Aprender a recibir placer
Llegué a casa toda contracturada.
Había tenido un día conflictivo.
Me dolía todo el cuerpo y después de ducharme me fui a acostar sin probar bocado.
Mi marido preocupado me dijo que había hablado con el masajista que lo atendía a él y que vendría a verme a la primera hora del día siguiente.
La idea no me gustó mucho ya que cuando viene a verlo a él no me saca los ojos de encima y siempre me pregunta si no necesito un masajito que él me va a dejar como nueva.
Mi marido no se si de da cuenta de las indirectas que me tira o se hace el que no escucha nada porque no quiere perderlo como masajista ya que, según cuenta, cada vez que lo atiende lo deja como nuevo.
Para colmo mi esposo lo hizo venir temprano porque tenía una audiencia a primera hora y no iba a estar presente.
Así que lo hizo pasar, me gritó desde abajo que Rolando subía y que él se iba a Tribunales.
Que quedaba en buenas manos.
Cuando subió me encontró en la cama y se sentó muy cerca de mí y comenzó a masajearme el cuello durante unos minutos y me preguntó que tal me sentaba. Le dije que me había aliviado mucho y entonces él deshizo el lazo de mi deshabillé y me hizo dar vuelta para darme un masaje más a fondo.
Pensé que me descubriría la espalda para poder realizar mejor los masajes y que me hicieran efecto pero fue total la sorpresa que me llevé cuando me quitó la prenda íntegramente dejándola deslizar por los hombros y dejándome totalmente desnuda (ya que de la ducha del día anterior había pasado a la cama poniéndome solamente el deshabillé) acostada en la cama sobre el vientre.
Me sentí muy avergonzada y estuve a punto de levantarme de la cama pero él me atajó antes suavemente y que me quedara tranquila porque solo me daría unos masajes y que no me preocupara por mi desnudez, que él era todo un profesional y estaba acostumbrado a ver a sus pacientes desnudas a diario.
Dijo que prefería trabajar siempre así con sus clientes porque de ese modo masajeaba globalmente todo el cuerpo y era más incómodo realizar su tarea si tenían puesta alguna prenda interior.
Pensaba en mi marido y me daban ganas de matarlo.
No me había dicho nada de que tenía que estar toda desnuda.
Después recapacité y supuse que tal vez no lo sabía sino no le hubiera dicho que viniera a verme.
El ya había comenzado con sus movimientos sobre mi espalda y me provocaba un delicioso placer.
Nunca antes me habían masajeado de una manera tan exquisita ni tan profesional.
Comenzó con el cuero cabelludo por sobre las orejas, siguió por el cuello, luego por los hombros y brazos para dedicarse después a cada una de las vértebras de mi cuerpo.
Muy lentamente fue descendiendo mientras me decía que mi cuerpo se iba a relajar al recuperar un mejor tono muscular.
Pensaba que cuando llegara a la parte baja de mi espalda iba a detenerse pero me sentí complacida cuando continuó, masajeándome suave y con firmeza a la vez.
Cuando comenzó a masajearme las caderas y el trasero se acomodó en la cama de manera que enfrentaba mi cuerpo.
Sus manos se deslizaban con firmeza, como dije, por mis nalgas hasta el sacro y el coxis. Sus pulgares e índices sabían como deslizarse allí.
No vio que me ponía colorada de rubor en razón de que comprendía que había comenzado a excitarme.
Sí, como les cuento, me había comenzado a excitar pero continué allí disfrutando de las sensaciones.
Esto continuó durante un buen rato hasta que de pronto, en lugar de preguntarme de que modo me sentaba la terapia, me dijo que el poder aliviarme lo llenaba de placer y no solo eso sino el deleite que le producía el poder mirar y tocar mi cuerpo desnudo.
Me intranquilicé un poco por sus palabras pero no supe qué decirle.
Lentamente el masaje fue descendiendo por mis muslos hasta llegar a los pies.
Los dedos de mis pies me cosquillaban como siempre que me tocan cuando él me hizo dar vuelta.
Allí quedé boca arriba, desnuda como un bebé frente a ese hombre.
Cuando comprendí que tenía mis senos desnudos sentí una oleada de timidez pero él no pareció advertirlo.
Me hablaba como si fuera una criatura asustada y eso me fue tranquilizando.
Ponderaba la suavidad de mi piel y la firmeza de mi cuerpo que acariciaba con sus manos.
Una sensación deliciosa iba creciendo a cada momento en mi interior.
La charla suave y el constante y rítmico masaje dispersaron todas las sensaciones desagradables que me habían tenido atrapada hasta ese momento.
El masaje avanzó desde los pies por las piernas, los muslos y se acercaron a mi pubis.
A pesar de la buena relación que tengo con mi esposo me sentí excitada, palpitante y muy mojada.
Cerré los ojos para que no se diera cuenta que mi excitación crecía al ritmo de sus dedos. Debí haberlo parado pero no tuve fuerzas para ello.
Me sentía muy, pero muy bien en esos momentos y deseaba que continuara.
Me recosté y disfruté de la sensación del masaje y hasta olí mi propia lubricación.
De pronto, sin quebrar el ritmo, ambos pulgares se deslizaron entre los labios de mi concha y los mantuvo abiertos mientras se iba inclinando hacia mí.
Los ojos cerrados no me impidieron presentir que su boca se acercaría y finalmente sentí su aliento tibio y su lengua que, de inmediato, como un resorte, me llevó a un clímax estremecedor.
Mi marido nunca me había llevado a este estado de placer.
Disfruté de cada sensación deliciosa, me relajé y él esperó para continuar con el masaje.
Durante cerca de una hora mi vientre y mi ombligo estuvieron en poder no solo de sus manos sino de su lengua.
Me succionó la concha hasta dejármela nuevamente húmeda. Parecía que flotaba en una nube.
Después de haber agotado todos sus trucos conmigo me tapó y me dijo que era momento para dormir.
Cuando desperté media hora más tarde aún estaba allí.
Hablamos tranquilamente y me dijo que le había parecido que era mi primera experiencia.
Asentí y le aseguré que nunca con mi marido había llegado al clímax de esa manera.
Me enseño a sentirme libre para gozar del orgasmo, a saber gemir sin tener que «tragármelo» cómo hacía con mi esposo.
Luego me destapó y experimenté a su lado la estimulación anal.
Era un hombre que sabía cómo tratar a una hembra.
Sabía usar los dedos de la mano colocando dos en mi ano y dos en la vagina, mientras que con el pulgar estimulaba el clítoris.
No le tomó mucho tiempo llevarme con sus masajes al punto de ebullición.
Le tomé respeto a este hombre y comencé a envidiar a su mujer por haber tenido a su lado un amante tan excelente.
A pesar de las horas que llevó el masaje (casi toda la mañana) y de aprender a recibir placer, nunca lo toqué.
Cada vez que lo intenté, él suavemente apartó mis manos. Parecía que obtenía un gran placer siendo el maestro y nunca exigió nada de mí.
Cuando mi marido me llamó cerca del mediodía el masajista ya se había retirado y al decirle lo bien que me sentía se puso contento de haberlo llamado para que me atendiera aunque en realidad yo lo estaba más.
Ojalá mi marido me acariciaba así algún día.
Trataré de a poco de llevarlo a ello.
No quisiera que piense mal de mí si le pido que me haga tal o cual cosa así que lentamente le iré enseñando a hacerme gozar como se debe.