Os voy a como dos tíos se follaron a mi mujer ante mis propios ojos.

Hacía tiempo que las relaciones con ella se habían hecho algo monótonas y decidimos inventar juegos nuevos.

Un día, después de una buena cena, con vino y chupito incluidos, decidimos ir a un bar musical de Barcelona, cada uno por su cuenta, como si no nos conociéramos.

En el mismo bar, pero cada uno por su lado, intentando pillar, este era el juego.

El bar estaba lleno, tenía dos niveles y la música estaba altísima. Yo me fui a una barra a repasar al personal femenino y la perdí de vista.

Al cabo de un rato, decidí dar una vuelta por el local y la encontré en otra barra, charlando animadamente con dos tíos, más jóvenes que nosotros, los tres con la copa en la mano.

Me acerqué a ellos con la excusa de pedir otra copa, y tal como habíamos acordado ella hizo como que no me conocía, siguiendo con su rollo.

Como pude, intente iniciar una conversación con uno de los chicos.

Me dijo que era habitual del local y que allí se ligaba mucho, que iban muchas tías con ganas de rollo.

Esta misma que esta con nosotros, me dijo, me parece que se muere de ganas de echar un polvo, mira te la voy a presentar se llama María.

Mi mujer me miró de una forma extraña y me dio dos besos a modo de presentación, siguiendo con la farsa.

Estaba sentada en un taburete, con la falda ancha entre las piernas, con un tío a cada lado y yo delante, como si no la conociera de nada.

Uno de ellos, con la excusa de acercarse a la barra le iba arrimando el paquete al muslo y el otro le pasaba la mano por la rodilla, ella me miraba divertida.

El del paquete le susurraba cosas al oído y ella se reía a carcajadas. El otro me dijo a mí al oído: a esta nos hoy nos la tiramos.

Al cabo de un rato, me dijeron que se iban a otro local y nos preguntaron a mi mujer y a mí si les queríamos acompañar, nos miramos y dijimos que sí.

Iban en una furgoneta mixta Mi mujer se sentó en los asientos traseros con el que ya le había arrimado descaradamente el paquete en el bar, el otro conducía y yo me senté en la silla del acompañante.

Mi mujer, atrás, parecía divertida con las cosas que le susurraba el tío mientras le iba tocando la pierna. Todo parecía de broma, pero la mano cada vez subía más arriba, ya le debe haber tocado las bragas, pensaba yo, las faldas anchas y la semi oscuridad les permitían disimular sus magreos.

El conductor me lanzó una mirada, como queriendo decir: ves, ya te lo decía yo.

Me di cuenta que salíamos de la ciudad, antes de llegar a Valldoreix, nos metimos por un camino que conduce a un bosque.

Estaba muy oscuro, por lo que no podía ver lo que estaba ocurriendo en el asiento trasero.

Ya no se oían tantas risas. Al final paró el coche en un claro. Mi mujer estaba sentada, con la falda subida y las piernas abiertas, el tío tenía su mano por debajo del tanga negro que llevaba y la estaba morreando.

En aquel momento, noté como un latigazo, no sabía qué hacer, pero a la vez note que la polla se me estaba poniendo dura, era como si algo me estuviera quemando.

No lo podía creer, mi mujer se estaba dando el lote con otro a pocos centímetros, y a mí, que siempre he sido para estas cosas un machote, en lugar de partirle la cara, se me ponía la polla dura.

El conductor abrió la puerta y se metió también en el asiento trasero, a ella la dejaron en medio, empezó a tocarle las tetas, mientras el otro continuaba con su mano debajo de las bragas, mi mujer se iba moviendo lenta y acompasadamente.

Seguro que la excitaban aquellos dedos grandes moviéndose por la zona más húmeda y lubricada de su raja. Tampoco perdía el tiempo, la muy puta le estaba metiendo mano al paquete del conductor, le intentaba bajar la cremallera. Al fin lo consiguió y liberó el pollón que escondía.

El otro ya se la había sacado también y mi mujer se la cogió con la otra mano.

Estaba sentada en el centro del asiento trasero de la furgo, con las piernas abiertas y una polla en cada mano, el tanguita era transparente y yo podía ver a través de él su chochito húmedo y los pelines que querían escaparse.

Nuevamente el conductor tomó la iniciativa, le cogió la cabeza y después de morrearla se la llevó a la polla, ella no se resistió ni dudó ni un instante en metérsela toda en la boca. Empezó a pajearle lentamente mientras le chupaba todo el capullo lentamente y le pasaba la lengua en toda su extensión.

Era increíble como se la estaba chupando ante mis narices como una verdadera guarra.

Y para mayor comodidad, o para poder ofrecerme su coño bien abierto, aprovechando la anchura del vehículo, se puso de rodillas para poder chupársela a los dos, primero cogía una, luego la otra, las acariciaba con las manos, con la lengua, y el culo en pompa ante mis ojos incrédulos, entre los dos asientos delanteros.

Esta es la mía pensé y ya sin demasiados remilgos se la metí por aquel coño mojado que descaradamente me ofrecía. Empujé con fuerza, era rabia, placer, me sentía como un verdadero animal follando desesperadamente a la hembra.

Ella, de la fuerza de las embestidas quedó con la cabeza empotrada en el asiento, pero ni aún así soltó aquellas pollas que tenía entre las manos, las tenía cogidas con toda su fuerza, brillaban enrojecidas del estrujón que les estaba dando.

Cabrones, dijo, os voy a sacar hasta la última gota de leche. Será puta, dijo el más joven.

Yo no pude más y me corrí en su chocho, como nunca antes lo había hecho. Al retirarme, el propietario del vehículo se colocó en mi sitio, aprovechó los restos de mi eyaculación para lubricarle el culo y empujo aquel pollón por el estrecho agujero.

Ella chillaba de dolor, pero tampoco soltaba la polla del otro, se la comía y lamía con una cara de guarra que nunca antes había visto.

Hasta que se corrieron los tres. Ella chillaba mientras le saltaba la leche de aquellos salvajes por la cara y la espalda.

Así terminó la historia. Para disimular les dijimos que nos dejaran en calles diferentes.

Yo cogí un taxi, y cuando llegué a casa ella ya estaba en la bañera.

Aún no lo hemos vuelto a intentar, pero yo, cada vez que me acuerdo, incluso escribiendo esta historia, me pongo empalmado como un toro.