primera vez que le mentí, le dije que él me había excitado y que lo había deseado como nunca. Me miró y no dijo nada, me besó nuevamente y abrazados se adormiló.

Por la mirada de mi marido sospeché que no le convenció, lo conocía muy bien, su expresión era de extrañeza, no de sospecha, pero algo evidentemente no encajaba. ¿habría dicho algo que no recordaba?. Con esa duda me fui relajando hasta que me dormí.

2

Me desperté muy tarde, como con resaca, me dolía la cabeza (y el culo). Me encontré una nota de Edu que me informaba que él había preparado el desayuno a Luciana y que se encargaría de llevarla al colegio y que por favor fuera a buscarla ya que él no podía, como firma lo de siempre: «Tu amor».

Me causó sabor amargo, yo no había hecho el amor con mi marido, había cogido con Marcelo. No entendía mi actitud, ni por qué actúe o me dejé llevar de esa manera anoche. Me sentía una puta, si bien alguien dijo que en una relación de pareja siempre hay un tercero, aunque sea en el pensamiento, nunca me había pasado. Amaba a Eduardo, lo deseaba y necesitaba como persona, era mi contra parte. No me imaginaba sin él.

Entonces… ¿a qué se debía la aparición de este tipo?.

No concurrí a clases, no estaba de animo, me preparé un baño de inmersión bien caliente. Permanecí hasta que el agua se fue enfriando, me sequé y me acosté nuevamente. No podía poner en orden mi cabeza. Para alguien estructurado como yo, esto no debía pasar. Tenía sentimientos encontrados, quería estar con Edu, besarlo, acariciarlo pero la visión de Marcelo me inquietaba y desequilibraba mis emociones. Traté de racionalizar la situación: ¿Cómo una persona, poco menos que desconocida, podía desequilibrar toda una sólida estructura hasta hace muy poco?. ¿Tenía carencias no reconocidas?. ¿Estaba insatisfecha?. ¿Habría otra razón oculta?. No lo sabía.

Opté por suponer que había sido algún juego mental, influenciado por la imagen del instructor y quizás los comentarios de las chicas del gimnasio y la conversación posterior con Silvia.

Fui a buscar a mi hija y almorzamos juntas, sus cositas me distrajeron y decidí tampoco ir al gimnasio ese día. Al principio la tarde se hizo agradable pero con el correr de las horas comencé a inquietarme sin saber la razón. Estaba nerviosa (hasta le grité a Luciana), no me soportaba ni yo misma. Cuando llego Eduardo lo recibí fríamente y enojada.

Él se puso cómodo y se sentó conmigo en la cocina mientras terminaba la cena. Me preguntó cómo había pasado el día y le contesté con un gruñido. Edu prendió un cigarrillo (nunca lo hace antes de comer) me miró serio y me dijo: «No te parece que tendríamos que hablar». Le conteste: «De qué tema querés hablar». «De vos», me contestó. «¿De mí?, si no me pasa nada». «Ayer te comportaste de manera algo distinta que de costumbre». «Estaba muy caliente». «No al principio». «Es que me pusiste la concha al rojo». «Gracias, pero no creo que haya sido yo».

Me dejó helada, me temblaban las manos y la mandíbula.

«P… p… pero… qué decís». «Hasta me cambiaste el nombre». «¿Q… q… que y… yo… te cambie de n… nombre?». «Sí». «Qué de pelotudeses decís». «No sólo el nombre, sino que te estas expresando distinto». «Basta de interrogatorios, no quiero escucharte más», no sabía cómo salir de esto y me hice la ofendida. Si hubiese estado centrada sólo tendría que haberlo explicarlo de la manera como había sucedido y el tema se hubiese agotado. Pero al querer disimularlo lo compliqué mucho más.

Sólo Luciana cenó, Edu se refugió en su estudio y yo en la cocina. Qué boluda había sido, caliente como estaba, cuando cogimos anoche, evidentemente, debo haberlo nombrado (¿más de una vez?).

Eduardo no es tonto, lo había dejado pasar para hoy, sin la carga emocional luego del coito. Quería hablarlo conmigo para entender qué me había pasado, que le explicara qué me había ocurrido. Lo único que logré fue embarrarla más.

Decidí terminar el tema y fui a su estudio. Él estaba sentado en su sillón mirando nada. Me escuchó entrar pero no se movió.

«¿Estás enojado?», le pregunté. «¿Tengo que estarlo?». «Sinceramente no sé de qué me acusas», dije altiva, con ganas de guerra. «Precisamente eso, de no ser sincera».

La estaba embarrando peor, a Edu es muy difícil ganarle una discusión (y menos si tiene la razón), sus argumentos son irrefutables y te ataca con tus propios dichos, yo ya había renunciado a discutir con él.

«Qué querés que te diga, Edu». «¿Tenés que decirme algo?». «No… no hay nada que decir, no me acuerdo qué dije o cómo lo dije, y me parece que estás haciendo mucha historia por una nimiedad, un nombre que ni me acuerdo, ni existe… no sé…». «Te parece una nimiedad que mientras te estoy haciendo el amor te retuerzas y acabes como nunca lo habías hecho llamando y deseando a otro». «Edu yo nunca te he sido infiel». «Lo fuiste anoche». «Dejate de joder… ese Marcelo no existe, te habrá parecido, no sé quién… me volvés loca», dije gritando histérica, ahora creo que la explosión fue por toda la energía contenida. «Rosi… yo nunca dije que el nombre sea Marcelo».

Llorando me fui a la habitación, me tomé un Lexo 6 y me acosté. No quería verlo, mucho menos hablar con él. La situación se había complicado demasiado, no había llevado la conversación como era debido, tenía que haberle dicho cualquier cosa y chau… decirle cualquier tontería… mentirle…

Pero… otra vez cometía el mismo error, creer que con mentiritas confundiría a Edu, el daño estaba hecho y tendría que remediarlo rápido. Había metido la pata hasta el fondo y Edu me había descubierto. Mañana sería otro día.

3

Me desperté pasadas las nueve, otro día sin ir a la Facultad, me encontré una nota de Eduardo que me informaba que nuevamente había preparado el desayuno a nuestra hija y que por favor pasara a buscarla por el colegio. La firmaba Eduardo, había prescindido de «Tu amor», me dolió muchísimo, me lancé a llorar desconsoladamente.

Pasé a buscar a Lu por el colegio y hasta ella me preguntó qué me pasaba. Le contesté que me dolía la cabeza. Por la tarde llevé a Luciana a sus actividades y quedé con una madre que se ocuparía de retirarla para llevarla, junto con sus amiguitas a un cumpleaños, por lo que me comprometí a buscarla a las 20,00.

Toda la tarde para mí, me cambie y fui al gimnasio. Las rutinas de aeróbic, y luego la serie de aparatos. Marcelo estaba reemplazando en aparatos, así que él fue quien me marcó la rutina y me apoyaba con instrucciones. Fue la primera vez que cruzamos más de dos palabras, y me gustó, me fui relajando y dejando que la actividad fuera descargando mi tensión.

Marce era un pícaro, me decía cómo poner la colita y me daba pequeños chirlitos, al principio no me gustó pero observé que lo hacía con todas (en especial con algunas, Silvia entre ellas) y todas encantadas.

Cuando hacía pectorales se colocó delante y comenzó a marcarme la respiración, debería estar haciendo algo mal, porque Marce puso sus manos a los costados de mi tórax, tocándome las tetas por fuera y me decía cómo sincronizar los movimientos. Me miraba a los ojos y yo le devolví la mirada, como sin darse cuenta, acudiendo a un llamado (qué inoportuno) me pasó sus manos descaradamente por sobre los pezones, que parecían monolitos. Toda la clase recibí atención especial por parte de Marce, con sus rozamientos, tocamientos y miraditas me puso caliente como una pipa. Se notaba mi humedad por entre la lycra, por suerte llegó la hora de la ducha y pensé que me apagaría un poco, pero no fue así.

Quedamos en tomar algo en el bar del gimnasio ya que llovía, y a los 20 minutos éramos 4 charlando de sus cosas. Silvia hablando de un vendedor de artículos para el hogar que conoció al ir a comprar un nuevo refrigerador; Alicia tenía a su suegra por un mes conviviendo con ella; Romina no sabía si dejar de tomar las pastillas anti o esperar que el forro de su marido la llevase al Caribe como le venía prometiendo desde hacía dos años.

Al rato llegó Marce y las chicas lo invitaron a la mesa, él se sentó a mi lado, como la mesa ya quedaba chica tuve que «soportar» la pierna de él pegada a la mía y cómo, en el calor de la conversación, la mano de Marce se apoyaba en mi rodilla como sin querer. Cerca de las 19,00 y mientras Marce no sé qué estupidez me decía al oído, vi la cara de Silvia palidecer, parecía que se iba a desmayar, yo riendo a carcajadas le pregunté si le pasaba algo o había visto a su marido. Ella me contestó que no, que el marido era el mío. La que casi se desmaya fui yo, me paré como por un resorte para no dejar que se acercara a la mesa, pero ya era tarde. Edu estaba sobre mí (nunca más me siento de espaldas a la puerta).

Me tomó tan de sorpresa que sólo atinaba a tartamudear, Silvia, que conocía a Eduardo, luego de saludarlo, vio la situación tensa y quiso ayudar, para que… fue presentando a todos los de la mesa, cuando llegó a Marce, yo miraba al piso como si fuese la culpable de todos los crímenes de la humanidad, por el rabillo del ojo pude distinguir que Edu acusó el nombre.

Muy correcto, me tomó del brazo y separándome del grupo me dijo que mi celular estaba desconectado (con los despelotes me había olvidados de recargarlo), y quería saber de Lu, ya que había ido a buscarla y ya no estaba.

Como pude le expliqué y le dije que yo pasaría a buscarla, mientras la mirada de Edu me perforaba, estaba pálido, y si bien la situación no pasaba de seudo comprometedora, todos los acontecimientos estaban en mi contra. Histérica y enojada en casa y a carcajadas en el gimnasio, un Marce inexistente a uno de carne y hueso como por arte de magia y lo de menos, pero con la suma de acontecimientos, no menos importante, los cuchicheos de Marce en mi oído que me hacían reír.

No dijo palabra, cortésmente se acercó al grupo y se despidió de todos, uno por uno, a Silvia le mandó saludos para su marido, a Alicia y Romina les besó la mejilla y a Marce le preguntó como al pasar, que cómo me trataban las chicas, el muy hijo de puta debería estar acostumbrado a este tipo de situaciones ya que le contestó con mucha naturalidad, que desde hacía un año que trabajaba allí y todavía no lo habían mordido. Del supuesto chiste no se rió ni el propio Marce. Edu dio media vuelta y se retiró sin saludarme. En un día las cosas se habían complicado de una manera inconcebible. Silvia se dio cuenta que algo grave había pasado y me sugirió ir al tocador a retocarnos el maquillaje. Lo primero que me dijo fue: «¿Qué pasa Rosi?».

Rompí a llorar como una adolescente y le conté todo, de pe a pa. Silvia me escuchó atentamente y sólo dijo: «Qué embrollo por nada, ¿por qué no dejas que las cosas se enfríen un poco?».

Le contesté que con Eduardo las cosas no se iban a enfriar hasta que agotara el asunto. «Entonces decile que te deje de joder, que ya sos grande para que te ande controlando y que vos sabés lo que tenés que hacer».

Lo de Silvia no me convencía, eso podría funcionar con su marido pero no con Eduardo, tendría que convencerlo que todo esto no era más que una suma de errores y malentendidos. Me quedé otro rato en el bar y Marcelo se ocupó de mí haciéndome relajar un poco toda la tensión acumulada. En realidad era agradable y no me disgustaba estar con él.

Cuando llegué a casa estaba Edu en su escritorio, lo saludé y le pregunté por Lu, Eduardo se levantó, ni me miró y salió de la casa, no entendía nada, hasta que recordé que tenía que haber recogido a mi hija y no lo había hecho. Si había que darle un premio a la estupidez, yo ganaba hasta el premio consuelo.

Salí corriendo detrás de Edu, pero él ya salía con su auto, tomé el mío y me dirigí a buscar a Lu, cuando llegué, la madre de la amiguita de Lu me dijo (de muy mala gana) que mi marido ya la había retirado hacia unos minutos y, si había una próxima vez, que por favor respetase los horarios. Encima la hija de puta me decía que era una mierda de madre.

En casa ya Eduardo había acostado a Lu, que estaba rendida y mañana tenía colegio. Me sentí inútil y desplazada, le pregunté a Edu si quería cenar y me contestó que no. Me serví un vodka con naranja y me senté en el living, tenía que ordenarme, acomodar los acontecimientos, estaba sobrepasada.

Después del segundo trago fui a buscar a Edu a su escritorio y no estaba, se había acostado y dormía. Me duché y también me acosté, quizás mañana sería un mejor día.

3

Me desperté… estaba sola. Ya Eduardo había llevado a Lu al colegio y él se habría ido a trabajar. Eso lo deduje por los restos de alimentos acumulados en la cocina. Me preparé el mío y decidí prepararme para ir a la facultad. Aunque no estaba de animo tomé mis notas y salí para allá. Legué tarde y me senté en el fondo. La instructora de turno hablaba y hablaba, y yo ni sabía de qué carajo hablaba.

Me harté en 10 minutos, tomé mis cosas y me fui, camino al bar decidí ir al gimnasio. ¿Por qué?. Y mucho mejor: ¿para qué?. Llegué rápido pero en el turno de la mañana no había gente conocida, me di cuenta que no había traído mi ropa, así que me dirigí al bar. Detrás de un café comencé, por enésima vez, a tratar de encontrar la punta de la madeja de este lío infernal en el que estaba metida.

Contradicciones y más contradicciones, me hundía como el Titanic en un mar de contradicciones. ¿Por qué no hablaba con Edu y aclaraba todo?. Él comprendería que me había dejado llevar por una fantasía (¿fantasía?), y que desafortunadas coincidencias habían obrado en mi contra. Sí, claro, todo muy bonito, pero Eduardo es Eduardo, se que me ama tanto como a nuestra hija, pero yo había cometido el más grave error: le había mentido. El resto lo intelectualizaría de la mejor forma, pero yo lo sabía, la mentira era lo único que Edu no soportaba, hasta diría que tenía un rechazo visceral a ella. Podría decirle lo que él quisiera escuchar, pero le había fallado. Sería muy difícil recuperar su confianza. Eduardo pedía lo que él daba con creces.

Estaba en mis cavilaciones cuando una mano cálida me tomo de la nuca, como acariciándome, y lentamente hizo girar mi cabeza para recibir en la comisura de mis labios, un beso más largo que para dos amigos. Cuando pude enfocar la vista vi que era Marce.

Muy sonriente me preguntó que hacía por aquí, por la mañana, que no era mi horario habitual. Me dijo: «Seguro que me extrañas tanto, que necesitas verme hasta por la mañana».

Me sonreí también, (la caricia en la nuca habían erizado mis vellos), le mentí que no tenía clases por no sé qué causa y había decidido venir de paso a mi casa, que cuando estaba aquí me di cuenta que no tenía ropa, por lo que no me cambié y decidí aumentar mi dosis diaria de cafeína.

Nos reímos los dos, y me contó que estaba remplazando a un compañero sólo por esta semana, que por la mañana no había casi actividad, que utilizaba el tiempo para la limpieza, etc., etc., etc.

Me miró serio y me pregunto: «Rosi, sé que es algo personal, pero ¿tuve algo que ver con lo de ayer?». «No Marce, vos no tenés nada que ver, es un problema de pareja». «Te puedo ayudar en algo». «No, gracias… pero ¿vos sabes hacer masajes?». «Soy el mejor masajista de este lado de la galaxia». «No… en serio… estoy toda contracturada, me duele la cintura y el cuello». «Será un placer darte el mejor masaje para la mejor alumna que tengo». «Pero no tu preferida… ¿no es cierto?». «Si lo decís por las que me llevo a la cama, te digo que más que yo son ellas las que me llevan, más de una vez me han, literalmente, violado».

Su sinceridad me gustó, y lo que decía tenía su verdad, yo sabía lo que comentaban las chicas (Silvia, por ejemplo).

«Pero Marce, no tengo ropa». «Para los masajes no necesitas ropa, te diría que al contrario». «Me da algo de vergüenza». «¿Qué cosa?». «Es que no hay nadie, vos tenés otras cosas que hacer… no sé, mejor me voy». «A qué tenés miedo, Rosi». «¿Yo miedo?… no va a ser a vos, seguro». «Yo también creo que no me tenés miedo, pero ¿vos te sentís segura?». «¿Segura de qué?». «De vos». Este hijo de puta me había estado observando desde hacía mucho, y había podido tener una imagen de mí mucho antes que yo me diera cuenta de su existencia. Me sorprendió su capacidad de análisis, o ¿tendría que interpretar que yo le despertaba algo y por eso me estudiaba tanto?.

Me dije: «Rosi déjate de joder y disfruta un poco, total nadie me ve y estoy muy cómoda con este chico». Le cambié la conversación, le dije: «Cómo hacemos, por lo de la ropa pregunto». «Supongo que tendrás puesta una tanga, por el sostén no te preocupes, te doy una toalla». «Tenés soluciones rápidas para todo». «Para todo… para todo… «, y con una sonrisa picara, me rozó los labios.

Me puse colorada y cuando iba a reaccionar, él ya se había levantado y me decía: «Te espero abajo».

Otra vez se me erizaron los vellos, pagué y me dirigí al subsuelo. Allí estaban instalados todos los equipos auxiliares: sauna, camas solares, salones de masajes y los vestuarios y duchas de los empleados. ¿Qué iba a hacer si Marce se me tiraba?. Alguna insinuación tendría que frenar. ¿La querría frenar?. Pero si yo tenía una vida sexual satisfactoria. Satisfactoria ¿hasta donde?. Otra vez las contradicciones. Me estaban volviendo loca. Llamé a Marce cuando descendí las escaleras, él apareció con un pantaloncito de lycra, de los que se usan para actividades físicas y una remerita un talle más que el correspondiente. Estaba divino, se le notaba un buen paquete.

¿Qué mierda me pasa por la cabeza?, me pregunté. ¿Ahora estoy midiendo la verga de mi instructor?, realmente creo que si seguía así tendría que recurrir a un psicólogo. Estaba ralladísima.

«Rosi… Rosi… ¿estás bien?».

Marce me preguntaba, me había estado hablando y yo totalmente perdida.

«Si, si… ¿dónde me cambio?». «Podés usar mi casillero para dejar la ropa, ya te traigo una toalla».

Me desvestí, guardé mi ropa en el casillero, y lo esperé sentada. Tomé un cigarrillo de los de Marce y lo encendí. Hacía años que no probaba uno, desde la secundaria. Me quedé dando pitadas profundas y sintiendo el ardor, casi agradable, que producía el tabaco en mis pulmones.

Llegó Marce, vi que sus ojitos brillaban, no era lo mismo una mina en lycra que en sostén y tanga. Para colmo eran de las de hilo dental y negra (me había costado 50 dólares el conjunto) y todavía conservaba el bronceado. Debería estar dando una buena imagen si tenemos en cuenta que el bulto de Marce había crecido.

«Te vas a quedar babeando toda la mañana o me vas a masajear un poquito», dije entre desafiante y seductora.

Pero ahora resulta que te lo querés levantar. Rosi estás re loca (y re puta), me decía a mí misma. «Estás buenísima… perdón, ¿querés pasar al gabinete?».

Lo seguí, tenía un culito muy lindo, redondito, bien musculoso y duro, lo movía como una mina. Hasta me dieron ganas de pasarle la mano. La toalla que me había alcanzado la llevaba en la mano, en el gabinete, él puso otra sobre la camilla y me hizo acostar boca abajo. Puso música suave y se acercó por un costado.

Me tocó la espalda, palpando la columna vertebral desde la nuca hasta el coxis, luego tomó una de mis piernas y palpó nuevamente todos los grupos musculares, hizo lo mismo con la otra y las dejó sobre la camilla algo separadas. Se colocó delante de mi cabeza y me estiró los brazos, tenía su bulto a escasos 5 cm., tenía ganas de hacerle lo mismo que a su culo hacía un momento.

Me desprendió el sostén sin preguntarme nada y lo retiró de mí pasando una de sus manos por debajo, por lo que no perdió oportunidad de tocarme los dos pezones. Me estaba calentando el muy hijo de puta. Traté de relajarme, pero cuando empezó a distribuirme el aceite por la espalda me empecé a mojar. Me hizo maravillas. Me relajó tanto como me calentó.

Pasó sus manos por donde quiso, me tocó los pechos, el culo y la cara interna de mis muslos, aprovechando para tocarme la concha sin disimulos. Estaba esperando que se subiera a la camilla y me cogiera. Pero no lo hizo y no es que él no estuviera excitado, tenía bien crecido el bulto. Pero me mandó a la sauna.

Lo maldije por lo bajo y en top less (como me había dejado, fui a tirarme un rato al vapor. Antes de entrar me sugirió que no me pusiera muy alto, por el asunto de la hipotensión. Entré y me coloqué en el primer escalón, no estaba muy caliente, seguro que habían elevado la temperatura por la mañana y todavía no tomaba temperatura. Esto Marce lo tenía que saber. Me había dado el pie para llamarlo. A los 5 minutos de estarme masturbando, lo llamé.

Entró en segundos (estaría detrás de la puerta), no hablamos, se bajó el pantaloncito y se sacó la remera. Su miembro estaba erecto y listo, como yo, que estaba boca arriba, ya la tanga me la había sacado hacía rato. Me acomodó, y mientras me daba un beso muy profundo, me penetró sin ninguna interrupción, hasta el fondo.

Se movía muy bien, lento y profundo, jugaba con sus caderas en forma circular pero todo terminaba en una profunda penetración. Le agarré sus caderas y se las empecé a acariciar, mientras me seguía cogiendo. Aguantaba su verga muy bien y me producía un suave placer la fricción en las paredes vaginales.

Con mis manos llegué a su ano, no sin dificultad, y se lo empecé a masajear. Cuando empezó a gemir puse el dedo rígido y se lo enterré en el culo hasta donde llegaba. Se corrió de inmediato con un gruñido de placer. A mí me faltaba un poco, Marce no era Edu. La forma de hacer el amor de Eduardo no tenía comparación (hasta ahora) aparte la verga de Marce llegaba a la mitad de la de Eduardo, en largo y ancho. Le pedí que me hiciera terminar con el dedo o su lengua, pero que quería acabar. Lo hizo con la lengua y tuve un buen orgasmo (pero no de los habituales).

Me besó y me dijo que tenía que ver que todo estuviese en orden, se puso el pantalón y se fue. Yo me quede un rato mas, me duche y me fui. Cuando salía lo vi a Marce en el bar, en una mesa con dos pendejas, meta divertirse. Esperé que se hiciera la hora y fui a buscar a Lu. Almorzamos y por la tarde me fui otra vez al gimnasio.

Todo como si nada con Marce, no sé… esperaba que me mirara de otra forma aunque fuera, pero no con el mismo trato de siempre. Me quedé a charlar con las chicas y rápidamente nos quedamos Silvia y yo solas. Me preguntó cómo andaban las cosas y le contesté la verdad: Como el culo. «Eduardo ni me habla, y creo que esta esperando que le diga algo… no sé, como que no cree el tampoco lo que nos esta pasando». «Mira Rosi, esto a mí ya me pasó algunas veces, a los maridos no hay que darles bola, que se vayan a la mierda, si quiere hablar… bueno… que hable, pero vos mantente indiferente, que así nos valoran más». «No se Silvi, Eduardo no es un hombre común. Es lo más hermoso que me pasó en mi vida, aparte de Luciana, y no se merece que lo trate como un boludo». «Que se vaya al carajo y te deje tranquila, hacé tu vida». «No sé… tengo la sensación que si no cambio voy a perderlo». «Pero Rosi si esto no es más que una boludés». «Ya no Silvia». «Por qué… por cambiarle el nombre mientras estas cogiendo tanto lío, hace como yo que llamo Papi a todos los que me cogen… inclusive al hijo de puta de mi marido». «No Silvia… ahora es más complicado». «Pero ¿qué paso de nuevo?. ¿Te mandaste otra cagada similar?». «Sí». «Pero… contá boluda… no te hagas la misteriosa conmigo». «Me encamé con Marce». «Pe… pero no perdés el tiempo vos… eh… ¿hace unos días eras la mojigata y por una pavada te encamas con el primer macho que se te cruza?». «Qué sé yo lo que me pasó… te juro que no estaba caliente con él… qué sé yo… pasó y ya está». «Te hubieses buscado algo mejor, no coge muy bien… aparte que es medio raro.. qué sé yo… fiestero». «Cómo fiestero». «Sí nena… que le gusta la joda pesada y no le hace asco a nada». «El muy hijo de puta». «¿Por qué?. ¿Por echarse un polvo con una mina que no le dijo que no?. Boludo no es… y menos si puede encamarse con una minita que está re fuerte como vos… porque tenás unas buenas lolas y un culo… que hasta a mí me calienta». «No me jodas Silvia, que tengo un quilombo en la cabeza que no sé para qué lado ir». «Bueno… tranquila… trata de arreglar el despelote con tu marido y después seguís los tratamientos de ensanche de tu conchita. Ja, ja, ja».

Las conversaciones con Silvia terminaban siempre en esto: Diciendo boludeses, pero me hizo reír y relajarme. De cualquier manera ya estaba hecho, y lo hecho… hecho está. Decidí dejar enfriar la cosa con Edu y ver qué pasaba, mientras si podía quería repetir con Marce pero en otro sitio más cómodo.

Continuará