Capítulo 2

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La mañana siguiente, mientras me vestía, Sergio entró de nuevo al departamento para hablar con Julio, que estaba en la sala. Apenas Pamela lo oyó, noté cómo se tensaba. Cuando salió, Sergio a lo lejos la saluda.

Sergio: ¡Pamelita, mi güerita! – reía mientras la cargaba. El golpe de sus sandalias contra el suelo al bajarla fue evidente -.

Pamela: Hola, Sergio… buenos días. – Su voz sonaba tímida, seca -.

Sergio: Te traje esto.

No alcancé a escuchar qué respondió Pamela ya qué hablaba casi susurrando, pero Sergio agregó.

Sergio: No sé si lo olvidaste anoche o querías que me lo quedara yo como recuerdo. Igual te lo traje, no vaya a ser que no lleves nada puesto ahora.

Al salir de la habitación vi a Sergio con ambas manos sobre las caderas de Pamela. Al notar mi presencia, ella apoyó la suya en el hombro de él, como queriendo dar a entender que era un gesto amistoso.

Pamela: Bueno, gracias. Lo iré a guardar, ya regreso.

Sergio: Sí, vaya linda. Aunque la próxima me lo quedo, ¿eh?

Pamela me miró e hizo un gesto con los ojos, señalando hacia arriba, como diciendo “qué pesado es”.

Sergio: ¡Saulito! ¿Cómo estás, carnal? A poco seguías acá – riendo -. Hoy tienes que unirte a la piscina con nosotros.

Pamela regresó rápido, apenas diez minutos, y se notaba seria, incluso molesta por la presencia de Sergio.

Sergio: Ayer fue espectacular, ¿verdad que sí, güerita?

Pamela: Sí… estuvo bien. – respondió incómoda, mirando a Julio como pidiendo apoyo -.

¿Eran ellos la pareja que hablaban de la piscina ayer? Iba a preguntar cuando Pamela miró fijo a Julio, y este sin perder tiempo sacó a Sergio con una excusa urgente.

Cuando nos quedamos solos en la cocina, quise confrontarla.

Yo: ¿Por qué Sergio te llama tan cariñosamente?

Pamela: Es su forma de hablar… no lo tomes a mal. Lo dice de forma amistosa.

Ella estaba colorada, evitando mirarme mientras servía el desayuno.

Yo: Ayer escuché mucho sobre la pareja que ganó en la piscina.

Pamela: ¿Cómo qué?

Yo: Que andaban muy cariñosos… ¿Eras tú su pareja?

Pamela: Saúl, por favor, solo jugamos. Ganamos, nos abrazamos y me cargó celebrando. Nada más. – decía sin detenerse en lo que hacía -.

Sonaba convincente, pero su necesidad de escapar de la conversación me hacía dudar.

Yo: ¿Qué olvidaste en su departamento que te trajo?

Pamela: Me trajo un arete… y no empieces, ¿quieres?

En ese momento entró Julio y decidí callar. No quería darle el gusto de escucharme celarla.

Llegamos a la oficina, pero otra vez hubo problemas: detalles mal redactados, montos que no convencían. No cerramos el acuerdo. Julio salió furioso y me culpó.

Yo: Redacté todo con los datos que me diste.

Julio: ¡Pero cómo no revisas los permisos locales! No jodas. Eso nos cagó. ¿Qué le vamos a decir al viejo ahora?

Yo: Que no se pudo. Don Teodoro solo quería tantear terreno acá.

Julio: Eso te dijo a ti… el viejo se va a enojar.

Regresamos al hotel casi sin hablar. Julio se puso a llamar a Don Teodoro. Yo no le di importancia. Mi función había terminado. Me fui directo al cuarto.

Entré, pero Pamela no estaba. “Estará en la terraza nuevamente”, pensé. Me animé a subir después de cambiarme y ponerme un short. Era mi último día y quería disfrutar. Mientras guardaba mis cosas, vi la bolsa que Pamela había dejado en la mañana. Desde lejos pensé que eran los aretes que me mencionó, pero al abrirla descubrí algo que me heló la sangre: una tanga negra. Una que reconocía demasiado bien.

¿Qué hacía esa prenda en el departamento de Sergio? Más aún, ¿por qué me había mentido diciendo que eran aretes?

Ya no me importaba la piscina ni la fiesta. Salí decidido a encontrarla y obtener respuestas.

En la terraza todo era bullicio: gente en la piscina, otros jugando vóley, algunos bebiendo. Una especie de fiesta improvisada. Pero ni Pamela ni Sergio estaban ahí. A quien sí encontré fue a Joaquín, el joven del buffet.

Joaquín: Estuvieron en la mañana acá esos güeyes, pero ya no los he visto.

Yo: ¿Te refieres a los cariñosos?

Joaquín: Esos güeros, sí.

Yo: Sí, me lo imagino… ¿Y sabes qué hicieron hoy?

Joaquín: No mucho güey. No estuvieron juntos hoy.

En eso se acercan los dos otros amigos de Joaquín.

Joaquín: Ey, morra, ¿no has visto a Sergio?

Mariela: Estábamos con él, se acaba de ir hace un rato a comer.

Alberto: Y a perseguir a los dos, jajaja

Joaquín: ¿Al Luis? ¿Qué, entonces sí se chingó a su güera?

No quería escuchar, solo encontrar a Pamela, así que medio cortante a su conversación pregunté:

Yo: Se fueron al buffet, ¿verdad?

Mariela: Imagino que sí, güey. ¿Por qué los buscas tanto?

Dudé en decirles que era mi esposa y por eso la buscaba. En ese punto estaba casi seguro de que pasaba algo entre ellos, y no sabía qué habrían hecho frente a todos. A eso le sumé el hecho de que ya nos íbamos del hotel, así que, ¿para qué iba a molestarme?

Yo: Quedamos en vernos acá, por eso.

Salí y me fui al octavo piso, como el día anterior. No los veía. Estaba por irme cuando pasé por el baño y escuché lo que claramente eran dos personas teniendo sexo. No era gran cosa… pero me descolocó creer reconocer la voz de Pamela. Me quedé un rato escuchando, disimuladamente.

Se oía una penetración rápida, jadeos contenidos. Pasaron unos 30 segundos y el ritmo era el mismo.

Hombre: Qué buen culote, Pamela. – seguía el golpeteo rápido

Pamela: Mhmm… sigue… sigue así, papito.

¿Eran ellos? ¡Claro que eran! Escuché su nombre, y por la voz parecía ser ella. Dudé entre entrar o quedarme para confirmarlo, pero ya llevaba demasiado tiempo parado ahí. Algunas personas empezaban a verme raro, así que me retiré y me senté en la sala, con vista directa al baño, esperando que salieran.

De pronto sentí una mano en mi hombro.

Julio: Acá estás. Te tengo noticias: Teodoro tomó el primer vuelo, ya está en camino.

No sabía qué me sorprendía más: la noticia de Don Teodoro o el hecho de que Julio llegaba acompañado… de Sergio. ¿Entonces mi Pamela no era la del baño? Ya no entendía nada.

Sergio: Vamos a servirnos algo carnal, que muero de hambre.

Nos levantamos y nos dirigimos a la mesa, cuando vi llegar a Pamela, con un bikini que le resaltaban sus atributos. No vi de dónde venía. Giré hacia el baño: estaba vacío. Ella se me acercó, natural.

Pamela: Hola, gordo. – me saludó con un beso rápido -. Ya regreso, me voy a poner algo más cómodo.

Me dejó sin respuesta, tanto ella como todo lo que acababa de pasar. Pasó tal vez media hora hasta que Pamela regresó. Había más gente, más música. Sergio en un lado, Julio en otro, y Pamela almorzando conmigo. Hablamos un poco, aunque con tanto ruido no se entendía mucho.

Más tarde, Pamela se fue a conversar con algunos conocidos. En una de esas, la vi con un tipo alto, de cabello negro y bigote llamativo, de esos que parecían de actor de la época. Conversaban de manera coqueta. Por la posición en la que estaba, no pude confirmar si él le acariciaba el trasero o solo la tenía de la cadera. El brazo subía y bajaba disimuladamente. Pamela miraba de reojo, como buscando mi mirada.

Me iba a acercar, pero Joaquín vino hacia mí a hablarme casi gritando, andaba ya muy pasado de copas, por lo que Pamela notó la situación y se me acercó, pidiéndome que saliéramos.

Ya fuera, camino a nuestro piso, aproveché para aclarar las cosas.

Yo: ¿Con quién estabas conversando?

Pamela: Un tipo que conocí arriba, en la piscina.

Yo: Por cierto… ¿qué pasó en la piscina?

Pamela: Mmm, nada. ¿Por qué?

Yo: No sé… te pregunto por eso.

Pamela: Ya te dije que nada. No sé por qué estás con esas ideas.

Yo: Sabes bien por qué.

Pamela: ¿Ahora vas a sacar ese tema? ¿Sabes qué? Cree lo que quieras.

En ese momento venía Julio, notando que discutíamos. Así que no le quise dar razones a que supiera algo y actué de lo más natural.

Julio: ¡Saúl! Teodoro acaba de llegar. Te espera abajo… ¿Todo bien?

Yo: Sí, todo bien. – miré a Pamela – Ahora regreso, amor. – le di un beso -.

Ya habría momento para aclarar… pero no delante de Julio.

Bajé al lobby con él para recibir a Don Teodoro. No estaba molesto, pero sí decepcionado de que no lográramos el trabajo. Hablamos de los problemas y de cómo solucionarlos.

Don Teodoro: Te vas a tener que quedar, Saúl.

Yo: Pero Don Teodoro, usted me dijo que solo sería cosa de un día…

Don Teodoro: Pero no lo hicieron bien. No te contaré estos días como vacaciones, quédate tranquilo con eso. Pero terminamos esto ahora. Te llamo para que llegues al hotel donde estaré.

En pocas palabras, me obligaba a quedarme. No sabía si sería un día más o más tiempo, pero tenía que estar ahí.

Julio se quedó con él. Yo subí, molesto, para contarle lo sucedido a Pamela… pero no estaba sola. Para mi sorpresa, conversaba con Sergio en la cocina, casi en el pasillo de los cuartos. Aproveché para escuchar antes de entrar.

Sergio: Claro, pero cuando yo llegué ya andabas pegada de Luis.

Pamela: ¿Y estás celoso acaso? – con voz coqueta – Porque también te vi ocupado.

Sergio: Jajaja, bueno… tal vez un poco celoso sí me puse. Es solo que me hiere que me hayas cambiado tan rápido. Incluso al comer te vi con él.

¿Se refería al bigotón del buffet?

Pamela: Uy, cómo no… si primero me dices una cosa y luego me entero de otras.

Sergio: ¿De qué cosas?

Pamela: Debes saberlo muy bien. Recuerda la noche que me conociste. Se escucha todo, solo te diré.

Sergio: Usted es la celosa entonces.

Pamela: Para nada. No tengo por qué.

Sergio: Entonces no hay problema. Mañana la quiero conmigo arriba, para que me anime con esas nalgadas.

Pamela: Jajaja, ya me disculpé por eso. Me aguantaré la próxima vez.

Sergio: Eso quería escuchar güerita, que habrá una próxima vez…. ¿A qué hora la veo en la noche?

Ya había escuchado suficiente. ¿A qué se refería con “nalgadas”? ¿Y esa cita en la noche? Decidí entrar.

Giré y vi a Sergio, erguido, sin camiseta, apoyado en la pared. Pamela, recargada en ella, como pareja acorralada. Al verme, se enderezó. Sergio giró hacia mí.

Sergio: Ey, Saulito, ¿cómo estás carnal?

Yo: Todo bien, gracias. ¿Y tú? ¿A qué se debe la visita?

Sergio: Como le comenté a Pamelita, en la noche hará una fiesta Sara. Espero verte ahí, carnal. Te veo solo trabajando, jaja.

Ah… de eso se trataba.

Yo: Pues gracias. Veremos si tenemos tiempo.

Sergio: Claro. ¿Y el otro? – refiriéndose a Julio -.

Pamela: Debe estar por ahí. Yo le aviso cuando venga.

Pamela entró al cuarto, como despidiéndose de Sergio. Él entendió, se marchó.

La seguí y, ya solos, le hablé.

Yo: ¿Qué fue todo eso? ¿Qué viene pasando?

Pamela: ¿De qué hablas? ¿Qué viene pasando? – me hablaba sin mirarme

Yo: Hay cosas que no me estás diciendo. Y me he tenido que enterar por otros.

Pamela: ¿Qué cosas?

Yo: Como lo que pasó ayer arriba. ¿Qué nalgadas le diste?

Se quedó fría, con gesto sorprendido.

Pamela: ¿Has estado espiando?

Yo: Claro que no. Solo escuché que le das nalgadas cuando estaba entrando.

Pamela: Ah, pues solo fue por el vóley arriba. Me emocioné y ya.

Yo: ¿Y te parece bien eso?

Pamela: Solo fue un juego Saúl. No sé por qué haces tanto escándalo.

Yo: Porque se supone que son vacaciones, amor. Pero no hemos pasado mucho tiempo juntos, y pareciera que ni lo quisieras.

Pamela: Pero porque tú estás trabajando, Saúl. Tampoco me voy a quedar aburrida. Paso demasiado en casa en Lima y ahora que tengo oportunidad de salir sin los niños, me reclamas y me celas. No me parece justo.

Yo: ¿Y qué pasó en la mañana? Tu tanga en esa bolsa que te trajo Sergio.

Se quedó callada unos segundos, sin saber qué responder.

Pamela: ¿Qué tanga?… ¿De qué bolsa hablas?

Yo: La bolsa que estaba metida entre esa ropa.

Pamela: Esa bolsa la traje anoche. Era mi bikini. Sergio solo me trajo unos aretes. No sé qué más quieres que te diga.

Yo: Solo quiero que me digas a dónde vas al menos. Te he tenido que buscar y sabes lo enorme que es este hotel.

Pamela: Todo ha pasado tan espontáneo. No hemos tenido oportunidad de estar juntos.

Yo: Bueno, ahora como última noche, tenemos oportunidad de hacerlo en la fiesta que dice Sergio.

Pamela: Claro… – dijo sin mucho entusiasmo -.

Yo: Tendré que ir un rato con Don Teodoro, pero no demoraremos.

Era la primera vez que podríamos disfrutar desde que llegamos. Pamela alistaba su vestido cuando Julio me avisó que Don Teodoro nos esperaba. Nos dirigimos a su hotel, mientras yo aún lidiaba con los celos y la incertidumbre.

Apenas llegamos, con Don Teodoro empezamos a trabajar en el convenio. Más que nada él y yo, porque Julio no tenía nada que hacer ahí; solo intentaba hacer bromas como siempre. Desde que llegó, Don Teodoro estaba molesto; recuerdo que incluso lo mandó a comprar comida en un momento.

Don Teodoro: Ya corregimos todo lo que habían hecho mal, ahora vamos a redactarlo de nuevo – se giró hacia Julio -. Regrésate, hijo, estás estorbando nomás acá.

Julio no dijo nada y se retiró con su aire socarrón. Me quedé solo con Don Teodoro, y trabajamos durante horas. Cuando finalmente hicimos una pausa para comer, ya pasaban las nueve. Le pedí el teléfono para llamar a Pamela.

Ring… nada. Ring… tampoco. Recién a la tercera contestó.

Pamela: ¿Sí?

Yo: Hola, amor, soy yo. ¡Al fin contestas! – traté de sonar divertido, aunque mi voz traicionaba preocupación -.

Pamela: Me estaba alistando y Julio no respondió. Tuve que salir yo… ¿Ya estás en camino?

Yo: Todavía no, tenemos que terminar acá. No sé cuánto más tomará. Te llamo cuando esté saliendo y vamos.

Pamela: Pero si es a las 9, ¿cómo quieres que espere más?

Yo: Ya sé amor, pero no vas a ir sola tampoco.

Intenté no alzar mucho la voz, pero igual Don Teodoro notó que discutía.

Pamela: Entonces qué, ¿me quedo acá? – estaba claramente enfadada

Yo: Está bien, amor. Te llamo saliendo, ¿sí? Cuídate.

Colgué sin esperar respuesta. Don Teodoro, que ya conocía de mi pasado con Pamela, me miró preocupado.

Don Teodoro: ¿Cómo está Pamela y los niños?

Yo: Bien, Pamela está en el hotel ahora. Los niños se quedaron en Lima.

Don Teodoro: ¿No ibas a traerlos contigo?

Yo: Esa era la idea, sí… pero surgieron problemas, así que solo viajamos Pamela, Julio y yo.

Don Teodoro: Lamento ponerte en esta situación con Julio, hijo. ¿Por qué no trajiste a Pamela aquí? No la debes dejar sola.

Yo: Oh, no, ella está allá con Julio. – Al decirlo me miró raro -. Pasa que su amigo nos está hospedando y nos dio esa habitación.

Don Teodoro: ¿Están los tres en la misma habitación?… ¿No te incómoda eso?

Yo: Sí… y sí me incomoda… pero estoy pendiente de ellos. No se preocupe, Don Teodoro – forcé una risa -.

Don Teodoro: Bueno, hijo, está bien. Pongámonos a terminar esto de una vez.

Seguimos trabajando hasta casi la medianoche. Ya por salir, intenté llamar a Pamela cinco veces, ninguna respuesta. La preocupación de Teodoro era evidente.

Yo: Debe estar ya durmiendo – dije para disimular mi vergüenza -. Bueno, Don Teodoro, lo veo mañana.

Salí del hotel y, claro, Julio se había llevado el carro. Tomé un taxi. Llegué cerca de la una de la madrugada a nuestro piso. Entré a la habitación: nadie. Ni Pamela ni Julio. “Estarán en la fiesta”, pensé. No tenía fuerzas para salir, pero no podía dejarla sola otra vez. Me cambié y bajé.

Lo raro era que no había música. Llegué al lobby y pregunté a un botones, pero no me dio respuesta certera tampoco. Subí a la terraza: nada, apenas algunas personas, pero ninguna fiesta. “Quizás ya terminó”, me dije, y volví al cuarto. Pero Pamela y Julio no habían llegado. Decidí esperar despierto, pero el cansancio me venció.

Al abrir los ojos, pasaban las cuatro. Pamela estaba en la cama, boca abajo. Olía a alcohol. Lo sorprendente: ropa que nunca había visto en ella, falda de jean, blusa de flores y tacones. El vestido verde que llevaba antes ya no estaba. Me acosté a su lado, sin saber en qué pensar.

La mañana siguiente me despertó el alboroto de Pamela.

Pamela: Hola amor –se notaba sorprendida, casi asustada al verme despierto

Yo: Hola. – me esforzaba por abrir los ojos -. Anoche no me esperaste.

Pamela: Lo hice… Pero era ya tarde – se cubría apresurada -.

Al levantarse, noté sus pezones marcados. No tenía sostén.

Yo: ¿Estás sin sostén?

Pamela: – se miró sorprendida – … sabes que no me gusta dormir con sostén. Me lo quité al llegar.

Yo: ¿Y por qué la blusa?

Pamela: Ahh… no sé, estaba muy cansada. Ahora vuelvo.

Agarró su toalla y se fue volando al baño. Apenas me dio tiempo a abrir bien los ojos. Miré el reloj: ¡9:30!

Yo: ¡Pamela, son 9:30! ¡Abre que tengo que ducharme rápido!

Pamela: Ya salgo…

Yo: ¡Solo abre!

Un minuto después salió apurada. Me metí a la ducha de inmediato. Junto a la puerta estaba su ropa, pero solamente la blusa y el jean. Sabía que no llevaba sostén… ¿pero tampoco tanga? No se la hubiera puesto solo para cubrirse con la toalla.

No importaba en ese momento. Me vestí con lo mismo del día anterior y bajé.

Llegué donde Don Teodoro, pero me abrió con extrañeza.

Don Teodoro: Hijo ¿qué haces acá?

Yo: ¿Cómo, no tenemos reunión?

Don Teodoro: Pero más tarde. Te dije que te llamaría.

Yo: – me sentí como un estúpido -. Ah claro, egreso después entonces.

Regresé al hotel. Entré a la habitación y me impactó ver a Pamela en ropa interior, en la cocina. Bueno, la había visto muchas veces así, lo que me impactó fuer ver que detrás de ella, estaba Julio, sin polo y solo con un pantalón de pijama, frotando su miembro descaradamente contra el trasero de ella.

Al verme, como si lo hubieran ensayado, Julio estiró el brazo como para alcanzar algo de la repisa mientras Pamela me miraba con gesto de fastidio.

Pamela: Mejor aplástame – girando hacia Julio -.

Julio: Pensé que sí llegaba. Perdón, jaja. – me miró -. ¿Qué haces acá? ¿No ibas a estar con el viejo?

Yo: Me llamará cuando sea la hora. ¿Y tú por qué no estás vestida? – le dije serio a Pamela-

Pamela: Estábamos por subir a la piscina. Termino mi jugo y vamos.

Yo: Pero estás en ropa interior Pamela.

Pamela: No tengo más bikinis limpios. Además es lo mismo.

Yo: ¿Y tú irás acaso en pantalón? – mirando a Julio

Julio: Pensaba ir desnudo, la verdad. ¿Me hubieras querido ver desnudo ahora? – se burlaba -. No sería novedad tampoco, ¿cierto?

Pamela: Ay, no empieces Julio – se fue al cuarto

Lo ignoré y fui tras ella.

Yo: A veces quiero golpearlo.

Pamela: –susurrando– Deberías

Yo: No sé qué te hizo querer estar con él.

Pamela: – giró hacia mí – No le hagas caso. Sabes cómo es. Y no vamos a hablar de eso Saúl.

Yo: Bien, hablemos de anoche. Fui a buscar fiesta y no había nada.

Pamela: Fue más una reunión.

Yo: No escuché música. Caminé por todo el hotel…

Pamela: Es un hotel, no iba a haber música tan alta a esas horas.

En eso, Sergio entra

Sergio: ¿Y la reina dónde está?

Julio se quedó callado unos segundos, dudando.

Julio: Ya se fue a la piscina, no nos esperó. Vamos a buscarla.

Pamela: – se ruborizó, evitando mirarme– Julio y sus mentiras…

Yo: ¿Qué pasa con Sergio? ¿Por qué siempre te busca y te llama tan cariñosamente?

Pamela: Así es él. Los mexicanos son muy amistosos.

Yo: ¿No es solo él entonces?

Pamela: No me refiero a eso… pero no es solo conmigo, si te refieres a eso. Cuando subas vas a ver que es igual con todos.

Yo: Tengo que estar atento a la llamada de Don Teodoro.

Pamela: Bueno, voy a subir y le digo a Julio que baje y se quede hasta que salgas.

Pamela salió casi huyendo. Se fue sin dejarme responder. Pasaron minutos y Julio nunca bajó. Esperaba también la llamada de Don Teodoro, que no llegaba. Me había puesto lo primero que vi en la mañana así que decidí cambiarme mejor. Me vestí y cuando al medio día me llama Don Teodoro al fin.

Subí antes a la azotea para despedirme… pero no había nadie, absolutamente nadie. Ya no me sorprendía.

El resto del día lo pasé inquieto. Incluso en la reunión Don Teodoro me notó en otro mundo.

Don Teodoro: Saúl, espérame afuera – con una mirada seria -.

Salí de la reunión y los esperé. Cuando salieron, me alivió verlos estrechándose las manos una y otra vez, todo había salido bien.

Eran ya cerca de las 2 por lo que iríamos a almorzar, pero cada vez los pensamientos venían de a más, así que me disculpé con Don Teodoro y le consulté si ya me podía retirar.

Don Teodoro: ¿Está todo bien?

Yo: Si todo bien, solo estoy algo cansado.

Claro que no me creyó. Ni siquiera yo lo decía con convicción, pero aún así accedió que me vaya.

Regresé al hotel… aunque hubiera deseado no hacerlo. Al querer abrir la puerta recordé que había dejado la llave en el otro pantalón, toqué una y mil veces y nadie salía. Recurrí a recepción para que me puedan abrir, claro no sin antes hacerme esperar un rato.

Al entrar noté algo raro: había maletas bajo la cama y un olor a sexo inconfundible. Las sábanas casi en el suelo, y mi llave, en la mesa de la cocina.

Entonces escuché un grito arriba. El grito provenía de la habitación de Sergio, aquel grito de pronto se convirtió en un gemido intenso. Alcancé a reconocer el gemido que suele hacer Pamela.

Salí enfurecido. El ascensor no respondía; fui por las escaleras. La puerta de la habitación de Sergio estaba abierta. Reconocí os gemidos de Sergio que ya los había escuchado y los de Pamela que eran largos y suaves por ratos. Me acerqué y veo la puerta del dormitorio estaba entreabierta. Vi lo que ya imaginaba.

Pamela estaba encima de él, dándome la espalda, cabalgándolo. Su cuerpo me impedía ver a Sergio, solo sus piernas velludas y desnudas asomaban por debajo.

Sergio: Ahhh güeritaaa… chingada madre … –jadeando, mientras la sujetaba de la cintura– cómo me encanta chingarte así…

Pamela: Sii papitooo… sigue así… así, más fuerte – su voz entrecortada por el vaivén– hazme tu puta Sergiooo… chíngame más, no pares… chíngame.

Pamela se balanceaba sobre él, sudorosa, mientras Sergio la alzaba desde abajo, metiéndosela con más fuerza. Sergio hundía el rostro en sus pechos, besándola con hambre.

Pamela: Mmm… ayyy… ¿te gustan así cabrón?

Sergio: No mames… esos pezones están bien pinches grandotototes… –mordiéndola suavemente-.

Yo no sabía qué hacer. Verlo con mis propios ojos era distinto. Había sospechado, sí… pero estar ahí. Encararlos era lo primero que pensé en hacer, como aquella vez con Julio, pero verla engañarme de nuevo con otro hombre… me paralizó.

Solo reaccioné cuando escuché la puerta de la habitación cerrarse de golpe y pasos acercándose. El miedo de que me descubrieran me hizo meterme en la habitación contigua, abierta por suerte. Ni siquiera me escondí bien: solo entré y recé para que no me vieran.

Los pasos descalzos se oían cerca, mientras Pamela seguía gimiendo con Sergio como si nada hubiera pasado.

Pamela: ¿En… encontrasteee?… – gritó jadeante desde la cama–.

…: No hay ni mierda en tu maleta.

Esa voz me atravesó como un cuchillo. Julio.

Pamela: Uffff Sergiooo… la puta vaselina está bajo la cama…- apenas podía hablar cuando Sergio aceleraba el ritmo– pero este salvaje no me deja ni hablar… ¡ahhh!…

Escuché un golpe seco cuando Julio dejaba caer su short en la puerta.

Sergio: ¿Por qué chingados tardaste tanto carnal?… Ahhh… ya estoy por venirme…

Julio: Pasé donde Ángel, tampoco tenía.

No solo me engañaba otra vez… lo hacía con Julio de nuevo, delante de otro. Y encima hablaban como si nada, como si fuera natural. Y ese detalle… vaselina. Nosotros nunca habíamos usado eso… jamás lo pedí, pero, ¿entonces para qué la tenía?

Sergio: Vas a tener que esperar tu turno carnal… ahhh…

En eso, los labios de Pamela comenzaron a sonar, succionando.

Julio: No es necesario… Ufff qué labios tienes…

Sergio: Aunque estos labios conmigo está mejor… –al ritmo de los golpes contra su cuerpo– Ahhh… perra…

Pamela: Mmm… –solo se le escuchaba succionando el pene de Julio… mmm…

Sergio: Ven aquí chiquitaaa… ahhh… –soltó un gemido profundo acabando– Qué rico, mamita.

Pamela seguía jadeando cuando Sergio terminó, aun así, jadeando exhausto dijo con voz cansada.

Sergio: Y todavía me falta probar ese culote…

Pamela, sin embargo, seguía gimiendo. Julio no tardó en ocupar su lugar, se la montaba sin pausa, el sonido de las embestidas llenaba el cuarto.

Pamela: Ayyy bestiaa… mmm… Juliooo… ayy… no tan fuerte… –se quejaba con un gran gusto-.

Sergio: Tranquilo carnal. No me la mates.

Julio: Tú no la conoces como yo carnal… esta perra goza cuando le doy así, ¿verdad? le soltaba nalgadas-.

Pamela: Juliooo… mmm así nooo…-mientras gemía con más intensidad

Las palmadas contra su piel sonaban hasta donde yo estaba. Sergio reía, animando como espectador.

Tras largos minutos, un gemido de Julio marcó su clímax. Después, los tres comenzaron a hablar entre risas, como si compartieran un secreto.

Sergio: ¿Así que ya te la estabas chingando desde antes, cabrón? No mames, si no los veía arriba, ni me la creo.

Julio: Hace rato que no la probaba… pero siempre vuelven, ¿no, mi amor? – le dio una palmada cariñosa pero sonora en el culo-.

Pamela: Jajajaja… soy su vicio, pues.

Sergio: Te entiendo güey… desde que la vi me traía loco. No sabía que hubiera peruanas así de pinches deliciosas…

Pamela: Soy una excepción papi… mitad angelita para uno, mitad puta para otro… u otros –reía satisfecha-.

Julio: Jajaja, que tal conchuda… pero cierto. Agradece que te la comparto carnal.

Sergio: ¿Son swingers o qué pedo?

Pamela: Jajajaja, ¿con Julio? Nooo, cómo crees…

Julio: No, no soy su pareja. Solo… –le dio una palmada juguetona– de vez en cuando nos damos un gustito.

Sergio: Mejor así. No me hubiera querido meter en su relación… Pero si así se porta –sonaba otra palmada– chingada madre, hasta me lo pensaba.

Pamela: Diosss… qué fascinación tienen con mi culo, cabrones.

Sergio: Sabes lo que cargas, güerita… y todavía no me lo das.

Pamela: Sin lubricante no me lo vas a meter, papito… y tú la tienes muy gorda, lo sabes.

Julio: Vámonos abajo otra vez, si o qué carnal.

Pamela: Nooo… acá estamos más cómodos. Además, ¿y si entra Saúl y nos ve así?…

Sergio: Pues cerramos con llave morra… y luego lo dejamos entrar pa’ que disfrute también… ¿qué dices, güerita?

Pamela: No papi… suficiente con ustedes dos. – se escuchó un beso– Tú… – otro beso – Julio… – otro más – y yo.

Sergio: Si me besa así, cómo le digo que no…

Los besos se mezclaban con jadeos. Pamela se entregaba otra vez, y Julio parecía volver a montarla sin pausa.

Pamela: Ayyy síí Julio… – sonaba otro beso – asíí…

Sergio: No me la muevas tanto, güey… déjame saborearla… – mientras Julio la empalaba, Sergio parecía comerle la boca-.

Siguieron los tres en su faena. Ya no aguantaba más. Quería huir, pero el miedo a ser descubierto otra vez me detuvo. Solo me quedaba escuchar cómo la mujer que conmigo era dulce y suave, con ellos hablaba tan sucia y ardiente.

Veinte minutos después, Julio salió del cuarto. Pamela y Sergio continuaron, hasta que él acabó otra vez, esta vez en su boca.

Sergio: Ahhh… sí, amor, trágatelo todo… como te gusta dejarme bien limpia la verga.

Pamela: –con una risita entre sorbos– Ya te dije que te sabe rico…

El silencio llegó después. Pensé que dormían, y busqué la forma de huir. Entonces escuché de nuevo la cama crujir. Pamela salió apurada hacia la cocina, abriendo el caño. Un instante después, Julio regresaba a la habitación.

Pamela: ¡Dime qué pasaste por la habitación!

Julio: Claro que sí, estuve ahí.

Pamela: ¡¿Y?!

Julio: Saulito llegó hace rato.

¡¡Mierda!! Me temblaron las piernas, ¿qué pude haber dejado? ¿Ya sabrá que estoy acá? Carajo, empecé a pensar alguna excusa… lo que fuera.

Julio: Es broma, jajaja.

Pamela: Eres un idiota.

Sentí alivio… qué ironía, alivio después de presenciar lo que acababa de ocurrir.

Julio: Llamé al hotel de Teodoro, Rómulo me dijo que aún no regresan.

El señor Rómulo era el asistente personal de Don Teodoro, con él había llegado a México.

Pamela: ¿Acomodaste?

Julio: ¿Qué cosa?

Pamela: ¡Julio!… Hubiera ido acomodando.

Julio no respondía

Pamela: Julio no empieces, salte…

Julio: ¿No escuchaste? Te digo que tenemos tiempo.

Pamela: Pues yo no.

Julio: ¿Qué pasa? ¿Crees que puedes darme la espalda con este culote como si nada? – le da una nalgada -.

Pamela: ¡Julio! Sergio está durmiendo.

Julio: Tanto pedías que te ayude con él y ahora lo quieres dormido.

Pamela: Sí, justo eso. No te confundas. Solo te dejé tocarme porque quería tu ayuda con Sergio.

Julio: ¿Ah sí? ¿Y arriba? ¿Y ayer?… Sergio no era quien te cogía.

Pamela: … Ya salte.

Julio: Además sabes que sin mí no tienes tan libre a Saulito. Así que mientras sea así – le da un beso forzado – voy a aprovechar.

Pamela: Ya lo hicimos mucho hoy. Y Saúl no debe demorar, anda con las antenas bien paradas.

Julio: No es el único con cosas paradas… ¿lo sientes?

Pamela: Jajaja… Nunca voy a entender cómo te recuperas tan rápido.

Julio: Sácate la tanguita, amor… Saúl tiene mínimo una hora.

Pamela: – sonando excitada– ¿Estás seguro?

Julio: Tan seguro como amo este culo.

Pamela: Jajaja… mmm… supongo que 100% seguro entonces.

Julio: No seas vanidosa… solo un 99%.

Enseguida comenzó a sonar el choque de su pelvis contra el trasero de Pamela.

Pamela: No sé cómo sigues con la pinga así de dura… ayyy, mmm…

Trataban de no hacer ruido, pero los gemidos de Pamela se escapaban, secos, entrecortados.

Julio: Sé muy bien que me extrañabas.

Pamela: Mmm… rápido Julio.

Julio: Ya sabes por dónde termino rápido – decía jadeante

Pamela: Pero no trajiste el lubricante.

Julio: Y tampoco lo necesitamos… ¿ya no recuerdas como lo hacíamos antes?

De pronto dejaron de sonar las embestidas. Ahora se escuchaba un sexo oral ruidoso, húmedo, con Pamela entregada.

Julio: Ufff, amor… no has perdido el toque. Métele más saliva, así, así…

Fueron varios segundos de ella chupando con fuerza.

Julio: Bien, ya está… párate. Aaaa, qué rico.

Pamela: ¡Au! No, Julio… espera – quejándose de dolor

Julio: Ya casi, tranquila.

Pamela: No, me duele… ahhh no puedo, para.

Julio: Ya entró… ufff ya está.

Pamela: Mmm, ayy Julio… ahhh.

Julio: Puta madre, Pamelita, qué apretada estás.

Ella se limitaba a lanzar gemidos fuertes, ahogados, seguramente tapándose con algo.

Julio: No sabes cómo extrañaba esta cola.

Cada segundo era más sonoras las embestidas de Julio.

Pamela: Yo también… ahhh, yo también.

Con el paso de los minutos, las embestidas se fueron apagando, reemplazadas por besos húmedos, largos, susurros apenas perceptibles. Después, solo silencio.

Pasaron eternos minutos cuando después de solamente oír susurros y besos. Alguien salía. A Julio enseguida lo escuché en la sala, encendiendo el televisor. No tenía forma de salir.

En mi shock pensé, claro, ya había sorprendido a Pamela engañarme, pero nada, nada se comparaba con lo que acababa de presenciar. No tenía pruebas – no había smartphones, nada para grabar -. Pero en mi mente ya no había dudas: ese matrimonio debía terminar.

Perdido en esos pensamientos, escuché un portazo: Julio salió del cuarto. Me atreví a salir despacio. No sabía dónde estaba Sergio, hasta que lo encontré en la cama, completamente desnudo, boca arriba, casi como el hombre de Vitruvio. El tipo tenía el miembro muy grueso, tal vez hinchado por lo que venía pasando. No le di más de un vistazo, tanto por pudor como por razones heterosexuales, ver algunas prendas de Pamela desparramadas me confirmó que no era la primera vez.

Eran las cinco de la tarde. El pasillo estaba vacío, pero temía toparme con ellos. Esperé el ascensor, dudando, sabía que ninguno de ellos dos era capaz de tomar las escaleras a pesar de ser un piso así que mejor me lancé por las escaleras de emergencia. Respiré hondo y toqué la puerta de mi cuarto… Julio fue quien me abrió, no sé cómo pudo mirarme a los ojos.

Julio: ¿Dónde estabas?

No quería responderle, pero menos quería parecer sospechoso.

Yo: ¿A qué te refieres?

Entré y para mi sorpresa estaba Don Teodoro sentado en el sofá, en eso salía Pamela con una taza de café.

Pamela: Amor – me saluda mientras dejaba las tazas en la mesita – ¿Dónde has estado? Don Teodoro llegó hace unos minutos.

¿Te habrá encontrado desnuda? ¿O tal vez “ordenando”?

Yo: Recién llegué hace como media hora, pero estuve abajo… olvidé la llave.

Pamela: Pero el señor Teodoro dice que regresaste temprano.

Yo: No, no… pero si me regresé con él. –En eso miré fijamente a Don Teodoro en señal de ayuda, quien entendió perfectamente-.

Don Teodoro: Oh es cierto, regresó para almorzar con todos nosotros.

Tanto Don Teodoro conmigo, como Pamela con Julio nos dimos miradas de alivio. Parecía increíble que haya sido yo quien se encontraba dando explicaciones.

Don Teodoro nos dio la noticia de que todo había salido bien y ya podíamos liberarnos de ese cargo. ¡Por fin!, pensé para mí. Este terremoto llegaba a su fin. Lo acompañé hasta el lobby.

Don Teodoro: ¿Me dirás dónde estabas?

Yo: Estuve aquí realmente.

Don Teodoro: Lo sé, pero ¿por qué no lo sabían ellos? Había tensión ahí arriba hijo.

Yo: La verdad estuve con alguien más – no supe con qué rostro decirlo -.

Fue lo primero que se me ocurrió, una excusa perfecta pensé. Pero a Don Teodoro no le cayó nada bien.

Don Teodoro: ¿Cómo así?… ¿Con otra mujer?

Yo: Aproveché el momento extra que tenía y bueno… hay una linda mujer aquí – intenté sonreír lo más airoso que pude

Don Teodoro: –noté la decepción en su mirada– No le puedes reclamar nada a Julio ahora, ¿no es cierto?

Además de mi matrimonio y dignidad, ahora también había perdido la imagen que tenía con él. En el fondo prefería eso a que me viera como un cornudo nuevamente.

Subí a la habitación y me abrió Pamela. Su mirada era extraña, pensé que iba a interrogarme sobre dónde había estado, pero no fue el caso. Cruzamos algunas palabras y nada más. A mí se me dificultaba disimular todo esto.

Tenía tanto que decirle, sobre la fiesta, su atuendo, su ropa interior… Ya habíamos pasado situaciones similares, sí, pero ninguna se sintió tan mal como esa. Estábamos casados, con hijos, y ella parecía no tener remordimiento. No le dije nada, estaba agotado mentalmente.

Salí a prepararme un café cuando suena la puerta. Abro y veo parada a una chica de unos 25–30 años, con el vestido verde de Pamela en el brazo.

Chica: Hola… ¿Esta es la habitación de Pamela?

Yo: Sí… ¿Quién le digo que la busca?

Chica: Dígale de Sara por favor.

Así que ella era la famosa Sara. Justo Pamela salió antes de que pudiera avisarle.

Pamela: ¡Sara! Qué pasa – la saludó con un beso en la mejilla -.

Sara: Hola, reina, te traje tu vestido… Vine más temprano pero no había nadie.

Pamela: Ahh sí sí, ven, pasa… ya salgo – me dijo girando la cabeza -.

Se fueron las dos al cuarto. Yo me quedé en la sala. A los minutos salieron y Sara se retiró.

Yo: ¿Por qué tenía tu vestido?

Sin fuerzas para querer saber más, pero curioso pregunté igual.

Pamela: Anoche se me derramó vino y Sara me prestó ropa.

Lo dijo rápido y se fue como quien no quiere hablar del tema.

Pasaron los minutos y Julio regresó con los pasajes como le había dicho, Pensé que iba a quedarse, pero sacó pasaje para los tres. El vuelo era para las 3 de la tarde, lo más temprano según él.

Un rato después Pamela salió campante, con otro vestido puesto, diciendo que iría donde Sara a despedirse. Le sorprendió que no me negara, pero ¿qué sentido tenía? Solo era una raya más al tigre.

A los minutos Julio hizo lo mismo. Pensé lo peor, que se habían ido juntos, pero me aliviaba no escuchar nada arriba. Igual, la imagen de la tarde no se me borraba.

Miré el reloj: 10:15. Mi orgullo me ganó, decidí ir a buscarla. Fui a la habitación de Sara. Toqué varias veces, nadie respondió. Bajé un piso, escuchaba música, parecía fiesta. Entré a mirar, pero ni Pamela ni Julio estaban. Pregunté y me dijeron que algunos habían ido a la piscina de arriba, pero la verdad me extrañaba que esté ahí Pamela, había salido con un vestido.

Subí y ahí apareció: en el otro extremo, con un bikini blanco, mojada, conversando feliz con un grupo del que solo reconocí a Sergio, que la tenía agarrada de una nalga.

Me vio enseguida. Le susurró algo a Sergio y salió rápido. Yo la seguí.

Yo: ¿Qué haces acá? – le dije en un tono amargo -.

Pamela: ¿De qué? Subí un rato solamente.

Yo: Y estás toda mojada, ¿qué haces con ese bikini?

Pamela: ¿Con qué más voy a entrar pues? Bueno vamos bajando ya – Ya estaba cinco escalones abajo antes de que pudiera reaccionar

Yo: ¡Espera, Pamela! – le dije siguiéndola

Recién un piso más abajo bajó la velocidad.

Yo: ¿Qué pasó? Me dijiste que irías donde Sara y te encuentro acá con este bikini.

Pamela: Sara me prestó el bikini y me dijo que subiera un rato.

Yo: ¿Y dónde está Sara?

Pamela: No sé… debe haber bajado ya.

Yo: No me abrió cuando toqué a buscarte.

Pamela: Estará en otro lado entonces. no lo sé.

Ni me prestó atención. Llegamos a nuestro piso, entramos, se metió a la ducha y después se echó en la cama como si nada.

A la mañana siguiente al despertarme, giré y noté que Pamela estaba arreglándose en el baño. Pasaban ya las nueve. Salió con una blusa de tirantes celeste y un short blanco veraniego que dejaba verle la tanga. Apenas me vio dijo que iría a devolverle el bikini a Sara.

Julio: ¿Irás vestida así?

Pamela: Hace un poco de sol, ¿porque no?

Julio: Recuerda que hoy nos vamos. En Lima debe estar haciendo viento, Pamela.

Pamela: Sí, ya sé. Dejé afuera la ropa con la que viajaré. Ya regreso.

Me vestí como siempre: camisa larga, pensando en el frío limeño. Eran las diez y media y Pamela aún no regresaba. No le pregunté nada a Julio; no iba a mostrarle mi preocupación. Empaqué lo último cuando Julio me decía que vayamos bajando las maletas, eran ya las 11.

Yo: Pero todavía no llega Pamela.

Julio: –sonriendo- Tranquilo, ya vendrá.

Bajamos las maletas y dejamos todo en recepción. Pamela seguía sin aparecer. Pasaron unos minutos y entonces la vi llegar.

El impacto fue inmediato, venía aún con el short blanco, sandalias y el mismo top celeste. El cabello mojado, chorreando todavía, los pezones marcados como nunca.

Pamela: ¿Qué hacen acá? –dijo incrédula

Yo sin poder procesar aún la forma en que estaba, me quedé mudo.

Julio: Pero si ya nos vamos jaja. Más bien ahí justo viene el auto – decía mientras llevaba algunas maletas-.

Yo: Pamela, ¿dónde estabas?

Pamela: Me estaba despidiendo pues – respondió a la defensiva, cruzándose de brazos-. No sabía que nos íbamos tan temprano.

Yo: Te lo dije en la mañana. Ni siquiera regresaste a cambiarte… ¿cómo vas a estar así? –al verla más de cerca noté que no llevaba sostén

Pamela: Me quedé conversando con Sara y se me pasó la hora. – Se cubría el pecho con los brazos-.

El cabello mojado, sin sostén, más de dos horas fuera… era claro de quien y como se estaba despidiendo.

Cuando Pamela subía al auto aproveché a verle el trasero, y tal como lo imaginaba, aquella tanga que se le marcaba en la mañana ya no estaba. Ninguna duda: venía desnuda abajo también.

Durante la hora de camino se limitó a cubrirse el pecho con los brazos. En el aeropuerto tuve que comprar un pantalón, medias y una casaca para disimular. En el avión evitó cruzarme la mirada. Julio tampoco habló, pero su sonrisa insinuaba demasiado.

Yo no dije más. No había nada que preguntar. Ese viaje había terminado, y con él también –aunque no nos separamos hasta tiempo después– mi matrimonio. Pero puedo decir que ese fue, sin duda, el inicio del divorcio.

«Este fue solo un episodio de tantos que me tocó vivir. Una historia amarga, sí, pero también una que me mostró lo ciego que puede ser el amor. Quizá no tenga todas las respuestas, pero con este relato dejo parte de lo que fue ese tiempo.

Si llegaron hasta aquí, me encantaría leerlos: saber si esta historia les tocó de algún modo, o si quisieran conocer otras experiencias que aún guardo. Sus comentarios o un mensaje a mi correo siempre serán bienvenidos. Gracias por acompañarme hasta el final.