La duna

Cuando llegué a la playa, lo visualicé enseguida.

Era uno de esos días en los que mi deseo estaba desaforado.

Necesitaba una victima con la que pudiera realizar todas mis fantasías febriles acaecidas durante la noche.

Ojeaba el periódico sin ningún interés.

Me aproximé a unos cinco metros y coloqué mi sombrilla.

Aun no me había visto.

Empecé a montarme el espacio donde llevaría a cabo lo que había planeado en el coche previamente.

El movimiento le atrajo.

Levantó la vista del periódico y se mequedó mirando.

Yo estaba justo detrás de él.

Se giró bocabajo con el fin de poderme contemplar a sus anchas.

Yo poco a poco iba quitándome la ropa, primero los diminutos pantalones y después el ajustado top, mirándole de soslayo.

Con mi casi inexistente tanga me arrodillé, con el fin de estirar y arreglar la toalla en el suelo, proporcionándole a él todo un primer plano de mi culo respingón y moreno.

Me tumbé en la toalla y me quité el tanga. Iba muy depilada.

Sólo había dejado un poquito de vello púbico dejando al descubierto mis labios mayores.

Poco a poco el deseo se iba apoderando de mí.

Notaba como mi vagina se iba humedeciendo y el flujo afloraba a través de mis labios menores al exterior.

Fue el momento en que empecé a ponerme el bronceador.

Primero el pecho tocándome suavemente los pezones, después el liso vientre hasta llegar a mi sexo.

Separé las piernas y seguí untándome con la crema un pie, la pierna y el muslo, proseguí con el mismo ritual con la otra pierna hasta llegar a mi clítoris que ya tenía un tamaño considerable.

Él no apartaba la mirada de mi sexo y yo poco a poco lo iba abriendo cada vez más.

Lo noté erecto ya que se colocó la polla entre el vientre y la toalla.

Mirándole directamente a los ojos me levanté y me fui detrás de la duna.

Intentaba contar los segundos que tardaría en aparecer cuando llegó con el miembro eréctil.

Yo me acuclillé y me puse a orinar mirándolo con cara de deseo y los labios entreabiertos pasando la lengua a través de ellos para humedecerme primero el de arriba y después el de abajo.

Se aproximó hacia mí y colocó su polla en mi boca.

¡Cuánto placer!.

Empecé a mordisquearla y a chuparla con tanta pasión que estuvo a punto de correrse… pero no, la saqué rápìdamente y paré el movimienteo bruscamente agarrándolo fuerte por los cojones -aún no habia llegado el momento- .

Me tumbé y le ofrecí mi coño todo humectante y cálido.

Él me penetró hasta el fondo de mi ser.

Yo así su cuerpo con mis piernas entrelazadas por detrás de su columna… – no te corras dentro!!.

Quiero que te corras en mi cara mientras yo me corro tocándome el clítoris- le oredené.

Estábamos empapados en sudor.

Vi que sacaba su enorme polla y la ponía encima de mi cara y que un fuerte chorro me caía en los ojos y en la boca mientras yo, dando los últimos movimientos estretóricos, moviendo enérgicamente mi clítoris llegaba a un orgasmo febril que hizo estremecer todo mi cuerpo.

Ni siquiera nos besamos y tampoco conocí su nombre.

Primero volvió él a la playa y pocos segundos después llegué yo y, recogiendo todos mis bártulos, volví a casa.

Cuando llegó mi marido, se lo conté.

¡Follamos como nunca!.