Mi vida desde que volví de mi luna de miel es como la de un programa de televisión: una casa estupenda, un marido con un buen trabajo, y a mí se me fueron abriendo oportunidades en el mundo laboral. Mi padre me iba preparando para dirigir pronto la empresa de viajes de la familia… todo lo que una pueda desear.
En ese momento, junto a mi marido, decidimos dar algo de cambio a nuestras vidas y creamos una fundación benéfica. Yo he tenido una gran experiencia y, sobre todo, me encanta organizarlo todo. Pero más que nada, conocer gente nueva.
En uno de los eventos que hicimos, me topé con un excompañero de la secundaria al que yo odiaba. Durante una reunión con él, mi perspectiva cambió y me di cuenta de que es un tipo con ganas de ligar. Después de unas copas, ya no fui capaz de rechazar sus insinuaciones…
Esto ocurre después de cinco años casada con mi esposo. Tuvimos nuestro primer hijo, el cual ya tenía dos añitos. Después de esa luna de miel, mi relación fue en alza: el amor y el trabajo nunca faltaron en la familia, y poco a poco íbamos creciendo más juntos.
Un día, estando en familia con mi esposo y mis padres, surgió la idea de abrir una fundación benéfica aquí en mi ciudad, ya que teníamos un poco de tiempo extra y, además, veíamos la necesidad de ayudar a la gente. ¿Qué mejor forma que una fundación? Así todos podrían aportar su granito de arena.
Al principio nos costó trabajo, pero poco a poco más gente se fue sumando y todo comenzó a salir como lo planeamos. Para el evento de vacaciones —con shows musicales y juegos— la comunidad respondió mejor de lo esperado. Sólo faltaba resolver un detalle: la música.
Fue entonces cuando mi marido soltó la bomba.
—Necesitamos ayuda con el sonido —dije, revisando la lista de pendientes—. Los vecinos colaboran con los juegos y la logística, pero no conozco a nadie que pueda encargarse de la música. ¿Tú tienes alguna idea?
Él se rascó la nuca, evitando mi mirada.
—Mmm… sí, pero no te va a gustar.
—¿Qué? ¿Por qué? —arqueé una ceja.
—Es… tu excompañero Lucas. El que mencionaste que te hacía la vida imposible en la escuela.
—¿¡Qué!? —casi grité, cruzando los brazos—. ¡No! Él era insoportable. Será un desastre trabajar con él.
Mi esposo me rodeó la cintura, dejando un beso suave en mi mejilla.
—Cariño, solo manejará la música. Quizá ni lo veamos en el evento. Además, es DJ profesional, tiene todo el equipo y conoce la música actual.
—Mmm… está bien —cedí, frunciendo los labios—. Pero que ni se le ocurra acercarse.
Él rio, jugueteando con un mechón de mi pelo.
—Deberían hablar. Se nota muy cambiado.
—Ya veremos —murmuré.
—¿Por qué no le escribes tú? Así coordinan los detalles.
—¿¡Yo!? Ni loca —bufé—. Hazlo tú.
—Amor, estoy hasta el cuello con la empresa —susurró cerca de mi oído—. Será buena oportunidad para hacer las paces.
—No sé… solo de recordar su cara me da repelús.
—No exageres —sonrió, pasándome un contacto en mi teléfono—. Aquí tienes su número. Luego me cuentas qué te dijo.
—Mmm… está bien —suspiré, resignada.
Lucas había sido el matón de la secundaria —el tipo que se burlaba de mi pelo rizado, que “accidentalmente” empujaba mis libros al suelo, y cuyo grupo de amigos me hacía sentir invisible. Para colmo, con ese acné marcado y sonrisa de superioridad, era fácil odiarlo. Mi enemigo número uno.
Pero ahora, diez años después, mi marido insistía en que “había cambiado”.
Esa noche, con fastidio, le escribí:
—Hola Lucas. Soy Alma Carrizo, de la secundaria. Mi marido dijo que podrías ayudarnos con la música del evento benéfico. ¿Te interesa?
No esperé respuesta. Apagué el teléfono y me enterré en las sábanas, como si eso borrara el pasado.
Al despertar, un mensaje brillaba en la pantalla:
—¡Hola Alma! ¿Cómo olvidarte? ¡Obvio que los ayudo! Es una causa re linda, y si puedo aportar, mejor. ¿Qué necesitan?
Su tono desenfadado me irritó. Respondí lo mínimo:
—Ok.
Quería cortar cualquier conversación. Pero él insistió:
—¿Cuándo nos juntamos para coordinar? Podría sumar más ideas…
—No hace falta —tecleé rápido—. Te mando la info por acá.
—Ah… bueno. Pensé que podríamos vernos con tu marido —respondió, y casi imaginé su decepción.
—Si surge algo, te aviso —cerré el tema.
—Dale, Alma. Cualquier cosa, escribime —finalizó él.
Había sido grosera. Pero ¿qué esperaba? ¿Que olvidara cómo me trató?
Esa noche, mientras veíamos TV, le mostré los mensajes.
—Amor… ¿no crees que fuiste un poco dura? —dijo, levantando una ceja.
—¡No! Es Lucas. El mismo que me hizo la vida imposible —crucé los brazos.
—Era un pibe de quince años —suspiró él—. La gente cambia. Además, ni le dijiste gracias.
—¿En serio estás de su lado? —bufé.
Mi marido me rodeó la cintura, jugueteando con mi pelo:
—Solo digo que podrías darle una chance. ¿Qué tal si lo llamás a tu oficina? Ambiente neutral… y si se porta mal, grito y aparezco.
—No lo sé… —murmuré, pero su sonrisa me ablandó.
—Mandale mensaje. Yo acuesto al nene —dijo, besándome la frente.
—Está bien… Te amo.
—Yo más —respondió, alejándose con ese andar tranquilo que siempre me calmaba.
Mis dedos titubearon sobre la pantalla del celular antes de enviar el mensaje. No estaba completamente segura, pero decidí darle esa oportunidad:
—Hola Lucas, ¿qué tal estás? —escribí, mordiendo ligeramente mi labio inferior—. Me olvidé de agradecerte por la ayuda con el evento. ¿Qué te parece si pasás por las oficinas de la empresa para coordinar?
La respuesta llegó casi instantáneamente:
—Hola Alma —pude casi escuchar esa voz que recordaba demasiado bien—. No hacía falta agradecer, pero dale. Mañana por la tarde paso por ahí, ¿te parece?
Sentí un pequeño escalofrío al leer su mensaje. Respondí:
—Dale, buenísimo —mis uñas rozaron la pantalla al escribir—. Cuando vengas, entrá al último piso. Mi oficina está al lado del ascensor.
—Dale Alma, nos vemos —contestó él, con una simpleza que me sorprendió.
—Chau, y de nuevo… muchas gracias —añadí, sintiendo que la formalidad era quizá excesiva.
Su última respuesta me hizo esbozar una sonrisa involuntaria:
—No hace falta jajaja. Que descanses.
—Baaay —terminé la conversación, dejando el teléfono sobre el escritorio con un suave golpe.
La verdad es que no había dicho nada fuera de lo normal, lo cual era extraño viniendo de él. Por mensaje al menos, parecía haberse comportado. Mañana vería si realmente había cambiado o si solo era una fachada.
Al día siguiente
Justo cuando cruzaba el umbral de mi oficina, el teléfono vibró en mi bolso. El mensaje de Lucas decía que llegaría 15 minutos tarde. Respondí con un simple “No hay problema”, aunque en realidad me molestó bastante. La impuntualidad era algo que nunca toleraba bien, pero bueno… ¿qué más podía esperar de él?
Veinte minutos después de la hora acordada, el intercomunicador de mi oficina zumbó:
—Señora Carrizo, su visita está aquí —anunció la recepcionista con voz profesional.
—Que pase, por favor —respondí, notando cómo mis palmas comenzaban a sudar ligeramente.
Mi corazón aceleró su ritmo de forma casi dolorosa. Y entonces lo escuché: tres golpes suaves pero firmes en la puerta, seguidos de esa voz que ya no era la del adolescente que recordaba:
—Alma… ¿puedo pasar? —dijo, al mismo tiempo que la manija giraba y la puerta comenzaba a abrirse.
La puerta se abrió completamente y contuve la respiración cuando Lucas entró en mi oficina. No podía creer la transformación. Aquel muchacho problemático de complexión delgada y rostro marcado por el acné ahora era…
—Hola Alma, ¿cómo estás? —su voz grave resonó en la habitación mientras se acercaba—. Perdón por la tardanza, tenía que dejar unas cosas en el gimnasio al otro lado de la ciudad.
Su aroma -una mezcla de colonia amaderada y sudor fresco- me envolvió cuando inclinó su cabeza para dejarme un beso en la mejilla. Sus labios rozaron peligrosamente cerca de mi boca, más de lo que el protocolo social permitía.
—Hola, no pasa nada —respondí, sintiendo cómo mi voz sonaba un poco más aguda de lo normal—. Lo importante es que ya estás aquí.
Mis ojos recorrieron su figura sin poder evitarlo. La camisa azul ceñida revelaba unos hombros anchos y brazos musculosos. El pantalón de vestir ajustado dejaba poco a la imaginación. ¿Cuándo se había convertido en este… hombre?
—¿Y qué me cuentas? —preguntó él, acomodándose en la silla frente a mi escritorio—. Hace años que no nos vemos. Sigues estando muy lenta.
Noté cómo su mirada descendió lentamente por mi cuello, se detuvo en mi escote, y luego volvió a encontrarse con mis ojos. Una sonrisa cómplice se dibujó en sus labios.
—Ay, Lucas, muchas gracias —reí nerviosamente, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas—. Vos también estás… muy cambiado.
—Sí —asintió, pasando una mano por su pecho—. Después de la secundaria decidí hacer un cambio rotundo. Me comporté muy mal en ese tiempo —su expresión se volvió seria—. Era un niño que no medía sus acciones. Por eso quería hablar contigo, para pedirte disculpas.
—La verdad es que sí —respondí, jugando con mi lapicera para disimular los nervios—. Te comportabas horrible. Te llegué a odiar mucho, sabes.
—Espero poder cambiar esa impresión —dijo con una media sonrisa que hizo que mi estómago diera un vuelco.
—Mi marido me dijo que te diera una oportunidad —comenté, sintiendo la necesidad de mencionarlo—. Dice que todos merecen una segunda chance.
—Tu marido es muy amable —respondió Lucas, aunque su mirada no dejaba mi cuerpo—. Agradécele de mi parte.
—Espero no arrepentirme —dije en un tono que pretendía ser juguetón pero que sonó más como un susurro.
—Créeme que no te vas a arrepentir —aseguró, y esta vez no hizo ningún esfuerzo por disimular que estaba mirando mis pechos.
Nos sumergimos en la planificación del evento para la fundación, aunque mi concentración flaqueaba cada vez que se ajustaba el cuello de su camisa o se inclinaba hacia adelante, haciendo que la tela se estirara sobre sus músculos.
—Bueno, quedamos así —dije finalmente, intentando recuperar la compostura profesional—. Nos ayudas con la música y el sistema de sonido.
—Sí, no te preocupes —respondió, levantándose de la silla—. Déjamelo a mí.
Cuando llegó el momento de despedirnos, extendí mi mano para un apretón formal, pero él la ignoró por completo.
—Dale, cualquier cosa me avisas —dijo mientras se inclinaba para darme otro beso en la mejilla.
Esta vez, sus labios rozaron claramente la comisura de mi boca. Su mano derecha se posó con firmeza en mi cadera, tirando de mí hacia él con más fuerza de la necesaria. Pude sentir cada uno de sus dedos a través de la tela de mi vestido.
—Chau —logré decir, aunque mi voz casi se quebró.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, me dejé caer en mi silla, las piernas temblorosas. La impresión de sus dedos todavía ardía en mi cadera. Estaba completamente sorprendida… y excitada. Este hombre no tenía nada que ver con el Lucas que recordaba. Y ese último apretón, ese beso casi-beso, había revolucionado todo mi cuerpo de una manera que no experimentaba desde… no, mejor no pensarlo.
Después de dejar a mi hijo con la niñera y resolver algunos pendientes en la oficina, el teléfono vibró sobre el escritorio. El nombre de Lucas apareció en la pantalla:
—Hola Alma —decía el mensaje—. ¿Tenés tiempo hoy para revisar un problema con el audio del evento?
Mis uñas repiquetearon sobre la superficie de madera antes de responder:
—Hola Lucas. Sí, puedo quedarme hasta las 18 en la oficina si querés pasar.
Los puntos suspensivos de su respuesta aparecieron y desaparecieron varias veces antes de que llegara el mensaje definitivo:
—Mmm… ¿te parece mejor en mi casa? Te paso la dirección.
Una carcajada nerviosa escapó de mis labios mientras escribía:
—¿Por qué?
Su explicación llegó demasiado rápido para ser espontánea:
—Es uno de los parlantes grandes. Quería que lo veas para decidir si afectará mucho al evento.
El pulso se me aceleró al responder:
—Mmm… bueno. ¿A las 17 te parece?
—Dale, perfecto —confirmó él casi al instante.
Terminé mis tareas con una eficiencia inusual, la mente dividida entre la preocupación por el equipo y… otra cosa. Cuando el GPS indicó que llegaba a un complejo de apartamentos cerca de mi propia casa, las manos me sudaban ligeramente sobre el volante.
Al tocar el timbre, la puerta se abrió para revelar a Lucas vestido solo con un short deportivo ajustado que dejaba muy poco a la imaginación. Demasiado poco.
—Hola Lucas, ¿cómo estás? —dije, esforzándome por mantener la mirada en su rostro.
—Bien, Alma. Gracias por venir —respondió él, haciendo un gesto para que entrara—. El problema es… realmente enorme.
—Sí, lo veo —murmuré sin pensar, mientras mis ojos traicioneros descendían brevemente.
—¿Cómo? —preguntó él con una sonrisa cómplice.
—Que… que me imagino que debe ser muy grave para que me hayas llamado hasta aquí —me corregí rápidamente, sintiendo el calor subir a mis mejillas.
—Ah, sí, sí —asintió, pasando una mano por su torso sudoroso como si acabara de hacer ejercicio.
El ascensor “descompuesto”.
Justo cuando nos dirigíamos al ascensor, el conserje nos informó con una disculpa:
—Señores, el ascensor está en reparación. Tendrán que usar las escaleras.
Lucas se volvió hacia mí con una mirada que pretendía ser inocente:
—Es solo hasta el tercer piso. ¿Te animás?
Antes de que pudiera responder, ya me guiaba hacia la estrecha escalera de emergencia, insistiendo con galantería:
—Vos primero.
La escalera era tan angosta que apenas cabíamos de lado. Apenas comenzamos a subir, sentí el peso de su mirada quemándome la espalda. Al girar ligeramente la cabeza en el primer descanso, lo pillé: ojos oscuros fijos en mis caderas, labios entreabiertos.
Una idea traviesa cruzó por mi mente. Con calculada lentitud, comencé a balancear las caderas con cada paso, asegurándome de que el vestido se pegara a mis curvas con cada movimiento ascendente. Su respiración se hizo audible detrás de mí.
—¿Todo bien ahí atrás? —pregunté dulcemente sin volverme.
—Perfecto —respondió con voz más ronca de lo habitual—. Solo… admirando la vista.
Al cruzar el umbral de su departamento, mis cejas se arquearon por sí solas. El espacio era amplio, moderno, con ventanales que dejaban entrar la última luz dorada del atardecer.
—Vaya… —silbé suavemente, recorriendo el lugar con la mirada—. Mira el departamento que tenés. ¿Quién lo hubiera dicho, eh?
Lucas se encogió de hombros, pero no pudo ocultar una sonrisa de orgullo:
—Fruto del cambio radical que hice. Pero bueno —se acercó, pasando deliberadamente cerca de mí— a lo que vinimos.
—Sí —asentí, tragando saliva—. Muéstrame dónde está el equipo con problemas.
Me guio hacia una habitación contigua donde varios parlantes profesionales estaban dispuestos sobre una mesa. Su mano rozó mi espalda al señalarlos:
—Creo que solo están sucios. ¿Vos decís que servirán?
Me incliné para inspeccionarlos, sintiendo su aliento en mi nuca:
—Sí, parece que solo necesitan una buena limpieza —respondí, manteniendo la voz lo más estable posible.
—¿Cuándo hay que llevarlos al salón? —preguntó él, ahora tan cerca que su pecho casi rozaba mi hombro.
—En una semana. ¿Podrás encargarte vos?
—Sí —sus labios se curvaron en una media sonrisa—, pero capaz que necesite un poco de ayuda.
—No hay problema —dije rápidamente—. Puedo ayudarte yo. Estos no parecen muy pesados.
—Perfecto —asintió, mordiendo ligeramente su labio inferior—. El equipo más pesado lo llevarán dos amigos míos.
Un silencio cargado se instaló entre nosotros antes de que yo rompiera el hechizo:
—Bueno… ¿entonces quedamos así?
—¿Ya te vas? —preguntó, deslizando las manos en los bolsillos de su short, haciendo que la tela se estirara aún más sobre su entrepierna.
—Sí, tengo que volver a casa. Estoy agotada desde esta mañana.
Hizo una mueca exagerada:
—Qué lástima. Te iba a invitar un café para relajarnos un rato.
—Otra vez será —reí, aunque mis piernas parecían haberse quedado sin fuerzas.
Entonces lanzó el anzuelo, con una mirada que me recorrió de arriba abajo:
—Deberíamos salir a bailar algún día. Aunque… ¿ya no salís por estar casada?
—Exacto —respondí, cruzando los brazos sobre el pecho—. Soy una mujer casada. Pero si querés, podés invitar a alguna chica y nosotros iremos con mi marido.
Su carcajada resonó en el amplio departamento:
—Mmm… mejor paso —se acercó peligrosamente—. Aunque vos te lo estás perdiendo, Almita.
—Ay, bueno —logré reír, aunque el corazón me latía a mil por hora—. Chau, Lucas. Nos vemos el viernes para lo del equipo.
—Chau, hermosa —murmuró mientras su mano grande se cerraba con firmeza en mi cadera, tirándome hacia él.
El beso en la mejilla rozó peligrosamente mis labios, y por un instante loco, sentí sus dientes mordisquear ligeramente mi piel. Al separarme, cada fibra de mi cuerpo gritaba para darme vuelta, empujarlo contra la pared y devorar esa boca insolente. Pero algo —quizá el último vestigio de cordura —me hizo salir por esa puerta con las piernas temblorosas.
El trayecto hasta el ascensor fue un borrón. Solo podía sentir el ardor donde sus dedos habían estado, y el eco de su risa burlona diciendo “te lo estás perdiendo”… porque Dios mío, sabía que tenía razón.
La verdad es que toda la semana no paré de pensar en Lucas, pero una frase muy famosa que aprendí es “tiempo al tiempo”. Sabía que podía pasar algo con él. Era muy lindo, con un gran físico y un seductor nato, así que tenía claro que la próxima vez que intentara algo, no podría resistirme…
Llegó el día de ir a verlo para pasar por el equipo y llevarlo al salón. Decidí vestirme un poco atrevida: me puse una lencería roja con tirantes, un pantalón vaquero súper ajustado, tacos no muy altos y una musculosa que dejaba mi pecho bien a la vista. Para cubrirme un poco y que mi marido no sospechara, me puse un saco marrón que tapaba todo. Cuando llegué al auto, me maquillé un poco, sin exagerar. Quería acostarme con él, pero me gusta que me provoquen hasta el clímax exacto, ese momento en que no aguanto más y me lanzo a devorarlo a besos…
Cuando llegué, le dije que me esperara en el estacionamiento. Quería subir las escaleras con él para que viera mi culo marcado por el pantalón vaquero. Cuando apareció, estaba ahí, con un pantalón deportivo un poco más ajustado que dejaba ver un bulto que, apenas lo noté, me hizo morderme los labios sin que él me viera. Al bajar del auto, él se quedó mirándome, embobado.
—Hola, Lucas, ¿qué onda? ¿No me vas a saludar? —dije con una sonrisa pícara.
—Eh, sí, perdón. Hola, estás… wow, hermosa —respondió, claramente nervioso.
—Es que tengo una reunión después, así que me tuve que producir un poco, ¿viste? —dije guiñándole un ojo.
—La verdad, te ves increíble —dijo, sin quitarme los ojos de encima.
—Ay, pará, Lucas. Vamos, terminemos rápido con esto —dije, fingiendo apuro.
—¿Querés subir por el ascensor? Ya está arreglado —ofreció, todavía mirándome.
—Mmm, prefiero las escaleras, ¿sabés? —dije, con tono sugerente.
—Jaja, yo también amo las escaleras —respondió, siguiéndome el juego.
Empezamos a subir. Él estaba totalmente perdido en mi culo. Yo caminaba lento, moviendo las caderas con cuidado y levantándome un poco el saco para que pudiera verlo mejor. En eso, al subir la tela, se me cayó el celular. Él se ofreció a levantarlo, pero le dije que no se molestara. Me agaché lentamente, poniendo mi culo casi en su cara mientras recogía el celular, y él dio un paso adelante, como queriendo rozarme…
Cuando llegamos a su departamento, los equipos ya no estaban…
—Lucas, ¿dónde están los equipos? —pregunté, sorprendida.
—Ya los llevaron unos amigos míos —dijo, con una sonrisa culpable.
—¿Y por qué no me avisaste, loco? —reí, dándole un golpecito en el brazo.
—Y… digamos que quería una excusa para tomar algo con vos —confesó, con tono seductor.
—Jaja, qué chamuyero que sos —dije, siguiéndole la corriente.
—No me digas que no te gusta —retrucó, acercándose un poco.
—Me senté en su sofá mientras él servía dos copas de vino. Me saqué el saco para que pudiera ver mis pechos, y él no disimuló su mirada.
Acá tenés. Brindemos por nosotros, por la reconciliación y el perdón, ¿no? —dijo, alzando su copa con una risa.
¡Salud! —respondí, chocando mi copa con la suya.
Empezamos a hablar del evento, y yo le conté todo lo que teníamos planeado. Él respondía con comentarios vagos, claramente distraído por mis pechos…
—Y así, el evento está casi listo. Gracias por la ayuda, sin vos nos hubiera costado encontrar a alguien para el equipo de música —dije, agradecida.
—Sí, sí, genial… Pero, ¿qué pasa con nosotros? —preguntó, yendo al grano.
—¿Nosotros? ¿De qué hablás? —dije, haciéndome la desentendida.
—Dale, Alma, vos sabés de qué hablo. Basta de jueguitos —dijo, acercándose más.
—Pero, Lucas, ¿y mi marido? —pregunté, tocándome el anillo.
—Ojos que no ven, corazón que no siente —respondió, quitándome el anillo y dejándolo en la mesa.
En ese momento, empezó a besarme el cuello…
—Para, Lucas, no puedo… pará… —murmuré, sin mucha convicción.
Pero mis palabras eran puro teatro. Agarré su cuello con las dos manos y lo besé con todo. Él, sin perder tiempo, me sacó la musculosa y apartó mi corpiño, empezando a chuparme los pechos.
—Aaah, sí, Lucas, seguí así —gemí, completamente entregada.
—Qué pechos increíbles tenés, nena —dijo, entre besos.
Estábamos los dos encendidos. Nos besamos como quince minutos, hasta que decidí sacarme la ropa de manera sensual.
—Mirá lo que sos, por favor —dijo, agarrándome y besándome el culo.
—Soy toda tuya, pero tenemos poco tiempo —susurré, provocándolo.
—Qué lástima, podría estar con vos todo el día —respondió, con voz cargada de deseo.
—Sí, pero no se puede… ¡Ah, ah! —gemí cuando empezó a besar mi vagina.
Estuvimos un rato así, él devorándome sin parar.
—¡Sí, sí, seguí, qué rico! —exclamé, perdida en el placer.
—¡Aaah, se siente increíble! —gemí de nuevo.
De repente, volvió a mis pechos.
—¡Mirá estas tetas, nena! —dijo, admirado.
—¡Oh, seguí, son todas tuyas! —respondí, arqueándome.
—Qué delicia —murmuró, perdido en mí.
—¡Metémela, por favor! —supliqué, ya sin control.
—Ponete en cuatro, que te rompo ese culito —dijo, con voz firme.
—Despacio, por favor, tenes un martillo —dije, algo nerviosa.
—Tranquila, nena, confía en mí —respondió, suavizando el tono.
Empezó a penetrarme. Al principio dolió un poco, pero el placer fue más fuerte.
—Ya sos mía, princesa —dijo, con voz profunda.
—¡Aaah, qué ricooo! —gemí, entregada.
—¡Por favor, qué delicia! —exclamé, sintiendo todo.
—Oh, nena, qué culo tenés —dijo, acelerando.
—¡Sí, papi, más, por favor! —pedí, fuera de mí.
Seguimos un rato hasta que quiso cambiar.
—Vení, subite encima mío —dijo, recostándose.
—Como quieras, amor —respondí, besándolo mientras me posicionaba.
Empezó a penetrarme de nuevo, y el placer fue indescriptible.
—¡Así, así, aaah! —gemí, moviéndome.
—Oh, nena, sos increíble —dijo, mirándome con lujuria.
—¡Qué ricooo! —exclamé, perdida.
—Mmm, no podés moverte tan bien —gruñó, agarrándome fuerte.
—¡Aaah, qué grande la tenés, Lucas! —dije, al borde del éxtasis.
Estuvimos un buen rato en esa posición, hasta que, de un movimiento, me dio vuelta y puso mi espalda contra su pecho, sosteniéndome las piernas.
—¿Qué hacés? —pregunté, sorprendida.
—Ahora no voy a ser tan suave, nena —dijo, con tono juguetón.
—Me penetró con fuerza por atrás, y el placer fue abrumador.
—¡Aaah, sí, qué ricooo! —grité, entregada.
—Oh, nena, quiero sacarte todo —dijo, acelerando.
Empezó a chuparme los pechos y a tocarme la vagina al mismo tiempo.
—¡Oh, por Dios, seguí! —gemí, al límite.
—¡Aaah, qué ricooo! —exclamé, temblando.
—Nena, vas a hacer que me venga —gruñó, al borde.
—¡Sí, yo también me vengo! —dije, sintiendo el clímax.
—Oh, Alma, sos tan sexy —dijo, jadeando.
—¡Aaah, me corrooo! —grité, explotando de placer.
Los dos terminamos, exhaustos, tirados en el sofá, sudados y jadeando, pero seguimos besándonos.
—Uf, Lucas, vas a ser un amante inolvidable —dije, todavía agitada.
—Van a ser las mejores tres semanas de mi vida —respondió, acariciándome.
—¿Tres semanas? ¿Cómo que tres semanas? —pregunté, confundida.
—La verdad, Alma, no vivo acá. Estoy en Estados Unidos, vine por trabajo y alargué el viaje por vos —dijo, mientras me acariciaba el culo.
—¿En serio? Yo quería más de esto —dije, tocándole el pene con picardía.
—Todavía no me voy, así que por tres semanas sos mía —afirmó, con una sonrisa.
—Mmm, obvio, pero ahora me tengo que ir o mi marido me mata —dije, apurándome.
—No te olvides esto —dijo, devolviéndome el anillo con un guiño.
Nos vestimos, me acompañó hasta la puerta y salí al estacionamiento. Por suerte, nadie me vio, así que mi marido no sospecharía. Tuvimos sexo tres veces más, una por semana. Menos mal, porque ya se me acababan las excusas para desaparecer tres horas, jajaja.
En fin, esta es la historia de cómo un compañero odiado se convirtió en mi fiel amante. Espero que les haya gustado y no se olviden de comentar qué les pareció.
Estas semanas están siendo muy ocupadas para mí, así que probablemente tarde en subir más relatos, pero nunca me olvidaré de ustedes, mis fieles seguidores. Si tienen alguna duda sobre mis relatos pueden dejarme un comentario.
De nuevo, espero que les haya gustado y los haya calentado tanto como a mí me calienta recordar estas aventuras tan ardientes que tuve en mi vida… Saludos, Alma Carrizo.
Fantástico, morboso y excitante