Mi mochila, mi novia y el marinero

La noche anterior Karla, mi novia, me había hecho el amor como pocas veces antes. Seguramente era el producto de aquellas vacaciones que estábamos comenzado.

Los dos estábamos estudiando y habíamos ahorrado todo el verano para poder ir a este crucero por las islas Bahamas, al sureste de la Florida.

Ahora, el segundo día de viaje estábamos frente a las costas de Freeport y listos para desembarcar y gozar de la magnifica playa al oriente de allí.

Karla me abrazaba y me besaba de vez en cuando mientras bajábamos por la escalinata.

El sol comenzaba a pegar con fuerzas en aquella isla del Caribe.

Tome mi mochila negra, me la puse al hombro y descendimos hasta la playa.

El guía, Julio, nos indico que estaríamos todo el día allí y que el nos llevaría al almuerzo.

No pude dejar de fijarme que aquel muchacho de unos 26, con su piel bronceada seguramente por los constantes viajes al Caribe, y su cuerpo esbelto estaba como para chuparse los dedos (o chuparle alguna otra cosa a el). Por supuesto fue solo un pensamiento pues Karla estaba allí y el ni siquiera me noto cuando pase a su lado.

Sin embargo, en las siguientes tres horas mientras estábamos disfrutando del agua y del sol en mas de alguna ocasión nuestras miradas se cruzaron breve pero directamente.

El se había puesto una calzoneta que sin ser tanga dejaba a la imaginación solamente de que color seria su verga. Aquel bulto que colgaba entre sus piernas se me apetecía mas a cada minuto.

Su pecho, sin ser un fisicoculturista, estaba bien formado y sus piernas, con pocos vellos pero masculinas.

Mas de alguna jovencita, y otras no tanto, se le acercaban para preguntarle alguna nimiedad sobre la playa o sobre el viaje.

Después de la comida llego la oportunidad que, sinceramente, creí que no se iba a dar. Karla me dijo que al parecer los camarones que se había comido no le habían asentado bien así que mejor regresaría al barco.

Le dije que iría con ella, pero ella insistió (no tenia que hacerlo pues yo sabia que esa era mi oportunidad de estar con Julio).

Tan pronto como mi novia desapareció en la lancha que la llevaba hasta el barco, me acerque a Julio. Sabia que existía la posibilidad que me estuviera equivocando, pero a juzgar por su mirada al ver que Karla se marchaba la esperanza de tener algún ligue con el, creció (así como mi pene que casi se salía de la tanga azul que yo llevaba puesta).

«Sabes donde puedo comprar crema bronceadora?»- le pregunte con naturalidad -«Mi novia se la llevo».

«Si, se, pero yo tengo aquí, si quieres»- me dijo mientras no disimulaba su inquisitiva mirada hacia mi bulto. Extendió su mano dándome la crema sin quitarme su mirada.

«Ah..no se como hacerle…»- dije tratando de hacerme el confundido mientras me daba media vuelta y trataba de frotarme la espalda. Había visto esta táctica en las películas y pensé que podría funcionar.

«Si quieres te ayudo»- me dijo poniéndose de pie -«Pero te puedo llevar a un lugar con menos gente…para que te broncees con libertad»- me dijo tratando se sonar casual -«es un recodo de playa que esta alejado de los turistas…digamos que es exclusividad de los marineros…» («…para sus conquistas», pensé).

Por supuesto que mi respuesta fue afirmativa pues podía sentir la carga sexual de aquel comentario aunque hubiera estado vestido como sacerdote.

Nos encaminamos hasta el recodo de playa. Al tener aquel hombre casi desnudo frente a mi mi verga se paraba con cada roce de mis propias piernas.

Unos 10 minutos después llegamos al lugar y realmente era un acogedor recodo de playa totalmente desierto.

Parecía como sacada de una postal, con una arena blanquísima, unos cocoteros que se mecían con la brisa de la tarde y el mar azul que salpicaba la playa.

Al poner mi mochila negra sobre la arena blanca me di cuenta que esta hacia un contraste estupendo en aquel panorama.

Me senté y le di el bote de crema a Julio. Lo tomo y comenzó a frotarme la espalda. No hay nada mas que me encienda que unas manos suaves tocándome. Y el sabia como hacer círculos sobre mi espalda de una manera sensual y provocativa.

«Tienes una espalda bien cuidada»- me dijo mientras me lo imaginaba contemplando mi cuerpo y especialmente mi trasero que casi se salía de la tanga.

«Tu no estas nada mal»- le conteste mientras me tiraba sobre la toalla con la espalda hacia el sol.

«Quieres que te ponga mas bronceador en las piernas?»- me pregunto tomando nuevamente la crema. Asenté con mi cabeza. Sentí sus manos que me tocaban los muslos y subían y bajaban delicadamente hasta llegar al tope de mis nalgas.

«Por que no me pones un poco en mi trasero»- le dije esperando que el me respondiera. No lo hizo, simplemente me bajo la tanga y comenzó a ponerme un poco de crema en mis nalgas.

Yo sentía como mi verga se comenzaba a parar a pesar que estaba boca abajo y que no le quedaba mucho espacio para expandirse. Julio me toco solo un par de veces la raya pero sin meterme los dedos.

«Por que no te das vuelta»- me invito. Le hice caso y cuando lo hice mi verga salió casi disparada de la parte de la tanga que aun no se me había bajado -«Que hermosura!»- me dijo el al ver mi pene moreno, parado como apuntando al cielo.

Dejo el bote a un lado y se inclino para besarme la punta del glande. Mis nervios viajaron velozmente al cerebro mandando un mensaje de placer incontrolable a medida que el disfrutaba (y me hacia disfrutar) de mi verga erecta.

Me lamio el glande para luego bajar por todo lo ancho y largo del mástil hasta llegar al vello púbico.

Luego con una lengua que parecía de terciopelo lamio mis huevos abriéndome mis piernas y bajándome por completo la tanga.

Sentí que todo mi cuerpo se estremecía cuando puso su lengua alrededor de mis huevos y luego bajo hasta el puente que da a la raya.

Me tomo con sus manos las piernas levantándome levemente para poder darme vuelta. «Déjame comerme esas nalgas peluditas»- me dijo provocandome aun mas el libido que estaba inundándome rápidamente. Me beso la espalda donde acababa de poner la crema bronceadora y luego me mordisqueo las nalgas.

Me abrió la raya y metió, como pudo, su lengua en mi orto. Levante mi trasero al sentir aquella lengua húmeda que me penetraba dejando al aire mi verga parada.

Le permití que siguiera por un par de minutos y después me di nuevamente la vuelta para verlo de frente.

«Ahora me toca a mi»- le dije tomándole la mano y recostándolo en la toalla.

Me acerque a el y lo bese en los labios, luego baje por el cuello sintiendo aquel sabor a sal que la playa le había dejado.

Me detuve por unos minutos en las tetillas que estaban igual de paradas que su verga.

Y luego me apresure a comerme aquel miembro que se había dibujado todo el día en mi mente.

Le quite la calzoneta y para mi aliento aquella verga estaba ya lubricada con líquidos seminales que Julio había echado.

La agarre como si fuera el mas delicioso calamar que Bahamas tenia que ofrecerme y me lo trague de una sola vez. Bajaba y subía por aquella verga preciosa, venuda, fuerte, varonil hasta que decidí que era tiempo de cogerme a aquel espécimen masculino.

Le abrí las piernas y le lamí el culo sintiendo la suavidad de aquel esfínter mientras era lubricado con mi saliva. Le puse las piernas arriba de mis hombros en forma de «v» y puse mi verga en la entrada de aquel culito sabroso.

«Entra que este culo te desea»- me dijo el mientras se mordía los labios al decírmelo.

Puse mi glande en su culo y lo introduje mientras sentía como la pelvis de Julio se contorsionaba de dolor. Lo cogí con fuerza y poco a poco el fue dejando sus muecas de dolor y las sustituyo con jadeos de placer. Sentía mis huevos golpeando su cuerpo mientras mi lengua se paseaba por sus piernas abiertas.

«Ay…que rico…que rico…»- gemía Julio mientras se masturbaba. Yo miraba aquella verga gorda y gruesa y quería que entrara en mi culo, así que pare abruptamente.

«Méteme ese palo en mi culo»- le dije mientras sacaba mi verga y le besaba la suya. Me puse en cuatro patas y abrí mi culo lo mas que pude. La crema bronceadora era un excelente lubricador así que al sentir la verga de Julio que tocaba mi esfínter le dije -«métela que me deshago por ella».

Sentí que esa verga me desgarraba todo por dentro, pero eso era lo que yo quería, así que en los próximos minutos disfrute estoicamente aquel ir y venir de mi amante. No duro mucho, la saco y nos pajeamos mutuamente explotando casi al mismo tiempo. sobre la arena blanca.

Nos abrazamos y nos besamos apasionadamente y todavía nos quedo tiempo para jugar con nuestros cuerpos antes de regresar a la otra playa y luego al barco.

Tome mi mochila y mientras caminábamos de regreso nos pusimos de acuerdo para volver a vernos al día siguiente.

El resto de la vacación cogía a mi novia por la noche y a Julio por el día, en algún otro lugar (y encontrando cualquier excusa) de aquellas playas y bosques tropicales.

Y por supuesto, siempre llevaba a mi mochila conmigo…