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Laurita III

Serie: Laurita

Laurita III

– Está bien, allá va – Álex carraspea y sonríe nerviosamente -. No sé por dónde empezar…

– Pues por el principio chica, por el principio.

– Ay, lástima que no quede ni un poco de costo.

– Queréis callaros, ostia! Venga Álex.

– Bueno, él se llama Raúl, fue uno de los primeros que me presentó Sonia – La miró y volvió a sonreír -. Es más bajo que yo, con el pelo moreno cortito y los ojos azules. En principio no le presté mucha atención, pero en un rato que Sonia me abandonó y me acerqué a la barra nos volvimos a encontrar y empezamos a entablar conversación.

– Cuando yo volví, que por cierto le traía un chico que estaba buenísimo: fuertote, guapo, la mar de simpático… En fin, que cuando la vi en una conversación tan distendida con aquel chico pues decidí dejarles hacer.

– Raúl estuvo hablando conmigo un montón de rato y en ningún momento me dio muestras de buscar algo más, lo cual me gustó mucho.

– Sí, menos mal que la cogí por banda en un momento que se separaron. Que si no la chica sigue virgen a día de hoy!

– A ver, a ver que me entere de que estáis hablando. Álex era virgen hasta esta noche? – Preguntó sorprendido Alberto.

– Ajá – Contestó Sonia al tiempo que Álex asentía avergonzada.

– Dios mío… Me lo podríais haber dicho antes! Yo, la verdad es que nunca he estado con ninguna virgen. Pero tiene su morbillo, eh? No tendréis alguna amiguita más que quiera dejar de ser virgen, verdad?

– Al, no tientes a la suerte, que todavía acabas de patitas en la calle – Le comenté.

– Vale, vale, sólo era una broma.

– Bueno, la verdad es que si Sonia no me hubiera atosigado tanto, no habríamos hecho nada. Pero en un momento me separó de él y me dijo un par de cosas antes de darme las llaves del coche.

– Sí, bueno, la verdad es que lo está aligerando mucho. Pero creedme si os digo que estuvo cerca de media hora hablando con aquel chico. Ni un morreo, ni un toqueteo, nada de nada. Tuve que ponerle un poco las pilas, porque si no ya os digo, aún estaría igual.

– La verdad es que por un lado quería hacerlo, pero por el otro no. He tenido varios novios y ninguno me ha visto desnuda y lo máximo que han hecho ha sido tocarme las tetas. Además estaba muy a gusto con él, y no me estaba metiendo prisa para nada. Algo, a parte de Sonia, me impulsaba a cometer una locura, sin embargo, no quería parecer una… una… chica demasiado lanzada.

– Dilo Álex, dilo. No te cortes. Una guarra! – Sandra y su delicadeza natural -. Pero mira, una cosa te voy a decir, yo lo he hecho mucha veces, y luego adiós y si te he visto no me acuerdo. Exactamente lo mismo que ellos buscan. Libera un montón y… bueno, tú ya lo has hecho. Verás como no es la última vez.

– Bueno, yo como hombre que soy, no os voy a engañar. Nuestro sueño es ese, que una tía buenísima, tal y como todas vosotras – Le miramos furiosas -, se enrolle con nosotros hasta el final con todas las consecuencias y luego no tener que dar explicaciones, teléfonos ni nada. Sin embargo, como esto en la práctica no suele ocurrir, cualquier cosa que conseguimos llevarnos a la cama, lo atamos bien atado si puede ser.

– Vaya, eso es lo que haces con los peluches…

– Jajajaja.

– No, eso es lo que haría contigo, Sandrita – Y le guiñó un ojo.

– Bueno, pues eso, no quería parecer eso. Pero Sonia me dijo que el chico sólo estaba dando más rodeos de los necesarios, quizá por timidez, pero que buscaba lo mismo que todos. Todas sus charlas durante el día hicieron que con sólo un par de frases me convenciera para que me enrollara con él, y si no me gustaba, pues que lo dejara.

– Eso mismo, tampoco era cuestión de forzar e irse a follar con el primero que apareciera. Le di un par de consejillos para que la cosa no fuera mal, un par de condones y las llaves del coche.

– Cuando me puso las llaves en la mano, yo estaba temblando entera. Estaba muy nerviosa. Siguiendo uno de los consejos que Sonia acababa de darme, me dirigí a la barra, donde me esperaba Raúl. Di un trago largo a la copa, reteniendo parte del contenido en la boca, y le di un beso con lengua pasándole el vodka y mi saliva. Inicialmente se asustó, y un poco de vodka resbaló por su barbilla, pero al final seguimos así durante un rato.

– A mí me entró la risa cuando vi la cara de espanto del chaval. Jaja, no me había dado cuenta, pero al final iba a resultar que ninguno de los dos tenía experiencia. Fíjate qué cosas tiene la vida! Se estuvieron enrollando como unos 15 minutos. Él prácticamente no sabía dónde poner las manos. La verdad es que Álex me estaba sorprendiendo, pues mostraba un desparpajo fuera de lo habitual. Se desenvolvió muy bien en ese terreno.

– Bueno, ya os lo he dicho, soy, bueno, era virgen pero ya tenía algo de experiencia.

– Y qué tal besaba? – Indagó Sandra.

– Sinceramente, me parece que él estaba más nervioso que yo. Yo, al ratito, ya me había ido tranquilizando, en parte porque me había olvidado del tema del coche. Estaba disfrutando, y aunque me tocaba un poco con miedo, me estaba excitando cómo palpaba mi culo y a veces intentaba acariciarme las tetas. Fue cuando hicimos otra pausa y el sugirió tomar otra copa, cuando miré en el bolso y vi las llaves.

– Cuando se separaron, él prácticamente huía de ella, dirigiéndose a la barra. Pero Álex lo paró y le dijo algo al oído.

– Le comenté que tenía algo mejor para él. Me miró sin entender nada, pero le cogí del brazo y le guié fuera de la discoteca.

– Si antes me había reído, ahora me estaba partiendo el culo. Lo llevaba a rastras. Él no sabía si sentirse orgulloso, o con miedo a que le fuera a rajar en el aparcamiento.

– Jajaja, seguro que parecía una ninfómana arrastrando a su presa – Comentó Sandra.

– Pues poco más alejado de la realidad. Porque a ella se le notaba la excitación clarísimamente, aunque también estuviera nerviosa.

– Y tanto que lo estaba! Tropecé varias veces hasta que comenzó a seguirme voluntariamente. El corazón me golpeaba insistentemente. No sabía cómo era posible que estuviera siendo tan lanzada, tan… guarra.

– Eso es!! – Exclamó Sandra – El primer paso es admitirlo, jajaja.

– Y yo no volví a verlos hasta una hora después. Ahora ya estaba todo en las manos de Álex.

Hicimos una pausa para que Sandra y Sonia pasaran al servicio, alternadamente por supuesto, y mientras Alberto rellenaba su vaso una vez más.

Aún no entiendo por qué estábamos hablando de aquello con él delante. Las chicas no lo conocían, y me extrañaba que Álex fuera capaz de contar algo así delante de él. La verdad es que parecía inofensivo, a excepción de los comentarios que hacía, teóricamente en broma, pero que yo sabía que iba a matar.

Estaba tanteando el terreno, y Sandra le estaba dando buenas vibraciones.

Me fijé en Álex. Estaba distinta. La ayuda de Sonia en el relato ocupando la posición de narradora cuando Álex se detenía estaba haciéndola hablar de forma natural. Se habían hecho muy amigas y la confianza entre ambas era evidente.

Por otro lado, la experiencia también parecía haberla cambiado. Cuando estuvimos de nuevo todos listos, Álex prosiguió con su narración:

– Bien… continúo: yo, como ya he dicho, estaba muy nerviosa, sin embargo la excitación también era evidente. Mi corazón latía desbocado. Cuando llegamos al coche, no acertaba a introducir la llave y abrirlo. Raúl se acercó y me ayudó a controlar los nervios, si bien pude notar que él también estaba nervioso.

– Seguro que era una estampa graciosa.

– Sandra, no la interrumpas.

– Bueno, el caso es que estuvimos un par de segundos los dos de pie, con las manos juntas. Yo ya no tenía ninguna duda al respecto de lo que iba a hacer. Finalmente, abrí la puerta y entramos en el coche – Álex paró de hablar.

– Y? – Alberto no pudo contenerse.

– Y ya está… es decir, estuvimos un rato sin hacer nada, en un momento de complicidad. Pocos minutos después, empecé a besarle y me siguió el juego. Nos empezamos a tocar y al final… pues lo hicimos.

– Sí, sí, todo muy bonito, pero queremos detalles morbosos, sexo salvaje, uaaaahhh, jajajaja – Dijo Sandra.

– Yo… No sé, eso es un poco…

– Venga, di… cuántas veces lo hicisteis? Qué posturas? Qué modalidades? Venga, cuentaaa…

– Sandra, por favor, déjala en paz, no la agobies. Recuerda que anoche no dijiste mucho más sobre tu primera vez. Ella ya ha cumplido – Intervine -. Además, tú ya has tenido tú espectáculo esta noche, eh?

– Pues yo sé de alguien que se va a quedar disgustado – Dijo mientras apoyaba una de sus manos en el muslo de Alberto -. Verdad, Al?

– No tendría por qué…

– Venga, Álex, da algún detallito – Añadió Sonia con voz melosa -. Sandra tiene razón.

– Bueno… Él me estuvo tocando el pecho… sin el sujetador…

– Uhhmmm, esto se pone interesante. Sigue, sigue.

– A veces yo le rozaba el paquete, y notaba que estaba muy cachondo. Me estuvo besando los pechos y cuando no lo hacía, me morreaba y me las acariciaba. Cuando los dos ya estábamos muy salidos, se la empecé a sobar por encima, dándole algunos achuchones, entonces él se corrió.

– No jodas!! Jajajaja, pobrecillo! – Volvió a interrumpir Sandra, que no podía estarse quieta ni callada.

– Sí…

– Bueno, y qué más, andaaa…

– Él se puso bastante nervioso, y estaba muy avergonzado, pero al final, conseguí que siguiera besándome. Así que al rato me di cuenta de que estaba ya preparado. Le di el condón y él se lo empezó a poner, aunque tuve que ayudarle un poco.

– Jajaja, pues para ser su primera vez, se ha follado a todo un bombón!

– Entonces, como yo ya estaba bien lubricada, me bajé los pantalones y las bragas y me lo hizo allí.

– Y qué tal? Te dolió mucho cuando rompió?

– No, prácticamente nada. Los nervios ya se me habían esfumado hacía rato. Lo disfruté hasta el último momento. Después de que me corriera, estuvo un ratito más, un par de minutos, hasta que él también terminó.

– Vaya! Pues me alegro, Álex. Y ahora que tiemblen los chicos, Álex anda suelta y con ganas de polla! Jajaja.

– Sandra, por dios!! – Exclamé. Cuando bebe se pone insoportable… bueno, siempre es insoportable. Nunca se muerde la lengua.

– Y tú Sonia, eh??? Que se te nota que tú hoy también has pillado, jejeje. Me parece que he sido la única que no se ha metido nada, jajaja.

– Yo, una vez que los perdí de vista, eché un ojo a la pista de baile y luego a la barra. Encontré al chico de antes que le iba a presentar a Álex echándose unas risas con sus amigos. Visto así parecía algo más estúpido, pero parecía un buen partido y me fui con él. Después de enrollarnos y tomarnos algo, nos salimos al aparcamiento, y en uno de los múltiples rincones oscuros, empezamos en serio. Aunque antes parecía un poco tonto, era muy hábil y no tardó demasiado en bajarme los pantalones lo suficiente, y empezar a mover el culo. Fue bastante rapidillo y no muy bueno, pero al menos un orgasmo sí que tuve.

– En una escala del 1 al 10?

– Un 4.

– Buah, pues si que se portó mal.

– Y tú Álex, del 1 al 10?

– Un 9.

– Venga ya! Bueno, ha sido el primero, pero ya verás como llegan mucho mejores y este 9 acaba pareciéndote un 5 o menos.

– Sí… me dio su teléfono y a lo mejor le llamo para quedar mañana, o el fin de semana que viene.

– Pero qué estás diciendo chica?!? Mira, en primer lugar, tiene que ser él quien te llame, porque sino va a creer que te tiene dominada. Y luego, si aún así quisieras volver a quedar… bueno, en fin, allá tú, pero yo no lo haría.

– A mí me gustó, y me resultó muy majo.

– Sandra, tampoco le digas eso a la muchacha… – Intervino Sonia – A lo mejor sí que es buen chaval, y si a ella le gusta, pues déjala!

– Ok, ok, que haga lo que quiera… Me callo.

Eran casi las 6 de la mañana. Yo tenía la esperanza de que ahora que ya nos había contado Álex su historia, se marcharan ya a sus respectivas casas, pero pasaban los minutos y seguían hablando, o discutiendo más bien, y de allí no se movía nadie. Como estaba muy cansada y me moría de sueño, les dije:

– Bueno, vosotros haced lo que queráis, pero yo me voy ya a dormir. No arméis mucho escándalo.

– Necesitas que te cantemos una nana, cariño?? Jaja.

– No, necesito que te vayas a tomar por culo de mi casa, Sandrita.

– Hasta mañana, simpatiquísima.

Mientras oía alguna bordería más de Sandra, me metí en mi cuarto y caí redonda sobre la cama. Apenas 5 minutos fueron suficientes para que me quedara dormida. Serían cerca de las seis y media cuando alguien me empujaba el hombro. Me di la vuelta y vi a Álex.

– Qué sucede?

– No los oyes?

Escuché atentamente: percibí los jadeos apagados de un hombre… Alberto. Una dulce voz de chica susurraba unos ánimos… Sonia. Pequeños ruiditos húmedos acompañados cada cierto tiempo de gemidos… Sandra, seguramente haciéndole a Alberto una mamada.

– Es lo que yo creo? – Álex asintió – No me lo puedo creer.

– Nadie sabe mejor que tú cómo es Sandra. Ha empezado a ponerse cariñosa con Al y no ha parado. Y encima Sonia le está siguiendo el juego.

– Y tú por qué no te has quedado?

– Estoy un poco irritada aún. Además, me daría un poco de corte una situación así.

– Bueno, a mi me da igual lo que hagan… Sigo teniendo mucho sueño.

– Vale. Puedo quedarme aquí?

– Sí, claro. Échate si quieres – Le dejé un hueco de la cama. Aunque no era muy ancha, cabíamos las dos.

– Gracias.

No tardé en volver a coger el hilo al sueño, a pesar de los ruidos sexuales que llegaban desde el salón, aun estando la puerta cerrada. Estaba ya amodorrada y a punto de volver a dormirme cuando Álex susurró mi nombre:

– Laura… – No contesté -. Laura… estás despierta? – Puso su mano sobre mi hombro izquierdo.

– Uh? Sí… qué quieres? – Dije desperezándome. Álex retiró su mano como un resorte.

– Te desperté?

– Casi… pero no, aún estaba despierta.

– Estos siguen a lo suyo – Se les oía claramente.

– Sí, jeje. Se lo tienen que estar pasando de puta madre.

– Sí…

– Por qué no te quedaste con ellos?

– Yo…

La notaba bastante nerviosa. Me di la vuelta y nos miramos cara a cara. En sus ojos pude ver su timidez mientras retiraba su mirada de los míos.

Por un momento se me ocurrió una idea disparatada de por qué había venido Álex a mi cuarto, pero la deseché en seguida.

Estaba claro que había venido porque no le agradaba la situación que se había empezado a fraguar en el salón.

Después de todo, tan sólo hacía unas horas que había perdido su virginidad. De modo que decidí dejarlo estar.

– Ok, no te preocupes, lo entiendo – De pronto me miró a los ojos. A pesar de la oscuridad pude distinguir una extraña llama en ellos.

– Entonces… no te importa?

– Claro que no, aunque no lo creas a mí también me ha pasado a veces.

– En serio?

– Claro. Normalmente sólo se recuerdan las situaciones que solemos dominar, y las que no, no las contamos casi nunca.

– En eso tienes razón… Sabes, el viernes me pasó algo que no pude controlar, y sólo lo sabemos yo y otra persona – Me estaba perdiendo… Ahora era yo la que no dominaba la situación, de qué estaba hablando? – Bueno… lo de Sandra ya lo sabes, pero me refiero después.

– No entiendo nada, de qué me hablas?

– Tú y Sandra tardasteis mucho en despertar, y las chicas se fueron relativamente pronto – Seguía sin entender nada -. Sonia y yo no tardamos más de una hora en recogerlo todo, de modo que tuvimos mucho tiempo para hablar…

– Bueno, tampoco es nada malo – Creía ver adonde quería llegar, pero no quise desvelarlo todavía -. Hablasteis y…

– No me entiendes Laura, aunque yo más bien creo que no quieres entender – Llegados a este punto yo ya sabía de qué iba el asunto.

– Explícate – Dije esto con la voz temblante, casi quebrada.

– Tú te has abierto a mí. Me has contado muchas cosas, has hablado sin ataduras ni tapujos. Me has presentado a tus amigas y amigos, me prestaste ropa el jueves… – Hizo una pausa -. Sabes qué? Nunca nadie me había prestado ropa, ni siquiera mi hermana. Gracias a ti… me pasó lo de Sandra – Yo seguía callada, expectante -, y te lo agradezco. Luego por la mañana… repetí con Sonia.

– Cómo? – Abrí los ojos como platos, eso si que no me lo esperaba.

– Sí… ninguna de las dos lo pudimos resistir. Yo estaba ávida de cariño y bastante confusa, más aún después de lo de Sandra, y Sonia estaba muy interesada en conocerme, en ser mi amiga. Un tema llevó al otro, y cuando le conté lo de Sandra… bueno, al final acabamos liándonos también.

– Vaya, me dejas alucinada – Y realmente lo estaba.

– Luego además, me llevasteis a la discoteca, y Sonia no se separó ni un momento de mí hasta que me fui con Raúl. Aunque tú no tuvieras nada que ver directamente, indirectamente todo es gracias a ti. Por todo esto, quiero hacer lo que voy a hacer – La llama de sus ojos refulgía aún más mientras se acercaba a mí -, siento que debo hacerlo, en justo pago por tu amistad – Nuestras caras estaban frente a frente, notaba su aliento. – Gracias, Laura – Y me besó.

Fue un beso simple, coqueto, sin llegar a las lenguas en los primeros veinte segundos.

Representaba un sentimiento franco, de amistad, de amor se podría decir; sinceridad, simpatía, cariño, ternura… A pesar de que me lo estaba esperando desde hacía rato, la verdad es que me tomó bastante de improviso, aun desarrollándose la escena tan lentamente.

Con los labios ligeramente abiertos, noté los suyos pegarse a mi boca. Tras este primer beso, Álex se fue animando.

Si por la mañana había sido Sandra la iniciadora, ahora este papel lo representaba Álex; si bien es cierto que yo me mostraba mucho más receptiva, fundamentalmente porque no era mi primera vez y no sentía ningún tipo de rechazo hacia esta situación.

Esto pareció sorprender en parte a Álex, quien quizá se esperaba algo más de recelo por mi parte, y no tan cálida recepción. De hecho, fui yo la primera que hizo aparecer a nuestras lenguas en el juego.

Durante mucho tiempo estuvimos así, simplemente besándonos, intercambiando fluidos de forma natural.

Nuestras bocas eran grutas completamente inexploradas, y estábamos llevando a cabo una exploración exhaustiva de cada rincón. Aun así, era frecuente volver a lugares ya revisados, por si acaso había cambiado algo.

Sin ansia, pausadamente, transcurrían los minutos mientras jugábamos a saborearnos.

Acariciando su pelo con las manos, seguí besando toda su cara, su barbilla, sus mejillas, su nariz, sus ojos, su frente, sus orejas… En este inacabable juego no había vencedor ni vencidos, sólo ternura y amistad. Yo la besaba, ella me besaba, y no había más.

Un cruce de miradas nos hizo detenernos, y así estuvimos largo rato, sólo mirándonos, añorando el sabor de la otra. Álex hizo ademán de decir algo, pero le puse un dedo en los labios, sellando su silencio.

Dibujé el contorno de sus labios con el dedo índice, y recorrí su barbilla. La volví a besar en la boca.

El tirante izquierdo de su vestido caía por su brazo, dejando el hombro desnudo. Conociendo perfectamente el final de todo aquello, comencé a besarlo. Álex había iniciado la contienda, pero de nuevo el mando estaba en mi poder.

Su más que apetecible cuello, que mostraba las evidencias de su relación con Raúl, fue el siguiente paso.

El tirante derecho también cayó. Era cuestión de tiempo verla de nuevo desnuda, como la noche anterior cuando le presté mi ropa.

Miré su cara… sus bellos ojos estaban cerrados. Sin embargo esa llama interior se dejaba notar en todo su cuerpo. Tan hermoso era el momento que el vestido, de forma sutil acabó en su cintura.

El no menos bonito sujetador de encaje también perdió contacto con su piel. Sin embargo, y a pesar de tan lindos pechos a mi antojo, no pude evitar volver a su dulce y cálida a boca a por más de ella.

Llevábamos cerca de veinte minutos sin decir una sola palabra, pero realmente no había nada que decir. La pasión desatada era lo suficientemente locuaz como para que esto fuera así.

Retomé mis indagaciones en su pecho, donde pude sopesar, tocar, acariciar, besar, chupar todas las partes de su anatomía pectoral. El tiempo llevaba media hora detenido.

Fuera de mi habitación Alberto, Sonia y Sandra dormitaban desmadejados, unos encima de otros después del derroche de sexo que habían mantenido tan intensamente.

La lenta pero impetuosa relación que estábamos manteniendo Álex y yo continuaba indefinidamente. Tras mi tratamiento a su región pectoral, ella prodigó un masaje semejante a mis pechos.

Con tan solo nuestros genitales cubiertos por la pequeña ropa interior, en esos momentos éramos un ser único.

Nuestros cuerpos se encontraban tan juntos que pequeñas descargas eléctricas azotaban nuestros cuerpos. En un mar de besos y caricias, no había lugar para el sexo tosco tan desgraciadamente habitual. La extraña sensación del choque de sus pechos con los míos era sencillamente brutal.

Esto y otros detalles, hicieron que la relación tan tierna y espiritual que manteníamos fuera tomando aspecto más grave.

Con las piernas entrecruzadas, el roce iba provocando aún más excitación interior, llevándonos hacia situaciones inevitables. Pequeñas y espontáneas caricias con las manos auguraban una espectacular sesión de sexo llena de placer.

Algún dedo apretando en determinados puntos, hurgando demasiado en los laterales de las braguitas, rozando suavemente los labios.

Cuando noté la palma de la mano de Álex apoyarse en mi vulva todavía protegida por las bragas, abrí los ojos y vi de nuevo esa llama en los suyos, ahora mucho más crecida. Supe en ese momento que había vuelto a perder el control.

Con toda la mano apretándome, los dedos más largos acariciando mi ano, la palma rozando mi clítoris y su lengua derritiéndose en mi boca, tuve el primero de una eterna serie de placenteros orgasmos.

No contenta con ello, tras morderme el labio ligeramente, bajó su boca a mi entrepierna. Ni siquiera previendo la situación y el final de todo aquello pude resistir demasiado al repaso oral que dio Álex a mi agradecido coño. Tomando el clítoris entre sus labios alternativamente a los lametones que me prodigaba hizo que llegara a mi segundo orgasmo.

Ya le debía dos. Tras unos cuantos minutos con algunos descansos entre medias, descansos que no eran más que vuelta a los besos, el resultado estaba claramente en mi contra.

En su posición dominante, apenas pude hacerle sentir un orgasmo, en parte muy ayudada por su excitación de saberse con el control, contra los interminables e innumerables que me había provocado ella a mí.

Estábamos en otro de estos pequeños descansos, yo prácticamente hecha polvo, con el pelo enmarañado, completamente sudada, pero muy muy relajada. Estábamos abrazadas, ella me acariciaba el pelo y yo le daba pequeños besos y mordisquitos a su cuello.

– Laura…

– Dime.

– Creo que soy lesbiana.

– Por qué dices eso? – La miré a los ojos. La llama de antes había desaparecido -. Por esto?

– Sí. Pero no es sólo esto. También lo de Sonia, y lo de Sandra. Y las cosas que he sentido con vosotras no las sentí esta noche con Raúl.

– No sé qué decirte. Es normal que estés confusa.

– Tú crees?

– Cuando he estado con Sandra, también he sentido cosas que nunca había sentido con chicos. Sin embargo, me gustan también. Cada parte tiene sus ventajas y sus desventajas.

– El problema es que no sé si me gustan los chicos, ahora que he probado con vosotras… me parecéis fantásticas, no creo que ningún chico me dé nunca el placer que me habéis dado.

– Mira, te gustó cuando estuviste esta noche con ese… err, Raúl?

– Sí, pero no tanto.

– Entonces, chica, lo que te pasa es que no consigues aceptar que te gusten los dos sexos. Mira, no se tiene por qué ser homosexual o heterosexual. Hay más cosas.

– Ya lo sé, pero no acabo de verlo claro.

– Date tiempo. Supongo que han sido demasiadas emociones en apenas dos días. De todas formas, recuerda que tan bueno es lo uno como lo otro. Lo importante es que estés a gusto contigo misma.

– Te quiero, Laura.

– Vaya, ahora te vas a poner sentimental? Te voy a quitar las ganas, ya verás…

Y dicho esto, aproveché que tenía un muslo entre sus piernas, para frotarlo contra su entrepierna. “Ya está bien de palique” pensé, “Pasemos a la acción”. Evidentemente no era la parte del cuerpo más idónea para prodigar aquellas caricias, pero me sirvieron para callar a Álex, que cerró los ojos y se entregó al placer que comenzaba a sentir. Poco a poco fui llevando mi mano derecha hacia su pubis para llevar a cabo las caricias más cómodamente y de forma más elegante.

El protuberante clítoris latía con fuerza entre mis dedos, que se restregaban con júbilo por toda la zona. Un tratamiento exhaustivo sobre su perla la hizo derretirse entre gemidos. Ahora sí le estaba devolviendo la jugada. Pero las manualidades no son mi fuerte y pronto le demostré mejores habilidades, como por ejemplo la maestría bucal. Con tiernos y pausados besos, simultaneados con fuertes y húmedos lametones, la fui llevando en volandas hasta otro orgasmo, y otro más, y otro… En aquel momento habría disfrutado de un 69, pero ella no estaba por la labor. Estaba demasiado endeble, demasiado sensible. “Quizá otro día” pensé. Lo cierto es que no pudimos prolongar mucho más aquella sesión. Álex estaba rendida, con la respiración muy débil, prácticamente dormida. Una vez más, iba a ser yo la damnificada. Pero no me importaba. Me incorporé nuevamente y me situé a su lado, juntando mis labios a los suyos. La rodeé con un pierna y la abracé. Y en aquella postura de enamorados, cerré los ojos.

SÁBADO, 14:00

El ruido del agua en la ducha me despierta. Me doy cuenta, sorprendida, de que no estaba soñando. La última semana había estado llena de sueños inconclusos. Hoy nada, sólo placer y relax. Quizá ya había alcanzado mi sueño. Unas risas en el baño me sacan de mis pensamientos. La puerta de mi cuarto está abierta, y desde la cocina llega el aroma del café recién hecho. Alguien está trasteando también en la cocina. Deduzco que Sonia y Sandra se están duchando y debe ser, por tanto, Alberto quien esté en la cocina. Álex sigue dormida a mi lado. Apenas nos hemos movido durante la noche. Observo extasiada su dulce cara durante varios minutos. Ahora comprendo perfectamente la atracción que había sentido Sandra por esta chica. No me apetece levantarme aún, así que cierro los ojos y vuelvo a dormirme.

SÁBADO, 15:15

– Laura… Laura… – Susurros femeninos me despiertan. Parece ser Sonia -. Despierta, el desayuno está listooo…

Abro los ojos, advierto que Álex ya no está a mi lado, voy a darme la vuelta y entonces Sandra me besa. Parece algo superficial, pero abre sus labios y su lengua se introduce en mi boca. Tiene una textura rara, y el sabor también es distinto, pero a la vez me resulta familiar. Es, es…

– Sandra!! Me cago en tu padre!!!

– Jajaja – Ríen todos juntos a carcajada limpia.

Tosiendo, me dirijo corriendo al cuarto de baño, y enjuago mi boca. En mi cuarto siguen partiéndose el lomo de la risa. Bien es cierto que en esta ocasión no me había producido arcadas, pero siempre he odiado ese sabor, el sabor del semen. Nunca pude soportarlo.

– Algún día me la pagarás, Sandrita, ya lo verás.

– Jajaja, no me amenaces, ostia, que ha sido una bromita de nada.

– Y una mierda, tú sabes cómo odio eso.

– Te dije que se enfadaría, nunca le gustó hacer eso – Dijo Alberto conteniéndose la risa.

– Y tú cállate, que la culpa ha sido tuya.

– Mía? Por qué?

– Por estar aquí.

– Joder, Laura, déjalo ya. Además ha ido a por el desayuno y todo. Vete a comer y calla.

– Sandra, Sandra, no me busques que me encuentras.

Finalmente se me pasó el cabreo con el suculento desayuno que tenía preparado y que prácticamente era una comida. Luego me dejaron sola. Cada uno se fue a sus respectivas casas. Disfruté de la tranquilidad y el sosiego, lejos de la pasión y el ajetreo que había mantenido desde el jueves. Después de una maravillosa siesta, Sandra me llamó y me comunicó que iríamos con Alberto a la inauguración de aquella discoteca nueva. A mí la verdad es que no me apetecía demasiado, pero finalmente tragué, cómo iba a quedarme un sábado en casa!!

Tras una larga ducha de agua caliente, me enrollé la toalla alrededor del cuerpo y comencé el ritual que toda mujer hace para salir de fiesta. Peinado, afeitado, maquillaje, elección de la ropa, etc, etc. A eso de las 10 ya estaba lista y preparada para otra noche apasionante.

Álex y yo íbamos con Sonia, pues Sandra había quedado también con Luis. Alberto, por su parte, había ido por su cuenta y nos esperaba ya allí. Cuando llegamos le decepcionó un poco ver a Sandra con su novio. Al fin y al cabo, lo había utilizado como a tantos otros, y eso en el fondo, no gusta. Sin embargo, rápidamente se sumergió en el ambiente inaugural y la fiesta nos rodeó a todos. El lleno era absoluto, apenas podíamos bailar sin tocarnos con el resto de la gente. Ya se sabe cómo son las discotecas, y más aún una inauguración, y del calibre de esta. Buena música, mucha gente, copas, mucha más gente, pero sobre todo muy buen rollo.

Alberto, como de costumbre, en su tarea de relaciones públicas, saludando a más y más gente. Después de un par de rondas, nos presentó a algunos camareros (a buenas horas!) y el resto de la noche tuvimos licencia para beber. Sandra, por su parte, empezó a pasarse un poquito y comenzó a ponerse tonta con Luis. La última vez que los vi estaban metiéndose mano a lo bestia en un rincón. Unos chicos quisieron conocernos y Sonia les dio un poco de coba. A mí la verdad es que no me apetecía nada, de hecho había salido casi obligada. Pero por no fastidiar a Sonia les seguí también el rollo. Una vez que Sonia desapareció con su casual pareja, los otros dos intentaron hacer lo propio con Álex y conmigo. Yo pedí una pausa para ir al baño y Álex me acompañó.

– Bueno, qué me dices? – Le comenté ya en el interior de los aseos, donde la música llegaba amortiguada.

– Pues no sé, yo me sigo quedando con Raúl.

– Vale, deseaba oír algo así. Yo tampoco quiero jaleo hoy.

– Entonces qué hacemos?

– Absolutamente nada. Simplemente los evitamos.

– De acuerdo.

El problema fue que cuando salimos del baño, allí estaban esperándonos, pero en momentos críticos es cuando el instinto y la picardía se juntan resultando en actos imprevisibles. Así que, sin más, y justo cuando dirigían su mirada a nosotras, me acerqué a Sonia y comencé a besarla apasionadamente durante un par de minutos. La verdad es que el beso me hizo olvidar a los chicos y cuando terminamos, tras ver la expresión de incredulidad y verqüenza que tenía Álex, advertí que los chicos habían desaparecido.

– Lo siento, pero tenía que hacerlo, sino no nos habrían dejado en paz en toda la noche.

Vi a Alberto y me dirigí hacia él. Álex me seguía con la boca abierta y aún sorprendida. Cuando se lo conté se estuvo riendo durante un buen rato.

Nos dirigimos a la pista central, donde en ese momento estaba pinchando un famoso dj que por cierto lo hacía muy bien y era uno de mis favoritos. Y en medio de aquella orgía de música a todo volumen y luces, las y los gogós bailaban animando al personal con lo mínimo de ropa. Me fijé en uno de ellos. Pantalones ajustados, con el torso al descubierto, completamente musculado. No estaba nada mal. Los focos de luz bañaban mi cuerpo, que se dejaba seducir por el ritmo acelerado de la música. Ante la señal y el aviso de otro dj, los gogós abandonaron las plataformas, ante mi desilusión.

– Y ahora para disfrute de todos vosotros y vosotras, directamente desde Alemania, los más famosos animadores de…

El griterío subía progresivamente. Todos menos yo parecían conocer el desenlace de la presentación. Alberto se puso a un lado y me gritó al oído, pues no había otra forma de poder comunicarse conmigo en medio de aquella jauría humana:

– Seguro que esto le encantaría a tu amiguita Sandra – Pude notar su malestar hacia Sandra -. Pero ella se lo pierde – Le miré intrigada -. Aunque supongo que a ti también te gustará.

Me guiñó un ojo y me puso la palma de la mano en la nalga izquierda durante unos segundos. La música se detuvo drásticamente, la sala se quedó a oscuras. Dos siluetas de mujer surgieron en la plataforma entre el humo artificial. Las manos en alto, gritos obscenos y las chicas comienzan a contonearse.

Un fogonazo de luz: una morena y una rubia. La morena enfundada en un minimalista cuero negro y con largas botas; la rubia en reducidas prendas de tela roja. Movimientos de seducción en la penumbra durante casi medio minuto.

Segundo fogonazo de luz: la morena de espaldas, su pelo largo acaricia su culo apretado en la prenda negra mientras lo mueve en círculos; la rubia amasa sus grandes pechos acercando uno de ellos a su lengua y mirando al agitado rebaño. De nuevo oscuridad, la música va subiendo en tensión.

Tercer fogonazo de luz: aparecen en escena dos musculosos individuos enfundados en pantalones plateados, cada uno detrás de una de las chicas. Uno de ellos de raza negra, que se sitúa tras la rubia. El de raza europea se acerca a la morena. Una fracción de segundo antes de regresar por completo a la oscuridad, los chicos echan mano a los sujetadores de las chicas. Me parece distinguirlos volando en la penumbra, al tiempo que la masa grita enfebrecida y la música se acerca a su punto álgido.

Cuarto fogonazo de luz: las chicas de un tirón arrancan los pantalones de los chicos, quedando en tanga marcando paquete y los chicos se aferran a sus pechos. Se detiene la música por un instante, y sube hasta el máximo, reventando la sala por completo en júbilo. En la plataforma se desarrolla una coreografía bastante explícita sexualmente que, en ocasiones, parece completamente improvisada. La gente baila a mi alrededor, algunos chicos babeando ante el espectáculo de animación que nos ofrecen. El chico de una de las parejas, apretado al culo de la chica, manosea una teta al tiempo que la otra mano se pierde dentro del tanga. La otra pareja, bailando agitadamente, parece simular el coito.

No es un acto demasiado frecuente, al menos en la discotecas que frecuento, si bien en ocasiones los y las gogós actúan de manera más o menos explícita sexualmente. Pero la mayor sorpresa llega cuando la morena se quita el tanga. Los gritos masculinos colman la sala y la música parece ahogarse entre tanta lujuria. Instantes después, y resultando en una mayor sorpresa, el muchacho negro también queda completamente desnudo. Son ahora las mujeres del recinto las que gritan. Cabe comentar la decepción inicial ante las leyendas que se cuentan de la gente de color.

“Madre mía” pienso, “Ya no saben qué hacer para atraer a la gente”. El caso es que las dos parejas quedan a la vista de todos completamente desnudos siguiendo con sus bailes y manoseos furtivos y no tan furtivos. Finalmente y como gran colofón, la rubia y el negro llegan hasta el final, consumando el acto, mientras la otra pareja jalea al público.

Yo me aparté en ese momento y me fui a los aseos. No podía negar que estuviera excitada, de modo que decidí hacer una pequeña locura.

Me introduje en uno de los cubículos. Subiendo un poco la minifalda previamente, hice a un lado el tanga y acaricié por encima el pubis.

Tampoco podía pegarme media hora allí metida, así que metí un par de deditos y comencé a masturbarme. Inmediatamente el clítoris se puso erecto pidiendo guerra.

Y se la di. En cosa de cinco minutos, tras el constante sobeteo de mi intimidad, empiezo a correrme por completo.

La experiencia fue corta pero el orgasmo, quizá influenciado por el morbo de la situación, fue brutal. Se me nubló la vista y perdí el equilibrio, quedando sentada en la taza del váter.

Menos mal que estaba en el baño de mujeres, sino habría perdido para siempre una de mis minis favoritas. Tras un pequeño ratito, consigo reponerme. En ese momento supe, a pesar del orgasmo que acababa de disfrutar, que sí quería jaleo esa noche. Fue cuestión de segundos esbozar un plan de ataque hacia Alberto.

Me quité el tanga y me sequé con un pañuelo que saqué del bolso. Observé el tanga, húmedo en parte por mi sudor y en parte por la paja que acababa de hacerme.

Salí del cubículo y antes de marcharme, me lavé las manos y me adecenté un poco el maquillaje, que también se había corrido un poco. Para hacer esto no se me ocurrió otra cosa que dejar el tanga al lado del lavabo.

Unas me miraron con sorpresa, otras con desprecio, y pude oír cómo alguna al fondo me llamaba guarra. En 5 minutos todo arreglado y salí afuera.

Llevaba el tanga apretado en un puño en la mano derecha, esperando que nadie lo advirtiera. Divisé a lo lejos a Álex, que estaba hablando con Sonia, pero ni rastro de Alberto. Cuando llegué a su altura, le pregunté a Álex:

– Dónde se ha metido Al?

– Pues se ha ido con una chica, una de las camareras. Por?

– Joder, qué puta suerte!

– Jaja, se te ha jodido el plan – Rió Sonia.

– Y tanto… mirad.

Sonia empezó a descojonarse de risa mientras Álex adivinaba incrédula qué era lo que le estaba enseñando.

– Pues nada, él se lo pierde. Para una vez que me da por hacer una locura…

– Sí, una vez… – Me contradijo Sonia.

– Qué pasa, es que esto lo hacéis muy a menudo? Porque…

– No, esto exactamente nunca le he visto hacerlo, pero lo que ha hecho aquí la amiga… no tiene desperdicio. Hubo una vez que…

Yo ya iba a guardar el tanga en el bolso cuando me dieron un empujón y, tras dar un traspiés, se me escapó de las manos y cayó al suelo.

Y como lo malo se encadena, alguien le dio una patada a la pelotita de tela enrollada y adiós muy buenas. Sonia dejó de hablarle a Álex en el momento en que vio lo que ocurrió para empezar a partirse el culo de risa. En vano intenté buscarlo.

Sonia, toda ella muy graciosa, no tuvo una idea mejor que empezar a preguntar a la gente de alrededor si “habían visto el tanga de su amiga”.

Tras darle un golpe en la cabeza nos fuimos de allí, porque no dejaban de mirarme. Me pedí otra copa en la barra para olvidarme del asunto. En ese momento salen Alberto y la camarera del almacén. Yo no pensaba decir nada.

– Bueno, qué te ha parecido el espectáculo de antes? – Me preguntó.

– No ha estado mal. Ya veo que a ti también te ha gustado.

– Jeje, una buena proposición nunca se rechaza – Dijo mientras le guiñaba un ojo a la camarera, que le estaba sirviendo otra copa -. Y vosotras qué?

– Jajaja – Sonia empezó otra vez a reírse -. Bien… Yo he llegado al final, pero bueno, ha estado chulo. Jajaja.

– De qué te ries tanto?

– Jajaja, pues verás, aquí la amiga, resulta que se puso cachonda, se fue al baño a masturbarse y luego te traía las bragas en la mano, pero le han dado un empujón y las ha perdido, jajaja – Alberto esbozó una sonrisa, no se lo creía.

– Sonia, hija mía podrías irte a comer pollas por ahí, a ver si así estás más calladita – Le respondí de mala ostia. Yo no quería decirle nada a Alberto del asunto del tanga.

– O sea que es verdad… Jajaja. Qué bueno!

– Joder…

– En serio, Laura… nunca nadie hizo eso por mí. Jajaja.

Cuando la camarera se acercó a darle la copa a Alberto, le preguntó de qué se reía tanto, y acercándose al oído se lo contó. Sólo faltaba que lo anunciaran por megafonía. La chica sonrió ampliamente y se me acercó.

– Eres tú la que ha perdido las bragas? – Asentí -. Cómo eran? – Me sorprendió la pregunta, pero le respondí.

– Era un tanga negro.

– Vale. Es posible que luego por la mañana aparezca por ahí. La gente no va mirando al suelo para buscar un tanga… – Y me guiñó un ojo.

Volvió a intercambiar unas palabras con Alberto y antes de marcharse le metió la lengua en la boca, besándose los dos. Luego se da media vuelta y empieza a atender a la gente que se agolpa en la barra. Cuando mira nuevamente hacia mí, me guiña un ojo. Joder con los guiñitos…

– Jaja… La verdad es que aún no me lo creo… – Vi un rayo de luz. A lo mejor todavía podíamos pegar un polvo.

– Si quieres comprobarlo…

– Jeje… Estás loca, peeeeero… una buena proposición no se rechaza.

– Adelante.

– Me dejas?

– Claro.

Acerca su mano a mi vientre y la posa cerca de mi ombligo. Me mira a los ojos buscando mi aprobación. La sigue bajando y la mete dentro de mi falda.

Toca el escaso vello púbico. Le miro y pregunto mediante gestos “convencido?”. Asiente pero no quita su mano. Baja un poco más y me acaricia los labios. Sonia y Álex miran la escena expectantes. Mete un dedo. Lo mueve de arriba abajo y finalmente retira la mano. Lentamente se lleva el dedo a la boca y lo degusta.

– Sigues tan rica como siempre.

– Aún te acuerdas?

– Cómo olvidar un manjar tan exquisito?

De momento la cosa no iba mal encaminada. Le estaba picando y surtía efecto. Nuestros ojos chisporroteaban cada vez que se cruzaban. La cosa iba muy bien. Nos volvimos a la pista.

Las gogós normales habían vuelto a sus posiciones y bailaban en lo alto. Sonia le contaba a Álex cómo se había dilucidado su encuentro con el chico y Álex le contaba a Sonia qué habíamos hecho para deshacernos de sus amigos.

Mientras yo intentaba insinuarme a Alberto, me rozaba con él, le provocaba. Y surtía efecto, pero poco a poco. Era un proceso lento, y yo quería follar ya. Así que me dejé de tonterías y se lo solté. Al fin y al cabo, nos conocíamos lo suficiente, no se iba a asustar, simplemente me diría que sí o me diría que no.

– Al, estoy un poco cansada, me podrías acercar a casa?

– Eehm… Claro que sí.

– Muchas gracias. Oye, Sonia, que nosotros nos vamos a ir a casita a…

– Follar.

– Sonia! Tú siempre tan gilipollas… A dormir. Al puede que vuelva luego.

– Sí, ya, lo que tú digas… Bueno, en cualquier caso, que os lo paséis bien. Ya me quedo yo aquí con Álex.

– Venga, adiós.

– Ves Álex? Tienes que ser como Laura. Ella quería follarse a Alberto, y ya lo ha logrado – Álex asentía -. Bien es cierto que ha tenido que tirar las bragas por ahí y ahora tiene que ir con el papo al aire… pero lo ha logrado. Por cierto, no te gustaría probar un trío? Ese chico de allí…

Su voz se perdió como un susurro. Hay que ver cómo es… la prefería modosita como hacía unos años. Antes de irnos, Alberto se despidió de la camarera, la cual volvió a guiñarme un ojo otra vez… Aunque en el fondo creo que lo que me jodía de verdad era que se lo había cepillado esa noche antes que yo.

Cuando entramos en el coche, Alberto me pidió que me subiera un poco la falda, para poder asegurarse de que no llevaba nada debajo. “Mmmmm” fue lo único que dijo y arrancó.

Después de repetirme que no se creía aún que hubiera sido capaz de hacer aquello, me contó un poco por encima el rollo que había tenido con la camarera.

Por lo visto, al momento de irme yo, se acercó a la barra a recargar las pilas y Almudena (la camarera y una antigua novia de Alberto) le comentó que como no había mucha demanda en ese momento, tenía que ir al almacén a por refrescos y que ella no podía con tanto peso, así que le pidió que le ayudara. Naturalmente, lo que quería era pegarle un buen repaso.

Debe de ser muy frustrante currar cuando todo el mundo está de juerga, así que un pequeño paréntesis para disfrutar no le hace mal a nadie, no?

Según Alberto, un poco exagerado a veces, fue cerrar la puerta y ponerse al lío. Almudena se le echó encima y comenzó a meterle mano. En un momento estaba agachada poniendo a tono a Alberto, si bien ya la tenía bastante morcillona.

En un abrir y cerrar de ojos, Almudena tenía la falda subida, las bragas bajadas y la polla de Alberto en una mano. Acercándose se dejó penetrar. Se colgó de él, cruzando las piernas a su espalda.

Mientras él se mantenía en equilibrio, Almudena trotaba sobre él, dejándose caer una y otra vez sobre su endurecido miembro.

Cuando se corrió, se bajó de Alberto y este la apoyó en unas cajas de refrescos, de modo que mientras ella permanecía sentada, él empezó a realizar todo el esfuerzo, embistiéndola una vez detrás de otra hasta terminar también él.

Entonces Almudena, tras besarle le dijo “Ya sabes lo que tienes que hacer ahora”, y le dio un lametón en la mejilla derecha, mientras situaba la mano en el cogote de Alberto, haciendo fuerza para que se agachara.

Le comió el coño durante el tiempo suficiente para que ella se corriera dos veces más, y luego salieron fuera, que fue cuando me los encontré, justo después de haber perdido el tanga.

Llegamos a mi casa. Le invité a subir a tomarse algo en compensación por haberme traído. Le dije que se sirviera mientras yo me ponía más cómoda.

Me desnudé y me puse una camiseta holgada. Alberto estaba de espaldas preparando las bebidas, me acerqué sigilosamente por su espalda. Me temblaban las manos. Estaba a su lado prácticamente cuando se dio la vuelta.

– Ohh, ya estás aquí. Te mueves como un fantasma.

– Jeje – Sonreí. Tomé el vaso -. Whisky…

– Pensé que te gustaría.

– Por supuesto – Nos quedamos los dos de pie, sin decir palabra, en mitad de la cocina. Por qué nos costaba tanto?

– No te quitas el maquillaje.

– Bueno, no quisiera parecer una mala anfitriona.

– En absoluto – Apuró de un trago el culo del vaso y se dispuso a marcharse -. Bueno, pues hasta más ver.

– Claro – Pero bueno! – Ya nos veremos.

– Chao.

Cruzó la puerta, se iba. Joder, tanta tontería para al final nada. Cerró la puerta y se fue escaleras abajo. Reaccioné a tiempo y salí al rellano.

– Espera!

– Si?

– Sube – Dio media vuelta con una sonrisa en la boca. Lo comprendí todo -. Eres un maldito cabrón.

– Jeje.

– Ahora mismo debería cerrar la puerta en tus narices, capullo.

– Sí.

– No me crees capaz?

– Por supuesto, una chica que tira sus bragas en una discoteca ya lo creo que es capaz de cerrarle la puerta en las narices a un capullo.

– Cabronazo… – Y nos fundimos en un beso.

De un empujón cerré la puerta y Alberto me cogió en brazos, como si de un novio en la luna de miel se tratara, pero sin dejar de besarme.

Me descolgué de su cuello cuando me dejó caer sobre la cama. Se quitó parte de la ropa, quedando su torso velludo al descubierto.

Se echó a mi lado, poniéndome una mano en el pubis, apretando la delgada tela de la camiseta sobre mi pubis. Oía sus zapatos caer al suelo al tiempo que nuestras lenguas jugueteaban en armonía.

– Crees que vas a dar la talla después de lo de tu amiga la camarera? – Le provoqué.

– Tienes celos de Almu? – Me dijo poco antes de tomar mi labio inferior entre sus labios y estirarlo -. Eh, gatita? – Le respondí apretando sus lengua entre mis labios.

– Te gustaría que los tuviera, eh? Pero por qué habría de tenerlos?

– Yo no digo nada.

– Mejor.

Y seguimos con el asunto. Una mano suya en mi pubis y otra mía en el suyo, sopesando su instrumento a través de los pantalones.

En un momento se los desabroché y quitándose el resto de la ropa, quedó desnudo para mí. Yo seguía con la camiseta puesta, aunque por tener el cuello demasiado ancho, un pecho se me veía claramente. De hecho, ya había recibido algún besito por parte de Alberto.

Su mano izquierda seguía afanada en acariciar mi intimidad, mojando ligeramente la camiseta en mi propio flujo.

Yo tenía mis manos ocupadas en acariciar su miembro, sin obviar evidentemente sus huevos. Poco tardé en notar la humedad del líquido preseminal y me ocupé en esparcirlo por todo el glande.

Alberto prestaba especial atención a mi cuello, dándome sonoros lametones e incluso algún mordisquito, que seguramente dejarían su marca los posteriores días.

Decidí en aquel momento comenzar en plan duro. Cruzando mis piernas a su espalda, conseguí hacerle perder el equilibrio y que rodáramos en la cama.

Alberto, sorprendido por el derribo, me observaba sonriente. Sin perder el contacto visual, mirándole directamente a los ojos, inicié un ritmo suave de masturbación. El siguiente paso fue lamer su polla por completo por la parte inferior, luego los laterales, intentar rodearla y otros jueguecitos linguales. Después los besos.

De todo tipo, pequeños, rápidos, suaves, húmedos, mordisquitos… su polla estaba siendo completamente mimada.

Y luego otra chupadita, rodeo la punta y bajo la boca abrazando el capullo. Salgo y ahora bajo más profundamente, albergando casi por completo su polla tiesa en el interior de boca. Subo y bajo un par de veces, lo suficiente para dejarle en tensión.

Me levanto de la cama y me dirijo a la cómoda. Alberto tiene una mirada mezcla de súplica y mezcla de fiera. Cojo el bolso y saco la caja de condones. Dentro hay tres.

– Tendrás suficiente? – Le pregunté guiñándole un ojo.

Dejo la caja en la mesilla de noche y abro uno de los preservativos. Le miro sensualmente mientras sitúo la goma en mi boca.

Sujeto su falo con ambas manos mientras voy bajando la boca colocándole el condón. Lo ajusto y se la chupo un ratito con la funda puesta.

Entonces cambio la boca por mi vagina, húmeda de excitación, y por la cual va deslizándose suave pero implacablemente su verga.

Apoyo las manos en su pecho y él apoya las suyas en mi cintura. Es él quien me va guiando durante todo el coito.

Estoy salida completamente, abandono su ritmo para comenzar un galope furioso sobre él; le araño con las uñas; él intenta colocar sus manos en mis tetas pero no lo consigue ya que éstas botan descontroladas.

Noto cómo crece en mi interior un orgasmo inminente.

Los gemidos de Alberto me llegan apagados, lejanos, como si estuviera en otra habitación. Mi vagina se contrae acariciando el pene de Alberto, que inevitablemente y como en una reacción en cadena, también empieza a contraerse.

Me corro a lo grande, llena de júbilo, como un animal, aprieto los puños, Alberto grita, jadeo fuertemente, cierro los ojos y me dejo caer encima de Alberto.

Durante unos minutos trato de recuperar el aliento. Finalmente abro los ojos y trato de incorporarme. Alberto me mira con expresión rara:

– Ostia, Laura, nunca te vi así.

– Así? Cómo?

– Pues así, joder, como una fiera. Me has hecho daño. Me escuece el pecho.

Me miré las manos cerradas. Tenía sendos puñados de pelo del pecho. Sonreí.

– Lo siento. Estas cosas pasan.

– Estas cosas pasan? No se te ocurre nada más romántico? Hay que joderse…

– Tú no eres un tipo duro?

– Coño, te voy a arrancar yo los pelos así, verás el tipo duro. Ostia, cómo escuece.

– Yo me depilo – Y le saqué la lengua.

– Serás grosera!

Y acto seguido empezó a hacerme cosquillas en los costados y acabamos revolviéndonos por la cama. Cuando por fin se detuvo, estaba encima mío. Yo aún no podía parar de reír. Me dio un ligero beso en los labio y se dejó caer a mi lado, mirándome.

Ninguno decía nada, los dos sonreíamos, yo al menos tampoco pensaba en nada en aquel momento.

Estaba contenta, satisfecha, feliz. Él se estaba liando un porro y yo le miraba. Cuando lo encendió yo empecé a acariciarle el pecho.

Lo tenía un poco irritado debido al tirón anterior. Le pasaba suavemente las yemas de los dedos por todo el pecho. Noté divertida que también tenía los pezones duros. Tras darle las primeras caladas me cedió el porro.

– Tienes los pezones duros – Le comenté.

– Jeje, en serio? Qué pasada.

– Ya te digo, jajaja.

– Nunca me di cuenta de ello.

– Ni yo – Apuré un par de caladas más y se lo devolví para que lo terminara -. Voy al baño, enseguida vuelvo.

– Fumando espero… – Canturreaba Alberto.

Cuando bajé de la cama me estiré tensando todos los músculos, motivo por el cual la camiseta se me subió lo suficiente para que la parte más baja de mi culito sobresaliera.

– Y no tardes o tendré que empezar sin ti…

Empecé a reírme otra vez según me dirigía al baño, moviendo sensualmente las caderas donde todavía podía verme. Después de orinar, le eché un ojo a mis genitales, que estaban rojos después de la movida anterior. Volví a la habitación y pude verle expectante, aguardando mi regreso, con la polla medio morcillona.

– Me echabas de menos?

– Ya lo creo. Acércate aquí, preciosa.

Cuando estaba a su alcance me agarró del brazo atrayéndome a la cama y sellando sus labios con los míos, metiendo la lengua en mi boca.

– Mejor te voy a quitar esto, todavía no he visto en condiciones tus tetitas – Asentí y subí los brazos para facilitarle la tarea -. Vaya, vaya, veo que te está saliendo tripita, eh? A ver si nos cuidamos más.

– Ya ves, tanta cerveza tenía que acabar en alguna parte.

– Jajaja.

Nos reímos los dos. Me acariciaba la zona del ombligo a la vez que me comía alternativamente ambas tetas.

Completamente desnuda y en sus brazos, me dejé llevar. Sus manos procuraban no perderse ni un milímetro de mi piel.

Volvió a poner las manos en mis tetas y a besarme ahora el cuello y la boca, para luego volver hacia abajo y empezar a lamer mi ombligo.

Me gustaba sentir su lengua en el pequeño agujerito. De nuevo volvió a mis tetas y así durante un buen rato hasta que finalmente se decidió a hacerme el cunnilingus, con su maestría habitual.

Separando los labios irritados con dulzura, dando suaves pero largas lamidas, me llevó apresuradamente hasta un nivel aceptable de excitación.

– Siempre has tenido un chochito encantador… Mmm… Y muy sabroso. Debe ser alguna especie de don.

– Jajaja – Esto me hizo gracia.

– Sí, no te rías – Decía en los momentos que paraba -. No todos los coños se comen fácilmente. Por un lado, tiene que ser bonito – Otro lametón -, y estar bien cuidado – Ahora un beso -. Y no sólo eso, sino que también tiene que saber bien, y el tuyo es el más rico que he probado.

– Jajaja, qué mentiroso eres!

– Por qué? – Me preguntó extrañado parándose en seco.

– Jeje, porque acabo de mear…

– Eso lo hace exótico además de rico – Y me dio una profunda lamida metiendo la lengua hacia el interior que me hizo cerrar los ojos y soltar un pequeño gemido -. Mmmmm, qué delicia!

– Pues porque me lo dices ahora, que sino te habría propuesto alguna guarrada.

– Jaja, serías capaz de pedirme algo así?

– Tú aceptarías?

– Uhmm, claro. Por ti lo que sea – Otro beso más. No me podía quejar, en ese momento mi coño estaba de lo más mimado.

– Tomo nota.

– Jajaja, estás loca.

Y siguió con su tarea, excitándome con su lengua en mis genitales, besando, lamiendo, chupando, mordiendo… incansable, con mucho cariño, sin prisas.

Me corrí la primera vez silenciosa, dejando escapar un profundo suspiro, pero Alberto, lejos de detenerse continuó con su ritmo lento. Cerca del segundo orgasmo me introduce un dedo por el ano.

Cuando me corro, ahora más jadeante, suelta y toma alternativamente mi clítoris por espacios de alrededor de un segundo. La sensación es tremenda. Antes de retomar una vez más su labor, se hace el remolón en mis muslos, tomándose su tiempo. Reinicia la estimulación anal, ahora con dos dedos que dan de sí poco a poco a mi esfínter.

Nunca lo hice por detrás, si bien lo he intentado en diversas ocasiones.

Siempre lo tuve que dejar por ser en extremo doloroso. A pesar de todo, la masturbación siempre me ha reportado gran placer. Este fue el tercer y último orgasmo que me proporcionó con la lengua, y fue el más extenso.

Prácticamente no pude distinguir cuando había comenzado a correrme ni cuando terminé de hacerlo. Fue una experiencia extraordinaria. No cabía duda que era un gran experto.

Cuando terminó su trabajito estaba sudoroso, con la barbilla húmeda y reluciente. La punta de la nariz también estaba impregnada de mi flujo. Tenía la cara colorada y sus ojos irradiaban una excitación fuera de lo común. Tan solo con la espectacular comida de coño que me había hecho el asunto se le había puesto más duro que una estaca. Aun así, se controlaba como podía para dejarme descansar unos minutos.

Yo ya estaba casi repuesta del orgasmo, pero aún así poco podía hacer yo por él en ese momento. Una fugaz mirada me hizo advertir su pene duro, con la cabeza goteante.

Cuando dio por finalizada la tregua, acercó su instrumento a mi rajita caliente y pringosa, hinchada por la sangre que se agolpaba en mis genitales manteniendo la excitación. Le miré a los ojos, sensual por un lado, prohibitiva por el otro.

Fue suficiente para que alargara el brazo y tomara otro preservativo. Esta vez fue él quien se lo puso, sin perder tiempo.

De nuevo se acercó y se fue colocando. Me cogió por debajo de las rodillas con sus manos, atrayéndome hacia él, que estaba arrodillado en la cama, de tal forma que mi culo acabó encima de sus muslos, mis piernas a ambos lados, y su caliente instrumento del amor en la boca de mi coño.

Muy lentamente, soltando un gemido prolongado, fue metiéndomela entera. La sentía perfectamente dentro de mí, aunque por esos momentos ya nada me podía excitar más. Estaba completamente derretida desde hacía más de un cuarto de hora. Esto no fue más que una mera prolongación del aluvión sexual que tuvimos aquella noche.

Contrastado con el anterior coito, este acto fue mucho más relajado y cariñoso. Las culeadas eran suaves y lentas, a la vez que profundas.

Yo, completamente rendida, era manipulada a su antojo. Era como un muñeco de trapo, apenas tenía control sobre mis extremidades.

Aprovechándose de ello, se tumbó a mis espaldas y siguió penetrándome desde atrás, mientras me sujetaba una pierna con la mano para mantenerme abierta.

De vez en cuando me besaba en el cuello o en el hombro y su otra mano estaba permanentemente agarrada a alguna de mis tetas, las cuales sobaba bien a gusto.

Tras un largo período de tiempo, comenzó a sentir la inminente llegada de su corrida, para lo cual me hizo incorporarme. Él se puso de rodillas, como antes, mientras me abrazaba y mis piernas caían a los lados. Una serie de empujones más fuertes y prolongados me indicó el final.

Muy tierno, muy suave, pero ya no estaba para más rollos. En otra situación… quién sabe, pero en ese momento poco más podía pedir. Al poco rato se salió de mi interior, se recostó en la cama y se encendió un cigarrillo.

Yo todavía seguía adormilada, sumida en el más completo relax, cerré los ojos. Qué paz… Se me ocurrió una gran idea.

Además me lo debía, llevaba una semana postergándolo. Pero antes tenía que dejar recogida la habitación, de modo que desperezándome, conseguí reabrir los ojos y ponerme en marcha. Sabía que merecería la pena.

Me dirigí al baño y abrí el grifo del agua caliente de la bañera. Puse el tapón y la bañera comenzó a llenarse. Empecé a prepararme el baño cogiendo, entre otras cosas, un tarro de sales aromáticas y echando una buena cantidad.

Regresé a la habitación cuando la bañera estaba a un cuarto de su capacidad y la espuma ya comenzaba a aparecer. Alberto me miraba, esperando una invitación que no llegaría. Pero tenía que jugar su última baza, supongo:

– Vamos a bañarnos?

– Yo sí.

– Y qué pasa conmigo?

– Te puedes bañar en tu casa.

– No me estarás diciendo lo que creo que me estás diciendo, verdad?

– A qué esperas para vestirte?

– Joder, Laura…

– Ni joder ni ostias. Quiero estar sola, necesito estar sola. No creo que te cueste comprenderlo, has hecho sacrificios mucho mayores.

– Eres increíble, me depilas el pecho a tirones y ni siquiera me dejas quedarme hasta por la mañana? Además, sabes que podría recompensarte de muchas maneras… – Pone carita dulce y voz melosa. Qué iluso! Ni que nunca hubiera hecho yo chantaje emocional!

– Al, por favor, déjalo ya – Mientras hablábamos había recogido mi pijama y había tomado unas braguitas del cajón, y lo había llevado todo al baño. Al volver, comencé a recoger la ropa de Alberto, que por fin se dio por vencido.

Sabía que lo comprendería y aun en el caso de que no, me conocía demasiado bien como para llevarme la contraria. Había triunfado, sí, pero era el momento de recoger y marcharse. Eché un ojo a la bañera mientras se vestía. Le acompañé en silencio hasta la puerta.

– Última oportunidad – Me dijo mientras me agarraba de las caderas y acercaba su cara a la mía.

– Buenas noches – Suspiró con resignación y me dio un beso en los labios.

– Buenas noches

Oí sus pasos perderse por la escalera y luego a lo lejos, perdido en el tiempo, el ruido de la puerta de la calle. Me quedé en silencio. Entré en el cuarto de baño.

La bañera estaba casi llena. Introduje un pie en la misma. El agua estaba muy caliente, justo como me gustaba.

Metí la otra pierna y comencé a bajar hasta sumergirme por completo. Cuando mi coñito irritado entró en contacto con el agua sufrí un escalofrío, que se repitió posteriormente cuando mis sufridos pezones también se sumergieron. Volví a cerrar los ojos, dejándome llevar por la felicidad y la paz. “Casi mejor que el sexo”, pensé.

Había sido un buen fin de semana, desde el jueves hasta ese mismo momento. Me lo había pasado genial y además me quedaba todo el domingo para dormir y descansar.

Introduje la cabeza bajo el agua para poder mojarme el pelo y aguanté todo lo que pude la respiración. Mi cuerpo estaba ya aclimatado a la temperatura elevada del agua.

No tardé en quedarme dormida bajo la cálida influencia de los vahos que emanaba la bañera.

Alrededor de veinte minutos después desperté en el agua templada. Tras tomar una esponja y terminar de lavarme, me sequé con la toalla y me coloqué las braguitas y el pijama.

No me preocupé por nada en aquel momento. Simplemente me fui a la cama, me metí dentro y me acurruqué contra la almohada:

“Casi? No. Un buen baño caliente, es mejor que el sexo” pensaba mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro y me dejaba arrastrar en brazos de Morfeo.

FIN

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