Solía ir a sentarme siempre en el mismo banco de la plaza cuando me atacaba la tristeza o la soledad, a veces incluso iba a buscarla, todos me decían que retaba al peligro, que esa plaza siempre estaba sola, mi madre repetía una y otra vez «si por lo menos fueras de día, un día de estos alguien te va a raptar y ya tendremos nosotros que lamentarnos por tu inconciencia», pero nadie entendía, ese era mi refugio y contrario a lo que todos pudieran pensar, ahí y sólo ahí, me sentía segura.

Ese día la noche tenía un tinte especial, su negro estaba matizado por un índigo calante, se veían pocas estrellas y la luna estaba oculta detrás de los edificios, lo que hacía el entorno infinito, distinto, mágico, todo estaba casi perfecto, incluso la palpable aura solitaria que plenaba la plaza, no se sentía ni respirar un pájaro, pero mi banco estaba destruido, ya era algo viejo y una rama había caído sobre él reventando varias de sus tablillas y dejando peligrosas astillas con lo cual se me imposibilitaba sentarme, por más que intenté era sumamente incómodo quedarme en la pequeña esquina que quedó casi ilesa sin moverme, sin poder relajarme y echar mi espalda hacia atrás como siempre lo hacía, así que decidí adentrarme un poco más en el lugar aunque las luces de la parte más profunda de la plaza habían dejado de funcionar hacía meses y nadie se había preocupado por arreglarlas, pero ya he dicho que me sentía segura en el lugar, tanto como para no sentir miedo, necesitaba mi soledad.

No encontré ningún banco donde sentarme, la desaparición de las luces había sido aprovechada por pobres que robaban las tablillas y encendían fuego con ellas o por simples vándalos que destruían todo a su paso, así que maldiciendo la sociedad absurda donde los hombres nos hemos acostumbrado a vivir, decidí sentarme en la grama, bajo un árbol, y me recosté por fin relajada y tranquila, tanto que sin darme cuenta me quedé dormida.

Me sobresaltó un viento fuerte y cálido que movía bruscamente las ramas del árbol y me levantaba la falda y una luz excesivamente brillante que me cegaba, me reincorporé lentamente apoyando mi mano izquierda en el piso e intentando cubrir mis ojos con la derecha mientras intentaba enfocar el origen de esa repentina luz, poco a poco fui descubriendo una sombra que se acercaba, no podía detallar nada más gracias al efecto de contraluz que hacía el brillo tras la sombra pero pude adivinar que era una silueta masculina, una silueta de formas perfectas aunque algo extraño sobresalía en su espalda, algo que no pude definir hasta no tenerlo frente a mí, y cuando supe lo que era entendí todo, el brillo, el viento fuerte pero cálido, su perfección y sobre todo entendí por qué tan extraña situación no me había generado ni una pizca de miedo. Era un ángel.

No podía ni siquiera imaginar qué decir, su belleza más que sus alas, me tenían enmudecida, ahí estaba yo, recostada en mi mano bajo su imponente presencia y buscando pronunciar tan sólo una palabra que lo mantuviera conmigo porque lo único que tenía muy claro en mi mente es que no quería que se fuera, aunque supiera que tarde o temprano lo haría, no he conocido historia alguna donde los ángeles no partan después de cumplir la misión que les ha sido impuesta y pensando en ello le dije:

¿A qué has venido?

Ha sido un impulso

¿Un impulso dices?

Sí, siempre te he acompañado, siempre a tu lado sin ser visto, siempre detallando tus manos bailando con las luces, siempre viendo tus ojos que sin verme se perdían en la lejanía, siempre sintiendo el perfume de tu cabello al bailar con el viento, siempre viendo el brillo de tu piel morena, siempre deseando hablarte…

Me sentí hipnotizada con su voz pausada, con sus ojos de agua brillando sobre los míos, su largo cabello de jade desordenado cayendo sobre sus hombros desnudos, sus labios perfectos pronunciando aquellas intensas palabras y tomé su mano atrayéndolo suavemente a mi lado, se acostó sumiso y me sonrió, sentí unas inmensas ganas de llorar, me contagiaba su melancolía y pronto se escapó una pequeña lágrima que intenté morder en mi ojo pero él acarició mi mejilla siguiendo el curso de agua salada que ella dejaba, era un ángel pero sus movimientos estaban llenos de la sensualidad más impía, el contacto de su dedo me hacía hervir la piel pero me contenía las ganas de besarlo, de decirle todo el amor que me estaba provocando, como si lo hubiera amado de toda la vida, como si fuera él ese hombre que siempre había esperado, como si mi alma por siempre le hubiera pertenecido.

Yo también te amo, te he amado siempre, te he añorado cuando tus pensamientos no me llamaban.

¿Cómo puedes decir eso?, ¿no te condenas al amar a una simple mortal?

No eres una simple mortal para mí.

Pero…

No encontré qué responderle, mi amor me impedía alejarlo de mí, aunque supiera que debía hacerlo, aunque supiera que eso que su cuerpo me producía nos condenaría a los dos, aunque supiera que de todos modos lo perdería, algo me impedía evitar lo que estaba por suceder.

No te preocupes por mí, yo he elegido el sacrificio porque entendí que la inmortalidad sin ti es peor tortura que la condena, porque entendí que la elección del amor no podía ser seguir lejos, tan cerca pero lejos, ¿sabes cuánto me ha torturado verte llorar y no beber tus lágrimas?, ¿puedes tan sólo imaginar lo terrible que ha sido sentir tu pasión contenida, verte mordiéndote los labios vacíos de besos y no poder aliviarte y aliviarme?, deja de pensar mi amada, deja de pensar y refúgiate por fin en mi pecho que siempre te ha esperado para cobijarte.

Y así lo hice, posé mi cabeza en su pecho, resignada y feliz, lloré emocionada sintiendo su piel rozando la mía, dibujando con la punta de mis dedos su silueta entera, cada músculo, cada resquicio de su torso, sentí su cabello enredado con el mío como la metáfora sutil de la unión de nuestras almas, sentí sus labios posados en mi frente y sus manos desabrochando suavemente cada uno de los botones de mi vestido y ya no me resistía ni siquiera en pensamiento, instintivamente mis manos lo despojaron de la breve prenda que llevaba y tocaron la virilidad de un ángel, suave, perfecta, respondiendo despojada de la inmortalidad de los ángeles ante mis caricias cada vez más firmes, cada vez más rítmicas, cada vez más ardientes mientras mi respiración se agitaba descarada sintiendo sus manos que acariciaban mi pecho y pellizcaban suavemente mis pezones a punto de explotar y su lengua que se paseaba por los caminos de mi cuello ofrecido y entregado, como toda yo.

Poco a poco nos fuimos buscando hasta ahogarnos en un beso infinito y desesperado lleno de tantos años de espera y nuestros cuerpos ya no se intimidaban a nuestro contacto, él me acariciaba los senos, la espalda, se detenía en mi trasero y masajeaba experto excitándome hasta el límite la cercanía de sus manos en mi sexo mientras yo mordía sus tetillas y me divertía con su miembro enhiesto entre mis manos hasta que sintió que no aguantaría mucho más tiempo y me separó suavemente de él acostándome en la grama con mis pechos apuntando al cielo que de seguro nos estaría viendo impotente ante tanto amor.

Así en esa posición besó mis senos jugueteando con su lengua en mis pezones y su mano fue bajando por mi vientre, acariciando mi pubis, paseando con sus dedos por la ingle, torturándome pero proporcionándome un placer jamás antes conocido, luego sus manos expertas llegaron a mi humedad, sus dedos abrieron mis labios y recorrieron todos mis alrededores, por dentro y por fuera, con tal maestría que pronto en mi cuerpo comenzó el cosquilleo caliente de un intenso orgasmo que parecía no detenerse jamás mientras mi cuerpo convulso rogaba que nunca acabara ese increíble momento.

Casi desfallecida me encontré con su espléndida sonrisa mientras me observaba satisfecha y casi me rogaba besarlo, no imaginaba si podría, pero tenía que devolverle el gran regalo que me habían proporcionado sus dedos así que me incorporé sobre él y lentamente fui besando su pecho bajando con mi lengua, sin dejarlo de ver ni por un segundo a los ojos, donde me perdía feliz, así llegué a sus ingles, jugando a rozarlo, a provocar su deseo hasta que sus ojos me pidieron que continuara, obediente besé tímidamente su miembro, primero con besos espaciados, cortos, luego largos y golosos, dejando a mi boca bailar sobre su sexo y a mis manos masajearlo hasta que desesperado me levantó y me posó sobre él dejando que cabalgara como amazona experta el más brioso caballo, así nos abandonamos uno en el deseo del otro, así nos amamos hambrientos hasta que una explosión brillante nos rodeó y un ruido hermosamente ensordecedor acalló mi grito en el momento en que los dos explotábamos en el más intenso orgasmo.

Caí sobre él y por primera vez sentí el roce de sus alas que me abrazaban, vi sus ojos brillando felices y la piel de sus mejillas había adquirido un hermoso rubor, por fin pude decirle:

Te amo mi cielo, te amo…

Te quiero mi dulce y eterna amada…

Nos fundimos en un beso y nos quedamos dormidos.

Me despertó el trino de un pájaro y la claridad del día, estaba tendida bajo el árbol y perfectamente peinada y vestida, no podía creer que todo hubiera sido un sueño, sin embargo no había indicios de haber pasado nada, un poco decepcionada me levanté, pensando en la cantaleta de mi madre por no haber regresado en toda la noche y caminé absorta recordando al ángel sin nombre de mis sueños hasta que me encontré frente a frente con mi banco, intacto y perfecto y sobre él dos plumas brillantes enredadas, las tomé en mis manos y un viento cálido acarició las lágrimas que comenzaban a rodar por mis mejillas.