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Vivir la vida I

Vivir la vida I

David caminaba pausadamente, sin prisa, mirando al suelo y moviendo la cabeza de un lado a otro, en signo de negación, una y otra vez. Por más veces que había leído el problema no lo comprendía.

Era consciente de que para el examen que tendría que afrontar la semana siguiente debía comprender cualquier problema relacionado con la asignatura.

Seguía ensimismado en sus pensamientos cuando una voz le interrumpió.

-Baja a la tierra de una vez, David.

-¿Eh? Vaya, perdona Esther. No te había visto -argumentó David rápidamente, mientras su cara dejaba claro que no le entusiasmaba el haberse encontrado con Esther.

-¿En qué pensabas? -preguntó Esther al sentirse desplazada, algo que no acostumbraba a pasarle sola ante un hombre.

-Hay un problema de circuitos que no comprendo. Con los datos que me dan no puedo calcular todo lo solicitado.

-Tranquilo, aún queda una semana -le recordó exhibiendo su mejor sonrisa-. Yo todavía no he hecho ningún ejercicio.

-Tu siempre empiezas a estudiar a última hora -inquirió con algo de irritación en el tono de su voz-. Y aún y así consigues aprobar y sacar mejores notas que yo. Oye, mira, lo siento pero quiero ir a consultarle al profesor el problema. Nos vemos luego en clase.

-Vale, hasta luego.

A Esther no le sentó nada bien la actitud de David para con ella. No podía reprimir la sensación de que era un chico interesante.

Esa timidez que David emanaba encandilaba a Esther.

Era una mujer experimentada, para la cual el sexo ya no era primordial. Con 22 años como tenía, aún siendo demasiado joven, había hecho realidad la mayoría de sus fantasías sexuales. Durante el primer año de universidad se llegó a plantear si era ninfómana.

Cada fin de semana era una nueva oportunidad para salir a por una o varias nuevas presas de sus juegos sexuales.

Excepto en una ocasión, siempre era ella la que había gobernado en todas sus relaciones que no habían pasado de una semana de duración.

Su esbelto y firme cuerpo, con piel tersa y morena le facilitaban la tarea. Jamás había hecho nada especial para cuidar su figura, ni deporte ni regímenes, pero conservaba unas curvas dignas de una modelo. Sobresalían las largas piernas que ella se empeñaba en mostrar a base de minifaldas.

Debido a su morena y brillante piel, junto con su escasez de bello, no le eran necesarias las medias.

Esto lo aprovechaba poniéndose calcetines largos, subidos cuidadosamente por sus piernas, que inferían, junto con las faldas, una imagen de colegiala pija y pícara que ella se empeñaba en cuidar.

A pesar de que era contraria a los estereotipos, el que al verla todo el mundo la considerase la típica chica guapa sin cerebro le encantaba. Es más, lo buscaba. Ese momento en que dejaba a la gente anonadada con su inteligencia era su preferido.

Las piernas destacaban ya que ella sabía que era lo mejor que podía ofrecer, aunque ahí no cesaba la lista de sus encantos. Sus pechos no eran desmesuradamente grandes, pero superaban la media del tamaño habitual.

Eran de aquellos robustos y firmes en los cuales el pezón señala hacia el cielo y que al estar sueltos no se ven afectados por la gravedad.

El pezón era negro azabache, al igual que sus ojos y su pelo, algo que recordaba el mestizaje que corría por sus venas. A pesar de que las faldas cortas pero amplias que llevaba no dejasen disfrutar a los hombres de su culo este era robusto y duro. Era clara la juventud, que impedía que sus carnes colgasen.

Era un culo chato, que no sobresalía.

Esther no era amante de los vaqueros o pantalones ajustados, por el mero hecho de que no le permitían controlar lo que mostraba. Prefería estar de cara cuando un hombre se asombraba por su mera presencia.

Le gustaba ver a un hombre embobado, apunto de chorrear, como si de un adolescente en la pubertad se tratase, por su presencia.

Sabía que sus ojos estaban la otra fuente de poder.

Sus piernas eran un instrumento, pero los ojos eran más que eso. Hábilmente utilizados hacían que cualquier hombre se perdiese en su negrura, como si una intensa niebla de la cual no se pueden zafar se tratase.

Estos, los ojos, estaban rodeados por unas cuencas bastante profundas que inferían mayor atracción.

Alrededor sobresaltaban los pómulos rosados que brillaban ante la oscuridad del resto de su piel y ojos. Esto proporcionaba una luminosidad impresionante a su cara, como si eternamente fuese seguida por un foco que iluminaba su cara. El pelo le gustaba llevarlo largo y suelto, tras haberlo cepillado sin brusquedad y con poco esmero, sólo lo suficiente para no parecer un amasijo.

Eventualmente lo recogía en dos coletas para enfatizar su rol de colegiala.

La timidez de David se agudizaba ante este tipo de mujeres.

Sabía que Esther dominaba a cualquier individuo que se le cruzase, cosa que le irritaba profundamente.

Ello provocaba que adquiriese una actitud defensiva, criticando cualquier comentario de Esther. Ella se esforzaba por tener un estatus ante los demás estudiantes y pertenecer al grupo de élite. No necesitaba gran esfuerzo, todo lo contrario que David.

Sin embargo a David pertenecer a los mejores estudiantes de una carrera dura y exigente como lo era la de ingeniería de telecomunicaciones, le era totalmente indiferente.

Él era solitario y quería vivir su vida. Terminar su carrera y volver a su pueblo donde en vez de ser un bicho raro era uno más. A Esther era esa actitud crítica e irascible la que la atraía.

No concebía que un hombre fornido y ciertamente bello, con un cuerpo cuidado y dulce, no aprovechase más la vida.

Veía en David todas las virtudes que deploraba en un hombre: trabajador, constante, serio, formal, recto, vulnerable y un sin fin más, pero que cada vez que la miraba lo hiciese con desprecio la excitaba.

El ser siempre la más popular y preciosa, la que siempre tenía la respuesta o aclaración perfecta, la había hecho conseguir muchas enemistades, pero siempre femeninas, ya que los hombres no podían odiarla.

David era el único hombre que conocía capaz de enfrentarse a sus continuos coqueteos, ya que sabía que el putón de Esther jamás le consideraría a él como un hombre, si no como un juguete.

Él había visto como varios hombres habían caído en sus redes y no quería ser el siguiente, tenía bastante con continuar estudiando, ya tendría tiempo de ser juguete más adelante.

De esta forma, David huyó rápidamente, cambiando el pensamiento que tenía. Ya había dejado de pensar en el ejercicio y se centraba en Esther.

Dándole vueltas a la siempre eterna duda de si debía caer a sus encantos llegó al pasillo en el cual se encontraba el despacho del profesor. A medida que se acercaba a la puerta del despacho, unos gemidos iban haciéndose más audibles.

David redujo la marcha, como intentado encontrarle sentido a lo que habían pasado a convertirse en alaridos.

El placer que inducían era diáfano. David no podía creer que fuese posible que varias personas estuviesen disfrutando de semejantes placeres en algún despacho.

Cuando llegó a la puerta del despacho de su profesor le quedó claro que los alaridos procedían de dicha habitación. La duda comenzó a rondar por su cabeza, no sabía si tocar o no la puerta.

Lo más lógico parecía ser volver más tarde, pero no podía evitar que la curiosidad pasase por su cabeza. Necesitaba saber lo que en aquella habitación estaba ocurriendo.

Estos pensamientos fueron calmándose con la misma intensidad que una erección se le formaba.

Estaba decidido por irse y volver más tarde, pero la excitación y la gran carga sexual que emanaba lo que ya eran auténticos gritos de placer le impedía moverse de manera relajada y habitual.

Empezó a pensar otra vez en el ejercicio para poder calmar su excitación y volverse a la biblioteca.

Cuando parecía, o eso creía él, que la erección comenzaba a remitir, la pareja que en el despacho gozaba, llegó al clímax.

A él se le oía moverse convulsamente, respirando sonoramente mientras, de vez en cuando, se le escapaba algún grito. Ella no paraba de gritar como una loca, repitiendo una y otra vez frases de halago hacia su compañero sexual.

A ella se la notaba algo falsa, por las frases que decía, elogios que reflejaban la gran potencia del hombre y le pedían más continuamente.

Por el tono de su voz, lasciva y promiscua, ella parecía más una actriz porno o una puta que alguien que estuviese verdaderamente disfrutando. Parecía claro que ella fingía, ya que sino no podría articular palabra y sólo emitiría leves y espaciados gemidos.

La respiración del hombre cada vez se hacía más entrecortada, oyéndose más habitualmente el chirriar de un eje salvajemente tratado.

Era obvio que las ruedas de la silla necesitaban algo de aceite. Esto provocó que la erección que remitía reviviese con un mayor poder.

David se retorcía de dolor, apoyándose con una mano en la pared mientras arqueaba las rodillas y recogía su torso.

Los vaqueros y slips que llevaba no dejaban que la erección tuviese suficiente espacio, haciendo una terrible presión sobre su irrigada polla.

Fue el momento en el que decidió tratar de llegar hasta el baño más próximo, a escasos diez metros, y allí aliviarse para poder volver al estudio.

No quería sacar su miembro a pasear, no fuera a ser que alguien pasase por allí, por improbable que fuese, por lo que trató de ponerse a caminar en ese estado.

En el despacho, los gritos, tras una gran hecatombe en la que ella no dejó de aullar improperios, cesaron. Debían de haber terminado.

David trató de erguirse y comenzar a caminar, pero era algo difícil. Cuando el dolor aflojaba y estaba dispuesto a caminar la puerta del despacho se abrió.

Sandra, la otra gran preciosidad de la clase que David frecuentaba salió del despacho dirigiendo una sonrisa pícara y llena de malicia hacia el interior.

Sin mirar hacia donde caminaba tropezó con David, golpeando la erecta polla de David con la cintura.

Él no pudo evitar caerse al suelo, provocando que ella cayese tras él. David se retorcía mientras Sandra lo miraba perpleja y del despacho surgía la figura de Antonio, el profesor de la asignatura de circuitos IV.

-Vuelve a tu despacho -le dijo a Antonio mientras volvía la cabeza para mirarlo fijamente-. Ya hablo yo con él. Tranquilo que no dirá nada.

-¿Estas segura de que lo convencerás?

-Sí. Tu no te exaltes. Desaparece antes de que los gritos de éste hagan que alguien salga de su despacho y todo esto se líe todavía más. No te preocupes.

Antonio volvió a la intimidad de su despacho cerrando la puerta. David seguía hecho una bola en el suelo con las manos sobre su polla.

Los gritos cesaron paulatinamente y Sandra lo ayudo a levantarse. Indicándole con el dedo que se callase consiguió que llegase al baño.

David no se dio cuenta de que ella lo introdujo en el de mujeres. Una vez dentro, ella cerró la puerta poniendo el pestillo.

Acto seguido se dio la vuelta, con ambas manos cogió por las mejillas la cara de David y lo obligó a mirarla a los ojos.

-David, debes prometerme que de esto no se va a enterar nadie. Por favor, puedo ser muy persuasiva –esto último lo dijo mientras una sonrisa se dibujaba en su cara y sus ojos empezaban a caer hasta encontrar la zona púbica de David.

-Pero que dices… –dijo David mientras ella comenzaba a arrodillarse.

David tuvo un primer impulso de apartarla y dejarle claro que el no era ningún chivato que fuese a decir lo que había oído, y no visto, a alguien.

Además tampoco podía estar seguro de lo que dentro del despacho estaba ocurriendo, por mucho que la actitud de Sandra se lo dejase claro.

Pero algo en el último momento le hizo cambiar de opinión. Él no pensaba decírselo a nadie igualmente, por lo que… que le impedía sacar algún beneficio.

David era virgen. Era de estos reprimidos sexuales que no podía evitar cascarse un par de pajas diarias, siempre usando su imaginación, sin ningún tipo de ayuda externa como puedan ser las revistas o películas porno.

Obviamente había visto varias de ellas, pero lo que a él realmente le excitaba era imaginarse pequeñas historias que terminaban en polvos salvajes y sudorosos cuando él llegaba al orgasmo.

Lo poco que conservaba de las mencionadas revistas porno que en su juventud adquirió eran las historias cachondas que en las Penthouse aparecían.

Aunque las pocas que conservaba ya se las sabía de memoria no podía evitar que cada vez que las leía o pensaba en ellas terminase con un pañuelo lleno de semen.

La situación que ahora se le presentaba le parecía tan estrambótica que era digna de ser escrita para que fuese publicada.

Era como si estuviese viviendo un sueño y no pensaba dejar que su ética pudiese dejarle sin la opción de follar con esa joven valquiria de cabellos rubios y excelente cuerpo que era Sandra.

Sandra arqueó lo suficiente su cuerpo para acoplarse al pequeño hueco que había en el baño. Con una mano comenzó a abrir la bragueta del vaquero, mientras con la otra masajeaba, por encima del pantalón, la parte baja de los huevos de David.

Una vez consiguió bajar los pantalones, Sandra se encontró con una verga de tamaño reducido, bastante corta, ya que apenas rozaría los doce centímetros, pero con un diámetro abismal. David era consciente de que su polla era pequeña, pero de un grosor inusitado.

Vista en su estado normal resultaba algo deforme: parecía una enorme nuez, el glande, empotrada entre otras dos nueces, los testículos.

Cuando se empalmaba, sufría un gran cambio. El glande, descapullado por haber sufrido una operación de fimosis, se ensanchaba y alargaba, asemejándose al crecimiento de un pequeño bonsái visto a cámara rápida.

Sandra, algo sorprendida por el grosor, asió firmemente la polla, acercando sus labios. Comenzó a besarla, dando pequeños besitos y jugueteando con los labios.

A la vez, con su mano derecha, ejercía gran presión sobre la polla para que estuviese bien irrigada y adquiriese su esplendor. Ella ignoraba que era imposible conseguir de aquel miembro un mayor tamaño.

A David semejante presión sobre su erecta verga le estaba produciendo un dolor inimaginable, pero a su mismo tiempo placentero.

David sabía que al ser la primera experiencia que tenía y llevando como llevaba varios minutos de empalme, poco iba a durar su goce.

Inconscientemente, con esos leves y pausados besos, además de la presión ejercida, Sandra estaba logrando que el orgasmo de David se aplazase brevemente, ya que tarde o temprano llegaría.

Y es que tras medio minuto de tanteo, Sandra se dispuso a introducirse el miembro en la boca y comenzar a masajearlo con la lengua. Tras dos leves movimientos de cabeza David empezó a contraerse.

De su boca empezó a salir, de forma entrecortada por la excitación y los jadeos, un susurro con el que pretendía avisarla que no podía resistir más.

Como ella tenía puesta su atención en otros menesteres, no se daba cuenta que David no podía aguantar el cálido masaje. Él, de un movimiento rápido, sacó su polla de la boca de ella, sin poder evitar que ella dejase de asirla, y se corrió contra las baldosas de la pared. Ella lo miraba perpleja mientras él se rehacía del sofoco.

David no podía desaprovechar esta oportunidad, y en vez de excusarse por lo ocurrido, con una expresión decidida en la cara, la cogió de las axilas y la alzó. Ella seguía ensimismada.

-Ahora me toca a mí –dijo él rápidamente, como había leído en una de las historias.

Su voz fue firme, sin dejar lugar a dudas, para que Sandra no pudiese recuperar el control de la situación y creer que ahí había concluido todo. Ávidamente empezó a besarla el cuello mientras sus manos desabrochaban los botones de la chaquetita de lana que ella llevaba.

Mientras su boca se centraba en el cuello y el lóbulo de su oreja, sus manos continuaban desvistiéndola, liberándola de la chaqueta y la camisa. Ella comenzó a reaccionar a las caricias que él le daba. Cerró los ojos ligeramente mientras su respiración se hacía más frecuente.

David metió ambas manos por dentro del sujetador y comenzó a masajear los orondos senos. Con sus dedos rozaba sus pechos, haciendo círculos concéntricos que iban cerrándose en forma de espiral, hasta llegar a los pezones, que pellizcó.

A Sandra, como acto reflejo, le salió un gemido que espoleó a David. Era claro que el trabajo estaba consiguiendo sus frutos, ya que este no parecía un gemido fingido como los que había oído en el despacho.

David siguió trabajando con la lengua alrededor del cuello, moviéndose de oreja a oreja, mientras con las manos iba masajeándola por todo el torso superior, desde la cintura hasta los hombros, pasando por los senos, siempre haciendo leves caricias.

Ninguno de los dos articulaba palabra. Ella había comprendido que ahora él tomaba el mando y se dejaba hacer. Estaba completamente a su merced.

Las suaves manos de él la estaban enloqueciendo de placer. No se había encontrado nunca con un hombre tan sensible y los fluidos vaginales que empapaban sus bragas eran claro testigo de que era lo que siempre había deseado.

David dudaba, pero al final se decidió a subir con su boca por la papada, hasta encontrar la boca de Sandra. En un arrebato de pasión metió su lengua en la boca de Sandra.

Para sorpresa de David fue bien recibida. Esto Sandra se lo tomó como una invitación a que ella dejase su actitud pasiva.

Mientras los labios se fundían y las lenguas entrechocaban violentamente, ella trataba de arrancarle la camiseta.

David se la quitó rápidamente y volvió a besarla mientras la abrazaba.

La excitación los invadía mientras seguían besándose. Las manos de ambos recorrían el torso desnudo del otro, excepto el sujetador de Sandra que David no se atrevía a quitar por su inexperiencia, en leves caricias.

Ninguno de los dos se decidía a variar la situación, hasta que por fin David bajó hasta poner su cabeza entre los senos de Sandra. Mientras lamía las aureolas de los pezones, ella se metió uno de los dedos de David en la boca. Lo lamía con deseo y ansia.

Con la mano libre, David se acercó lentamente hacia el culo de Sandra. Comenzó acariciando la espalda, bajando paulatinamente, hasta llegar a las costuras del pantalón.

Metió la mano en el interior del pantalón y, con un dedo haciendo de improvisado explorador, empezó a bajar por la raja.

Acto seguido subió otra vez el dedo. La fricción que estaba ejerciendo con el dedo, yendo a lo largo de toda la raja del culo en repetidas ocasiones era del gusto de Sandra.

Él lo notaba en los movimientos espasmódicos que ella hacía. En una de las ocasiones unió al movimiento del dedo un leve mordisquito al pezón derecho. Sandra se sobresaltó, emitiendo un gran alarido. David, al comprobar el éxito, repitió una y otra vez la acción.

Sandra comenzaba a desesperarse. Su coño había llegado a un nivel de secreción incontrolable. Necesitaba imperiosamente que algo se lo tocase.

Trató de buscar fricción en la pierna de David, pero él evitó el contacto. Acto seguido la mano de David salió del pantalón de Sandra.

Saco el dedo de la otra mano del interior de la boca de Sandra y mientras seguía mordisqueando alternativamente los pezones de Sandra la despojó de pantalón y bragas.

En cuanto puso un dedo encima de la vagina comprendió la excitación que ella tenía.

Ahora la fricción del dedo se efectuaba alrededor de su coño. Sandra, sabiendo que el orgasmo llegaba, clavó sus uñas sobre la espalda de David.

Él no se inmutó y siguió su masaje labial a los senos, mientras trabajaba con los dedos, que de vez en cuando se internaban en el coño.

Sandra no resistió y comenzó a eyacular junto con un gemido placentero. David acercó su mano derecha a su boca y, dejando los pezones por un momento, se lamió los dedos. David se sorprendió por el intenso sabor de los fluidos de Sandra.

Era la primera vez que probaba lo que el monte de Venus podía ofrecer y, como si de la fuente de la vida se tratase, bajó a beber directamente.

A pesar de ser primerizo, el clítoris de Sandra era claramente visible en la parte alta de su coño. No pudo evitarlo y se lanzó a por él.

Como en una historia de lesbianas había leído, comenzó a lamer el clítoris con esporádicos mordisquitos, mientras un par de dedos no cesaban de introducir y salir de forma violenta del coño de Sandra.

Cuando los gemidos de Sandra le hicieron comprender que otro orgasmo llegaba, apartó los dedos y lamió toda la vulva, exprimiéndola hasta que soltó, por segunda vez, todo el jugo.

David parecía no tener suficiente con aquello y volvió a introducir los dedos.

No podía parar de lamer aquel coño, le era imposible. Pero llegó un momento en que Sandra articuló las mágicas palabras:

-David, cariño, métemela ya. No puedo aguantar.

David cesó de lamer y se reincorporó.

-Es que no tengo ningún condón, Sandra –argumentó mientras iba besando ligeramente los labios de ella.

-Espera –dijo ella mientras se agachaba y recogía su bolso. De él sacó un condón-. Toma, póntelo.

-Veras, es que… –trató de explicarle David- no se como hacerlo.

-¿Qué? ¡¿No sabes ponerte un condón?! –dijo, sin quedar claro si era una afirmación o una pregunta debido al tono de perplejidad con el que lo había pronunciado.

-Es que… en fin, que soy virgen.

La cara de Sandra era un poema. Era incapaz de entender que el hombre que le había parecido hasta el momento uno de los mejores amantes que había tenido, fuese virgen.

¿Cómo era posible que la hubiese excitado de esa manera alguien sin experiencia? Era imposible.

Su cerebro se negaba a comprenderlo pero pensó que ya lo averiguaría después, ahora su excitación no la permitía ponerse a discutir.

Con cuidado, debido al reducido espacio, se agachó, abrió en envoltorio del condón y con un leve masaje en la polla de David le introdujo el condón, aunque debido al grosor le costó algo más de lo habitual.

David tenía la polla otra vez erecta, obviamente, y estaba extremadamente dura, marcándose todas las venas que la recorrían.

Cuando ella se reincorporaba, David la volvió a coger de las axilas para ayudarla a subir.

Con un poco más de esfuerzo la alzó por encima de él. La puso contra la pared.

Con una pierna se ayudó, para poder soltar una mano y ayudarse con ella a que la polla encontrara el camino hacia el entreabierto coño.

Una vez introducida la polla en el coño, asió con ambas manos cada una de las piernas de Sandra. Entonces él comenzó a mover compulsivamente el pubis, ayudando con las manos a que Sandra subiese y bajase, mientras ella apoyaba su espalda contra la pared.

Al comprobar Sandra que la cabeza de David quedaba a la altura de sus senos, pero que el sujetador impedía que los pudiese lamer placenteramente, ya que colgaba sobre su cara, con un ademán le indicó a David que parase un momento.

Hábilmente introdujo sus manos entre la pared y su espalda y en un gesto se libero del sujetador. Con sus manos empotró la cara de David entre sus senos y él comprendía que ya podía continuar.

David se esforzaba por hacer una intensa presión con sus nalgas, como había oído a un actor porno contar, para retener la eyaculación algo de tiempo.

El hecho de haber eyaculado anteriormente evitó una nueva corrida antes de tiempo. Las tetas de Sandra no cesaban de menearse arriba y abajo.

David aprovechaba los momentos en que los pezones pasaban entre sus labios para cazarlos y mordisquearlos, ya que antes había tenido un gran éxito esta acción.

En esta situación, arriba y abajo, estuvieron tres minutos más, hasta que David dejó de reprimir sus ganas de eyacular, empezando un movimiento más salvaje aún. Sandra lo rodeó con ambas manos por su nuca.

Él, al ver que ella se asía de esa forma, liberó sus manos, para ponerlas sobre sus nalgas. Teniéndola a ella en el aire incremento el ritmo de sus embestidas hasta que se corrió. Sin dejar la posición, él le dirigió una cándida mirada y la besó.

Ella, en uno de los últimos arrebatos había tenido un último orgasmo. Mientras sus lenguas seguían intentando estrangularse mutuamente, como si de una pelea entre víboras se tratase, David se recostó sobre el inodoro. Después ella le correspondió la anterior mirada con otra lasciva y cargada de erotismo, indicando que se había quedado completamente satisfecha y se irguió mientras se desacoplaba de él.

David estaba confuso.

No sabía que decir ni como afrontar la situación. Mientras su respiración recuperaba un ritmo normal y los jadeos iban perdiendo en intensidad, la sonrisa que tenía en la boca se fue desdibujando. No quería dar la imagen de macho dominante de película porno que tras el gran polvo exhibe la sonrisa más falsa que uno pueda imaginar.

No podía evitar la sensación de sentirse agazapado, a la defensiva, esperando que Sandra diese el primer paso. Y ella lo dio. Comenzó a vestirse apresuradamente.

David no sabía si debía decir algo, y en todo caso, que decir. Había sido la experiencia más maravillosa que jamás había tenido, pero por mucho que la sensación que le había proporcionado la última mirada de Sandra le diese otra sensación, sabía que todo había comenzado para ella como un simple intercambio, para que él no mencionase lo que había presenciado, aunque no llegará a ver nada.

David era integro y jamás diría nada, aunque el problema era como expresárselo a Sandra. No quería ser directo y confundirla. Aquí era donde su torpeza en el trato a las mujeres mejor se reflejaba. Sin que él dijese nada Sandra estaba apunto de terminar de vestirse.

Ella tampoco sabía que decir. Estaba más que confusa; la situación era contradictoria para ella, lo que se suponía que iba a ser una mamada para tener a David calladito había terminado en un más que satisfactorio polvo.

No podía decir que fuese el mejor de su vida, ya que no era así, pero nunca hubiese pensado que David pudiese ser tan buen amante.

Y menos después de lo que le había dicho. Ella creía que él era un mojigato, cosa que confirmaba el que hubiese sido virgen hasta hacia bien poco, sin ningún tipo de conocimiento en lo que a la satisfacción del cuerpo femenino se refiere.

Tenía tantas ideas circulando por su cabecita que quería salir de aquel recinto cuanto antes para poder respirar aire y sentirse menos agobiada. Estaba convencida de que él no sería capaz de mencionar nada, aunque no podía estar segura. Y menos de un hombre. La fanfarronería siempre podía jugar una mala pasada.

Había una idea que la martirizaba más que cualquier otra. No quería pensar en ella pero no dejaba de surgir. ¿No le daría ahora a David por chantajearla y convertirla en su juguete sexual? Bien mirado no parecía tan terrible, pero ella nunca se dejaría dominar por un hombre, por lo que no podía permitirlo.

Por grandes que fueran las ansias de salir y huir de allí, no podía hacerlo sin saber como reaccionaría David. Pero este no era el momento.

-David, prométeme que no dirás nada hasta mañana –dijo rápidamente y mirando al suelo, para no tener que dirigirle la mirada-. Prefiero que lo hablemos en frío y tranquilamente. Ven mañana por la mañana al bar de mis padres. Es el bar “Perdido” que está en la calle Villarroel, número 127 –dijo mientras se abrochaba el último botón de la camisa. Acto seguido abrió la puerta del lavabo y se marchó.

-¡Sandra, espera! –dijo tratando de llamar su atención-. No te vayas.

Pero él no podía hacer nada. Estaba desnudo y no podía salir del baño.

Ante la inutilidad de su presencia en aquel baño decidió vestirse y salir de allí cuanto antes.

Las dudas quedaban para otro día, tanto la del ejercicio como la de la reacción de Sandra. Salió apresuradamente del baño, como impulsado por una extraña fuerza, corriendo desbocado por los pasillos hacia la salida.

Necesitaba aire y no se encontraba en ese recinto. Una vez fuera, mientras tomaba aire violentamente, se quedó mirando al cielo, buscando una respuesta que tardaría por lo menos un día en llegar y que sabía que le dejaría sin dormir.

Continuará…

Continúa la serie Vivir la vida II >>

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