Mi vecino del noveno I
Soy de Montevideo – Uruguay, tengo 53 años y soy casado, los que les voy a contar es sobre todo para aquellas personas que ya se creen que están devuelta en la vida, que como pasaron los 50 ya no hay más nada, la verdad que hay y mucho y muy bueno.
Desde hace unos días, al llamar el ascensor (vivo en un cuarto piso) a las 7 de la mañana, para salir a la calle e ir a trabajar, el mismo me hace una mala jugada, sigue hacia arriba y tengo que esperar que baje, pero desde que esto sucede, no viene solo, dentro hay un señor como de mi misma edad, hace poco que se mudó al noveno piso, mi conocimiento de él es solamente de estos encuentros matutinos.
Pero como en todo edificio, las novedades corren, ¡Que es viudo! ¡Que es divorciado! ¡Que tiene dos hijas! ¡Que es profesor! ¡Que es esto o aquello!, la verdad ahora la sé, tiene 55 años, es divorciado y vive con sus dos hijas, una de 20 años y otra de 22, profesor de filosofía en un colegio cercano a nuestro edificio.
Debo confesar que desde el primer día que lo vi, hubo algo que me llamó la atención, el voluminoso bulto que traía entre las piernas, luego de varios días en que las palabras que nos cruzábamos eran solamente ¡Buenos días! ¡Hasta luego! al entrar yo al ascensor él venia leyendo unas hojas sueltas, al darme vuelta para quedar de frente y poder contemplarle el bulto, sin querer golpeé con mi brazo su mano y le hice desparramar las hojas por el piso, los dos nos bajamos al mismo tiempo a recogerlas y nuestras frentes se chocaron, nuestras caras quedaron frente a frente, nos miramos unos instantes y sin más el acercó su boca a la mía, sorprendido como estaba mi boca permanecía cerrada, pero su lengua comenzó a trabajar y cuando quise acordar se la estaba chupando frenéticamente, nuestras lenguas chocaban y se saboreaban, lentamente nos fuimos parando y la mano de él apretó el botón de detención del ascensor el cual quedó en un entrepiso, entre beso y beso sentí su voz que me decía
-No sabes como deseaba esto, yo llegué a decirle que no dejaba ningún día de mirarle la entrepierna, mientras su lengua taladraba mi boca, una de mis manos buscó la cremallera de su pantalón y la fue bajando, al deslizarse entre su pantalón y el slip, sentí el tibio y agradable calor que desprendían su pija y sus huevos, como pude metí la mano dentro del slip y comencé a acariciarle su falo, éste pronto comenzó a endurecerse llegando a tener unas dimensiones tremendas, dejé su boca, me arrodillé y comencé a besar, lamer y chupar la verga más hermosa vista, al tener su capullo en mi boca mi lengua comenzó a introducirse en el agujerito de su glande, mientras lo hacia como un murmullo sentía la voz de él entre gemido y gemido que me decía,
– Así mi putito meteme la lengua en el agujero más adentro, más, más.
Luego comencé a recorrer con mi lengua todo a lo largo de su pija hasta encontrar sus huevos que me introduje de uno en uno dentro de mi boca, mi lengua se los aplastaba contra mi paladar y él volvía a gemir de placer, él me sostuvo con sus dos manos mi cabeza mientras comenzó a poner y sacar su verga de mi boca, en cada arremetida más adentro me la metía, por instantes me dejaba sin respiración, me dio la cogida del siglo en la boca, cuando bien dentro la tenía sentí un – Ahhhhhhhhhhhhh y junto a esa exclamación mi boca se fue llenando de leche que a borbotones su verga largaba, no terminaba de tragarme un chorro, cuando otro ya me estaba llenando la boca, cuando dejó de vomitar se la lamí toda para con mi lengua no dejar ni rastros de tan exquisito manjar sin saborear.
Así fue como yo un «viejo» de 53 años conoció a Carlos otro «viejo» de 55, desde ese momento todos los días desayuno la más dulce y exquisita leche recién ordeñada, esperemos que ningún vecino se les de por despertarse temprano y moleste llamando al ascensor que todos los días a las 7 está parado en un entrepiso.
Para finalizar les cuento que ya hace unos meses que somos amantes y que nuestros encuentros en la cama, son la gloria pero eso son otros cuentos.