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Vivir la vida II

Vivir la vida II

David había dormido más bien poco, por no decir que nada.

Ya el día anterior, tras todo lo ocurrido, le resulto bastante espeso.

Tras el encuentro en el baño con Sandra se había convertido en un zombi.

No tenía ganas de ir a clase.

Tampoco tenía ganas de entrar en el bullicioso metro para volver a la residencia, por lo que comenzó a caminar sin ningún destino en concreto.

Tras más de tres horas dando vueltas, ante el dolor que sentía a lo largo de sus piernas, se metió en una boca de metro que encontró inesperadamente, volviendo a casa.

Ahora volvía a estar en el metro, dirigiéndose hacia la cita con Sandra.

Las eternas dudas seguían rondándole.

Era incapaz de saber afrontar aquella situación. ¿Cómo se esperaba que debía reaccionar? Pero tal vez esto era lo que menos le preocupaba, ya que para él era mayor dilema la reacción de Sandra. Ella era imprevisible.

Podría elegir cualquier salida. No era del gusto de David.

Mientras Esther era toda apariencia, mas muy directa, Sandra era todo lo contrario. Se escondía detrás de numerosas capas.

Esther se empeñaba en parecer pija para confundir a la gente; Sandra no era pija, pero a veces lo parecía.

Tenía reacciones superficiales y reprochables de vez en cuando.

Procedía de una familia humilde a la que parecía odiar.

No se sentía orgullosa de su procedencia. Por todos los compañeros de clase era sabido que tenían un bar en el cual ella trabajaba cuando no le quedaba más remedio. No era una mujer agradable en el trato.

Al igual que David, siempre estaba a la defensiva y sólo se desinhibía cuando salía los fines de semana.

La noche era su disfraz particular. En la oscuridad se sentía a gusto. Sus salidas nocturnas eran un misterio para todos.

Ella no tenía una amiga íntima con la que compartir su vida, si no un montón de conocidos que utilizaba cuando tenía ganas de marcha.

David sólo conocía a Sandra por la universidad. De él corrían muchas habladurías por su extraño comportamiento. Llegaba sin compañía e igualmente partía.

Trataba de no tener relación con nadie en particular. Sus conversaciones siempre eran superficiales, sobre temas de estudio o banalidades, sin dar la oportunidad de tener un lazo de unión con nadie.

No había tenido nunca un compañero fijo en los laboratorios, iba cambiando cada cuatrimestre.

Sin ambos saberlo tenían más en común de lo que ellos pensaban.

Pretendían ocultar sus fútiles vidas. David prefería dedicarse al estudio y la lectura de fantásticas aventuras.

Sandra se fundía con la noche, siempre en presencia de diferentes personas. Los dos eran amigos de la soledad.

Discerniendo sobre la mejor manera de afrontar la cita se presentó delante del bar. Allí encontró algo que no esperaba encontrar.

Él esperaba que el bar estuviera repleto de gente para entre la muchedumbre pasar desapercibido.

Que ella tuviese que estar más preocupada de los clientes y así el poder pensar bien antes de decir cada palabra.

Pero lo que encontró fue el bar cerrado. Ante aquella persiana cerrada no sabía que hacer.

Como era tal la necesidad de aclarar las cosas con Sandra se decidió por aporrear la persiana.

Suponía que Sandra vivía cerca y lo oiría.

Mas lo que pasó fue que de dentro le llegaron los sonidos de unas pisadas que se acercaban sin remedio a la persiana. Tras abrir el cerrojo, la persiana fue levantada.

David veía como a medida que la persiana era levantada la figura de Sandra aparecía.

Sus piernas parecían dos firmes pilares, duros y consistentes, bien plantados en el suelo. Aunque en realidad eran pálidas, las medias que llevaba las hacían de color avellana.

La persiana seguía su ascenso, apareciendo cada centímetro de sus muslos, recios, con los cuádriceps bien marcados. David empezaba a cuestionarse si estaba desnuda cuando surgió un retazo de tela suficiente como para no ver el triángulo de poder.

La falda se ceñía al cuerpo, como si estuviera soldada, dando clara referencia de lo que uno podía esperar al quitarla. Al subir un poco más la persiana David vio que era un vestidito floreado.

En él se marcaban todos los músculos de Sandra, que debido a la enorme presión que debía ejercer para levantar la persiana metálica se encontraban en acción.

Entre la estrechez del vestido y el sudor de Sandra este mostraba más transparencias de las habituales.

Con los brazos estirados hacía arriba levantando la persiana, aparecieron sus pechos. Ante la fuerza que ella hacía, sus pechos resaltaban aún más sobre su figura.

Daba la impresión de que iban a salir disparados en cualquier momento.

No eran grandes, mas la gran atracción eran sus enormes aureolas gobernadas por dos pezones semejantes a los cuernos de un miura, que estaban clavados en el vestido.

David estaba atónito y con los ojos clavados en sus tetas, para él eran perfectas.

Nada de enormes bultos que cuelgan de forma desagradable ya a los 20 años. Tenían un tamaño suficiente en el cual la gravedad, por mucho empeño que pusiese, no podía hacer nada.

-¡David, quieres entrar de una vez, que no aguantó mucho más! –sugirió, en forma de ruego y con claro esfuerzo, la voz de Sandra.

David, despertándose del magnífico sueño rodeado de las tetas de Sandra que estaba teniendo, se apresuró a entrar mientras con una mano ayudaba a Sandra a mantener la persiana en alto.

En cuanto David pasó al interior del bar ella soltó la persiana, quedando únicamente el brazo de David para sostenerla. Le costó sostener la persiana, pero lo logró. La fuerza de Sandra era impresionante.

-¿En qué estabas pensando? Casi me da una hernia aguantándote la persiana.

-Estaba mirando hacia otro lado. Además pensaba que abrirías del todo la persiana –trató de salvarse David.

-Seguro… –la ironía era más que evidente-. Puedes soltar la persiana.

Hoy es el día de descanso semanal del bar. Como hay partido de la Champions por la noche, mi padre abrirá el bar sólo para verlo con los clientes. Normalmente aprovechamos este día para hacer la limpieza exhaustiva del bar y esta semana me tocaba a mí.

-¿Pero tus padres no te ayudan? –preguntó sorprendido David.

-Como según ellos no ayudamos suficiente mis hermanos y yo, ellos se van a la playa y nos dejan a nosotros encargarnos de la limpieza. Nosotros fuimos quienes decidimos que cada semana le tocaría a uno. De esta manera sólo tengo que limpiar el bar una vez cada cuatro semanas.

El tono de Sandra era muy superficial, sin darle ningún tipo de importancia a lo que decía, como si lo estuviese leyendo de un libro que le ponían delante.

Era la forma habitual con la que hablaba de la familia. David la escuchó con atención, pero sin mirarla en ninguna ocasión a los ojos directamente.

Ambos estaban distantes, como si hubiese 100 metros entre ellos y apenas pudiesen oírse. Ninguno quería mirar a los ojos del otro para que no se supieran sus intenciones. Ambos esperaban que el otro comenzase.

David no estaba en disposición de comenzar. Estaba tan sobrepasado por los actos del día anterior que cualquier resultado le era indiferente.

Su mayor deseo era repetir lo de la tarde anterior, pero sabía que en estos casos la que tenía la última palabra era ella.

Él tenía esa rara sensación que tenemos los hombres tras desvirgarnos.

Estas tan obnubilado por los hechos que crees fervientemente que ella es la mujer de tu vida. Estas a su entera disposición. Luego, tras la siguiente cita, si no echas otro polvo, la sensación desaparece.

Ella también estaba sobrepasada por los hechos. David la había dejado tan satisfecha ayer que no sabía como reaccionar. Nunca había considerado a David como un hombre.

Creía que era el típico borrego de pueblo. Se lo imaginaba llevando el rebaño de un pasto a otro, mientras, de vez en cuando, tenía algún escarceo amoroso con su oveja preferida.

Pero el hecho de que ayer le hubiese dicho que era virgen la había dejado estupefacta.

Bien adiestrado podía ser un semental. Misteriosamente le había tocado los sitios exactos para llevarla al orgasmo en varias ocasiones. Bien mirado le parecía el chico perfecto para ella.

Era tímido y únicamente se preocupaba de sus cosas. A pesar de ser pueblo estaba claro de que no pretendía volver a él.

Era atractivo. Músculos bien marcados por todo el cuerpo cultivados a base de trabajar duramente en el pueblo.

Una piel tersa y dorada por el sol, aunque sin ser un moreno descarado.

Bien vestido, cuidando hasta el más mínimo detalle su pulcritud. Bueno, tan bien vestido no solía ir.

De vez en cuando aparecía con las dichosas camisetas de todo a cien que su madre debía comprarle. Resaltaba la cara recta y muy angulada.

Nariz más bien pequeña mostrando sus ojos. Esos ojos marrones que se ocultaban tras las lentes.

Era una de las características de David. Por mucho que le habían insistido en que utilizase lentillas, el se sentía más cómodo detrás de las gafas.

A pesar de su aparente futilidad, para él eran un gran escudo.

El silencio continuaba. Ambos estaban tensos. Tras 30 largos segundos en los que ninguno se atrevía a romper el silencio, David se decidió, ya que consideraba estúpido estar allí parado, de pie, esperando a que algo quebrase la quietud existente.

-Ya sé que puede ser demasiado directo… pero, ¿de qué querías que hablásemos? Dijiste que era mejor que lo hablásemos en frío.

-David, no seas estúpido. Sabes de que quiero hablar. No quiero que se sepa lo que ocurrió en aquel despacho.

-Pues yo no pienso decírselo a nadie. Jamás en mi vida he sido un acusica –seguían sin mirarse a la cara. Ambos sabían lo que el otro decía de antemano, por lo que la conversación era banal, sin sentido.

-Vale, tranquilo –dijo Sandra, intentando hacerle ver que ya lo sabía-. ¿Te puedo ofrecer algo de beber? –argumentó Sandra tratando de variar el rumbo de la conversación y recordando su papel de anfitriona.

-Si no es molestia, una cervecita.

Sandra dejó el trapo que tenía en la mano encima de la mesa más próxima y se dirigió al fondo del bar, donde estaba la entrada a la barra.

Mientras tanto David se acercó a la barra, al punto donde estaba el surtidor de cerveza. Sandra tomó un vaso en forma de jarrita que se hallaba en un expositor junto a sus piernas.

Para ello tuvo que agacharse. Mientras recogía la jarrita observó que en el suelo había una mancha pegajosa, de aspecto horroroso.

Se incorporó y fue a buscar un frasco de jabón limpia suelos y un estropajo, que estaban junto a la fregona en la parte del bar que Sandra debía estar limpiando antes de que David llegase.

David la observaba cautelosamente, esperando a que ella acabase con lo que hacía. Esta vez, en vez de agacharse, se arrodilló.

Tras echar un poco de jabón encima de la mancha, puso su cabeza a la altura del suelo para comprobar que mientras frotaba la mancha iba desapareciendo.

El minúsculo vestido que ella portaba, comenzó a caerse, por la inercia del movimiento de ella al rascar y la postura, hacia sus hombros.

Ella no se daba cuenta y David veía cada vez más. A cada movimiento el pomposo culo de Sandra se le hacía más visible.

El vestido de gasa iba resbalando poco a poco, ceñido al cuerpo. Unas pequeñas braguitas, al estilo Sigourney Weaver en Alien, aparecían.

David no podía evitar tener la mirada fija. Aquel culo perfecto, que se movía rítmicamente, le estaba excitando sobremanera.

Era resaltón, de caderas no muy anchas, pero en el que la carne abundaba sin signo de flacidez.

Las braguitas estaban medio introducidas en la separación entre ambos glúteos, como si de un tanga se tratase.

David observaba como pequeñas gotitas de sudor aparecían sobre la delicada piel del culo de Sandra, debido al esfuerzo que ejercía. Se estaba empalmando con la impresionante visión que tenía delante.

Pero el momento clave llegó cuando Sandra, en acto reflejo, procedió a sacarse las braguitas de la raja y colocárselas en su sitio.

No se daba cuenta de que tenía la práctica totalidad del culo al aire libre, pero la presión que ejercían sus braguitas le era molesta.

Con suavidad alargó la mano izquierda hacia su trasero mientras proseguía su labor de limpieza con la derecha. Introdujo un dedo por debajo de la goma de las braguitas, levantándolas ligeramente y colocando uno de los lados en su perfecto lugar.

En ese momento se dio cuenta de que su trasero estaba al aire, al comprender que no había tenido que apartar el vestido para hacer esta acción. Rápidamente echó una mirada hacia arriba, para comprobar lo que hacia David.

Él no tuvo la suficiente rapidez de reflejos como para apartar su mirada del culo de Sandra antes de que ella le viese la cara.

Era evidente que David disfrutaba con la vista. Sandra se recolocó el vestido sin decir nada.

Fue en busca de la fregona para recoger el jabón que había quedado en el suelo. David, al ver que salía de la barra, trató de disimular la erección que tenía, mas fue inútil.

Sandra vio como en los pantalones de David se había formado un gran bulto, lo que la hizo sonreír pícaramente.

-Vaya, parece que tienes una gran afición por el voyerismo –dijo mientras se aproximaba a él, moviéndose sensualmente.

David comprendía lo que ella pretendía. Estaba claro en su mirada que venía a por él. El día anterior había disfrutado y parecía que hoy quería repetir. Pero ante todo David era un chico integro y no quería que volviese a pasar lo del día anterior.

-¿Estas segura de lo que vas a hacer? Lo digo por que no me apetece ser el juguete sexual de nadie –era obvio que el no opinaba así en realidad, pero debía hacer ver que tenía orgullo.

-Sólo es sexo, y por lo que puedo apreciar tú lo deseas tanto como yo, ¿no?

A David no le dio tiempo a responder, ya que Sandra se le echó encima.

Sus labios buscaron los de él. David no se esperaba que fuese tan directa e impuso una resistencia refleja hacia su aproximación, pero la mano izquierda de Sandra lo asió por la nuca, empujándolo para que sus labios se encontrasen.

David estaba fuera de juego, totalmente sobrepasado por los acontecimientos, mientras ella, con la mano derecha que tenía libre le bajó la bragueta y desabrochó el botón de sus pantalones, haciendo que cayesen.

Acto seguido metió la mano bajo los calzoncillos y comenzó a masajear y acariciar el pene de David mientras seguían besándose.

Su verga ya estaba suficientemente erecta, pero él estaba algo descolocado, sin colaborar en lo que estaba ocurriendo.

Poco a poco David fue reaccionando a los estímulos de Sandra. Entonces, al comprender que otra nueva ración de sexo le era servida en bandeja de plata, su cerebro empezó a funcionar.

Ante él, igual que le ocurría en numerosos lugares públicos, se pasaron centenares de imágenes. Tenía una portentosa imaginación en lo que al sexo se refería.

Desde la pubertad, la única manera de reprimir sus instintos sexuales fue dar rienda suelta a su imaginación cada cierto tiempo.

Ahora, no podía evitar verse haciendo el amor con Sandra en cualquier lugar del bar, en diversas posturas y con diferentes elementos de ayuda. Pero había un lugar que resaltaba, resplandecía sobre los demás.

Era la barra. Ante el acoso al que había sido sometido en un principio había quedado contra la barra.

Mientras ella seguía pegada a sus labios, jugueteando con su lengua en la boca de David, él le hizo soltar su polla y la aferró de las caderas.

Suavemente, como si no hiciese esfuerzo alguno, tomó el gracil cuerpo de ella y lo elevó dándose la vuelta. Una vez puesta ella contra la barra, de un golpe de riñón la subió, dejándola sentada.

Había quedado sentada con las piernas abiertas y el vestido subido al ser aupada por David, quedando su pubis al descubierto, siendo tapado únicamente por unas ahora empapadas braguitas, que demostraban que aunque él no hubiese hecho nada aún ella estaba muy dispuesta.

Pero él sabía que todavía no era la hora de atacar el coño. No estaba seguro de la razón, pero su cabeza le decía que esperase.

Antes de subirse él también a la barra, se quitó la ropa que llevaba puesta, quedándose completamente desnudo.

Ella esperaba sobre la barra, con cara de deseo y sin desesperación por la tardanza.

Haciendo deliberadamente que los músculos de sus fornidos brazos se marcasen, se subió también a la barra.

Ella se dejaba llevar, como queriendo saber que nueva fechoría se le había ocurrido, ya que parecía tan decidido.

Él se le acercó y la besó apasionadamente.

Mientras la besaba iba empujando con el cuerpo para que ella se recostase sobre la barra. Una vez la tuvo tumbada sobre la barra, se sentó sobre el pubis de ella.

El vestido de gasa que ella llevaba puesto tenía abertura central mediante botones.

El procedió a desabrocharlos uno a uno delicadamente. Una vez desatado el vestido lo apartó para poder contemplar el cuerpo que tenía delante.

Su polla, totalmente empalmada, se mostraba activa sobre la tripa de ella, moviéndose con pequeños espasmos incontrolados. Acto seguido pasó las manos por debajo de su cuerpo en busca del broche del sujetador.

Como cualquier hombre ante su primer sujetador tuvo sus problemas para poder desabrocharlo. Recordaba claramente como se desataba un sujetador por los juegos inocentes que practicaba con su madre en su tierna infancia, pero los nervios le traicionaban.

Ella, esgrimiendo una cara que quería demostrar que no importaba, se acomodó y pasó sus brazos a la espalda para ayudarlo y así liberarse de una nueva prenda.

Una vez soltado el sujetador, que ya había volado hacia una de las mesas, él volvió a besarla para que quedase tumbada otra vez.

-Tranquila, tú déjamelo a mí. Quiero que te excites como nunca lo has hecho.

Tras la advertencia, David movió sus manos sobre el cuerpo de ella. Iba pasando por cada parte de su cuerpo rozándola ligeramente, provocando que todos su bello se erizase, mientras la piel quedaba como la de una gallina debido a los escalofríos.

A cada nuevo roce, ella respondía agitándose, pero él rápidamente la frenaba.

Acto seguido, una vez erizados todos los pelos del torso de ella, alargó su mano hasta la puerta de un congelador donde supuso que estarían los hielos. Afortunadamente acertó, sacando un par de cubitos.

Se recostó sobre ella y fue paseando uno de los cubitos desde el tobillo hasta los sobacos, pasando por todos los lugares imaginables de su cuerpo, excepto los que tapaba la braguita.

Detrás del hielo iba su lengua, lamiendo todo rastro de agua que quedaba en el camino del hielo, provocando un paso del calor al frío y luego vuelta al calor de su lengua.

Esta acción la excitaba más de lo esperado.

Cada vez que cogía un nuevo hielo y se lo pasaba por una parte cercana a su sexo, veía que el reguero que se formaba sobre la barra bajo su concha era cada vez mayor. David sorbía cada parte del cuerpo de Sandra ansiosamente.

Las cálidas caricias de su lengua y las frías del hielo la obligaban a cerrar los ojos para tratar de frenar sus impulsos y hacerlo suyo de una vez.

Él contemplaba en su rostro la satisfacción que la provocaba y tras coger un nuevo hielo, pasó a pasearlo por su cuello, orejas, pómulos, para terminar dejando que cayese dentro de los entreabiertos labios.

Tras el hielo penetró su lengua en la boca de ella, jugueteando ambas lenguas para deshacer el hielo cuanto antes.

Tras ello tomó unos cuantos hielos más, dejándolos sobre la barra e iba introduciéndolos sobre su boca de uno en uno. Mientras compartían los hielos en sus besos, las manos de ambos recorrían todas las partes erógenas a las que tenían acceso. Ella se centraba en aferrar el pene de David, mientras él sobaba sus pechos, introducía su dedo meñique en el ombligo de ella, acariciaba sus muslos, palpaba sus axilas, con la punta de sus uñas rozaba sus pómulos o refregaba sus lóbulos auditivos.

David cogió un último hielo. Tras jugar con él sobre los labios de ella, sin dejar que pudiese morderlo, hizo que se deslizase cuello abajo. Recorrió todo el torso hasta llegar al ombligo.

Tras una breve estancia, hizo que se abriese paso bajo las braguitas. Sandra no había emitido grandes gemidos hasta ese momento.

En cuanto notó el frío del hielo sobre su sexo aulló. No pudo evitarlo. Un segundo después David retiró el hielo. David repitió el proceso hasta que el hielo se deshizo completamente, cosa que no tardó en suceder.

En la cara de David se notaba que tenía una nueva fantasía en mente.

-Como ya te has acostumbrado al frescor, ahora pasaremos al siguiente nivel. Si no estás cómoda o sientes demasiado frío, avísame –dijo David enigmáticamente, mientras ella trataba de imaginar lo que el degenerado cerebro de David había ideado.

No tardó en comprenderlo. Primero la desposeyó de sus braguitas, dejándola totalmente desnuda de una vez, algo que ella deseaba fervientemente.

Acto seguido colocó una bandeja normalmente utilizada para servir las mesas apoyada entre la barra y el surtidor de cerveza. Hizo que Sandra se recostara sobre la bandeja, que se mantenía en equilibrio sorpresivamente. Entonces accionó el surtidor de cerveza.

Ella había comprendido la intención de David.

Cogío aire para poder aguantar el primer impacto del helado líquido. David tuvo suerte, ya que la cerveza del bar no era excesivamente fría y Sandra ya se había acostumbrado con el trabajo hecho por los hielos.

Además, Sandra sabía lo que era ducharse con agua fría, ya que varias veces se habían visto en su casa con la sufrida situación de no poder pagar el gas y quedarse sin agua caliente.

Lo pasó mal durante unos instantes, hasta que tras unas profundas inspiraciones se acostumbró. Ayudó también el trabajo que David había comenzado. Ya que David observó atentamente como la cerveza fluía a lo largo del cuerpo de Sandra.

Empezaba salpicando los pechos y de ahí comenzaba una intensa caída sobre el torso de ella hasta llegar a cañón, donde una cascada la avocaba sobre la boca de David.

David estaba experimentando la conjunción de dos grandes líquidos: la turbia cerveza que desprendía en pequeños oleajes y los intensos jugos que salían del coño de Sandra.

Succionaba todo lo que podía, llevándose la mayor parte de cerveza y efluvios sexuales que podía. A pesar de la temperatura de la cerveza, el calor que Sandra sentía en su interior no hacia más que aumentar.

Ahora David estaba sorbiendo su vagina, que era lo que ella estaba deseando desde hacia más de diez minutos.

Su cuerpo entero era un escalofrío, excitándola hasta niveles insospechados. No tardó en llegarle el primer orgasmo. Cuando David lo detectó, sorbió con más fuerza mientras trataba de morder el clítoris de ella. Luego David cortó el surtidor.

-No es conveniente que les gastemos demasiada cerveza a tus padres, no vayan a pensar que te has montado una fiestecita… –dijo David mientras sonreía.

David entonces procedió a lamer todo la tripa, los pechos y la zona púbica de Sandra, llevándose en la lengua toda la cerveza que había quedado impregnada en el cuerpo de Sandra.

Ella lo agradeció, ya que la intensidad con la que David lo hacia la excitaba y además la estaba dejando bastante limpia, aunque después debería ducharse igualmente.

Sandra parecía estar ya algo desesperada, a pesar de que ya había tenido un orgasmo y que los lametones de David podían llevarla a otro tranquilamente, necesitaba ser penetrada.

Harta de esperar a que David encontrase el momento ideal, que ella creía que ya había llegado, lo agarró suavemente del cuello y acercó su boca a la suya.

Sandra se movió ágilmente para dejar a David tumbado boca arriba sobre la barra y ella quedar sobre él. Se puso de rodillas, aunque seguía recostada sobre él y besándolo.

El estar ahora de rodillas la permitía juguetear con la verga de David en la entrada de su sexo. Se movía con sapiencia, evitando siempre la penetración.

Por experiencia sabía que eso excitaba a los hombres tanto o más que a ella. Las manos de ambos recorrían el cuerpo del otro.

David seguía acariciándola levemente, para erizar sus pelos y su piel, aunque ahora era más esporádico, ya que se centraba más en pellizcar los pezones de ella.

Ella iba clavando sus afiladas uñas por todo el cuerpo de él, dejando pequeñas marcas. Cuando Sandra no pudo más, incorporó y saltó de la barra.

-No te impacientes, voy rápidamente a por un condón –dijo mientras corría hacia una puerta que estaba al final de la barra. Era obvio que era la cocina, donde seguramente había dejado sus cosas.

Volvió con un condón en la boca, pero sin morderlo. Acto seguido se puso sobre él y empezó a ponerle el condón con la boca.

David pensaba que no sería capaz, mas ella sabía lo que hacia.

Una vez introducido el condón en la mitad del aparato, tuvo que ayudarse con las manos para terminar de colocarlo.

Entonces, ni corta ni perezosa, se ensartó de un solo movimiento, introduciéndose la polla entera.

Ella comenzó a impulsarse hacia arriba ayudándose con las manos, que las tenía apoyadas sobre la barra.

Él aprovechaba para acariciar sus senos, mientras hacia fuerza con el culo para prolongar la erección todo lo posible. Sandra no era idiota y quería que aquello durase.

El ritmo inicial era lento para evitar que David se corriera antes de tiempo. Lo que ella no sabía era que David, al despertarse, si es que se puede decir eso tras lo poco que él había dormido, no había podido evitar hacerse un par de pajas recordando lo ocurrido el día anterior, esto le haría aguantar algo más de tiempo, aunque llevaba demasiado tiempo empalmado.

Poco a poco intensificaba el ritmo para, al llegar a cierto punto, disminuirlo hasta el ritmo inicial. Él disfrutaba y la dejaba hacer, aunque le era bastante difícil reprimirse, ya que tenía unas ganas locas de incrementar el ritmo y correrse ya mismo.

Ella seguía jugando con el ritmo, dándole una gran posición de poder, lo cual puede que excitase aun más. Se miraban y veían satisfacción mutua en los ojos del otro.

Los gemidos que Sandra emitía, leves y diferenciados al principio comenzaron a ser más frecuentes.

David no podía ni siquiera gemir, estaba tan excitado que todas sus fuerzas se concentraban en evitar llegar al orgasmo. Sandra notaba que en cuanto acelerase un poco más, él llegaría al orgasmo.

Esperó hasta que vio que ella también estaba al borde del orgasmo y empezó a aumentar el ritmo.

Ella estaba tan al borde del orgasmo que le llegó casi instantáneamente.

David vio que ella había llegado al orgasmo y paraba de moverse de lo extasiada que estaba, por lo que empezó a mover su pelvis.

Ella, a pesar del cansancio, alzó lo suficiente su cuerpo, apoyándose en los brazos, para que él pudiese moverse, sin que la polla saliese de su interior. Tras treinta segundos de intensa actividad pélvica por parte de David, llegó al orgasmo.

Se besaron acaloradamente, fluyendo la pasión que ambos encerraban en su interior. Estaban totalmente desatados, sin ningún tipo de ligaduras que les obligasen a reprimir sus deseos.

Ya habían saciado sus apetitos sexuales, mas una intensa atracción los mantenía unidos. Iban diciéndose pequeñas obscenidades en los oidos, en ligeros susurros intentando excitar al otro, aunque ya era algo difícil.

Tras estar así por unos minutos, David se levantó, apartándola, ya que seguía encima de él. Se dirigió a por su mochila, de la que sacó una toalla.

El pensaba ir al gimnasio tras las clases. Con ella la tapó y le dio unas friegas. David había notado que Sandra, al perder el calor corporal de la excitación había comenzado a tiritar.

Era comprensible ante el intenso frío que había soportado su piel. Como la situación era tan propicia, Sandra decidió romper el hielo y hablar.

-Gracias. Empezaba a tener frío –dijo, exhibiendo una sonrisa dulcemente aderezada con el colorcillo de sus pómulos-. Oye, no respondas si no quieres, pero ¿de verdad que ayer perdiste tu virginidad? Es que me resulta algo inconcebible –Sandra calló, esperando que David respondiese.

-Sí –dijo tras cavilar durante un rato. Pero no añadió nada más.

-Vale, si no quieres explicar nada más.

-Es que no hay nada más por explicar. Simplemente nunca he tenido relación con ninguna chica. Las del pueblo no me llamaban la atención y yo siempre fui considerado un bicho raro, demasiado inteligente y trabajador, que no tenía atractivo –relató David rápidamente, mientras seguía secándola con la toalla, fijándose únicamente en lo que hacia, sin dirigirle la mirada.

-Bueno David –dijo Sandra con voz dubitativa, algo quebrada, ya que no estaba segura de lo que iba a decir-, verás, me parece algo increíble que un hombre sin experiencia me haya satisfecho como tú lo has hecho.

David paró de frotar por unos instantes. Se había dado cuenta de que ella le había abierto el corazón de una manera que no lo había hecho nunca. Se le notaba.

Le había costado mucho pronunciar la frase en un principio, pero había terminado soltándola como una retahíla. Se había quitado una losa de encima.

Continuará…

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