Por fin solos, después de tanto tiempo, algo que nunca pensé que se podría dar debido a nuestra situación.

Ella, una mujer casada y madre de tres hijos, una mujer hermosa, de cabello largo, con un cuerpo muy atractivo que, para ser una mujer con hijos, era demasiado sexy.

Estábamos los dos en su casa y, al estar solos, se sentía esa tensión que había entre ambos.

Nunca antes había pasado nada entre los dos, pero esas conversaciones habían aumentado la confianza y la tensión entre nosotros.

Yo sabía que no se podría repetir ese momento y, aunque ella dijo que nunca había pensado en nosotros de esa forma, no podía ocultar su nerviosismo al estar conmigo. Ese día podría probar si ella también sentía lo mismo que yo.

Estábamos en la sala de su casa conversando de forma natural, pero yo quería algo más.

En un momento me senté junto a ella con el pretexto de mostrarle un video.

Ya a su lado recordé que no le gustaba que le tocaran los pies, así que, de forma juguetona, pretendía tocarlos mientras le preguntaba si en serio le daban cosquillas. Ella decía que sí, siguiendo el juego.

Como estaba usando un vestido, comencé a tocarle la pantorrilla, preguntándole si ahí también tenía cosquillas. Así continué tocándole el abdomen, los brazos y las piernas, pero ella siempre siguió jugando, también disfrutaba de eso.

En un momento, cuando mi mano estaba en su pierna, esta se deslizó demasiado, tocando una parte que hacía que ese inocente juego subiera de tono. Dejé mi mano ahí un instante, mirando su reacción.

Noté que se sonrojó un poco, pero seguía sonriendo. Entonces me detuve y ella se levantó para ir al baño. Pude notar su nerviosismo en la cara, pero aun así se veía que eso le había gustado.

Mientras estaba en el baño decidí esperarla de pie a un lado del comedor.

Cuando salió, aún con la cara roja, le pregunté si podía darle un abrazo, ya que muchas veces por mensaje se lo había dicho, pero ese era el momento. Ella solo respondió que sí, así que la abracé. Ella puso sus brazos alrededor de mi cuello y yo la tomé por la cintura.

Duramos así un momento y, cuando ella volteó a verme, estábamos frente a frente, con su rostro tan cerca del mío que no pude evitarlo y la besé. Pensé que se molestaría, pero ella respondió al beso. En ese instante supe que ella también sentía lo mismo que yo y que quería lo que estaba pasando.

Mientras nos besábamos comencé a acariciar su espalda, su cintura, y fui bajando mis manos hasta tocar ese trasero tan sexy que tenía. Estaba acariciando ese cuerpo que tantas veces había mirado sin poder tocar, y ahora estaba ahí para mí.

Comencé a levantar su vestido poco a poco, dejando su cuerpo al descubierto.

Le quité el vestido por completo, quedando solo en una tanga sexy. Era mucho más de lo que había imaginado.

La tomé por la cintura, la levanté para sentarla en la mesa del comedor y comencé a besarla, a besar su cuello. Su cuerpo no podía ocultar cuánto lo estaba disfrutando.

Bajé mi mano para acariciarla y noté lo mojada que estaba; la tanga se sentía completamente húmeda.

Comencé a acariciarla suavemente, disfrutando lo que tocaba, mirando cómo su cuerpo comenzaba a reaccionar.

Ella temblaba y ya no podía ocultar esos pequeños gemidos de placer.

Seguí acariciándola, logrando que sus reacciones fueran cada vez más intensas, hasta el punto en que lo deseaba tanto como yo. Entonces me quité la ropa, quedando solo en boxers.

Me acerqué a ella, la besé y ella me abrazó, pasando sus piernas alrededor de mi cintura. La tomé por la cadera y la levanté para llevarla a su habitación.

Ahí la recosté en la cama y pude ver lo sexy que era. Seguí besando su cuello y acariciando su cuerpo, haciendo la tanga a un lado para comenzar a introducir mis dedos.

Era demasiado excitante ver su reacción, cómo lo disfrutaba. Ahí pude darme cuenta de que, en sus casi 15 años de matrimonio, no había disfrutado plenamente de su sexualidad. Seguí acariciándola y sus gemidos se intensificaban, haciéndome imposible contenerme.

Me puse frente a ella, preguntándole si podía meterlo. Ella solo asintió con la cabeza, así que le quité la tanga. Me acomodé entre sus piernas y comencé a penetrarla; estaba tan mojada que entró por completo, y ella solo gemía de placer.

Comencé a moverme para que lo disfrutara más, pero no pude contenerme: era tanto el deseo y las ganas que le tenía que empecé a hacerlo más fuerte, mientras ella seguía gimiendo y disfrutando el momento.

Tomé sus piernas, las puse sobre mis hombros y seguí penetrándola; se escuchaba cómo nuestros cuerpos chocaban. Yo solo quería hacerla mía, darle con fuerza y hacerla gemir de placer.

En ese momento noté cómo tensó su cuerpo y me di cuenta de que había llegado a su primer orgasmo; sus ojos se perdían en el placer.

Pero yo aún quería más. Siempre había fantaseado con tenerla en cuatro, verla en esa posición. Así que la giré y la coloqué de esa manera.

Al verla no pude evitarlo y comencé a cogerla de forma intensa, tomándola por la cintura y dándole cada vez más fuerte, haciéndola gemir aún más. Se notaba que a ella también le gustaba; cada vez me pedía que le diera más y más.

Ya a punto de terminar, ella me dijo que lo hiciéramos juntos, así que aumenté el ritmo y la penetré tan fuerte como siempre había querido.

Los dos terminamos al mismo tiempo, quedando recostados en la cama uno al lado del otro, aún sin creer que eso hubiera pasado. Después nos vestimos, pretendiendo que nada de eso había sucedido.