En la quinta planta se encontraba el despacho de abogados en donde tenía la cita.
Cuando la secretaría me acompañó a la sala de espera no me imaginaba todo lo que daría de sí aquella visita.
Por fin me avisaron y me acompañaron a un despacho de estilo moderno presidido por una gran mesa de cristal.
Giré a mi izquierda al oír una voz que me saludaba.
Era ella que saludándome me extendía una mano «oficial».
Cuando me recomendaron este despacho no me hablaron de sus abogados y me quedé muy gratamente sorprendido al encontrarme frente a una mujer de un atractivo muy especial.
Sin ser ya una jovencita aún no habría cumplido los treinta y cinco y su aspecto general era más que atractivo.
Estaba vestida con un traje de chaqueta de gruesa tela, no en vano el invierno nos atacaba con sus más fuertes armas en aquellos días. Sin embargo la longitud de su falda no alcanzaba por mucho a cubrir la mitad de sus muslos.
Sus piernas estaban perfectamente construidas y las medias negras que llevaba, junto con sus zapatos de tacón, remataban una visión que no dejé escapar. Su blusa blanca no me permitía mayores apreciaciones pero me conformé con lo visto hasta entonces mientras nos sentábamos a cada lado de la mesa. Su cara no era de una gran belleza pero su sonrisa fresca y continua le proporcionaban sin duda un atractivo muy sensual.
La conversación versó sobre los temas aburridos que hacían necesaria su intervención mientras intentaba continuar con la visión de sus piernas a través del cristal pero apenas lográndolo por los papeles que manejábamos. Después de una hora me despedía de ella besándole las mejillas.
Al día siguiente la llamé para concertar una cita y darle unos documentos que me había pedido. Quedamos a comer por conveniencia de ambos en una famosa cafetería de la ciudad. Cuando llegué a la cafetería en cuestión se encontraba abarrotada y ella no había llegado por lo que me acomodé solo en una mesa al fondo de la cafetería.
No tardé en volver a ver sus piernas abrigadas con medias negras mientras se acercaba hacia mí por el pasillo central. Sus caderas se movían cadenciosas a la vez que dibujaba su perfecta sonrisa para mi. Comimos y además de tratar mis asuntos legales iniciamos una charla animosa que se alargó hasta los cafés. Sin duda su atractivo me estaba cautivando y no pensaba oponer ninguna resistencia.
Me habló de su reciente separación y de cómo se encontraba un tanto descolgada del mundo actual. Por mi parte intenté animar la conversación con mis aficiones y aburrimientos…
Cuando salimos de la cafetería teníamos un mismo destino: Le enseñaría unos trabajos con imágenes que estaba preparando. No hizo falta entrar en casa, en el ascensor cogí sus hombros y ella se acercó hasta mi. Posé mis labios sobre los suyos, ella me abrazó por la cintura y nuestras bocas se abrieron. La campana del ascensor al llegar a mi piso marcó el fin del primer asalto.
No atinaba con las llaves y lo supongo normal ya que ella no había perdido en ningún momento el contacto con mi piel desde que dejáramos el ascensor: su mano en mi nuca primero, en mi cara después y ahora por debajo del faldón de mi chaqueta tirando de mi camisa hacia arriba.
Presentí que no era el mejor momento para ver mis aficiones artísticas. Por fin entramos y al cerrar la puerta no la dejé continuar por el pasillo.
Cogí su mano y atraje su cuerpo hacia mi. Inmediatamente mi mano derecha buscó debajo de su cortísima falda la curvatura de sus nalgas mientras que la izquierda sujetaba su nuca afianzando nuestro beso y la sorpresa apareció debajo de su falda exactamente ya que la tela negra que recubría sus piernas no subía hasta su cintura sino que se detenía bruscamente para que su culo estuviese más a mi alcance.
A estas alturas el bulto de mis pantalones era claramente ostensible y a ella evidentemente no le pasó por alto; una de sus manos palpaba la protuberancia mientras la otra forcejeaba con la cremallera. Todo se aceleraba.
Estábamos de pie en la puerta y ya nuestras respiraciones estaban aceleradas. No busqué el secreto de la cremallera de su falda después del descubrimiento de sus medias me limité a subir la tela de la falda hasta su cintura. La separé de mi lo justo para quitarle la chaqueta, quería palpar sus senos con libertad y descubrir la textura de sus pezones.
Ella fue más rápida que yo, quizás demasiada abstinencia, y antes de que lograra posar mis manos ella se había agachado frente a mi y engullía con sabiduría y pasión ese trozo de carne que tenemos los hombres y que está forrado por la piel más tirante de nuestro cuerpo.
No pude más y me apoyé en la pared. Desde allí veía sus muslos y su cabeza en acción pero no estaba cómodo. La agarré por la axilas, la levanté haciendo que sus pies se levantaran del suelo y la lleva en volandas hasta el sofá.
Después de tumbarla en él le quité la chaqueta ¡POR FIN! Lancé la mía por los aires y me desprendí del resto de ropa, corbata incluida, tan rápida como jamás creí que fuera capaz de hacerlo. Mientras tanto ella se había quedado atónita, tumbada en el sofá mirándome.
Pero no duró mucho su inactividad ya que me tumbé en el sofá a su lado y después de abrir su blusa me dediqué a sus pechos mientras ella volvía a jadear. Mis manos volaban por su cuerpo a la velocidad que ella exigía y pronto se encontró desnuda debajo de mí con mi polla en sus manos y sus piernas y su coño abiertos para mí. Creo que al penetrarla alcanzó su primer orgasmo, al menos su exclamación de placer así lo pareció. Y entonces decidí que yo marcaría el ritmo desde ese momento.
Mi polla latía dentro de ella mientras me dediqué a su cuello y a sus orejas. Que suavidad y que belleza la de aquel cuello. Mi lengua acariciaba toda aquella extensión maravillosa a la vez que mis dedos jugaban con unos pezones grandes, duros, erectos hacia el techo, coronando unos senos de esos que yo llamo ligeramente ensanchados.
Le hice una concesión y empecé a mover suavemente mis caderas, respondió al instante con su propio balanceo. Su sexo húmedo y cálido era como el más suave guante jamás fabricado. Después de unas cuantas docenas de suaves arremetidas, la hice girar para que quedase encima de mi.
Oh que imagen tan sensacional. Sus muslos pegados a mi cintura, sus senos tapados por mis manos, sus brazos en mis hombros…
Ahora tomó ella de nuevo la iniciativa y emprendió un ritmo rabioso con sus caderas que provocó sus gemidos más profundos. Mis manos descendieron hasta sus nalgas para ayudarle en su magnífico esfuerzo y demostró, esta vez sin ninguna duda que el orgasmo la llenaba de pies a cabeza.
Una vez agotada su urgencia la tumbé boca abajo y me dediqué con pasión a su espalda.
Subí y bajé con mi lengua por su piel, abrí sus piernas para poder acariciar su culo, me tumbé sobre su espalda y la penetré de nuevo.
Levanté sus caderas y su culo y la penetré casi con violencia, ahora la urgencia era mía y no deseaba dejarla escapar, de nuevo gemía mientras yo amasaba sus nalgas.
Apoyé mi pecho en su espalda sin perder la penetración para alcanzar sus senos y me corrí con todo gusto llenando su cuerpo con toda la fuerza que fui capaz.
La noche no terminó ahí, ni tampoco nuestra historia así que continuaré en una próxima sesión.