Todo sucedió cuando mi relación terminó con mi novio.
Yo me quedé muy triste, y una noche conocí a un chico por el chat, en seguida me notó la tristeza, me dijo que no se marcharía hasta haberme animado.
Y lo consiguió, estuvimos hablando y riendo, hasta que amaneció y me dijo que tenía que marcharse, pero no marcharse a dormir, sino de viaje, volvía a su casa a pasar el verano.
El caso es que el verano pasó, y no demasiado bien, al llegar septiembre yo aún estaba más abatida en mí misma, y una noche decidí volver al chat donde aquella noche conocí al que supo sacarme la sonrisa.
No conseguí animarme, y me decidí a irme, cuando de repente, antes de cerrar un chico me abre privado.
No me lo podía creer, era él, ya había vuelto. Nada más verle la alegría me invadió un poquito, y nos quedamos a hablar otra vez toda la noche.
Pasaron las horas, y yo me había olvidado de mi tristeza, hasta que amaneció y la despedida estaba próxima, sabía que él tenía que volver a su casa ya que solo había regresado para recuperar un examen.
El silencio ante la despedida nos invadió a los dos. Ninguno decía nada, yo me quedé mirando su ventana hasta ver un adiós escrito, pero cuando miré lo que ponía era: «Te espero a las 9 para darte el abrazo que te mereces, no me falles» y se marchó sin esperar respuesta.
Un escalofrío me recorrió por el cuerpo, pensé que estaba bromeando, ¡¡¡quería quedar conmigo así sin más!!!!!! Por supuesto que no iré.
Me metí en la cama con la sola idea de que todo era una broma. Pero… ¿y si no era broma? Necesitaba tanto que alguien me abrazara aunque fuese un instante.
De repente mi cuerpo cobró vida levantándome de la cama, y empezando a vestirse. Sin darme apenas cuenta estaba montada en el metro destino hacia el abrazo que tanto necesitaba.
Subí las escaleras del metro y de espaldas vi a un chico un poco más bajo que yo, pero atractivo, con pinta de estudiante y un poco despeinado. Se dio la vuelta ofreciéndome una sonrisa, sin duda era él. Se acercó a mi sin dudarlo ni un instante, él también se había percatado que era yo.
– Vamos a un sitio que conozco cerca de aquí, allí estaremos tranquilos para hablar y poder sacarte una sonrisa como mereces.
Nos paramos en una tienda a comprar una botella de Coca- Cola como único desayuno (un poco raro lo sé, ¿pero que era normal en aquella mañana?)
Entramos en un portal donde él tenía un sitio donde reunirse con los amigos los fines de semana. No era grande, ni era bonito, pero si que era acogedor. Me senté en un sofá mirando fijamente al suelo un poco asustada. Él se sentó a mi lado y me abrazó con mucha fuerza pidiéndome una sonrisa.
Me giré para abrazarlo mejor y noté que mi cuerpo se aliviaba con aquel abrazo como jamás lo había hecho, me miró a los ojos y no pude resistir ofrecerle una sonrisa.
Estuvimos alrededor de una hora hablando, era como si nos conociéramos de toda la vida, estábamos bien juntos.
En una de mis risas pude mostrar mi piercing de mi lengua, y a él le llamó mucho la atención, no paraba de decir que si me dolía, que que se sentía, mil preguntas que le surgían por la mente, solo se me ocurrió contestarle ofreciéndole un beso.
Y así lo hicimos, acercamos nuestros labios hasta que le dejé jugar con la bolita, el beso fue largo y pronto empezaron a seguirle unas caricias, y unos roces por parte de nuestros cuerpos, la temperatura subió hasta límites que no podíamos controlar.
Se puso delante de mí y mirándome me dijo que si quería continuar que yo misma me quitara la camiseta, mirándole a los ojos recibió como respuesta un beso mientras me quitaba la camiseta.
Después de la camisa le siguieron las demás prendas sin ningún pudor.
Me acerqué a besarle la boca, el cuello, su lóbulo, muy lentamente haciéndole sentir aquel pendiente que tanto le estaba gustando, baje mis besos hacia su pene dándole un suave lametazo que le hizo temblar, me tumbó en el sofá sin dejarme terminar posándose encima de mi, haciendo un 69, me pidió que fuese despacio pues a él le quedaba poco.
Así lo hice, no tardó mucho en correrse.
Me ofreció un beso mientras bajaba su mano a mi entrepierna, abriéndomelas más, con sus dedos empezó a frotarme el clítoris tan aprisa que no podía mantener su beso para poder gemir, me vino un orgasmo enorme como jamás lo había tenido, pero no paró, haciendo que mi cuerpo temblase y provocando otro segundo orgasmo.
Su boca buscaba la mía ansiosamente y nuestros cuerpos descansaron allí, sobre aquel sofá, fundidos en un abrazo.