Aquel día, como otros tantos, salí tarde de trabajar, justito para poder usar el metro en Madrid.
La línea circular de Madrid es un recorrido sin fin que circunscribe la ciudad.
Desde ella se puede enlazar con el resto de ramales de la red.
Habitualmente la tomo para volver a casa y a esas horas son ya muy pocos los pasajeros que encuentras.
Los asientos de los vagones están dispuestos en grupos de cuatro, enfrentados dos a dos con un pasillo estrecho entre cada grupo, son cómodos y acogedores.
Me senté en uno de ellos, solo.
La verdad es que solo había dos personas más en el vagón, en el grupo contiguo una chica a la que veía solo de espaldas, y al otro extremo un hombre negro de proporciones gigantescas leyendo el periódico.
Como casi siempre me adormecí, tengo una especial habilidad para despertarme cuando estoy alcanzando mi estación así que suelo aprovechar el rato para echar una cabezadita.
Me desperté con cierto desasosiego por los gritos de los dos chicos que acababan de subir: poco más de 16 años, aspecto desaliñado y con mas de tres copas.
Vaya, pensé, huelo problemas, traen ganas de bronca, adiós a mi sueño. Y del dicho al hecho.
No fui yo su víctima, se acercaron a la chica y empezaron a molestarla con frases ofensivas: «¿Que pasa sudaca?» ; «¿Qué miras?»; «¿A que te vamos a dar lo que te gusta?» y otras bastante peores que no viene al caso reproducir.
¿Para que nos vamos a engañar?, no tengo madera de héroe, pero tampoco iba a dejar que abusaran de la pobre chica.
Además no parecían muy peligrosos por lo borrachos que estaban, así que me levanté y me acerqué al grupo, con más miedo que vergüenza y les insté con la voz más firme que pude poner para que la dejaran tranquila.
La forma en que me miraron ya me hizo adivinar que me había metido en buen problema…
Pero debía ser mi día de suerte porque el hombre del extremo del vagón se acercó a ellos…
Sendas enormes manos obscuras agarraron a los chavales por el cuello, desde atrás y debió ser con bastante fuerza por que solo pudieron asentir con la cabeza cuando el hombre les preguntó:
¿Vuestra parada es la próxima verdad?.
Efectivamente se bajaron en cuanto se detuvo el tren, el hombre también descendió y nos quedamos solos, entonces miré a la chica: tez morena, aunque estaba pálida, muy guapa, media melena morena, algo despeinada y una carita redonda muy atractiva, ¿unos 28 años?.
Parecía efectivamente latinoamericana, y también asustada ¡Cómo para no estarlo!.
– Bueno, tranquila; le dije mientras me sentaba enfrente de ella; – ya se han largado. Pude entonces ver que debajo del abrigo llevaba un vestido negro que terminaba en una falda a media pierna, sin medias, que permitía adivinar la suavidad de su morena piel.
– Pero ¡no llores! que ya ha pasado mujer, intentando tranquilizarla y tranquilizarme, no sé sí por el susto o por la imagen de sus piernas ….
Me miró con unos ojos preciosos, profundos, intentando esbozar una sonrisa entre las lágrimas. Le acerqué un pañuelo de papel. – Lo siento, dije, hay idiotas en todas partes, pretendiendo disculparme por la actitud de mis compatriotas.
– Gracias
– Daselas más bien al hombre ese, si no es por él me temo que habríamos pasado un susto.
– Ya, pero gracias por intentarlo, me dijo,
– ¿Eres hispanoamericana no?, comenté para cambiar el tema, ¿estas de visita o trabajas en España?
– Trabajo en un restaurante, si, soy mexicana, me respondió.
– ¡Se acabaron las lagrimas!, exclamé, ¡toma otro pañuelo que ese ya lo has empapado!
Pero en lugar de entregárselo lo utilicé yo mismo para terminar de secarle los ojos, ella me dejó hacer y rozar su cara con mis dedos empezó a ponerme nervioso.
Para poder hacerlo bien no tuve más remedio ¿o sí? que acercarme un poco mas a su cara observando que la media sonrisa se había borrado de su cara, ahora se había quedado seria, mirándome fijamente.
Con la vaga excusa de limpiar el maquillaje sujete su barbilla con mi otra mano y pase suavemente el pañuelo por sus mejillas, ella cerró los ojos y entreabrió los labios y yo no quise resistirme …
Empezó con un suave roce de labios y poco a poco coloque mi mano en su nuca para atraerla hacia mí, a los pocos instantes nuestras lenguas se encontraron y empezamos a explorarnos, despacio, sin prisas, disfrutando el instante.
Tire de ella para que se sentara a mi lado y poder besarla mejor, pero ella prefirió sentarse sobre mis piernas, a través de mi pantalón pude sentir el calor de su cuerpo y ella tenía que estar sintiendo mi erección en sus nalgas pero no hizo intención de levantarse, al contrario, me pareció que buscaba el roce de mi pene.
En esa posición me fue muy sencillo empezar a acariciar su pecho por encima de su vestido.
A pesar de la tela del mismo y del sujetador aprecié que sus pezones se estaban endureciendo.
Sin dejar de besarla mi mano bajó recorriendo sus senos y su vientre hasta sus piernas que, como imaginaba, eran suaves como la seda; ella no dejaba de ajustar su cuerpo con el mío para sentir mi miembro, que ahora ya me dolía por la presión de mi pantalón vaquero.
Mi mano ascendió por su pierna y se colocó debajo de su falda, no tardé en encontrar el límite de su ropa interior, ella abrió sus piernas para facilitarme el camino y no espere ni un instante para acariciar su sexo, húmedo ya, incluso a través de la tela.
Nuestros besos se habían convertido casi en mordiscos mientras jadeábamos por la excitación.
El roce de sus nalgas contra mi pene me estaba enloqueciendo y yo lo buscaba también.
Había conseguido sortear sus bragas y mis dedos acariciaban su sexo con firmeza, empapándose, cuando ella se pudo de pie frente a mí; aproveche y sujetándola por las caderas acerque mi boca a su monte de venus, y sobre la ropa empecé a besarla lentamente pero apretando muchos mi boca contra ella.
Por su forma de moverse comprendí que quería más, así que levante su falda con mis manos y le baje las bragas hasta las rodillas.
El tren se había detenido varias veces pero mi suerte continuaba y nadie había subido a nuestro vagón.
El sonido del silbato ahogó el grito de ella cuando recorrí con mi lengua su entrepierna.
Se arrodilló delante de mí y empezó a bajar la cremallera de mi pantalón, tuve que ayudarla, pero pronto mis bóxer dejaron ver mi miembro erecto y muy húmedo, cuando sus labios se cerraron sobre él creí que no podría aguantar el orgasmo.
El tiempo que estuvo chupando mi pene fue corto, creo que no habría podido aguantar si llega a extenderse más, pero enseguida ella termino de bajar sus bragas y se sentó de nuevo sobre mí, ahora con una pierna a cada lado de las mías.
Mi pene pudo percibir el roce contra la entrada de su cuerpo y me arquee buscando más contacto, como ella bajó en ese momento buscándome también la penetración fue brusca y profunda y el grito de uno se confundió con el del otro
El vaivén del tren acompañaba nuestros movimientos rítmicos, yo subiendo y ella bajando y encontrándonos en el medio, la sujetaba las caderas con mis manos y ella se apoyaba en mis hombros, con la mirada le pregunté si estaba tan cerca como yo del orgasmo y creo que me entendió perfectamente por que aceleró sus movimientos cada vez más hasta que por como apretaba sus piernas contra mi adivine que se estaba corriendo salvajemente.
Entonces deje de aguantar mi orgasmo y me corrí al mismo tiempo.
Nos quedamos unos instantes descansando, conmigo pene dentro de ella hasta que dijo, ¡ Mi estación ¡, se levantó, se arregló un poco el vestido y corrió hacia la puerta.
– Gracias, no por lo de antes, sino por esto, ¿sueles venir a estas horas? ; me dijo mientras se bajaba del tren
– Oye que te las olvidas esto, grite enseñándole sus bragas, pero las puertas ya se cerraban y no pudo entrar. Me quedé mirando como se alejaba él andén de la estación mientras intentaba colocarme la ropa de nuevo…
Pasó bastante tiempo antes de que tuviera la oportunidad de devolverle aquel recuerdo pero pude hacerlo, sin embargo esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.