Adicta a la masturbación se siente atraída por hombre adulto
La verdad es que mi historia es un poco difícil de contar.
Empezaré por presentarme, me llamo Teresa y vivo en un pequeño pueblecito, siempre he sido una chica muy marcada por la religión de mis padres, pero dentro de mi ha existido un potencial sexual sin límites que yo no quería que aflorase por la educación que recibí.
Hace un par de años me empecé a sentir atraída por un hombre al que le llamaban Segarra, era bajito y feucho pero a mi me volvía loca.
Vaya si me volvía loca, mi tiempo dedicado a la masturbación aumentó iba todo el día mojada , me masturbaba en el granero, en el lavabo por debajo de la mesa mientras cenábamos, ya he dicho antes que soy muy ardiente, soy un animal adicto al sexo.
Pero claro yo para aquel entonces nunca había tenido relaciones serias, cuatro manoseos con mi amiga Raquel pero nada serio.
Mi obsesión era Segarra lo buscaba por la calle, me imaginaba entre sus brazos y chupandolo de arriba abajo, sin embargo sólo era una de mis múltiples fantasías.
El verano del año pasado todo cambió, yo iba por el patio bajo de mi casa en braguitas, porqué casi nunca pasa nadie por la calle, medio muerta de excitación cuando vi por la rejilla a Segarra, en mi casa no había nadie todos estaban de excursión a Andorra, cuando lo vi me saqué la camiseta y le mostré mis pechos gritando Segarra Segarra el me vió y se puso todo rojo, yo tenia las braguitas empapadas de flujo y los pezones de punta, él seguía de pie inmóvil mirando mi especial figura.
Por un momento pensé que se iba a ir pero no, me dijo medio jadeando y con una erección espectacular irrumpida por el pantalón, ábreme Teresa vamos a follar en tu granero.
Le abrí la rejilla y nos dirigimos hacia el granero, el me sacó mis braguitas chorreantes con la boca me chupó el coño y después con una ferocidad impropia de su tamaño me penetró, sangré, grité de dolor y de placer mientras me lamia los pechos.
La desgracia fue mía cuando vi que Carmen y Ali nos estaban espiando con unos prismáticos desde el balcón de enfrente, Segarra y yo tuvimos que interrumpir nuestra pasión medio muertos de agotamiento mientras ellas se reían las muy perras.
Si no llega a ser porque esas dos nos vieron hubiéramos tenido muchas más veladas como aquella, pero al llegar la noticia a oídos de mis padres decidieron mandarme a monja en la iglesia del pueblo dónde ahora vivo masturbándome con el mismo fervor de antes.