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Seré tu esclavo I

Seré tu esclavo I

CAPITULO I

Lo que voy a hacer es una necesidad. Tengo que contar lo que me ha ido ocurriendo en los últimos tres años. Jamás pensé que viviría experiencias del tipo que voy a relatar, teniendo en cuenta además que casi había perdido la esperanza de mantener relaciones con cierta frecuencia y satisfacción. Hasta entonces mis contactos se habían limitado a estar con un hombre maduro que vivía en la vecindad y que solo necesitaba tocarle un poco la polla para correrse. Era desesperante. Vivía por aquella época en un pueblo pequeño, y con aquello me tenía que conformar. Con eso y con dar de vez una vuelta por Sevilla, que está a unos 90km de donde yo vivía, y haciendo una visita a un cine porno que goza de un buen “ambiente”.

Siempre quise irme de ese pueblo, no sólo por mi condición homosexual, sino también porque en un sitio pequeño apenas puedes disfrutar de tu tiempo libre. Y lo conseguí. Después de terminar mis estudios, y de tontear unos años, un amigo me ofreció un trabajo en una empresa que hacía poco había abierto con un par de socios en Sevilla.

Allí llegué, me instalé y me tomé muy en serio el trabajo. Quería quedar bien con mi amigo y con sus socios. Durante unos meses sólo existió el trabajo. Me alquilé un piso antiguo en el centro. Era muy pequeñito pero el presupuesto no daba para más, a pesar de que pagaba una pasta.

Al cabo de unos meses había algo entre las piernas que empezó a despertar. No. Estaba despierto a todas horas. No me calmaban ya las pajas, pues un rato después de nuevo estaba ansioso y deseoso de polla.

Aunque me costó trabajo decidirme, una mañana de domingo tomé rumbo al cine porno que conocía y al que había ido, en unas cuatro o cinco ocasiones, antes de residir en la ciudad. Está en una calle larga, céntrica, pero había muy poca gente caminando por allí, pero si la suficiente como para que yo no me decidiera a entrar y pasara de largo. Me paré unos metros más allá a “mirar” un escaparate, mientras observaba si el camino ya estaba libre. Sin esperarlo, una figura, un hombre, se reflejó en el cristal. Desde mi espalda miraba los artículos expuestos. Me volví de forma automática un sólo segundo. El ni siquiera cambió la dirección de sus ojos que señalaban al interior de la tienda. La visión fue fugaz pero lo suficiente como para ver a un hombre de unos 50 años, algo más alto que yo, más o menos tendría 1,80m, fornido, moreno de piel y pelo, y con un buen mostacho. Quise enfocar mis ojos para verlo sobre el cristal pero cuando lo conseguí él ya no estaba.

Por culpa de mi timidez tarde algo en entrar en el cine y paseé por los alrededores. Cuando entré recordé lo oscuro que resulta al principio la sala, y que lo único que percibes son los jadeos que provienen de la película. Para adaptarme recorrí unos metros, me pegué a la pared del pasillo y cerré los ojos. Fueron pocos segundos pero ya tenía a alguien acariciándome el muslo. Me fui. No es que no quisiera que me metieran mano pero quería ver quien lo hacía, y saber como era. Atravesé una puerta con cortinas y pasé a un pasillo algo iluminado. Encendí un cigarro cerca de los servicios para aprovechar si en él entraba alguien de mi agrado. No entró, sino que salió, despacio, el hombre que había visto detrás de mí en el escaparate. Me miró de arriba abajo con una pequeña sonrisa en los labios y entró en la sala. Inmediatamente lo seguí sin apagar el cigarro.

Se movía despacio, observando a los que estaban en el pasillo lateral de la sala y que se encontraban agrupados; unos liados y otros mirando. Yo le tenía mis ojos clavados en su espalda. Cuando se paró, se echó sobre la pared. Estaba nerviosísimo pero me acerqué a él sin tocarlo. Mi vista se estaba adaptando y pude ver como un hombre regordete se me fue acercando y de inmediato acercó su mano para tocarme la polla. A esas alturas estaba empalmadísimo y algo mojado. Yo lo dejé hacer, pero mi bigotudo se fue. Y de nuevo yo tras él.

Eso le debió gustar porque nada más acercarme de nuevo a él, cuando se paró, me cogió la mano y la puso sobre su bragueta. Aunque no la tenía tiesa se notaba que tenía una polla bien gorda. Tardé poco en tenerla en mi mano, necesitaba tocar carne. El me desabrochó el pantalón y la correa y me bajó los pantalones y los slip hasta las rodillas. La cogió con su gran mano y me dijo:

Uf, que buena porra tienes.

Yo estaba que se me partía, dura como una piedra. Hice como él, le bajé un poco los pantalones para inmediatamente cogerle los huevos. Eran grandes, algo colgones y llenos de pelos. Unos pelos que me excitaron muchísimo, tanto, que no aguanté más y le metí la lengua en la boca. El me recibió con hambre y sed pues empezó a sorber y chupar mi lengua e intercalando algún suave mordiscos en mis gruesos labios. Sabía como usar su bigote con el que me acariciara mi labio superior. Aunque quería ir despacio para que el asunto durara no pude evitar empezar desabrocharle la camisa. Mientras abría iba apareciendo un pecho fuerte repleto de pelo denso y largo. Fue maravilloso, y no me lo esperaba, ya que, como llevaba una chamarra, no había podido ver nada de sus brazos y si estos tenían o no pelos. Cuando terminé de desabrochar, y siempre comiéndole la boca, le puse las manos sobre unos hombros fornidos, redondos y carnosos, y fui bajando por su pecho musculado, su barriguita, la pelvis y hacia abajo tocándole los muslos. Ese tío me volvía loco. El me levantó la camiseta y me acercó a él para que nuestros cuerpos se juntaran. Empezó a moverse, a restregar sus pelos por mi pecho y estómago. Yo no sabía a donde acudir, a su enorme polla, a sus huevos, a su pecho. Cuando me acercó a él lo rodeé con mis brazos. También tenía algo de pelo por su espalda, pero su culo era una maraña de pelo fino y suave. Me separé un poco, mis ojos estaban adaptados a la oscuridad y quería verlo, al tiempo que ponía mis manos sobre su pecho. El las cogió y se las llevó hacia sus pezones que yo comencé a acariciar.

Así no, más fuerte.

-¿Cómo? Le dije.

Mira así.

Me cogió los pezones con la punta de sus dedos y empezó a tirar suavemente, después los retorcía un poco, y volvía a tirar, pero ahora agarrando más pezón. Yo seguí sus indicaciones pero me dijo:

Más fuerte, más.

– Tengo miedo de hacerte daño.

– Tu no te preocupes, tu dale, dale bien fuerte.

Mientras decía esto él también aplicaba más fuerza sobre los míos, pero aflojaba inmediatamente, para volver a apretar de nuevo en otro lugar.

– No me sueltes, me dijo, tu sigue.

Acercó su boca a un pezón y empezó a chupar y lamer. Yo seguía apretando cada vez con más fuerza y él cada vez gemía con más placer. Ahora si estaba maravillosamente empalmado. Le cogí la polla, la tanteé, la tenía un poco inclinada hacia arriba. Con mi palma de mi mano la medí y la sobrepasaba. Esa polla debía de medir 22 o 23 cm como mínimo. Pero era increíble la desproporción que había entre el largo y su grosor. En la base era normal pero a cada centímetro era cada vez más gorda, terminando en un cabezón duro y con unas dimensiones que asustaban. Pensar en el daño que eso podía hacer en un culo me sobrecogía. Mientras chupaba mis pezones, por turnos, fue intercalando algunos mordiscos. Era la primera vez que me hacían eso y me estaba encantando esa mezcla de dolor y placer.

– Ahora tú, me dijo, pero sin miedo, ¿vale?.

Me fui hacia él sin miedo y con ganas de comérmelo. Intenté hacerlo como él me lo hizo a mí: chupando fuerte y mordiendo de vez en cuando la puntita del pezón, para seguir mordiendo cada vez un poco más adentro. Mientras me lo comía a bocados, él me tenía cogida la cabeza, me acariciaba el pelo y me apretaba hacia él, como gesto de que le apretara aún más. Mis manos no estaban libres. Con la izquierda acariciaba sus huevos y en la derecha tenía una polla a punto de explotar, con unas venas rebosantes e hinchadas, y yo se la meneaba sin miedo pues era evidente que este no se corría con facilidad.

Se me acercó al oído y me dijo:

– Métela en la boca. Hazme una buena mamada.

Miré hacia los lados y había algo de “público”, incluso alguno con su polla en la mano pajeándose.

– Me muero de ganas de hacerlo, pero por favor aquí no.

El me cogió de los hombros y me puso en su lugar, apoyándome sobre la pared e inmediatamente se agachó para comerme la polla. Estaba bien mojado, pero eso a él no le importó lo más mínimo. Con su dedo húmedo buscaba mi culo y al no conseguir meterlo me abrió un poco las piernas. Pero no iba a ser tan fácil. Aparte de que tenía unos dedos enormes ese culo aun no había sido follado, es más, quizás, porque nunca se presentó la ocasión o que fueron demasiado rápidas, ni siquiera lo había deseado. Al verme tan tenso desistió y se centró en comerme la polla y acariciar mis huevos. Chupaba sólo la cabeza, con fuerza, con suavidad, con la lengua, con los labios, incluso con algún suave mordisco, y un ansia recorría mi cuerpo esperando que se la metiera más adentro, y cuando lo hizo tuve que apartar su cabeza pues estuve apunto de correrme. Después de lamer un poco mis huevos, y de que yo me calmara fue a reanudar la mamada, pero solo le dio tiempo a metérsela en la boca, pues alguien se acercó y avisó que iban a encender la luz.

La película, hétero, a la que nadie prestaba atención, había terminado y mientras ponían la siguiente la sala estaría iluminada. Rápidamente nos abrochamos la ropa lo mejor que pudimos, mientras aparecían los títulos de crédito, y yo me dirigí a sentarme en una butaca.

Cuando la luz estuvo encendida empecé a buscar con la mirada a mi bigotudo. Lo había perdido de vista. Pasaron un par de minutos y él apareció desde mi espalda, pasó por delante de mí, me levanté para dejarle paso y se sentó unas butacas más allá. Me llamó con la mano para que me sentara a su lado y así lo hice.

– Hombre, me dijo cuando me senté, no te puedes sentar en los exteriores, a no ser que quieras mamársela a alguien.

– ¿Qué?

– Que los que se sientan en las butacas que están pegadas a los pasillos están ahí esperando a que alguien llegue y se la meta en la boca. Si hubieras permanecido sentado en ese sitio, cuando apagaran la luz tendrías casi de inmediato un nabo en el paladar.

– Ya, pues no lo sabía.

– Tardaste en entrar ¿eh?. Desde que te vi indeciso al pasar por delante del cine fui a por ti. A pesar de que fuera no me hicieras demasiado caso.

– Se notó mucho, me reí.

– ¿Cómo te llamas? me preguntó y, creo que, mirándome de forma cariñosa.

– Miguel, ¿y tú?

– Juan. Lo estábamos pasando bien ¿no?. Es una pena porque nosotros en una cama haríamos virguerías.

Cuando dijo lo de la cama me lancé.

– A media hora de aquí está mi casa, si te apetece nos vamos allí.

– Uf, no me lo digas dos veces, pero la verdad es que no puedo, tengo un compromiso para el almuerzo y ya, entre que vamos y demás, no creo que valga la pena.

– ¿Vives sólo? me preguntó.

– Si, desde hace unos meses trabajo y vivo en Sevilla.

La nueva película por fin comenzó y segundos más tarde apagaron las luces. Casi al mismo tiempo la gente comenzó a levantarse de sus asientos y a deambular por la sala buscando lo que minutos antes habían dejado “aparcado”.

Cuando me di cuenta Juan ya tenía su tranca en la mano, algo menos empalmada pero igual de hermosa. Me echó mano a la mía y yo le ayudé desabrochándome la pernera.

– Y ahora que estamos solos, ¿qué? ¿me la vas a chupar?

Aunque hubiéramos estado acompañados, también se la hubiera chupado. Me incliné y me la metí en la boca con ansias y desesperación. Deseaba esa polla como nada en el mundo, y aunque sabía que era imposible, me la quería meter entera en la boca. A medida que chupaba iba creciendo y tenía que abrir bien la mandíbula para que me cupiera. Cuando apreté su polla con la mano salieron unas gotas de un líquido riquísimo que yo bebí deseoso de que no se acabara nunca.

– Hazlo un poco más despacio, me dijo, y si usas los dientes que sea para mordérmela pero no “arañando”.

– Perdona pero tu carajo es demasiado gordo y casi no hay manera de evitarlo.

– Es una pena que no te vaya a poder follar, me contestó. Me he dado cuenta que tienes el culito “nuevo”, y este no es el sitio ni el momento para intentarlo por primera vez.

Y por que no, pensé mientras continuaba mamándole la polla. Quiero esta polla en mi culo, necesito que esta tranca me perfore. ¡ Por favor que me folle!, ! Qué me folle y que sepa de verdad ya lo que es una polla!. Solo le estaba comiendo la polla pero tuve que parar, entre la mamada y mis pensamientos estaba loco, a punto de correrme.

– Vamos a ponernos de nuevo allí, de pie. Estaremos más cómodos para corrernos, me dijo.

Nos fuimos casi al mismo sitio donde estuvimos antes. Juan se echó sobre la pared y se bajó la cremallera de la cazadora. No se llegó nunca a poner los botones de la camisa. Necesitaba abrazarlo y comerle la boca y por ahí empecé. Le pasaba mi lengua por su frondoso bigote, mientras él me mordisqueaba la barbilla. El me martirizaba los pezones sin piedad, apretando, tirando y retorciendo.

Noté que una mano me tocaba el culo, y no podía ser de Juan, que las tenía castigando mis tetas. Me paré y en ese momento si sentí solo dolor y nada de placer. Juan al notar mi rigidez me soltó.

El que estaba a mi espalda era un hombre que rondaba los 60 años, bajito y regordete, algo calvo y con barba corta. No es que estuviese mal pero no quería que me rompiera la faena. Cuando me volví un poco me dijo:

– Sigue colocado así que mientras yo te voy haciendo una mamada.

– Mira perdona, le contesté, pero nos va bien solos.

– Joder, ¿no quieres que te la chupen?

– Mira, se me escapó decirle, estoy con él, y hago lo que él quiera.

El gordete se quedó mirando a Juan, esperando de él alguna respuesta.

– Vaya, por fin respondió, es decir que si quiero hacer algo contigo le tengo que pedir permiso a él. Este rollo es la primera vez que lo veo aquí.

– Pues ya oíste, le respondió Juan, si quieres algo, será lo que yo te dé. Así que empieza por comerle el culo.

Mientras Juan me ponía de nuevo en posición yo no salía de mi asombro. Su contestación fue tan inesperada que no supe reaccionar y cuando me di cuenta lo tenía de nuevo a él delante y al gordete urgándome en las nalgas y en el culo. Al principio sólo fueron los dedos, pero después noté sus labios y su lengua ansiosos por buscar mi agujero. Me abrió un poco las piernas e hizo que me inclinara un poco hacia adelante para poder llegar con más facilidad. Fue una sensación nueva, incalificable al principio, pero ese tío sabía lo que se hacía y no tardó mucho tiempo en ponerme como una moto. Sentía su lengua, sus labios y dientes recorrer mis nalgas, parándose y recreándose en humedecerme bien el culo. Por debajo de mis piernas metió una mano para menearme la polla. Yo de vez en cuando se la apartaba, pues fueron varias veces las que estuve apunto de correrme. Mientras tanto Juan me acariciaba con dulzura o me castigaba con pasión y yo sólo era capaz de sostener entre mis manos su precioso falo.

Cuando menos lo esperaba Juan me dio la vuelta y se colocó a mis espaldas, cruzó sus brazos sobre mi pecho y siguió castigando mis pezones con sus dedos. Ese fue el momento en el que mi comeculos aprovechó para meterse la polla en la boca. Miré hacia abajo y se la meneaba mientras me la mamaba. Juan no hizo intentos de metérmela. Me subió la camiseta y se pegó a mí metiendo su pollón en mi entrepierna bien lubricada con la saliva. Empezó a moverse y sentí su polla resbalar hasta llegar a mis huevos. No iba a poder aguantar mucho tiempo así.

– Cuando te vayas a correr avísame apretándome la polla con tus piernas, y no lo avises a él. ¿No quería polla?. Pues la boca llena, me susurró al oído.

– Lo que tu digas, le contesté.

– De verdad harías lo que yo te pidiera, – me volvió a susurrar al oído y sin parar de moverse, – ¿Entonces vas a ser mi esclavo?

Yo sólo pude mover la cabeza indicándole que era suyo. Era un muñeco en sus brazos.

Cuando ya no podía aguantar más y sentí que por mucho que parara al gordete ya no había remedio y que me iba a correr, apreté mis muslos agarrando bien la polla. Juan empezó a moverse más rápido mientras hacia intentos de morderme la espalda, la nuca o mis hombros. Aquello fue una explosión de placer y leche. Primero la mía que al gordete para nada le importó tragarse, después la de Juan que sentí chorrear, cálida y espesa, por mis nalgas y el interior de mis muslos y por último la del gordete que cuando notó que me corría aceleró sus movimientos para correrse sobre el suelo.

Me dejé caer hacia atrás, apoyándome en su pecho. Cuando me di cuenta el gordete ya no estaba y Juan me limpiaba su semen con papel. Nos quedamos ahí un momento. Nos abrochamos y juntos nos fuimos al pasillo iluminado, cerca de los servicios. Sabía que no podía dejar escapar a un tío así, y tuve claro mientras caminaba que le echaría toda la cara posible para quedar con él en otra ocasión.

– Toma ¿ Quieres un cigarro?

– No gracias, prefiero rubio, le dije.

Estuvimos unos segundos en silencio, mirando a ningunas parte, y mi cara dura ya había pasado.

– Me dijiste que vives cerca de aquí. ¿No?.

– Bueno, si, como a media hora andando.

– Pues que te parece si otro diíta me invitas a tu casa.

El arrojo lo tuvo él.

– Por supuesto, cuando tu quieras, le contesté, y creo que se me notó la ansiedad por la forma en que lo dije.

– Pues, ¿ qué te parece el domingo que viene?

– Por mi estupendo.

– Tu dirás donde quedamos.

– En la plaza ……………, te viene bien, mi casa está cerca de allí.

– ¿ A las 11:00?

– Venga, vale.

Se me acercó, tiró el cigarro, me dio un suave beso en los labios, dio media vuelta y se fue. Cuando estuvo cerca de la puerta acortinada se paró, se volvió hacia mí y me dijo:

– Ya sabes, domingo a las 11:00, no me falles.

Cómo te voy a fallar, pensé mientras lo veía salir, si estoy muerto por que me folles.

Tardé muy poco en irme del cine, y tomé rumbo a mi casa. Necesitaba comer algo y descansar. La mañana había sido dura.

Estaba en la cama y era domingo, pero el mismo domingo. Me preguntaba como iba poder aguantar la espera. Cada hora sería un suplicio en el reloj de mi muñeca. Serían las 10 de la noche y ya habían caído un par de pajas. Todavía sentía en mis manos los suaves pelos de su pecho, el sabor de su boca en la mía, y mi culo se agitaba como si aún permaneciera su polla en mi entrepierna. Cuando me rozaba la camiseta por mi pecho, los pezones lloraban de dolor y de placer. Los minutos iban a ser interminables.

Fin del primer capítulo.

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