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Gladis para dos

Gladis para dos

Somos una pareja de cuarentones, estamos casados desde hace casi veinte años y nuestra vida sexual es satisfactoria.

La novedad y la fantasía siempre han desempeñado un importante papel en nuestros juegos sexuales.

Mucho antes de que se hablará públicamente del intercambio de parejas nosotros lo practicábamos con un matrimonio amigo.

También abrimos nuestra relación: mi marido y yo nos dimos mutuamente permiso para gozar de relaciones con otras personas dentro de ciertos límites en los que convivimos, todo en el curso de un proceso que llevó tiempo.

Después de cada aventurita nos contábamos lo sucedido y de esa manera, lográbamos enriquecer los momentos que pasábamos juntos.

Hace unos meses pensábamos que podríamos establecer una relación triangular.

Durante una charla, ambos nos confesamos nuestra respectiva fantasía de tener una amiga que fuera amiga de los dos.

La favorecida resultó ser Gladis, una sicóloga amiga desde hacía bastante tiempo.

Era más joven que nosotros.

Suponíamos que podríamos lograr una buena relación con ella en la cama, al igual que la teníamos fuera y podríamos concretar nuestro menaje-a-trois.

Físicamente colmaba nuestros requerimientos: es de estatura mediana tirando a alta, figura esbelta, curvas sinuosas (aunque no tiene los pechos grandes como le gusta a Euge), cuerpo decididamente femenino.

Tiene el rostro ovalado, mejillas suavemente sonrosadas y ojos verdes.

El pelo largo y ondulado de tono rubio le cae sobre los hombros.

Cuando nos reunimos con ella y se lo propusimos no le gustó mucho la idea en principio pero luego accedió.

Le gustaba mucho el sexo tal como suponíamos al elegirla y creíamos que no nos iba a defraudar.

Gladis se apareció en casa con un conjunto de pantalón de terciopelo elastizado, blusa de seda y un largo abrigo.

Su look no era muy sensual pero sí moderno y distinguido, tal como corresponde a una profesional de la sicología.

No sabíamos si nos había aceptado para probar alguna de las tesis que tenía en mente debido a su profesión pero no nos importaba, lo que valía era que había aceptado participar del terceto.

Tomamos te y hablamos de muchas cosas y preferentemente de sexo. Como lo habíamos imaginado la relación entre los tres se fue facilitando.

Ella nos dijo que aparte de ser sus amigos le parecíamos un pareja encantadora y sensual y que había tenido también algunas fantasías con nosotros, así que quedamos tener nuestro primer encuentro para el sábado.

Cuando llegó estaba muy sexy.

Debajo de un tapado largo llevaba un minivestido de tela acharolada negra con detalles dorados, botas de charol de taco algo y caña alta y muy bien peinada y maquillada.

Parecía escapada de una tapa de revista.

Se la veía completamente relajada y nos miraba en forma seductora.

En cierto momento se me dio por pensar si no estaba actuando.

Euge sirvió unos tragos largos y yo unos bocaditos que había preparado expresamente.

Después de una conversación trivial nos volcamos de lleno al tema del sexo.

La sicóloga estaba bien informada. Sabíamos por boca de ella que había participado en reuniones de sexo grupal, pero que no le habían satisfecho.

En su opinión, la relación con dos personas, más cerrada e íntima, podía adecuarse más a su carácter y sensualidad. En cierta forma a nosotros nos sucedía lo mismo.

Después de tomar varias copas nos dedicamos a bailar. Mi marido lo hacía un rato con cada una y al cabo de un largo rato yo saqué a bailar a Gladis.

Tenía deseos de abrazarla y tenerla cerquita de mí.

Ella respondió mejor de lo que esperaba. Pasó sus manos por mi cintura y bailamos bien pegaditas, sintiendo el calorcito de nuestros cuerpos.

Sus pechos redondos y duritos presionaba contra los míos, aumentando mi excitación.

Euge se sentó en un sillón a observarnos. Gladis me sonrió como diciéndome que él esperaba algo de nosotras y me dejó el campo libre para iniciar el juego.

Tomé su cabeza entre mis manos y acercándole mis labios nos besamos tiernamente.

Ella me abrazó, y abriéndome los labios nos unimos en un beso ardiente.

Sus duros pezones se apretaron contra mi cuerpo. Sentí que mi excitación ya era irrefrenable.

Lentamente fuimos enfilando hacia el sillón grande y nos sentamos.

Abrazadas seguimos besándonos en las mejillas y el cuello, las manos de cada una de nosotras se escurrieron por debajo de la falda de la otra y nos acariciamos los muslos.

Ella gemía dulcemente. La había imaginado más pasiva pero igualmente me gustaba su demostración de pasión.

Comenzamos a desnudarnos de a poco.

Durante algunos minutos olvidé la presencia de mi marido. Yo le quité el vestido y ella me sacó la blusa. Nos pusimos de pie y nos sacamos la ropa interior.

Cuando miré hacia el sillón donde se encontraba Euge descubrí que estaba todo desnudo, masajeándose el pene.

Gladis también miró y sonrió. Supuse que le gusto el cuerpo de mi marido.

Nos acostamos sobre la alfombra del living. Ella separó las piernas y comencé a lamerle la conchita, rosada y húmeda.

Al cabo de un rato noté el botoncito duro de su clítoris, lo succione suavemente.

Ella apretaba mi cabeza contra sus muslos y unos segundos más tarde sugirió que formásemos un 69 (uno de mis juegos preferidos).

Cuando percibí su lengua entre los pliegues de mi conchita, me pareció que iba terminar inmediatamente.

Gladis se reveló como toda una experta en cuanto a caricias linguales; metía la punta en la vagina y la movía como si fuera un afilado dardo.

Me llevaba hasta el borde del orgasmo y luego cesaba momentáneamente sus caricias, dejándome en un estado de éxtasis, mezcla de placer y ansiedad.

Yo continuaba lamiéndola cada vez con más fuerza, hasta que la hice vibrar en un orgasmo.

Pero ella no cesó sus torturantes caricias en ningún momento, ambas estábamos jadeantes y nos movíamos al unísono.

Gladis tuvo mi clítoris entre sus labios y le infligió una leve presión: era su toque mágico porque un segundo después caí en un clímax tan intenso que creí que iba a desmayarme.

Permanecimos sobre la alfombra un rato largo.

Luego me recosté sobre Gladis. Acerqué mis labios a su pezón izquierdo y comencé a succionarlo, ella me acarició el cuello y gimió suavemente.

Mi marido avanzó y se acostó detrás de la sicóloga, le besó el cuello, los hombros y la espalda. Colocó su verga entre las piernas de ella y comenzó a fregársela hasta que largo un chorro de jugos.

Gladis recibía nuestras atenciones sin ninguna protesta.

Euge la penetró lentamente y ella movió las piernas para facilitarle la maniobra. Yo estaba engolosinada con sus deliciosas tetas, con las que fantaseaba desde hacía varios años desde que la había visto hacer topless en la playa.

Reitero, no eran voluminosas pero estaban muy bien formadas, eran duritas y paraditas.

Mi esposo bombeó largos minutos hasta que alcanzó el orgasmo.

Ella gimió y se estremeció, me abrazó con fuerza.

Yo disfruté de un profundo placer, distinto al que suelo experimentar cuando me penetran o me lamen.

Todas las barreras entre nosotros se habían derribado.

Empezamos a comportarnos y a actuar sin inhibiciones.

Los tres coincidimos que estaríamos mucho más cómodos en la cama.

Cuando fuimos al dormitorio mi marido se acostó en medio de nosotras dos.

Gladis estaba muy excitada y comenzó a mamársela. Yo lo monté sobre la cara para que me lamiera la concha.

Ella le soltó la verga y se la guió hacia la vagina; se preparaba para darle una verdadera cabalgata a mi esposo.

El iba a tener dos mujeres cabalgándolo al mismo tiempo. Estaba segura que iba a disfrutar mucho.

Alcancé otro orgasmo.

Cuando me pareció que ya había disfrutado de todo lo que podía gozar, Gladis me tomó las tetas y comenzó a sobarlas y a estimular deliciosamente mis pezones.

Mi marido siguió lengüeteando al borde del clímax.

El ritmo de la cabalgata de nuestra amiga era frenético: Terminó violentamente y casi pierde el equilibrio. Mi marido se zambulló en el éxtasis.

Los tres tomamos un descanso.

Euge necesitaba una buena pausa para lograr una buena erección.

Gladis y yo nos dedicamos a prodigarnos sexualmente. Tomé uno de los vibradores y nos turnamos para penetrarnos.

Ambas alcanzamos tantas veces el orgasmo que perdimos la cuenta de los mismos.

Después mi marido volvió a reunírsenos.

Me tocó el turno de ser penetrada. Su verga se deslizó en mi vagina, desde atrás, mientras Gladis le lamía los huevos.

Pocas veces me penetró tan profundamente y me embistió con tanta furia. Los tres estábamos locos de placer.

Desde entonces, con Gladis nos reunimos un par de veces por mes.

Nuestros juegos se han sofisticado mucho y cada vez encontramos formas nuevas de darnos placer y ternura, porque si bien gozamos del sexo somos amigas y nos queremos.

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