El paquete llegó envuelto en papel negro. Apenas lo abrí, supe quién lo había mandado. Él. Mi amante. Dentro venía una tanguita roja de encaje, un mini vestido bien pegadito y unas pantimedias finas. Me las puse sin pensarlo dos veces, sintiendo la tela recorrer mi piel, haciéndome sentir traviesa, prohibida.

Me miré al espejo y sonreí. Me veía como una diosa. Pero en ese momento, la puerta se abrió de golpe. Mi esposo me encontró parada ahí, envuelta en el regalo de otro cabrón.

Su mirada me devoró de arriba abajo, oscura, intensa. Se acercó, con esa presencia de macho dominante lento que me volvió a loca.

—Para quién te arreglaste así, cabrona? —su voz sonaba grave, dura.

Tragué saliva, mi corazón latiendo a mil.

—Para ti, mi amor…

Pero él no era pendejo. Sus ojos me escanearon, afilados, y una sonrisita torcida apareció en su rostro. Me tomó de la barbilla, obligándome a verlo directo a los ojos.

—No me mientas. ¿Quién te vistió así? ¿O mejor dicho, quién te desvistió?

Su mano bajó lento por mi espalda, apretándome contra su pecho.

—Dime, ¿cómo te puso? ¿De perrito? —sus labios rozaron mi oído, su aliento caliente erizándome la piel—. ¿Te agarró así, toda empinada, mientras le rogabas que te diera más?

Un gemido se me escapó, pero él no se detuvo. Me giró contra la pared, su mano recorriendo mis muslos, alzando la faldita que apenas cubría algo.

— ¿Cuántas veces lo hiciste venir? —su pregunta fue directa, cruda—. ¿Te puso a tragar o solo te llenó toda?

Me mordí el labio, sintiendo cómo mi cuerpo ardía entre su furia y su deseo.

—Dímelo, ¿te la mamaste? —su mano atrapó mi cabello, inclinándome un poco más, mientras su otra mano recorría mi cuerpo con una mezcla de celos y posesión—. Porque esta noche, chiquita, vas a recordarme bien…

Antes de que pudiera responder, su boca atrapó la mía con un beso rudo, su lengua reclamando la mía, su cuerpo pegándose al mío con hambre. Me agarró con fuerza, con la urgencia de un hombre que quiere marcar su territorio.

Y ahí, entre sus celos y su lujuria, me hizo suya con una pasión desenfrenada, recordándome que, aunque otro me vistiera, él era el único que me desnudaba de verdad.

Sus manos fuertes me sujetaban con firmeza, reclamando lo que era suyo. Cada palabra que salía de su boca ardía en mi piel como fuego.

—A ver, dime, cabrona… —gruñó contra mi cuello, su lengua recorriendo la piel caliente—. ¿Te lo cogiste como a mí? ¿O nomás lo dejaste soñar?

Intenté responder, pero su mano recorrió mis muslos, apartando la tanguita de encaje con un jalón brusco.

—Mírate nomás, toda húmeda… —soltó con una risa baja, oscura—. Pinche cabrona, te calienta que te reclame, ¿verdad?

Me mordí el labio, pero él no iba a dejar que me escapara. Con un movimiento rápido, me empujó contra la cama, haciéndome quedar en cuatro sobre las sábanas.

—Así te puso, ¿verdad? De perrito, toda abierta para él… —sus dedos recorrieron mi piel con una mezcla de celos y lujuria descontrolada—. Dime cuantas veces te lo metió, cuantas veces le suplicaste que no parara.

—No… no lo hice —jadeé, temblando de anticipación.

—Ah, ¿no? —me tomó de la cintura, pegando su cuerpo al mío—. Entonces diez centavos, ¿se la mamaste?

Un jadeo escapó de mis labios al sentir su dureza contra mí.

—No… no lo hice…

Él río, con esa risa baja y dominante que me volvía loca.

—Pos hoy me la vas a mamar a mí, hasta que llores por más.

Me jaló el cabello con firmeza, obligándome a girarme y quedar frente a él. Su mirada me atrapó, intensa, hambrienta.

—Ándale, demuéstrame quién es el único cabrón que te hace perder la cabeza.

Me arrodillé ante él, mis manos recorriendo su torso caliente, mi lengua saboreando su piel con deseo desenfrenado. Su respiración se aceleró, su agarre en mi cabello se hizo más fuerte.

—Eso… así, tragadita, mamacita… —gruñó con placer.

Sentí su cuerpo estremecerse, su control desmoronarse entre mis labios.

Pero esto apenas comenzaba.

Esta noche, iba a recordarle por qué, aunque me vistiera otro, yo solo le pertenecía a él.

Mi lengua recorría su piel caliente, sintiendo cada estremecimiento, cada gruñido bajo que salía de su pecho. Sus dedos se aferraban a mi cabello, guiándome, dominándome.

—Eso… así, mamacita… —su voz sonaba entrecortada, llena de deseo—. Vas a hacerme venir con esa boquita, pero ni creas que ahí acaba la noche.

Lo miré con una sonrisa traviesa, provocándolo. Mi lengua dibujó un camino lento, mis labios apretándose justo donde sabía que lo volvía loco.

—Chingada madre… —soltó entre jadeos, empujando un poco más, reclamándome como suyo.

Su respiración se aceleró, su control se resquebrajaba. Sabía que estaba a punto de venirse, pero de repente, con un gruñido, me jaló hacia arriba, atrapándome en su mirada oscura y dominadora.

—No tan rápido, cabrona… —su boca se estrelló contra la mía, besándome con hambre descontrolada—. Ahora me toca a mí.

Me empujó contra la cama con fuerza, su cuerpo cubriendo el mío, su aliento caliente rozando mi cuello.

—¿Te crees muy cabrona poniéndote la ropa que otro te regaló? —susurró, mordiendo mi piel con deseo—. Ahora te la voy a quitar, y vas a ver lo que es mío.

Sus manos recorrieron mi cuerpo con desesperación. El mini vestido fue subiendo poco a poco hasta quedar enrollado en mi cintura. Sus dedos desabrocharon mis pantimedias, arrancándolas con un jalón brusco.

—Así me gusta, sin nada que estorbe —susurró contra mi piel, deslizando su lengua por mi vientre.

Me arqueé bajo su toque, mis manos recorriendo su espalda, mis uñas clavándose en su piel cuando su boca bajó más y más.

—Así te lo hizo él? —susurró, su lengua recorriéndome con una lentitud tortuosa—. Dime, ¿te supo igual que yo?

Mis gemidos fueron la única respuesta.

—No, ¿verdad? —murmuró con satisfacción—. Porque solo yo sé cómo hacerte rogar.

Sus manos me sujetaron con firmeza, sus labios y su lengua me llevaron a un punto donde solo existía el placer.

—Ahora dime, ¿quién es tu dueño?

Mis piernas temblaban, mi cuerpo entero se rindió a él.

—Tú… solo tú…

—Eso quería escuchar, mamacita. Porque esta noche, te voy a coger como nadie más podría hacerlo.

Y con un movimiento rudo y hambriento, me tomó, haciéndome suya una y otra vez hasta que su nombre fue lo único que pude gritar.

Mi cuerpo temblaba debajo de él, su piel caliente pegada a la mía, su aliento ardiente recorriendo mi cuello. Me tenía atrapada, dominada, completamente a su merced.

—Dímelo otra vez —ordenó con la voz ronca, sus labios rozando mi oído—. ¿De quién eres?

—Tuya… solo tuya… —jadeé, sintiendo su dureza apretándose contra mí, listo para reclamarme.

Él muy satisfecho, pero no iba a dejarme tan fácil. Sus manos fuertes recorrieron mis caderas, apretándome con fuerza antes de darme una nalgada que hizo que mi piel ardiera.

—Eso, cabrona… Así me gusta, bien entregadita —gruñó, haciéndome girar para dejarme en cuatro, presentándome ante él como la hembra que le pertenece.

Sentí su mano recorrer mi espalda lentamente, sus dedos deslizándose por mi piel desnuda.

—Así te lo puso él, ¿verdad? —susurró con celos y lujuria en su voz—. Toda empinadita, lista para que te rompieran…

Abrí la boca para responder, pero en ese momento, su mano atrapó mi cabello y empujó de él con firmeza, arqueando mi espalda.

—No, mi reina… —continuó, su voz ronca de deseo—. Él jamás te cogió como yo lo voy a hacer ahora.

Y entonces, sin más advertencia, me tomó de golpe, haciéndome gritar su nombre con un placer salvaje.

—Eso… grítalo, que se enteren todos quién es el único cabrón que te hace temblar así.

Sus embestidas fueron rudas, profundas, cada movimiento reclamándome como suya.

—Dime cuantas veces te lo metió… —gruñó, sus manos sujetando mis caderas con fuerza, golpeando contra mí sin piedad—. Dime si te hizo venirse como yo lo haré ahora.

Mis uñas se clavaron en las sábanas, mi cuerpo rendido a su dominio absoluto.

—N-nadie… nadie me ha cogido como tú…

Él soltó una risa baja, oscura, satisfecho con mi respuesta.

—Eso me gusta oír, chiquita. Porque esta noche, no te vas a olvidar de mí.

Aceleró el ritmo, su respiración volviéndose errática.

—¿Quieres mi leche, mamacita? —gruñó contra mi cuello—. ¿Quieres que te llene toda, que te deje marcado para que ni se te ocurra abrirte para otro cabrón?

—Sí… por favor…

—Entonces pídelo, zorrita… Dime cómo quieres que te lo deje.

Mis labios temblaron, mis jadeos eran cada vez más entrecortados.

—Dámelo todo… dentro…

Él gruñó con placer, agarrándome con más fuerza, perdiéndose en la sensación hasta que ambos nos derrumbamos en un clímax que hizo que mi cuerpo entero se estremeciera.

Quedé temblando bajo él, sintiendo su respiración agitada sobre mi piel. Su mano recorrió mi espalda con ternura ahora, trazando círculos suaves sobre mi piel ardiente.

—Así me gusta… bien cogida y sabiéndote mía.

Cerré los ojos, con una sonrisa satisfecha en los labios. Porque sí, esa noche, no quedaba duda de quién era la única persona que realmente me hacía perder la cabeza.

Mi cuerpo temblaba debajo de él, su piel caliente pegada a la mía, su aliento ardiente recorriendo mi cuello. Me tenía atrapada, dominada, completamente a su merced.

—Dímelo otra vez —ordenó con la voz ronca, sus labios rozando mi oído—. ¿De quién eres?

—Tuya… solo tuya… —jadeé, sintiendo su dureza apretándose contra mí, listo para reclamarme.

Él muy satisfecho, pero no iba a dejarme tan fácil. Sus manos fuertes recorrieron mis caderas, apretándome con fuerza antes de darme una nalgada que hizo que mi piel ardiera.

—Eso, cabrona… Así me gusta, bien entregadita —gruñó, haciéndome girar para dejarme en cuatro, presentándome ante él como la hembra que le pertenece.

Sentí su mano recorrer mi espalda lentamente, sus dedos deslizándose por mi piel desnuda.

—Así te lo puso él, ¿verdad? —susurró con celos y lujuria en su voz—. Toda empinadita, lista para que te rompieran…

Abrí la boca para responder, pero en ese momento, su mano atrapó mi cabello y empujó de él con firmeza, arqueando mi espalda.

—No, mi reina… —continuó, su voz ronca de deseo—. Él jamás te cogió como yo lo voy a hacer ahora.

Y entonces, sin más advertencia, me tomó de golpe, haciéndome gritar su nombre con un placer salvaje.

—Eso… grítalo, que se enteren todos quién es el único cabrón que te hace temblar así.

Sus embestidas fueron rudas, profundas, cada movimiento reclamándome como suya.

—Dime cuantas veces te lo metió… —gruñó, sus manos sujetando mis caderas con fuerza, golpeando contra mí sin piedad—. Dime si te hizo venirse como yo lo haré ahora.

Mis uñas se clavaron en las sábanas, mi cuerpo rendido a su dominio absoluto.

—N-nadie… nadie me ha cogido como tú…

Él soltó una risa baja, oscura, satisfecho con mi respuesta.

—Eso me gusta oír, chiquita. Porque esta noche, no te vas a olvidar de mí.

Aceleró el ritmo, su respiración volviéndose errática.

—¿Quieres mi leche, mamacita? —gruñó contra mi cuello—. ¿Quieres que te llene toda, que te deje marcado para que ni se te ocurra abrirte para otro cabrón?

—Sí… por favor…

—Entonces pídelo, zorrita… Dime cómo quieres que te lo deje.

Mis labios temblaron, mis jadeos eran cada vez más entrecortados.

—Dámelo todo… dentro…

Él gruñó con placer, agarrándome con más fuerza, perdiéndose en la sensación hasta que ambos nos derrumbamos en un clímax que hizo que mi cuerpo entero se estremeciera.

Quedé temblando bajo él, sintiendo su respiración agitada sobre mi piel. Su mano recorrió mi espalda con ternura ahora, trazando círculos suaves sobre mi piel ardiente.

—Así me gusta… bien cogida y sabiéndote mía.

Cerré los ojos, con una sonrisa satisfecha en los labios. Porque sí, esa noche, no quedaba duda de quién era la única persona que realmente me hacía perder la cabeza.

Mi respiración aún estaba entrecortada cuando él deslizó sus dedos por mi piel, dibujando círculos lentos sobre mis muslos. Su mirada, oscura y penetrante, no me dejaba escapar.

—Ahora dime… —susurró contra mi oído, su voz grave y baja—. ¿Qué fue exactamente lo que él te hizo?

Mi cuerpo se estremeció, y no solo por la forma en que su boca descendía por mi cuello, besándome con una mezcla de deseo y desafío.

—Quiero que me lo cuentes todo… con detalles —insistió, su aliento cálido haciéndome temblar—. Quiero imaginarlo, quiero saber cómo te tocó… si te miró como yo lo hago ahora.

Su mano apretó mi cintura, haciéndome girar sobre la cama, atrapándome bajo su peso.

— ¿Cómo empezó? —preguntó, deslizando sus labios por mi clavícula mientras sus dedos dibujaban un camino invisible por mi vientre—. ¿Te besó así… despacio?

Cerré los ojos cuando su boca atrapó la piel de mi cuello, succionando con la fuerza exacta para dejar una marca.

—O dime… —continuó, con una sonrisa peligrosa—. ¿Fue directo al grano, desesperado por probarte?

Mi corazón latía con fuerza. Sentía su cuerpo caliente pegado al mío, su respiración acelerada esperando mi respuesta.

—Me besó… —murmuré, provocándolo—. Lento al principio, pero luego… no pudo contenerse.

Un gruñido bajo se escapó de su garganta.

—Sigue… —ordenó, deslizando sus labios hasta el borde de mi oído—. ¿Dónde te tocó primero?

Sus manos recorrieron mi cuerpo como si intentara seguir las mismas huellas que había dejado otro. Quería sentirlo, visualizarlo, imaginarlo en cada detalle para después borrar cualquier rastro y hacerme suya otra vez.

—Quiero saberlo todo… y cuando termines de contármelo, voy a hacer que lo olvides por completo.

Mi cuerpo tembló, atrapado entre su celosía y su deseo, sabiendo que esta noche no acabaría hasta que él estuviera completamente satisfecho.

Él me miraba con esos ojos oscuros y profundos, llenos de deseo y desafío, esperando que siguiera. Sus dedos jugaban con mi piel, presionando justo lo suficiente para hacerme estremecer.

—Sigue… dime qué más te hizo —susurró contra mi oído, su aliento caliente rozando mi cuello.

Me mordí el labio, provocándolo.

—Me besó con hambre —respondí, dejando mi voz caer en un tono seductor—. Como si no pudiera esperar para tenerme.

Su mandíbula se tensó. Pude sentir la forma en que su cuerpo se endurece, su posesión ardiendo en cada fibra de su ser.

—Así? —preguntó antes de que su boca reclamara la mía en un beso profundo y demandante.

Me dejé sin aliento, su lengua atrapando la mía en un juego de poder donde él tenía el control absoluto. Sus manos descendieron lentamente, deslizándose por mi espalda, trazando un camino de fuego hasta mis caderas.

—Y luego… ¿qué más hizo? —su voz sonó ronca, baja, peligrosa.

Sabía que estaba jugando con fuego, pero me encantaba verlo así, consumido por los celos y el deseo de demostrarme que solo él podía hacerme sentir de esa manera.

—Me tomó por la cintura… —jadeé, dejando que su imaginación terminara la historia.

Él gruñó bajo, su agarre en mi cuerpo se hizo más firme.

— ¿Te hizo temblar como lo hago yo?

Su boca descendió por mi cuello, dejando un rastro de besos y mordidas suaves que quemaban mi piel.

—No —admití, arqueando mi espalda cuando sus manos recorrieron cada curva de mi cuerpo, reclamándome—. Nadie me hace temblar como tú.

Su sonrisa era oscura, peligrosa.

—Eso me gusta oír… pero esta noche voy a asegurarme de que nunca, nunca más, compara a otro conmigo.

Y entonces, con un movimiento decidido, me giró entre sus manos, su boca devorándome con una intensidad que dejó claro que esta vez, él no iba a dejarme salir de esta cama hasta que me tuviera completamente rendida.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo con una mezcla de deseo y posesión. Su mano se deslizó lentamente por la tela ajustada de mi vestido, sintiendo la textura, el encaje que apenas cubría mi piel.

—¿Te vestiste así para él? —preguntó con la voz ronca, su aliento acariciando mi cuello.

Su pregunta me hizo estremecer. Su tono no era de simple curiosidad, había algo más… algo oscuro, desafiante.

—Respóndeme… —insistió, su mano bajando hasta mi cadera, apretándome con fuerza—. ¿Te arreglaste así pensando en que te iba a desvestir él?

Su boca se deslizó hasta mi oído, susurrando con un tono peligroso que me hizo temblar.

—Dime la verdad… ¿sabía él lo que traías debajo?

Mis labios se entreabrieron, mi respiración agitada. Sabía que cualquier respuesta solo avivaría el fuego en sus ojos.

—Me puse esto porque sabía que me harías esta pregunta… —respondí, dejándome llevar por el juego, desafiándolo.

Un gruñido bajo se escapó de su garganta. Sus manos se cerraron sobre la tela, levantándola lentamente, sus dedos rozando mi piel con una caricia que me robó el aliento.

—Entonces quiero verlo todo… quiero ver qué tanto te esmeraste para él.

Su mirada ardiente me dejó claro que esta noche, no pensaba dejarme salir de esta habitación hasta que quedara claro de quién era realmente.

El aire entre nosotros se carga de electricidad. Su mirada oscura y penetrante me recorría de arriba abajo, como si cada parte de mí le perteneciera y estuviera inspeccionando su pr.

Sus dedos rozaron el borde del vestido, subiéndolo lentamente, dejando al descubierto mi piel centímetro a

—Así te vio él? —preguntó en un murmullo grave, su boca rozando mi oído—. ¿Así lo dejaste mirarte?

Podía sentir su respiración acelerada, su cuerpo tenso de deseo y rabia c.

—¿Le mostraste esto? —sus manos recorrieron la curva de mis muslos, su tacto firme pero deliberadamente lento—. ¿O se lo quitó él pr?

La pregunta quedó suspendida en el aire. Sabía que estaba jugando con fuego, que cada palabra, cada insinuación, lo hacía desearme más… ya la vez, reclamar lo que él co.

Me mordí el labio antes de responder, disfrutando la forma en que su mandíbula se tensaba, en cómo sus dedos se hundían con más fuerza en

—No lo dejé… —susurré, con una sonrisa provocadora—. norte

Un gruñido bajo y peligroso se escapó de sus labios.

—Buena respuesta, mamacita… —murmuró, su boca bajando lentamente por mi cuello, dejando un camino de besos ardientes—. Pero aún tengo que enseñar

Sus manos me dieron un tirón, haciendo que el vestido resbalara por mi cuerpo hasta quedar a sus pies. Me dejó expuesta, vulnerable… justo como él quería.

—Voy a recordarte por qué nadie más te hace tem

Su mirada devoró cada rincón de mi piel, sus dedos firmes recorriendo cada curva como si estuviera marcándome con su toque.

—Y esta vez… —sus labios rozaron los míos, pero no me besó—. No voy a dejar que olvides quién es el único hombre que puede t

Me tomé entre sus manos, haciéndome suya con un deseo salvaje, con una pasión que no dejaba espacio para dudas.

Y mientras me perdía en la sensación de su cuerpo reclamando el mío, supe que esta noche no dormiríamos… porque él no iba a parar hasta asegurarse de que cada parte de mí le perteneciera, en cuerpo y alma.