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Las andanzas de Wanda IV: El vecino

Las andanzas de Wanda IV: El vecino

La semana siguiente se presentó larga y difícil por mi trabajo, así que no pude contactarme con Tony.

Por otro lado, necesitaba pensar en algún justo pago por haber tenido que mostrarme tan cariñosa con su jefe… y yo iba a disfrutar de hacérselo pagar.

No volví a encontrarme al portero del edificio, y más tarde me enteré por una vecina del cuarto piso que había presentado su renuncia para irse con su hijo y su nieto a vivir a Estados Unidos… tanto esfuerzo para alegrarlo… para nada.

Pero me encogí mentalmente de hombros y seguí trabajando duro como de costumbre.

Esperaba que el nuevo portero del edificio fuera un poco más sociable y más satisfactorio que el último.

El sábado en la mañana, agotada de una semana con mucho trabajo en la empresa donde reemplazaba a una secretaria de gerencia y muy frustrada por no haber tenido ni siquiera un rato de buen sexo, bajé al subsuelo, donde estaban los lavaderos del edificio, para ponerme al día con la ropa sucia.

Planeaba invitar a alguien a cenar y a quedarse conmigo a pasar la noche, pero no podía decidirme por nadie, porque eran pocas las personas que un sábado a la noche no tenían ningún plan…

Pensando en mis asuntos, casi choqué en la puerta del subsuelo con mi vecinito de piso, al que más de una vez había visto espiándome.

Sabía su nombre y nos habíamos saludado varias veces en los pasillos, pero no sabía mucho más que eso.

Me saludó tartamudeando y no pude evitar rozarlo a propósito con mis grandes pechos, sueltos bajo mi camiseta vieja, cuando quiso pasar a mi lado, y le sonreí sin decir nada cuando lo vi enrojecer al sentir mis pezones rozarlo descaradamente.

Entré al semioscuro cuarto lleno de máquinas lavadoras y me agaché para cerciorarme de que hubiera algún lavarropas vacío, sabiendo que mis gastadas mallas de gimnasia marcaban grandiosamente las curvas de mis nalgas.

No me sorprendió verlo entrar de nuevo con su canasto de ropa y acercarse a mí.

Sin decir una sola palabra, empecé a meter ropa en la máquina, mientras lo sentía mirarme fijamente.

Me apiadé de él cuando lo escuché contener el aliento al agacharme por tercera vez, dándole la espalda.

Ya a esas alturas sabía quién podría hacer mi noche menos solitaria.

-¿Acabaste?- le dije inocentemente, y él parpadeó, sosteniendo su canasto de ropa frente a sí.

-¿Cómo?

-Que si acabaste… de lavar tu ropa.

-Ah, sí, sí. Solamente quería saber si podía ayudarte en algo… lo que necesites.

Cerré la puerta del lavarropas, cargué el jabón y lo puse a funcionar.

Me apoyé contra la máquina y llevé mis manos a la espalda, haciendo sobresalir mis tetas con los pezones marcados contra la tela de manera evidente por el fresco lugar y por la mirada de mi vecino, que no podía quitar los ojos de ahí.

Lo miré con atención: era joven, tal vez no llegara a los veinte, y era mucho más alto que yo, delgado y casi torpe, pero muy buen mozo.

No podía ver el contorno de su pene oculto tras la canasta, pero el resto prometía.

-Bueno, ahora que lo dices, necesito cambiar una lámpara del dormitorio, y como me dicen que el portero se fue, no tengo a quién pedírselo.

-Yo… bueno, claro, Wanda, cuando quieras. Pero ¿tu novio no sabe hacerlo?

-¿Mi novio? Yo no tengo novio, Julio.

-Pero el tipo de la otra noche…

-Es mi mejor amigo. Soy un espíritu libre, y yo…- me acerqué a él, lo vi tragar saliva cuando apoyé la mano en su pecho; podía sentir su corazón latir con fuerza-… soy muy cariñosa con mis amigos.

-Debe ser maravilloso ser tu amigo, Wanda- dijo, y desde su altura me miró la boca sonriente, los pechos y mi conchita que la malla marcaba fielmente. Prometía, la verdad era que prometía.

-Tengo que lavar la ropa primero, pero si estás libre en la tarde, me tocas el timbre cuando quieras. No me gustaría dormir sola en la oscuridad… sin esa lamparita.

Con las manos sosteniendo fuertemente la canasta de plástico con su ropa prolijamente doblada, retrocedió, seguramente imaginando todas las posibilidades que tenía entrar a mi casa y especialmente a mi dormitorio, y yo no quería decepcionarlo.

A las cinco tocó el timbre.

Yo me había puesto un diminuto pantaloncito recortado de unos vaqueros viejos que dejaban la mitad de mi culo al descubierto y una remera sin mangas y recortada por debajo que dejaba ver mi cintura y mi ombligo.

No llevaba nada debajo, y el roce de la tela contra mi piel sensible me había preparado bastante para que Julio hiciera el resto.

Le abrí con una sonrisa y él casi se desmayó al verme; lo hice pasar antes de que tuviera que entrarlo arrastrando.

-Espero no haberte interrumpido ningún plan- le dije, y lo llevé hasta el dormitorio. Había poca luz ahí, iluminando mi enorme cama (un lujo del que disfrutaba mucho) y los brillantes muebles, pero había llevado una escalera de tijera hasta debajo de la lámpara que en verdad estaba quemada y le di la lamparita nueva. Milagrosamente, no se rompió en su mano.

-No… Solamente tenía que estudiar un poco, no es nada.

-En pago por este favor, podría invitarte a cenar y ver alguna película. Es raro, desde hace más de un año que vives en la puerta de enfrente y no nos conocemos mucho… y me encantaría conocerte mejor.

-No tanto como a mí, Wanda.

Le sonreí coqueta, y rozándolo con mi cuerpo tanto como pude, empecé a subir los escalones pidiéndole que me enseñara cómo se cambiaba la lamparita para no tener que molestarlo en el futuro.

Me subí a la escalera sabiendo que mi culo quedaba a la altura de su cara, y al mismo tiempo que podía verse desde abajo la parte inferior de mis pechos desnudos bajo la camiseta.

Cuando lo escuché susurrar un “¡Dios mío!” casi sin voz, supe que estaba deslumbrado y sorprendido por lo que estaba pasándole, y cuando miré sobre mi hombro, lo vi mirando fijamente el lugar donde el pantaloncito se metía entre mis glúteos marcando fielmente la forma de mi trasero.

Movía los dedos como si no pudiera resistir casi la tentación de tocarme, y me sonreí en silencio mientras decía con tono inocente:

-Julito, ¿podrías subir y enseñarme cómo se hace?

Dudó un instante pero subió por los mismos escalones quedando apenas un peldaño más abajo; con lo alto que era, estábamos casi a la misma altura, aunque tuvo que apoyar sus manos sobre las mías un instante para sostenerse de la escalera.

Lo sentí jadear pesadamente y tratar de disimularlo, pero yo misma, aprisionada contra la escalera y su cuerpo que parecía despedir vapor, empecé a excitarme con la situación.

Casi no oí su explicación tartamudeada de cómo cambiar la lamparita, pero decía a todo que sí y empecé a tirarme un poco hacia atrás hasta que mi culo se apretó contra su ingle.

Su pene estaba duro bajo la tela de los vaqueros, y aunque él dio un respingo cuando me apoyé ahí, no dijo nada y yo casi me incrusté contra esa pija que iba poniéndose cada vez más dura.

Sobre sus manos que se sostenían de la escalera, apoyé apenas las puntas de mis pechos para que el pezón duro, apretado de excitación, rozara el revés de sus manos.

Por un segundo permanecimos así, callados, hasta que una de las manos grandes y juveniles de él bajó hasta mi cintura y de ahí hasta mi culo, que apretó suavemente.

Y cuando suspiré, casi gimiendo, lo hizo con más fuerza, mientras sentía su aliento en mi nuca un segundo antes de que me besara el cuello con una lamida larga y húmeda.

Me froté contra la mano que estaba sostenida de la escalera hasta que la camiseta se subió lo suficiente para que fuera mi pecho desnudo el que se frotara contra su mano y un dedo largo y explorador se metió bajo los flecos del pantaloncito hasta tocar mi vagina mojada y anhelante por atrás.

Él gimió casi tan fuerte como yo.

-Estás muy mojada- me dijo mientras chupaba la sensible piel de mi cuello con la suavidad suficiente para no dejar marcas. Me eché hacia atrás sobe su hombro para que tuviera un mejor acceso a mi garganta, y él aprovechó la oportunidad para pasar la mano hacia delante y desabrochar el único botón del pantaloncito. Bajó el cierre con lentitud, pasando el frío metal sobre mi piel ardiente, y sin esperar a bajarlo del todo, metió la mano para abarcar con ella toda mi conchita húmeda. Empezó a retroceder por las escaleras llevándome con él.

-Mis dedos se resbalan en tanta miel… nunca había sentido una concha tan mojada- me dijo en el oído, y yo llevé las manos hacia atrás para acariciar su cuello y levantar al mismo tiempo mis pechos ávidos de caricias-. Me gustaría lamerte la concha, Wanda… ¿te gustaría a ti también?

-Me encantaría- respondí, ya con los pies en el suelo. Me di la vuelta entre sus brazos y lo miré a los ojos; tenía el rostro enrojecido y la mirada oscurecida de lujuria, mientras su pene parecía querer romper la tela de sus vaqueros, pujando por liberarse. Estaba muy bien dotado por lo que parecía, y agradecí a Dios poder tener una buena pija caliente esa noche para poder satisfacerme. Sonriendo, me bajé el pantaloncito y lo tiré lejos de una patada; como él ya había adivinado, no llevaba ropa interior, y mi sexo húmedo y brillante por mis propios jugos apareció ante sus ojos que no se perdían detalle.

-Sin un solo pelito más que esta pelusita adorable- murmuró, recorriendo con un dedo la delgada franja de vello y haciendo la curva hacia adentro de mis labios mayores para encontrar el mojado y duro botón de mi clítoris. Resbaló en su humedad mientras yo abría más las piernas para darle un mejor acceso, al mismo tiempo que me sacaba por la cabeza la camiseta. Mis pechos grandes y duros besaron el aire cálido de la noche mientras la otra mano de él rodeaba una de las ardientes esferas y con el pulgar frotaba el pezón.

-Ni siquiera sabría por dónde empezar a comerte- dijo, pero bajó la cabeza hasta meterse un duro botón en la boca y chuparlo con fuerza, como si adivinara la manera en que me gustaba que me sorbieran. Pero levanté su cabeza de mis tetas para empezar a desabotonar la camisa a cuadros y dejar al descubierto su pecho apenas arañado por un poco de vello. Pasé mis manos sobre sus planos pezones marrones, y se irguieron casi tan duros como los míos ante la caricia. Los besé amorosamente antes de que el filo de mis dientes los raspara y empezara a succionarlos como me gustaba que me hicieran a mí. Él metió los dedos extendidos entre mis cabellos y bajó siguiendo las curvas de mi espalda mientras yo me encargaba de desabrochar el cinturón. Sin poder resistirlo mucho, acaricié sobre la tela la gruesa protuberancia que tanto deseaba sentir y él casi gritó de placer.

-No puedo esperar a tenerla en la boca- le dije, y él me miró salvajemente. Se bajó los pantalones y los calzoncillos batiendo un record de velocidad para dejar su miembro grueso y largo ante mis ojos y mis manos. No era tan grande como el de Tony, pero sabía que me daría mucho placer. Me arrodillé ante él y lentamente fui lamiendo su largura para acostumbrarme a su sabor antes de metérmelo en la boca todo lo que pude y chupar como sabía que lo volvería loco. Acaricié sus testículos duros y mientras lo pajeaba con una mano, me metí uno en la boca mientras lo miraba a los ojos. Mi otra mano acariciaba mi propio sexo mojado y rendía culto a mi clítoris casi tan duro como su pija.

-No- dijo él de repente, y me levantó de los brazos. Haciéndome retroceder, hizo que me sentara casi en uno de los escalones de la escalera y abrió mis piernas. Con el brusco movimiento, los labios mayores de mi conchita se abrieron para dejar ver su interior rosado y brillante por mi miel resbalosa que mojaba el escalón, y la hendedura de mi vagina que necesitaba tan desesperadamente ser llenada por un hombre duro-. Quiero que acabes en mi boca, Wanda, quiero chuparte la concha hasta que no te acuerdes ni de tu nombre.

Acarició con una mano todo mi sexo antes de que, lo suficientemente mojado, dos dedos se metieran en mi vagina ardiente. Aunque estaba incómoda en los escalones estrechos, no pude evitar gemir y arquear mi sexo hacia sus dedos. Cerré los ojos con fuerza y lo sentí agacharse a chupar de nuevo mis pezones que sentía tan calientes y duros que dolían.

-Qué mujer tan caliente… Siempre supe que eras así, hermosa y caliente…

-Quiero que me cojas tan fuerte que me duela, Julito. ¿No te gustaría estar adentro ahora?

-No hasta que acabes en mi boca, Wanda. Quiero chupar esta belleza.

Me mordió los pezones que parecían rosadas perlas dolientes y mojadas por su saliva y se agachó entre mis piernas abiertas, pasando la lengua por todo el rededor de mis labios mayores sin llegar nunca al lugar donde más deseaba sentirlo.

Escalofríos de placer erizaron mis pechos duros y me retorcí los pezones esperando satisfacerlos.

Quería chupar algo, quería sentir dentro de mí la dureza de su pene entrando y saliendo, y después la caliente inundación de su leche llenarme, pero todo se me olvidó cuando por fin su lengua rodeó mi clítoris y lo besó pacientemente.

Me abrió más con los dedos para ver mejor el diminuto botón henchido y rojizo antes de acariciarlo con un dedo mojado en su saliva y en mis jugos ardientes.

-Nunca había visto una concha tan perfecta, tan jugosa y perfecta. ¿Te gusta que te la chupe?

-Más… más fuerte… ahhh…

-¿Te dijo alguien que te pareces a Jenna Jameson?- dijo, entre lamida y lamida-. Yo me pajeaba siempre viendo sus películas, hasta que un día apareciste en el vestíbulo con una minifalda corta y una blusita transparente. Podía ver tus pezones aunque llevaras un sostén que abrazaba estas hermosas tetas… Después de eso, me pajeaba solamente pensando en tus tetas duras y grandes y en esta hermosa concha mojada… En mi mente te cogí tantas veces que me parece que no hay ningún agujero tuyo que no conozca.

-¿Por qué… ahhh… por qué nunca me dijiste nada?

-Siempre hay hombres a tu alrededor, siempre hay alguien que te está tocando… Cuando la otra noche ese tipo del ascensor te tocó las tetas… Hubiera querido ser yo el que te tocara, el que te subiera esa minifalda para poder acariciarte el culo y poder chupar estos hermosos melones…

-Ahora podés hacer más que eso.

-Ahora voy a llenarte como nadie te llenó nunca, Wanda.

Me mordió suavemente el clítoris atrapando ente sus dientes esa carne móvil y palpitante, y metiendo dos dedos largos en mi vagina abierta, me hizo acabar dentro de su boca tal y como había prometido.

Abracé con mis piernas su cabeza contra mi conchita mojada y grité saciada, con miles de escalofríos atrapando sus dedos dentro de mi cuerpo.

Me levantó en brazos y me llevó a la cama, donde me dejó boca arriba y abrió mis piernas para observar a placer mis lugares más íntimos.

Su erección no había perdido nada de su dureza, y me sorprendí de que un muchacho tan joven pudiera tener ese autodominio.

Y me alegré, porque todavía teníamos toda una noche por delante.

Me acarició las piernas con suavidad antes de volver a tocar mi conchita mojada, y levanté las rodillas para que pudiera hacer lo que quisiera sin preocuparme.

Parecía fascinarlo mi falta de vello, que hacía parecer mi sexo como el de una niña, y un dedo se metió en mi interior tan mojado que entró sin ninguna dificultad, mientras el pulgar despertaba de nuevo mi hipersensible clítoris.

Jadeé con suavidad y sin que me sacara el dedo de mi vagina, me incorporé de rodillas y lo abracé contra mis pechos, frotándome piel con piel en una caricia increíblemente sensible.

Gruñó levemente cuando pasé una pierna sobre sus muslos y mi caliente centro quedó pegado a su pija, envolviéndola.

-Quiero chupártela- le dije suavemente al oído, succionando el lóbulo de su oreja., y el dedo salió cuando se recostó en la cama para dejarme hacer lo que quisiera. Aprisioné por un instante su pene entre mis pechos, pajeándolo suavemente mientras me colocaba vientre con vientre sobre su cuerpo, de cara a su sexo. En un 69 apasionado, sentí su boca golosa recorrerme de nuevo mi conchita y esta vez llegar con la lengua hasta mi ano, que se estremeció de placer con cada lamida, y yo me dediqué a lamer y chupar esa verga dura y gruesa de arriba abajo, hasta sorberlo en las profundidades de mi boca. Con mis pezones me froté contra su piel, haciéndolos erguirse como diamantes rosados.

-Mmmm… qué bien la chupas, Wanda… Tienes una boca tan hermosa como tu conchita.

-¿Te gustaría acabar en mi boca, Julito?- le dije raspando suavemente la punta ensalivada de su miembro. Su lengua era rápida dando pequeños latigazos en mi clítoris, y sabía que pronto iba a acabar otra vez.

-No- fue sin embargo su sorprendente respuesta-; quiero cogerte de verdad. No puedo esperar a metértela.

Me di la vuelta lentamente y me monté sobre sus caderas estrechas y delgadas, y ayudándome con una mano hice entrar su pene insoportablemente duro dentro de mi cuerpo.

La sensación fue extraordinaria.

Él alargó las manos para tomar entre su índice y su pulgar cada pezón y apretarlos suavemente; tomé una de esas manos y al empezar a moverme arriba y abajo sobre esa pija tan deseada, chupé sus dedos mientras con una mano acariciaba mi propio sexo, empapado de rocío.

Cuando los movimientos suaves ya no fueron suficientes, me tiré hacia atrás estirando mi cuerpo y apoyándome en la cama, mientras su mano reemplazaba la mía en mi clítoris.

Los movimientos fueron salvajes y desenfrenados, hasta que la cama empezó a chirriar con su propia melodía acompasada.

Cuando sentí su leche como lava llenarme por dentro, un último estirón delicado en la sensible piel de mi clítoris me catapultó hacia mi tercer orgasmo.

El muchacho no lo hacía nada mal para ser tan joven.

Lo invité a quedarse a comer y calenté una pizza precongelada en el microondas, que comimos desnudos los dos en la cama.

Al contrario que mucha gente, a mí el sexo no me daba mucha hambre, así que charlamos un poco de todo mientras lo veía devorar las porciones de pizza como si llevara años sin probar bocado.

Más tarde, acostados uno junto al otro, mientras él me acariciaba suavemente todo el cuerpo y sentía que empezaba a endurecerse una vez más, me dijo algo que hizo que una idea rondara mi cabeza.

Yo le había preguntado si su novia no se enojaría por no haberla sacado un sábado en la noche y él me había respondido que no tenía en esos momentos una relación con nadie.

-¿Cómo?- dije yo, no sabiendo si me lo decía en serio o no-. Muchas veces te vi entrar a tu departamento con una preciosa morena de lentes.

-Ah, ella- dijo, enrojeciendo levemente, y para ocultarlo agachándose a lamer mis tetas. Pero levanté su cabeza para que me viera a los ojos-. En serio, Wanda, es una compañera de Facultad.

-Vi cómo la mirabas… ella no es solamente una compañera.

-¿La miro como te miro a ti?- dijo, acariciando mi trasero para distraerme. Aunque pasé una pierna sobre las suyas para apretarme más contra su preciosa pija, no dejé que evitara mi mirada.

-Te gusta. Por eso pensé que era tu novia.

-Bueno, sí, pero yo no soy para ella mucho más que un amigo con quien estudiar… Creo que hasta es virgen todavía. Y a mí en realidad me gustan las mujeres experimentadas como tú.

-Una cosa no quita la otra. ¿No te gustaría acostarte con ella también?

-Sería un tonto si dijera que no, pero ahora mismo, con tu concha caliente mojándome no puedo pensar demasiado.

-¿Quieres que me levante?- le dije juguetona.

Me agarró fuerte de la cintura, apretándome contra su cuerpo.

-Yo ya estoy levantado- respondió frotando su verga erguida contra mi pubis-. Creo que con eso tendremos para rato.

Con una sonrisa empecé a bajar por su cuerpo de muchacho, rozando con mis senos su piel y buscando con mi boca su columna latiendo desenfrenadamente.

Pero mientras me metía en la boca ese delicioso pedazo de carne, la idea de cómo hacer pagar a Tony por el favor que le había hecho rondaba mi mente…

Continuará

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