El club del derecho de pernada

Hace unos días mi señora decidió reunir al servicio y nos convocó a la sala de estar.

Sus dos doncellas (una chica y yo), acudimos al salón con incertidumbre pues cuando nos llamaban a las dos juntas es que algo trascendente va a ocurrir.

He de advertir que yo soy un chico de 38 años, soltero, delgado y con unos grandes deseos de feminización y humillación, desde siempre, esa es la verdad.

Cuando conocí a mi señora le conté mis fantasías y ella me tomó la palabra y se convirtió en mi ama.

Nunca quiso casarse conmigo pese a que yo se lo ofrecía porque a ella le iban más las mujeres, aunque no fuese lesbiana, sino bisexual.

Por eso su amante femenina, también sumisa, oficiaba de sirvienta, de doncella como yo aunque yo no tenía sus privilegios como el de dormir con ella.

La otra chica completaba el servicio de la casa ayudándome en todas las tareas y en el servicio especial a mi ama, sobre todo de noche pues dormían juntas y follaban ante mi vista, mientras que yo estaba condenado a la castidad absoluta y lucía un cinturón de castidad que mi ama me había puesto.

Aquel día, como digo, nos llamaron al salón, nos arrodillamos frente a ella y nos anunció que nos iban a unir para siempre en matrimonio en una ceremonia civil en el juzgado y luego iban a celebrar con nosotros «nuestra» noche de bodas.

Ella es muy inteligente y lo había previsto todo, por lo que nos anticipó a los dos que nuestra noche de bodas la había sacado a subasta en el Club que regenta y que la había ganado un socio al que le excitaba poseer a una mujer en su noche de bodas, delante de su cornudo marido. Había paga muchísimo, según dijo.

Mi ama Paula estaría presente mirando todo desde un sillón. Pero antes, «mi mujer», me azotaría el culo, me llamaría cornudo, y luego yo tendría que lamerla en el culo y en el coño para calentarla y que el otro, el socio, gozara con la excitación que yo le había provocado.

El socio y mi ama querían ver cómo un cornudo se empalmaba y se corría al ser azotado por su mujer antes y después de ponerle los cuernos.

Decían que era muy morboso.

Y así sucedió aquello porque después de la boda y cuando despedimos a los invitados, nos fuimos los cuatro a la habitación, a nuestro lecho nupcial, donde goce de forma inusitada pude correrme, sin tocarme, ya que no solo me azotó el culo mi mujer, sino que mi ama se animó y mientras mi mujer follaba con el socio me ató las manos a la lámpara del techo, me puso frente a mi mujer que en esos momentos cabalgaba cara a mí sobre su amante, y me azotó el culo hasta que consiguió que me corriera de gusto sobre los pechos de ella, justo en el momento en el que ella también se corría y yo le llenaba las tetas de leche, pues mi tremenda corrida le alcanzó de lleno.

Fue fantástico y todos gozamos muchos.

Hasta el punto de que mi ama ha decidido renovar su servicio personal con otros esclavos y nos ha cedido a los dos al Club, para que demos un servicio más en él de los muchos que se ofrecen.

Y ahora «mi mujer» es ofrecida todas las noches en subasta pública en el «Club del Derecho de Pernada», y mientras los numerosos tíos se arremolinan en torno a la tarima en la que ella se exhibe y se ofrece desnuda, y a cuatro patas, yo he de permanecer muy cerca con un cinturón de castidad cuya llave nunca sé quién tiene, pero que se pasan los clientes unos a otros todas las noches tras la subasta.

Nuestro matrimonio aún no se ha consumado. Por mi parte, claro. Desde mi noche de bodas hemos estado en esta situación: ella ofreciéndose en subasta pública sobre una concurrida tarima de un cuarto del Club, y yo asistiéndola luego en la habitación con el cliente que ha ofrecido la oferta más ventajosa.

El cliente lleva en la mano la llave de mi cinturón de castidad que le ha entregado el que ayer se hizo con nuestros servicios.

Y ya en la habitación la desnudo para él y le lamo el culo para que se ponga cachonda y que él pueda gozarla fluida y jugosa. Luego me retiro a los pies de la cama para mirarlos mientras follan y follan durante toda la noche.

De vez en vez, entre polvo y polvo, y cuando ve que el cliente no se le empina por el cansancio de tanto follar, ella se levanta, me pone a cuatro patas, me azota, me llama cornudo, y consigue así que el cliente se excite de nuevo y vuelva a follarla con más ímpetu.

A veces, tengo que lamérsela al cliente para que se anime, que no decaiga, y que pueda volver a follarse a «mi mujer».

Pero eso era hasta ahora, porque hoy he sabido que se ha quedado preñada, que a partir de ahora la subasta se realizará en otro cuarto y para otros clientes especiales que pagarán todavía más; que en cuando el niño nazca mis amas lo venderá para adopción a alguna familia pudiente, y que mientras mi mujer tenga leche en los pechos, habrá de servir las mesas en la cafetería del Club para uso de los clientes.

Es un servicio más del Club y para ello la chupan y la maman a su gusto, como si fuera un aperitivo.

Sé que cuando ella les ha servido sus consumiciones, se sienta sobre su regazo porque a ellos les gusta beber un trago de ron con azúcar, y chuparle y mamarle las tetas cuanto quieren hasta que la encuentran a su gusto.

Es un combinado nuevo a base de ron, azúcar y leche materna.

A veces se sirven de ella dos por mesa, cada uno ocupado y chupando una de sus tetas.

Y así de mesa en mesa, de servicio en servicio, y día a día, hasta que se le retire la leche y pase de nuevo al cuarto de subastas, dónde vendrá a ofrecerse todas las noches al mejor postor hasta que se quede de nuevo preñada.

Nuestro matrimonio no se ha consumado, por mi parte, pero ella me dice que es feliz.

A mí de vez en cuando, los clientes me dan una propina.