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El famoso

El famoso

Estaba un poco harta del calor. Tres semanas seguidas con temperaturas mínimas de 35º eran más de lo que una puede soportar.

Soy ingeniera industrial, tengo la especialidad de química y desde hace pocos meses soy la responsable de una planta de plásticos y cauchos.

Estoy casada, perdón, felizmente casada. Roberto, mi marido, es dueño de dos farmacias y una óptica.

Mis hijos, Rodrigo y África son gemelos, tienen 5 años y, aunque todavía son pequeños, creo que son un excelente ejemplo para todos sus amigos del cole.

-. Cariño, se te hace tarde.

-. ¿Qué hora es?

-. Ya son y cuarto, vas a llegar tarde.

-. Se me ha ido el santo al cielo. En cuanto acabe esta novela, ponte con ella. Es de las que a ti te gustan. Bueno, me voy corriendo.

-.Cariño, ¿no se te olvida algo?

-. ¿Algo? Madre santísima, la raqueta de padel. Si vuelvo a aparecer en la pista sin raqueta Sonia me pedirá que dejemos de ser pareja.

-. ¿ quien ganó el otro día?.

-. Ya te lo dije, Trini y Manoli. Pero por poco.

-. ¿Como es posible que un tandem “Manoli y Trini” os gane?

-. Cariño, la vida es muy dura en una planta de cauchos, pero en una pista de padel puede llegar a ser injusta. Un beso, me voy.

Volvimos a perder. No sé si Trini y Manoli lo hicieron muy bien o si Sonia lo hizo fatal, pero perdimos y esta vez con cierta contundencia.

Me despedí de Trini y Manoli, nuestras vencedoras y recordé a Sonia que esa noche tenía cena en mi casa.

-. Si, si. Ramón tiene que enseñar no sé que nuevo a tu marido. Algún cacharro nuevo que se ha comprado. Este hombre es un caprichoso.

El club queda a 20 minutos andando de casa y suelo pasear tanto a la ida como a la vuelta. Esos 20 minutos suelo desconectar mi alma de mi cuerpo y camino sin pensar en nada. Muchos días veo de pronto la entrada de nuestro jardín y me pregunto “¿ Ya he llegado?”.

Casi siempre desconecto, pero aquel día meditaba acerca de la actitud de Sonia. Algo extraño le pasaba. Tengo confianza con ella, pero esperaba que ella diese un primer paso para contarme sus inquietudes. Sé que si le preguntaba ella se enrocaría y quizás sería peor. Quizás esta noche, cuando Roberto y Ramón se dedicasen al nuevo cacharro sería el momento de las confidencias.

Todo el camino de vuelta a casa iba detrás de un chico. Alto, moreno y con un andar que delataba una elegancia extrema. Estaba a 10 metros y siempre con mi misma dirección.

No podía sospechar nada extraño, él iba delante. Sabía que no le conocía y aun así, me resultaba familiar, algo misterioso y fascinante.

¿No sería un famoso?. Pero, ¿Qué famoso?. Aceleré un poco el paso, tenía que verle la cara. Llevaba 10 minutos pensando quien era aquel chico y de vez en cuando me visitaba la idea de las inquietudes por Sonia.

El misterioso y no identificado famoso se detuvo cuando estaba a 2 metros de él. De echo me asustó su imprevista actitud. ¡ Estaba buscando las llaves en su pantalón! Que tonta y absurda me sentí en ese instante, aunque mi corazón latía un poco más acelerado de lo normal.

Seguí caminado y pasé por detrás de él mientras intentaba introducir la llave en la cerradura de la maravillosa puerta de la entrada a su magnífico jardín. ¿Me iba a quedar sin saber quien era ese famoso que vivía a un paseo de mi casa?.

-. ¿Quiere pasar?

Mi paso firme se detuvo, y con él, el latido de mi corazón, de eso estoy segura. ¿Me hablaría a mí? Me giré. Le vi el rostro.

-. ¿Perdón, me decía algo?.- Susurré tartamudeando.

-. No sé, discúlpeme el atrevimiento, creí que me seguía.

-. ¿Seguirle? ¡No!.- y apareció de pronto una risa nerviosa que me delató.- No le seguía, vivo un poco más arriba, en la cima de la colina. Por lo visto tenemos el mismo camino de vuelta a casa.

-. Ya veo. Perdóneme el atrevimiento. Ha sido una estupidez. Aun así quisiera invitarle a un ¿café? ¿copa? ¿zumo vitaminado?

-. ¿Zumo vitaminado? Eso si que es una oferta, pero creo que debo irme. Gracias de todos modos.

-. Bueno, el próximo día que me persiga tendré preparado mi especial de aguacates, lichis, zanahorias y brécol.

-. No parece muy tentador, ¿Lichis y brécol? No puede estar muy sabroso.

-. ¿No se fía de mi buen hacer culinario? La receta es mía.

-. ¿Cuanto tardaría en preparar uno de esos batidos?

-. Deme 7 minutos y probará mi “especial” vitaminado.

La cocina de mi anfitrión era enorme. Sonia se iba a morir de envidia cuando se enterase de quien me había invitado a su supervitaminado y mineralizado “especial”.

Lo cierto es que empezaba a sentirme un poco incomoda porque mi anfitrión no me daba conversación. Se enfrascó en la preparación de su “especial” y la situación poco a poco dejaba de ser divertida.

Por fin la hélice paró. Tomó el vaso de la batidora y vertió su contenido en una copa con el borde glaseado. El color de aquel “especial” era un verde anaranjado poco atractivo.

-. Me gustaría verte desnuda.

Creí no haber comprendido. Mientras cogía de su mano la copa, mi rostro seguro que delató una gran interrogación.

-. Me refiero a verte sin ropa. Tu cuerpo desnudo.

-. Ya, ya. Me imagino.

Comencé a beber la copa a tal velocidad que parecía el antitodo de un veneno. ¿Qué podía responder cuando acabase el sorbo?

-. Y, vamos, no sé. ¿Aquí en la cocina?

-. Si, si. Aquí mismo. Espera que voy a por una cámara de video. Tardo 2 minutos.

Era como ir a la consulta del ginecólogo pero con un famoso. Los 2 minutos se me hicieron eternos. No deseaba hacerlo, pero, no sabía como decirle que no. ¿Por qué diría ¿Aquí en la cocina? En lugar de ¿Está usted loco? Y además, ¿para que quería la cámara?. ¡Anda que las preguntas que me hacía no eran tontas!, evidentemente yo iba a ser otra de sus cintas de video. ¿Cuantas tendría en la colección?. La verdad es que yo era un poco mayor que él, pero tampoco mucho más. Me sentía halagada, me sentía absurda, me sentía excitada.

-. He vuelto. Disculpa la tardanza, pero no encontraba una cinta virgen.

Una explosiva e histérica risa escapó de mi garganta. La palabra virgen había creado aquella reacción.

-. Bueno, creo que esto ya está preparado. Doy al “rec” y ya está.

-. ¿ Ya está?

-. Si, cuando quieras puedes empezar a desnudarte.

-. Pero, ¿así tal cual?

-. Bueno, no sé, si quieres ponemos música. ¿Lo prefieres así?

-. No, no, música no. Da igual.

Durante diez segundos que parecieron horas, intenté saber qué estaba yo haciendo allí delante de una cámara y delante de aquel hombre que me observaba fijamente. Me quedé bloqueada. Seguro que él lo notó, pero no parecía querer romper aquel hielo.

Pensé que yo solita me había metido en aquel lío y que cuanto antes empezase, antes acabaría.

Comencé por desabrocharme los dos botones del polo blanco. Él me miraba sin ninguna pasión, sin ningún gesto nuevo que variase su frialdad tras la cámara.

Me quité el polo, y lo único que me pasó por la cabeza era que no llevaba uno de mis mejores sostenes. La verdad es que llevaba de los de “hacer deporte”. Mis pezones se endurecieron y tuve la tentación de acariciarlos. ¿Se conformaría con ver mi ropa interior? ¿ Sería eso a lo que se refería con “verme sin ropa”?

Mi anfitrión me miraba sin inmutarse y no parecía que aquello para él hubiese hecho más que empezar.

Tragué un poco de saliva y mis manos se dirigieron hacia la botonera del pantaloncito blanco. Si me quitaba aquello sería lo último que me iba a quitar, me lo prometí a mi misma. Desabroché los dos botones y dejé caer sobre mis pies la prenda.

Mis braguitas de algodón parecieron no excitar a mi voyeur que continuaba tranquilo e impertérrito tras la cámara.

La situación me estaba excitando más de lo que hubiese querido y a pesar de mis autopromesas me quité el sostén dejando mis pechos al aire. La situación se me estaba escapando por momentos. Aquel hombre miraba fijamente mis pezones, excitados, duros como hacía años que no ocurría. Notaba como mis braguitas comenzaban a humedecerse, y creí que era el momento de dejar mi intimidad a disposición de aquel hombre.

Me bajé las braguitas lentamente, disfrutando como una caricia en el clítoris aquel momento. Mi deseo por aquel hombre o por cualquier hombre en ese momento era irrefrenable.

-. Eres preciosa y me encanta como tienes cuidado tu vello púbico. Creo que es el momento de pasar a mi dormitorio.

Le seguí como una corderita, necesitando sus dedos, sus labios. Dejé la ropa en la cocina sin importarme nada. Mis pechos se endurecían por momentos. ¿Me haría el amor? ¿Solo buscaba una grabación de un cuerpo desnudo?

Llegamos a su dormitorio. Instaló la cámara en el trípode y yo me senté en la cama. Me pasé la lengua por los dientes ahora que no miraba, como intentando sacarles brillo.

¿Empezaría a besarme? Tardaba en colocar la cámara. Empecé a sentirme un poco “objeto” de sus deseos. ¿No podría dar mi opinión en aquel evento? Sentí que estaba mojando la cama, mi humedad me estaba dejando en mal lugar. “No me he duchado”, pensé. ¿Le importará si no me he duchado?. En un abrir y cerrar de ojos eché la nariz a mi axila. Parece que no había peligro en ese aspecto.

Terminada la instalación en el trípode se giro hacia mí. No era especialmente guapo, menos que cuando le veía por la tele. Y tampoco parecía ser tan simpático como en la tele, pero nada podía ya parar mi deseo.

Se puso de pie, justo delante de mí y sin mediar palabra se quitó la camisa. La verdad es que tenía menos barriga que Roberto, pero no era un deportista de la abdominal. Continuó con los pantalones y se bajo los calzoncillos. No estaba totalmente excitado, pero su pene prometía una talla interesante. Hacía tiempo que no veía “algo” fuera de Roberto y las comparaciones, siempre son odiosas. La de Roberto es como más estilizada, más esbelta. La que tenía justo frente a mí era gruesa, con un tono de piel más oscuro que el de Roberto.

Tras estos segundos de conjeturas y disquisiciones comparativas, noté que la pelota estaba en mi tejado. Un hombre frente a mi, con su pene a la altura de mi cara, quizás debía ser yo quien comenzase. Hacía tanto tiempo que no practicaba sexo oral, que creí no estar a la altura. ¿ Y si me daba asco? No recordaba si me gustaba o no, la verdad es que a Roberto no le hacen mucha gracia estas cosas, él es un poco más tradicional.

No me atrevía a levantar la mirada. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. Esto lo podía haber evitado desde antes de entrar en su casa. Cuanto antes empezase, antes acabaría, así que cogí su pene y me lo introduje en la boca. Él gimió levemente y me cogió del pelo, como si intentase evitar mi huida. Me sentí un poco como una puta, yo me metía su pene en mi boca y él solo me sujetaba del pelo. Como una puta, me repetía. ¿Qué estaba haciendo yo allí? ¿Escuchar los gemidos de un señor que ni me había besado antes de empezar?. ¿Cuánto tiempo tendría que estar chupando aquello? ¿ Y si le decía que era suficiente? Esperaría un poco más. Si le quedaba poco para “terminar” yo saldría bien de la situación, aunque solo espero que me avise.

De pronto se abrió la puerta del dormitorio y apoyada en el quicio de la puerta me saludó una mujer con rostro cansado.

-. Hola, buenas tardes. Hola cariño, no me has avisado de que ibas a tener invitada.

¡Madre de mi vida y de mis amores, pero si era su mujer! Había visto los innumerables reportajes fotográficos de su boda tan solo dos meses antes y ahora yo estaba petrificada con el pene de su marido en mi boca.

-. Cariño, estas a tiempo si te quieres incorporar, acabamos de empezar.

-. No, no gracias, me acabo de despertar de la siesta y no tengo el cuerpo para esto. Voy a darme una ducha. ¿Qué tal lo está pasando?

Estaba claro que se dirigía a mí. Me saqué lentamente lo que tenía en mi boca y respondí: -. Bien, bien, gracias.

La mujer dio media vuelta, como la situación menos tensa del mundo y se dirigió a la ducha. Toda mi humedad se secó en un instante. Era el momento de parar aquel absurdo, la excusa perfecta, pero él se agachó para besarme y limpiarme con su lengua los rastros de su pene en mis labios.

Volvió a excitarme, sentí que deseaba acabar aquello, me sentía como una concubina de lujo.

Me hizo tumbarme en la cama y sin mediar palabra separó mis piernas y comenzó a frotar mi clítoris con su lengua. No pude evitar el jadeo, jamás había sentido algo así. La excitación me envolvió sin ningún límite y en aquel instante estaba dispuesta a que aquel hombre me penetrase con su pene grueso y de tono de piel más oscuro que el de Roberto.

La puerta del dormitorio volvió a abrirse. Su mujer nos miraba desde la puerta, envuelta en su albornoz y con el pelo humedo. Posó su dedo índice en sus labios y humedeció la yema. Se acercó sin mediar palabra y comenzó a besarme. Me gustó como su lengua jugaba con la mía. Jamás antes había besado a una mujer. Poco a poco descendió hasta llegar a mis pechos y mis pezones recibieron con excitación el movimiento de su lengua.

Mi anfitrión se levantó, me cogió por las caderas y me puso sobre la cama a cuatro patas. Se arrodilló de tras de mí. Mi anfitriona se puso delante. Me miraba fijamente, quería ver mi expresión mientras era penetrada por el anillo.

Me dolía. Mis gemidos eran una mezcla de placer y sensación de angustia, que se vieron ahogados cuando mi anfitriona puso sus labios inferiores en mis labios superiores. Mi lengua alcanzaba una velocidad de vértigo en el clítoris de mi anfitriona, que gritaba de placer cuando, por un golpe de mi anfitrión en mi ano, yo apretaba más de lo normal.

Finalicé la sesión con tres orgasmos muy intensos, muy largos, muy pronunciados.

La cena con Sonia y Ramón estaba siendo muy amena. Los niños ya estaban acostados y Roberto había preparado el maravilloso álbum de fotos de nuestras últimas vacaciones para amenizar la sobremesa.

Tras las fotos, Ramón sacó del bolso de su mujer su última adquisición tecnológica. Muy pequeña y muy cara, seguro. Roberto se entusiasmó al instante, ya que solo había oido hablar de ello.

Sonia salió a la terraza. Notaba que quería charlar conmigo a solas. Quizás era el momento de averiguar porqué perdíamos frente a Manoli y Trini con tanta facilidad.

-. ¿Te ocurre algo Sonia?

-. Nada, nada que no se pueda arreglar.

-. Cuéntame, somos amigas.

-. Algo le pasa a Ramón, no sé que es, pero algo le pasa.

-. Yo no le noto nada especial.

-. Es en la intimidad. No sé, es como si hubiese cambiado. Hace unos días me dijo que había un famoso en el barrio y que quería un batido de brécol y no se qué. La intimidad con él ya no es la misma.

Creo que debo hablar seriamente con Ramón. Algún día lo haré.

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