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Neffissa y yo

Neffissa y yo

Después de un tiempo en contacto, por fin decidimos encontrarnos. Neffissa me excitaba cada día más por sus correos y por las fotos que me había mandado.

Creo que yo a Neffissa también la excitaba, aunque he de reconocer que más por mis relatos que por mi físico, pues ella a mí no me había visto.

El sábado sería el día previsto y todos los detalles del lugar ya estaban decididos.

Como yo la conocía, no hacía falta ninguna florecita en el traje o cosa rara similar para identificarnos. Antes de llegar adonde Neffissa estaba, mis nervios estaban al máximo.

No sólo porque si habíamos quedado era para follar (que también), sino además porque temía no gustarle a ella.

No la había mentido en mi descripción, pero no obstante, no quería defraudarla. Para la ocasión vestía unos vaqueros y una camisa, zapatos para no ir con las deportivas y un slip blanco ajustado.

En seguida la vi. Un metro sesenta y cinco de pedazo de mujer. Estaba súper sexy con un conjunto muy apretado de cuero negro (tanto que se le marcaba el sostén y los tirantes de la braga), de tirantes anchos y escote redondo.

Casi la mitad de sus senos se escapaban de su dominio. Sentada en un banco, con las piernas cruzadas y con gafas de sol. Se la notaba expectante.

Algunas de sus palabras se me vinieron a la mente: “me gustaría que me dejaras excitarte tanto como tú lo haces conmigo”. Uff… Ya sólo con ver ese cruce de piernas me había excitado… “Me encanta que te apetezca follar conmigo porque como ya te he dicho me das mucho morbo, y solo imaginarme que tu me puedas encular me pone a 100”. O dejaba de pensar en todo lo que me había dicho, o me corría allí mismo…

“Te prometo una foto desnuda y enseñándote mi chochito y mi culo, para que veas lo bien que nos lo vamos a pasar”. Y he de reconocer que sus fotos fueron una espléndida forma para que la deseara. “Siempre me dicen que soy muy buena mamadora. ¿Quieres probar?” Ayyy… ¡Me iba a poner malo y ni siquiera la había tocado!

Tomé respiración y me dije que ahora o nunca. Ya había estado parado mirándola demasiado tiempo sin que ella me viera y aunque no había llegado la hora de la cita, quería estar con Neffissa cuanto antes.

Me dije a mí mismo que no me tenía que conformar con un simple saludo, así que me decidí a…

Me situé delante de Neffissa y me agaché un poco, besándola los labios con fuerza y decisión.

Ella al principio no respondió, incluso estuvo a punto de rechazarme, pero luego debió de comprender quién era y me correspondió abriendo la boca y metiéndome su jugosa lengua en mi boca. Al final resultó un beso increíble y tardamos en desenredar nuestras lenguas.

Cuando me separé, observé que ella se pasaba la lengua por los labios, como relamiéndose. Me tomó la mano y me saludó. Le dije que su voz era muy bonita y me besó. Le pregunté que si seguía piropeándola iba seguir respondiéndome del mismo modo y ella me dijo que me respondería todavía mejor. Me encantaba cómo se insinuaba. Era muy sensual.

Luego llegó algo que había estado temiendo: un silencio. Lo que más me apetecía era ir a algún sitio y follar con Neffissa, pero no quería dejar de mostrarme caballeroso. Por suerte, ella misma propuso ir a tomarnos una copa y me dio pie para invitarla a cenar.

“Bueno, aunque te advierto que invitarme a cenar no es todo lo que espero de ti”. Me sonreí y le dije que tendríamos tiempo para todo.

“Quiero seguir mirándote”, acabé diciendo. Y ella me regaló otro beso de fábula, entreabriendo sus carnosos labios para que mi lengua se introdujera en su boca.

Si he de ser sincero, desde que la había besado, mi estado era de absoluto nerviosismo. Mi erección se alargaba tanto que ya casi me dolía.

Y entonces pensé que lo mejor era decírselo. Estábamos de pie y la abertura lateral de su mini dejaba a la vista los muslos de Neffissa casi desde su cintura. Había visto los cuartos de baño y se me disparó la imaginación.

– Neffissa, oye, quiero decirte una cosa.

– Dime, cariño.

– Mira, estoy salido a tope. Antes de ir a cenar voy a entrar al baño y me voy a masturbar. Si se te ocurre algo mejor, me lo dices…

Se lo dije mirándola a los ojos con una mirada entre intensa y pícara y ella me captó enseguida.

– Entraré contigo, a lo mejor te puedo ayudar con tu problemilla.

Me tomó de la mano y entró con decisión al cuarto de baño. Un tío meando no se dio cuenta de nuestra llegada y me arrastró a uno de los váteres.

Cerró la puerta y su gesto cambió. Puedo decir que en su mirada había una excitación y unas ganas terribles de desabrocharme los pantalones y comerme la polla.

Me bajó la cremallera y me tiró el slip para abajo. Mi polla salió disparada y se balanceó de un lado a otro hasta que Neffissa la agarró de la base. “Ya verás cómo se te va a poner, cariño”.

Comenzó a darle lametazos, como si estuviera con un chupachups. Le gustó que estuviera tan lubricada y fue recorriendo con la boca bien abierta de arriba abajo todo lo largo de mi verga, dura como pocas veces.

Luego se la llevó a la cara y se la empezó a restregar, incluso debajo de su barbilla. Creo que estaba encantada. Y yo… ¡Pues cómo iba a estar! En la gloria, jadeando y a punto de correrme.

Miró para arriba sonriendo y yo le dije que estaba a punto de correrme. Ella aumentó el ritmo con la mano y saltó un chorro enorme que se fue a su mejilla. Luego su mano fue llenándose de crema pastosa y se levantó y me plantó otro de sus besos.

Abrió la puerta de pronto y yo salí un poco más tarde para colocar las cosas en su sitio. Ya se había lavado las manos y me esperaba afuera.

Esta vez fui yo quien la besó a ella y la tomé de la cintura para ir a cualquier sitio. La verdad, me molestaba tener que ir a tomar algo cuando estaba deseando hacer otras cosas.

En el camino, le iba susurrando que después me tocaría a mí proporcionarla placer y ella me repetía que estaba más caliente que nunca.

Pedimos en un restaurante cualquiera una comida ligera. El show que montamos debajo de la mesa con las piernas fue de aúpa.

Yo, descalzo el pie derecho, buscando debajo de su mini y ella tanteándome el paquete. En fin, que estábamos pendientes de todo menos de la comida.

Pasamos del postre, porque el postre nos lo queríamos dar mutuamente.

Ya nos habíamos desatado del todo. Durante el camino al hotel, le fui diciendo lo buena que estaba: morenaza, tienes un cuerpazo, unas piernas de ensueño, tu culo es una bomba, pequeñito y duro (se lo apretaba), tus pechos son increíbles, me caben en las manos, voy a disfrutar de ti hasta que no pueda más.

El taxista que nos llevaba al hotel no quitaba ojo a nuestros juegos.

Bueno, más bien no le quitaba la vista a Neffissa, sobre todo cuando le acariciaba los muslos y subía por su cara interna dejando más visible sus bragas, también negras. Y nos besábamos haciendo que resonaran nuestros besos, que eran húmedos y sensuales.

Creo que sintió una gran pena el taxista cuando llegamos. Me guiñó el ojo cuando salimos.

En el ascensor Neffissa estaba que no aguantaba, me decía constantemente que quería sentirme dentro, me rogaba que la follara de una vez. Yo, aunque lo estaba deseando, primero quería devolverle el favor de la mamada.

Me quité la camisa y le empecé a besar por el cuello, sobándole los pechos por encima del cuero con una mano y con la otra tomándola de la cintura.

Le bajé la cremallera y Neffissa, con mucha sensualidad, dejó que el vestido se deslizara por su piel, hasta llegar a sus tobillos.

¡Guau!, no pude dejar de exclamar. Qué interior: una lencería de encaje de color negro, una tanga negra, pequeñita (más bien minúscula) y transparente.

Apenas una tira minúscula y una tela por la que se translucía su coñito. También su sujetador dejaba ver sus pezones, pues era también transparente. Era un sostén de media copa, dejando la mitad de sus pezones fuera de la tela. Y verla con sus tacones de aguja era la guinda a aquel pastel de cuerpo que Neffissa me mostraba.

Le pedí que se tumbara y cerrara los ojos. Echó sus brazos atrás y sus piernas quedaron flexionadas, tocando el suelo. Fui besando desde el ombligo hasta llegar a las bragas.

Tomé de los lados las tiras de las bragas y las fui bajando poco a poco, dejando a la vista su chocho: rasurado por los lados y peludito por el centro, pero muy bien cuidado. Vi su vagina.

Roja, abierta como sus piernas, llamándome. Estaba muy mojada. Pasé los dedos índice y corazón y se los fui metiendo poco a poco.

Después eché mi cabeza entre las piernas de Neffissa e inspiré profundamente su aroma arrebatador. Sentía su calor por mi cara.

Abrí la boca y saqué la lengua, tocando con la punta su carne candente. Su sabor era indescriptible. Seguí lamiendo toda su raja, guiándome por los jadeos de mi hembra abierta a más no poder mientras me acariciaba el pelo.

A veces soplaba ligeramente y notaba cómo se estremecía su vagina. Endurecí la lengua y la saqué y metí unas cuantas veces, mientras que mi pulgar había encontrado su clítoris y ya estaba haciendo efecto en él. Su orgasmo fue brutal, así como sus gritos. Sorbí sus jugos paladeándolos como un manjar exquisito.

Cada vez estaba más caliente con esta mujer. Busqué su boca y la hice probar el sabor de sus entrañas con mi beso.

Nos abrazamos y revolcamos por la cama. Le tocaba mucho la espalda, para quitarle el sostén y para excitarla aún más.

La tenía completamente desnuda y la recorría con mis manos desde las nalgas hasta la base del cuello. Ella tampoco se estaba quieta y sobre todo intentaba desabrocharme la bragueta del pantalón.

La tomé de las muñecas y la miré. Estaba yo encima de ella y no podía moverse. Pude verle los senos a placer: qué tetas más bonitas. Sus pezones tenían un buen tamaño, estaban durísimos y eran de color rosado oscuro. Antes de que se zafara de mi, hundí mi boca en sus pechos.

Besaba sus pezones, los mordisqueaba, los amasaba. Le dije que se diera la vuelta y empecé a acariciar su espalda, abrí sus piernas y olí por detrás su vagina. Volví a chupársela, a lamérsela como si estuviera chupando un helado.

Ella me gritaba: la estaba matando de gusto. “Ponte a cuatro patas, te voy a follar por detrás”.

Me quité los pantalones y el slip. Mi polla estaba durísima, marcando venas a tope. Acerqué a su raja mi polla y sentí su calor. Neffissa gimió.

Busqué su vagina y le fui metiendo mi trozo de carne poco a poco, primero el capullo, luego más y más. Le di unos cuantos cachetes en las nalgas y le decía que se abriera más de piernas. Saqué mi polla y se la enterré de golpe.

Neffissa chilló. Empecé a bombear dentro de ella sin pararle de decir que estaba muy buena, que tenía un culo increíble, que se movía como la mejor de las putas y sin parar de masajearla la espalda, luego con una mano la sujetaba de la cintura y la otra buscaba sus tetas.

Neffissa tenía las manos en el cabecero de la cama. Sentía sus pechos bamboleándose de un lado a otro y la oía gritar. Me pidió que le metiera un dedo en su ojete y yo, por supuesto, lo hice.

La avisé de que me iba a correr, pero ella quería que siguiese, así que la inundé de semen su salvaje coño.

Nunca me había corrido tanto. Cuando se dio la vuelta me dijo que había sido un polvo fabuloso, que había tenido lo menos tres orgasmos más. Luego se fue a la ducha. Me llamó desde allí para que le enjabonara la espalda.

Ver a Neffissa húmeda, con el pelo mojado y también su piel, con jabón en sus pezones, me excitó de nuevo.

Me pegué a su espalda y ella notó mi erección. “¡Tenías ganas de juerga, eh, cabrón?”. Y me besó girando su cabeza. Yo la había tomado las tetas y se las amasaba con fuerza. Se dio la vuelta y se me entrelazó a la cintura. La puse contra la pared y empecé a follarla.

Estaba cansado por la posición y no podía penetrarla como quería. “Espera”, me dijo ella. Vámonos a la habitación. Chorreando ambos, allá fuimos.

Me dijo que me tumbase. Lo hice.

Entonces ella se puso sobre mí y abrió las piernas, rodeando mi cintura. Tomó con su mano mi miembro y lo fue guiando hasta su palpitante vagina. Y poco a poco se fue sentando sobre mi verga. Fue acomodándosela en su interior.

Al principio sus movimientos eran lentos y en círculos, pero pronto fue cogiendo ritmo y fue tomando velocidad.

De vez en cuando me incorporaba y le besaba las tetas, succionándole los pezones.

Y no dejaba de acariciarle la espalda ni de susurrarle al oído guarrerías que la ponían más cachonda.

Casi todo el trabajo lo hacía ella, pese a que de vez en cuando la cogía del culo.

En esta ocasión, mi corrida no fue tan prolongada, y mi esperma, menos abundante y más líquido, ya no era la misma crema grumosa de antes. Estaba destrozado y me quedé dormido.

Cuando me desperté, Neffissa estaba dormida, y ya duchada. Yo hice lo mismo. Regresé a la cama y volví a dormirme.

Cuando me desperté, Neffissa ya no estaba. Pensé que lo de anoche había sido un sueño, pero vi una nota en su mesilla.

Tenía que volver con su novio, como había acordado con él. Había un beso en la tarjeta con su carmín. La noche había sido fabulosa.

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