Jude huele como cualquier mujer, pero cuando tenemos sexo su olor se impregna en mi piel y en mi pene tal vez más que con otras mujeres porque ella es de esas que cuando se excitan emanan abundante fluido transparente que se corre entre mis dedos cuando la masturbo.

Es una sensación deliciosa. Su coño siempre está depilado, es un bulto pequeño pero con una vagina calientica que te aprieta y acaricia el miembro como si succionara, solo de recordarlo quiero irme a su casa y follarla en su cama matrimonial, pero hoy es imposible porque su esposo tiene el día libre.

Nosotros llevamos más de doce años juntos. Cuando la conocí yo ya estaba casado hace unos nueve con Liz, pero ella estaba recién divorciada de su primer marido y no tenía hijos.

En esa época ella tenía ventinueve años, era una muchacha pequeñita, con una rubia melena muy rizada y unos muslos y un pequeño culo de piel firme que aún conserva.

Sus tetas son medianas, bien paradas a pesar del parto y la lactancia de hace cuatro años, tiene unas aureolas rosadas, bien delimitadas con unos pezones largos de punta cuadrada que se marcan lujuriosamente cuando se viste sin sujetador; esta imagen la veo cada vez menos pues ya no puedo aparecerme en su casa a cualquier hora para verla en ropa ligera haciendo los quehaceres domésticos.

Nosotros tenemos sexo una o dos veces por semana, le llamamos escapadas.

Trabajamos en el mismo lugar, así que resulta fácil «escaparnos» cuando podemos, sobre todo los días que su esposo trabaja y no la espera en su casa. Solemos ir a habitaciones de alquiler cerca de nuestro trabajo.

A pesar del tiempo, el sexo con ella es cada vez más placentero, tenemos un acoplamiento increíble como nunca he logrado ni siquiera con mi esposa.

Es por eso que jamas he podido dejarla aún después de las crisis matrimoniales que me provoco en el pasado; aunque debo decir que fueron por mi culpa, fui yo el que se confesó con mi esposa, pues Jude siempre se mantuvo en un discreto segundo plano, sin llamadas indiscretas o exigencias peligrosas.

Durante la crisis, que duró más de un año, llegué a decirle a mi esposa que yo no podía dejar a Jude, que estaba por encima de mis fuerzas y, aunque ella me lo exigió, nunca llegue a aceptarlo.

El asunto fue diluyéndose poco a poco, con sus altas y bajas y finalmente todo quedó como digerido; Liz no me exigió más explícitamente que abandonara a Jude y yo le dije que jamas volvería a hacerle una confesión, así que el tema Jude quedó en un limbo: Liz nunca acepto que la tuviera de amante y yo nunca le dije que la había dejado. Después Jude se casó, se embarazo y tuvimos un in pase de dos años, así que mi esposa se relajó del todo y yo seguí después con mi amante.

¡Pero me estoy yendo del tema, que es el olor de mi amante! Cada vez tengo menos sexo con Liz, ella siempre está muy cansada (¿Tendrá un amante?) y yo estoy cada vez menos motivado, pero hay días especiales y esos son los días que regresó a casa con el olor de Jude. En mis escapadas, casi siempre en las tardes, tenemos sexo abundante, dos y tres veces.

Cómo les decía Jude tiene un pequeño coño depilado y produce un manantial de rico fluido transparente que empapa mi pubis, mi boca, mis manos, es un olor agridulce muy agradable y muy difícil de quitar, más aún porque ni siquiera me baño antes de llegar a casa.

Esos días llegó muy exitado, con ganas de follarme a mi esposa y ella casualmente nunca me dice que está cansada, solo me huele y me dice que apesto, pero aún así me besa y me chupa el pene muy apasionada y se me monta encima con una media sonrisa algo pícara.

Yo leo un sus ojos que siente el olor de la otra y se excita mucho, aunque nunca lo hemos conversado.

Cuando me besa nuevamente, después de chuparme el pene, siento en su boca el olor de mi amante.