La lección
Me llamo Adelaida y quiero contarles mi experiencia. Soy actriz y modelo y mi marido Juan es empresario. Mi vecina y amiga se llama Laura.
Juan es muy bueno en la cama.
¡Qué bien que folla el cabrón!. Sin embargo eso me incomoda bastante porque luego es un presuntuoso y me refiero que lo es tanto fuera como dentro del lecho.
A veces me dice que me falta agresividad para parecerme a él.
Que su vida sexual es mucho más intensa que la mía. Que podría acostarse perfectamente con dos mujeres o más. Que después de pasar la noche conmigo tiene que masturbarse luego.
Cuando terminamos de hacer el amor me dice que le deje todo preparado para mañana. Esto se que me lo dice en broma pero me sienta muy mal.
Así que me decidí a darle una lección a este prepotente y chulo de esposo mío.
Se me ocurrió, ya que presume tanto de que podía estar con dos mujeres a la vez , de invitar una noche a Laura que como ya he dicho es nuestra vecina y compañera.
Yo soy mucho más atractiva que ella pero reconozco que su cuerpo hace enloquecer a cualquier hombre.
Me comparo como si yo fuese la típica modelo de revista femenina y ella es la clásica chica que posa para revistas chabacanas: pechazos, tatuajes, cuerpo escultural.
Estoy convencida de que Juan no va a poder aguantar demasiado con las dos. Estará primero conmigo y luego eyaculará nada más metérsela a la otra.
Una noche nos reunimos los tres a cenar en nuestra casa. La excusa fue que se me olvido celebrar mi santo.
¿Qué te parece la sorpresa que te he preparado?- le dije a mi macho ibérico.
Él no decía nada . Parecía dubitativo. Sólo miraba el plato de su cena. Ya lo sabía yo. Estaría deseando que le tragase la tierra.
Nos fuimos los tres a la cama. Yo me desnude lentamente mostrando mi lencería, poco a poco mi sedosa piel, mis pechos finos y erectos; mi delgadez sensual. Laura es mas bastorrra se quitó todo de golpe.
Tenía un tatuaje en uno de sus grandes senos- que por cierto no llevan silicona- ; el culo es pura pornografía.
Coincidimos en que nuestros cabellos son largos y rubios. Y en cuanto a Juan , que todos los días va a un gimnasio, la tenía dura como siempre.
Primero lamió nuestros coños y luego me penetró haciéndolo de maravilla y a varias velocidades, despacito o rápido; tumbado sobre mi, apoyando sus musculosos brazos sobre el colchón.
Procuré además exagerar un poco para que Juan se excitase más. «¡Que bueno!» le decía y procuraba que mis gemidos, ayes y lamentos fueran lo más provocativos posibles. «Pero que golfo que eres», le terminé diciendo. Cuando le digo esto siempre acaba corriéndose.
Salió de mí y cuando ya esperaba su liquido espeso y cálido se tiró a por Laura y la penetró igual que a mí. Suavemente o con fuerza. «Joder», empezó a decir ella. «Que bien que follas». «Dame tu leche pronto». «¡Enseña a tu mujer a follar!». Laura me estaba empezando a indignar. Seguía haciendo comentarios. «¡Y lo que aguantas!». A todo esto no paraba de suspirar, gimotear y moverse. «Joder, que bien, joder…». «Soy tu puta». «Toma mi cuerpo cuando quieras»….
Y menos mal que sonó el teléfono en ese momento. Juan se levantó, momento que aprovecha para echarle un rapapolvos a la tonta de Laura.
Pero que tonta que eres. Todo lo que tienes de fogosa te falta de cerebro -le dije.
Oye, puta, déjame en paz ,que me folle a tu marido, porque folla de miedo. Déjame que me joda ya que tu no sabes.
¿Pero como te atreves?- le contesté yo.
Perdona. Pero con Juan te corres en el clítoris y en la vagina.
En ese momento llegó Juan. Me cogió. Me puso a cuatro patas y se puso a joderme de nuevo. ¡Que tonta soy yo también!. ¡Qué sonrisilla me salió! ¡Qué marido tengo!. .
Luego se lo hizo a la otra que seguía diciendo tonterías: «Juan te doy las llaves de mi coche»; «¿sabes en que se parece tu casa al Camino de Santiago?, en que los últimos kilómetros hay que hacerlos de rodillas para implorarte que me eches un polvo»; «tus calzoncillos te los lavo yo a mano aunque te lo hayas hecho con tu mujer» . Laura lo único que hacía ya era gritar de placer.
Entonces mi marido se acostó y la cogió para tumbársela encima, sentada hacia adelante, que es mi postura favorita. De esta forma lo hace muy rápido.
Pero yo no pude contenerme y loca de celos empuje a Laura hacia un lado, sacándola de encima. Luego la abofetee y ella a mí.
Nos tiramos de los pelos, nos arañamos, nos empujábamos, nos hicimos moretones en una lucha en la que terminamos en el suelo una encima de la otra.
Basta ya – dijo mi marido-. Aquí el que manda soy yo. No peleéis joder. ¡No me toquéis los huevos! O no os hago ni puto caso. Esta claro.
Su voz sonó estentórea, grave, enérgica. Nos quedamos quietas. Nos levanto a las dos y nos empujó contra la cama.
Volvió a tomar de la misma manera a Laura que no paraba de gritar, la muy guarra. «Voy a limpiarte los palominos», le dijo a Juan. Yo le dije: «guarra».
Mi hombre levantó a Laura con la fuerza de sus brazos y me tomó a mí. Esta vez me tocaba a mi. Cuando follamos así termino casi aullando.
Por detrás se oía la voz de la cerda: «ella es más bonita que yo ponme a coser», «pero yo estoy más buena, que ella, que te haga las mamadas mientras me la metes por mis dos agujeros, el sucio pegajoso y el pringoso que huele peor todavía». «Bueno si quieres también me la puedes meter por la boca».
Entonces mi marido me apartó de encima diciendo «basta ya»; «no la meto más». Y las dos perdimos el control. Éramos dos enloquecidas ninfomaníacas, cuya lujuria había explotado y sobrepasaba la de cualquier jovencito quinceañero que está deseando violar a la vecina de enfrente.
«Ven aquí»; «fóllame pronto y rápido», gritábamos. Llegamos a golpearle con nuestros puños en su corpachón peludo. Yo me puse de rodillas en el suelo y le besé la mano como si fuese una eminencia.
Estaba lloriqueando. Y le dije: «soy tu esclava».
Nos tumbo a las dos una encima de la otra, con las piernas abiertas. Ella arriba y yo debajo.
Fue intercambiando penetraciones hasta que la saco de mí y se corrió; se la metió a ella y se volvió acorrer.
Nos lleno de leche y estábamos pegajosas y sentíamos frío. El hombre nos miraba de forma dura penetrante. «Te pertenezco «, le dije. «Quiero tu ternura», dijo Laura.
Ayudaros a levantaros- nos dijo-. Que una me lave las camisas y que otra me las planche.
¡Malditas bromas suyas!