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La trastienda

La trastienda

Fue entonces que se levantó y pasándome uno de sus brazos por la cintura me conminó a dirigirme hacia la puertezuela que daba hacia la trastienda, sin resistencia alguna de mi parte para impedírselo.

Era una portezuela muy chica que no llegaba hasta el suelo, por lo que había que pasar agachándose y de lado además, y en el momento en que ya tenía una de mis piernas al otro lado del dintel y comenzaba a cruzar con la parte superior de mi cuerpo hacia el otro lado, sentí su mano, y me quedé ahí, quietecita y sin moverme, en esa incómoda posición, mostrándole mi pierna izquierda estirada en toda su extensión hacia atrás obligando a la falda del vestido a levantarse mientras mis caderas y mi colita quedaban a su disposición al otro lado, y sentí sus manos deslizándose suavemente, por mis muslos, por mis nalgas luego, y era ese calor de nuevo, ese calorcito maldito del que no puedo escapar, que me domina, que me hace cometer todas estas locuras, lo sentí empujarme para pasar a la pequeña trastienda, casi oscura de no ser por algunos pocos rayos de luz que se colaban entre las débiles paredes, lo sentí acercarse tras cerrar la puerta y, dándome vuelta, nos abrazamos al unísono, sus brazos fuertes me tomaron por la cintura empujando mi cuerpo a pegarse al suyo, mis brazos recorrían sus espaldas y sus hombros mientras entreabría mi boquita para sellar con un beso el pecado de mi sucia entrega, con un beso cálido, amoroso, apasionado, un beso de lenguas desesperadas por decirse cuanto se desean, y sentí sus manos levantándome la falda del vestido hasta dejarme con la colita al aire, las sentí recorriendo mis encantos, con fruición, con desesperación casi, me manoseó atrás metiendo sus dedos bajo mi calzoncito por la hendidura entre mis glúteos agarrándome luego todos los cachetes, luego me acarició adelante encendiéndome la conchita por encima del calzón mientras yo me abría los botones para liberar mis pechos, los que agarró con sus manazas enormes apretándolos casi hasta el dolor… y entonces yo misma lo acaricié, por su pantalón primero, sintiendo el calor de su carne ya enardecida y tiesa, se lo sacó para mostrármelo, orgulloso quizás de su tamaño, -te gusta? me decía – te gusta este? mientras se lo meneaba en el aire y me miraba con una cara, entre caliente y sádica, que me volvió loca… si- le dije con voz entrecortada por la emoción del momento -sí me encanta- y terminando de dejar caer mi vestido al suelo me acerqué a él para demostrárselo tomándosela con una mano mientras con la otra lo abrazaba para besarlo en la boca…

Me tomó entonces por las caderas y me empujó con fuerza de cara contra la pared, tuve que afirmarme con los brazos para no golpearme la cara contra los maderos mientras él sin mayor preámbulo trataba de colocármelo en la entrada de mi conchita -ya mijita, ahora vais a ver lo que es güeno!- me espetó bruscamente mientras yo levantaba un poco mi colita para ayudarle y entonces lo sentí… de un empujón, abriendo mis carnes con fuerza, con decisión de macho enfurecido, me lo metió, me metió toda su pichula, su instrumento de placer, de poder, su amor de macho llenando mi vientre, poseyéndome como hembra, sometiéndome sumisa a su dominio y a su gozo… y me lo metía y lo sacaba, adentro y afuera, en un juego rítmico de cuerpos moviéndose al unísono, al compás del amor, del placer… sentía sus jadeos en mi cuello, sus manazas apretándome las tetas, sus caderas aplastando las mías en cada embestida, haciéndome soltar gemidos cada vez, gemidos de dolor, gemidos de placer, quería gritar, gritarle al mundo que me estaban culeando, que me estaban violando, quería llorar, llorar de placer, de gozo, y cada vez más fuerte me lo metía y cada vez más fuerte le respondía yo con mis movimientos y mis jadeos, era una locura, locura desatada, acabé una, dos veces, no sé cuantas ni me importa porque me sentía dichosa allí, dejándome culear por ese hombre bruto, dichosa hasta el punto de rogarle que me regalara todo su ser, que me diera toda su esencia para regar mi vientre con su hombría, y así fué… y luego nos quedamos un rato, sin hablar, jadeando aún, sudorosos ambos… me di vuelta y lo besé, fue un beso largo, largo y apretado, un beso de juramento, juramento que decía que él era mi dueño y yo su mujer, juramento que estoy dispuesta a cumplir todas las veces que él quiera…

Luego pasó un buen rato en el que permanecimos juntos, aún abrazados… y me decía cosas, obscenidades, que yo ni escuchaba porque aún estaba en el cielo… y luego se separó de mi –vístase mijita, que hay que irnos- me ordenó y entonces abrí los ojos… lo ví en la penumbra de espaldas, todo un macho, grueso, como me gustan, estaba colocándose su overol… y vi también mis elegantes prendas regadas por el suelo en abierto contraste con la bajeza del lupanar, y me ví a mi misma, toda una dama, recién poseída, apoyada semidesnuda contra la pared, con el sostén entreabierto y el calzoncito enredado en los tacos del zapato, toda una dama de sociedad…

Ya era tarde… recogí mis ropas y comencé a arreglarme, pues no había ducha en el lugar… lo vi apoyado contra la puerta, esperándome en silencio… y me vestí lenta y coquetamente mientras él me observaba, me puse el vestido, me senté en una silla junto a una mesita y luego de arreglarme un poco el pelo y retocar mi maquillaje, crucé coquetamente mis piernas para colocarme los zapatos, levantando las piernas un poco de lado, femeninamente… y fue suficiente…

Lo sentí acercarse decidido, no alcancé a ponerme de pie yo sola cuando me tomó en vilo y me tumbó en la mesita entreabriendo mis piernas, y haciendo caso omiso de mis súplicas sacó su verga nuevamente tiesa y erguida, y haciendo a un lado la tela de mi calzoncito me la metió de nuevo…y fue maravilloso, quizás más que la primera vez, sentir su excitación, sentirlo descontrolado de deseo por hacerme suya me llevó de inmediato al clímax, me olvidé de la hora, de los tarde que era, de todo, y me dejé… dejé que me culeara con furia, dejé que se saciara de hacerme el amor, dejé que me hiciera retorcer de placer sobre esa débil mesita que a duras penas resistía los embates de nuestras sacudidas…. –Te gusta culiar así mijita? Te gusta mi pico?- me decía mientras yo sólo atinaba a gemir –Sí…sími amor…- y acabamos nuevamente como dos locos, con ganas, como queriendo comerse al otro, apretando nuestros cuerpos, nuestros sexos, en el límite, y luego cayendo en el sopor, sin hablar, sólo sintiendo, sintiendo los olores, los sonidos, los jadeos…

Nos separamos lentamente, como queriendo que no hubiese llegado ese momento… luego salimos de ahí, había oscurecido ya y el aire fresco del otoño me refrescó un poco la cara aún enrojecida… nos despedimos con un beso, sin palabras, no hacían falta para saber que volveríamos a encontrarnos… y luego partí en silencio, rumbo a casa y a mi marido, tratando de inventar una buena excusa…

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