La última carta a mi amor
Esta será la última. Amor.
Cavilando bastante, ya recuperadas todas mis dudas, decidí que lo mejor sería enviarte una botella de cristal de bohemia.
Prodigio del arte de los vidrieros, donde la transparencia daría paso a la imaginación aderezada con unas gotas de rocío.
De madrugada, porque es más limpia y pura. La luz, materia prima, hará sus delicias jugando con el vidrio y el agua, en un abrazo afectuoso, recompensará a tus ojos con el arco iris más bonito que jamás hayas podido contemplar. Aún hoy, han pasado ya diez años, me sigo preguntando qué pasó con aquél recuerdo que tanto insistía en aparecer una y otra vez.
Cerré el álbum de fotos, eterno nodo de una película en blanco y negro que nunca quiero perder y con mucho mimo, giré sobre mi espalda quedándome dormido, no recuerdo cuándo ni cómo. Pero ellos, mis amigos de toda la vida, me dieron en sueños lo que ya no tendría que volver a pedir más.. confianza. Eso es. No estaba sólo.
Cobarde. Oía una y otra vez aquella canción. Sin propósito alguno su melodía inundó la estancia llevándome a ti, a aquellos recuerdos que no quería, ni deseaba, volver a sentir. Era un dolor que siempre quise olvidar.
Tú, ausente de todo, ausente de mí, no te diste por aludido; no te importó este sufrimiento mío que altera todo mi ser. La música transportó mi cuerpo a aquella agua clara, arroyo que un día nos vio desnudos. Cobarde.
«Mi querido y amado Alejandro, te escribo estas líneas, ahora, después de diez años, porque deseo recordarte los momentos vividos con tanto amor, o ¿debería decir obsesión?, que nuestros encuentros forzaron. Necesito decirte que, pasado todo este tiempo, aún me quema tu piel en mi piel. Te siento y desfallezco. Tu boca, tus brazos, tus manos envuelven mi pensamiento y no te vas».
«Si. Ya sé que te fuiste, decías que para siempre. Estabas casado, tenías dos hijas pequeñas, y sobraban todas las explicaciones. Tu avión partió a las 7,00 horas hacia Barcelona; aunque lo alterado de mi ritmo cardiaco dice que eso es del todo imposible. No puedes dejar que pasen los días, los años, sin que te vuelva a ver, sentir. Tengo metida en mi retina tu figura de hombre inglés con sombrero negro y traje de piel. ¡No puedo asumirlo!. Necesito pensarte aquí, a mi lado. ¡ Es tan fácil !. Una simple nota musical me ha traído todo tu recuerdo, me ha hecho tanto daño, que he comprendido que todo sigue igual, clavado en mi corazón, sin remedio».
«En la puerta del moderno y siempre lleno de todo tipo de gente, «Café a las siete», ¿te acuerdas?, nos encontramos la segunda vez. Estaba lloviendo como hacía mucho tiempo en esta Valencia impetuosa de Otoño, y tú como siempre hacías cuando venías a verme, ibas a la exposición de la Galería de arte. Allí sabías que te encontraría. Esperabas un taxi sin atreverte a salir para no mojar tu recién estrenado, me explicarías después, sombrero negro. ¡Qué orgulloso te sentías con él puesto!. Me contaste que te lo había regalado una amante inglesa que tuviste hacía tan sólo unos meses. Ella, siempre enamorada de Thomas Crown , y de ti ¡cómo no!, buscó la sorpresa por todo Madrid. Me lo decías orgulloso de ti, de ella no tanto. Y es que, confidencia por confidencia, me dijiste que era «distinta», conscientes de vuestras diferencias insalvables. Pero yo me sentí tremendamente celoso de tus idas y venidas a la capital. Insistías que lo único atrayente para ella era tu físico tan parecido a Steve McQueen, con ese porte tan elegante, le excitabas, y ella a ti, lo único que te producía era una cierta pelusilla por su formación física un tanto andrógina, con esos ojos tan verdes que parecían un mar bravo. Nada más. No sentías por ella nada especial. Tampoco te sentías con fuerzas para darle otra cosa».
Qué bellos recuerdos. Esta carta que te escribo, que quiere ser la última, me ha recordado aquella otra que te escribí en el mismo hotel de nuestro primer encuentro… ¿Te acuerdas?.. decía así: «Mi deseado Alejandro, te escribo esta nota, a toda prisa, ansioso por contarte lo que llevo dentro, quiero que me ayudes a liberar mi cuerpo y mi mente de tu eterna y constante imagen, sentimiento que no puedo dejar de sentir, y duele. Un día, lo recuerdo como si hubiese ocurrido ahora mismo, tuve la inmensa suerte de encontrarte, como un peliculón rosa, de esas que se prometen amor eterno, llegaste a mi, en la inauguración de una exposición de arte contemporáneo.
Allí estabas, enfrente de un grandioso mural realizado con la técnica del óleo; representaba un muchacho, casi desnudo, que yacía sobre una cama de cabezal de hierro, rodeado de sábanas blancas y muchos cojines. Sobre sus blancas y bellas nalgas, apenas tapándole las caderas, una camiseta de seda color hueso, con muchos bolsillos, que le llegaba hasta las rodillas. Posición fetal de un bello durmiente.
Tú, mi amor, entusiasta y amante empedernido de la belleza del arte, no dejabas de mirarlo, absorto. Llevabas puesto un traje de piel color gris plata, corbata a juego, camisa blanca, sombrero negro y bastón con cabeza de tigre, al más puro estilo inglés. En la mano el catálogo de la exposición abierto por una página cualquiera. Mirabas el cuadro, luego la descripción del interior del catálogo. Me quedé mirándote largo rato. En aquella época trabajaba de reportero gráfico para un periódico nacional, por tanto aproveché para hacerte varias fotografías sin que te dieras ni cuenta.
Tomé primeros planos de tu perfil griego, labios carnosos, nariz aguileña, ojos profundos, pómulos salientes… clic, clic, clic.., mi máquina seguía disparando y tú, de tan ensimismado ni te enterabas. Magnífica obra, por cierto, que abarcaba casi 3×6 metros cuadrados de pared. Podías tocarle la piel, sentir la suave seda sobre su cuerpo, tocar su pelo y él, con los ojos cerrados, dormitaba en un profundo sueño.
Me estaba enamorando de ti. Te deseaba. Veía reflejado en el visor de mi cámara lo que podría ser mi sueño hecho realidad de toda la vida. Me estaba excitando, sentía como abultaba más mi pantalón y un inmenso cosquilleo empezaba a molestar ahí, en el centro. La arena de tu playa, tostada por el sol, ha llegado hasta mi playa. La mar me trajo caricias, querencias anheladas, deseadas, mientras la luna ocupa su espacio reflejándose en el agua… Ya no aguanté más. Me acerqué despacio y, con la excusa de que estabas ocupando el primer plano del cuadro, te rogué que te hicieras a un lado. Te tomé del brazo y te arrastré hacia la pared. Sentí que allí mismo podía besarte la boca, esa boca que me estaba llamando a gritos. Mi boca se hacía agua, saliva, jugos gástricos herían lo más hondo de mis vísceras.
– Perdón. Le rogaría se alejase un momento del centro del cuadro.
– Claro que sí. No faltaría más.
Te disculpaste y alejaste hacia otro cuadro. Pisé el suelo con fuerza. No había dado resultado mi primer contacto.
– ¿Cómo haré para llamar tu atención?. No dejabas de observar la exposición y no parecía existir nada más que te importara. Qué rabia, me dije. Resolví tomar algunas fotos más y llevar la tarjeta de memoria a la redacción, o encima me ganaría una buena bronca; me habían dejado media página para la inauguración de la exposición de este pintor madrileño, universalmente conocido, y no me quedaba mucho tiempo. Me despedí del gerente de la sala y salí a la calle, respirando hondo ante mi primer fracaso.
– Ismael, mira que eres terco, me dije. Te la estás jugando. Volví. No me preguntes por qué, pero entré de nuevo a la sala, te busqué y sin tapujos me acerqué pidiéndote una cita para cuando tú quisieras. Me miraste, larga mirada, era la primera vez que me veías, estaba seguro, y eso que momentos antes te había pedido que te retiraras del cuadro.. pero ni siquiera me habías mirado.. ahora lo hacías por primera vez.
– No soy de aquí, dijiste, de forma totalmente espontánea y sin cortedad alguna, dime dónde podemos quedar y allí intentaré estar.
Afirmación, a la vez duda .. de tu intento de ir.. pero sin darme seguridad, me lanzó a tomarte del brazo y llevarte hacia la calle.
– Esto…, te dije, Valencia es una ciudad muy grande, será mejor que te vengas conmigo, ahora.
No pusiste impedimentos, subimos a mi Opel y nos alejamos lo más rápido que podía darle al acelerador. En Valencia, dicen que todos conducimos muy mal, sobre todo lo cuentan los visitantes que llegan con la idea de saborear nuestra luz, nuestra playa.. y será verdad, porque me salté dos semáforos y ni me pitaron, estaban acostumbrados.. todos hacemos igual.. claro.
Al llegar a la redacción, te pedí que me esperas un momento, que enseguida bajaba.
Estaba loco. Sabía a ciencia cierta que el redactor jefe me pediría, como era mi obligación, terminar de insertar las fotos, porque los amigos, cuando se trata de trabajo huyen despavoridos y era viernes, así que nadie me lo haría en mi lugar. Más no hice ningún caso, ni a mis pensamientos ni a mi jefe. Subí, le dí la memoria de la cámara al diseñador y cuando la volcó, cogí el camino para irme escaleras abajo. Mi jefe salió pegando un grito, muy particular por su parte, al que nos tenía ya demasiado acostumbrados y me ordenó frenar el paso.
– ¡Ah, pero no te lo ha dicho mi compañera?.
– ¿Qué tenía que decirme?. ¿Se puede saber?.
– Estoy bastante enfermo. He venido sólo con la condición de entregarle las fotos, pero no puedo quedarme a maquetar, ella le explicará.. Consúltele y verá como lo hace.
– Seguí bajando las escaleras.
Oí gritos, llegaban a todos los pisos. Estaba claro que Elena no me haría el favor, ni el trabajo, pero me daba totalmente igual. Me esperaban… Al día siguiente me amonestaron, claro, pero esa es otra historia. Ahora, como te iba diciendo, bajé a toda prisa y me encontré con tus ojos. No estabas dispuesto a sentir lo mismo que yo, pero una vez en la calle, camino de uno de mis lugares preferidos, la concha del Jamaica Club, ya me encargaría yo del resto.
Llegamos al primer hotel de la asidua playa, el San Jacobo, uno bastante caro, cinco estrellas de buen gusto para un encuentro que se iba gestando sobre la marcha.
-Subamos, dije. Me acerqué al gerente del hotel y le pedí discreción y la mejor habitación que tuviera a bien ofrecerme, con la mayor prontitud y hasta el día siguiente.. en principio…
Me miraste con esa mirada fría, de hombre de mundo, que cree saber de amores, púdicos e impúdicos de la vida, y nos envió a la planta quinta, habitación 519. Subimos sin más preámbulos. En el ascensor te pregunté cómo te llamabas, a lo que contestaste que Alejandro. Hasta tu nombre producía quemazón, gusto.. Todo parecía ser perfecto. Entramos a la habitación y sin darle mayor importancia te pedí que me follaras. Necesito que me hagas el amor. Lo necesito.
Nos acercamos a la cama. Mi deseo era ciego, mi amor infinito. Te tomé por los pies y empecé a besártelos uno a uno, después por los tobillos, las piernas, una y otra vez hasta llegar a las ingles. Allí me recreé sin brusquedad, te besé literalmente los huevos, tomé entre mis manos tu polla, a la que acaricié una y otra vez. Al principio, estaba pendiente de lo que hacía, me dejaste hacer, hasta que poco a poco fuiste dándome todo tu ser. Tu miembro poderoso, hermoso, todo preparado para mí. Lo tomé con mi boca, comí y bebí todo el jugo hasta hacerte gritar de tanto placer. Con tus manos sobre mi sexo, hacías de mi lo que yo te pedía. Hablábamos, decías palabras obscenas, escandalosas a los oídos de los niños…
– ¿Quieres que te folle?. -Pídemelo. – Dime. – ¿Quieres?.
– Me tomaste la boca, cerraste mis labios con un beso que me quemó. Abrazado a mí con fuerza me dijiste al oído que te amara. ¡Ámame!. ¡Fóllame!. Rodamos por la cama, el suelo, besos fundidos en más besos. Saliva de mi boca en tu boca. Me tomaste por la cintura y me subiste encima de ese miembro, duro, fuerte. La penetración al principio fue muy dolorosa, llevaba muchísimo tiempo sin hacer el amor y estaba tan nervioso que no podía relajarme. Supiste sin demora desplazar mis miedos, mi incertidumbre para dejar paso al placer. Jadeábamos los dos. Gritos de amor que se llevó el viento del sur. Me estuviste montando con tanta fuerza que todo me dolía… hasta las caderas.. Mis manos temblaban. Te besé la boca, y en el oído dije muy flojito: -¡Te deseo!.
– Ahora tú, me dijiste, penétrame, lo estoy deseando. Jugué primero un poco con tu polla, te la mordí con gusto, luego metí mi lengua varias veces por el agujero de tu culo, para darle cabida a mis dedos, uno, dos, quería que sintieras el máximo de placer, y pareció dar resultado porque tu polla aumentó de tamaño. Así seguí un buen rato hasta que me pediste que te la metiera entera, hasta los cojones, y así lo hice sintiendo como te atravesaba todo. Los reflejos del atardecer jugaban con las elegantes cortinas del fondo, en la pared de aquella habitación.
– ¿Quieres más?. -¡Pídemelo!. Así estuvimos hasta el amanecer, follando sin descanso. No recuerdo cuando, pero exhaustos, nos quedamos dormidos. Al despertar leí una nota que me decía que partías para no volver, que sólo estabas invitado para la inauguración. Quedaban apenas unas horas. Me ponías la dirección del hotel donde te hospedabas. Urgentemente escribí una nota y te la envié con un mensajero.. Quería, anhelaba, que llegara a tiempo y me respondieras. Aún no habían pasado ni tres horas y ya te echaba tanto de menos, que dolía, mucho, te deseaba tanto..
Tocaron a la puerta, eras tú. No hablamos. No hacía falta. Partías aquella misma tarde, pero quedamos en vernos en Barcelona el próximo verano, antes ninguno de los dos podíamos. Nos prometimos amor fiero para siempre… porque a los dos nos invadía un deseo incontrolado».
Ahora, humillado por volverte a insistir, sabiendo que te prometí paciencia y respeto por tu situación y olvido de nuestros encuentros en el pasado. Ya se. Tu no podías. Me siento hundido, sin fuerzas, aunque deseo, que con esta misiva y última, todo vuelva a la normalidad en mi vida y pueda buscar otro amor que llene tu vació inmenso. Como te decía, es imposible seguir más tiempo con esta situación. Necesito verte por última vez. Te lo prometo. El viernes próximo inauguran la sala Capitol. Tienes la excusa perfecta para tu mujer, ya que estamos invitados todos los medios. Deseo que vengas. Necesito sentir otra vez tu piel sobre mi piel, tu boca en mi boca… te espero. Tuyo siempre. Ismael.
Pd.- La botella de cristal de Bohemia va envuelta con muchos recortes de periódicos y corcho. Espero que te guste. Más besos».