El policía seductor

Hace algunos años, cuando era estudiante, solía salir por las noches de invierno a caminar, mirar hace algunos años, cuando era estudiante, solía salir por las noches de invierno a caminar, mirar vidrieras de tiendas de ropa y librerías en el centro histórico de mi ciudad.

En el rumbo obvio que habían diversos giros comerciales, entre ellos un hotel de quizá tan sólo dos estrellas. Nunca lo había visitado, pero no es incómodo y sí limpio y muy económico.

Precisamente, al pasar frente al hotel La Mansión estaba situado a un costado de la puerta principal un policía, pero no un policía cualquiera, era un tipazo de unos treinta años, con una mirada verde penetrante que se enmarcaba en un rostro moreno, pestañas largas y rizadas, nariz recta, bigote muy bien cuidado y una amplia y bien dibujada boca, apetecible. Todo lo advertí en unos instantes; el policía me dejó impactado.

De pronto, me pide que espere, me pregunta la hora y me solicita un cigarrillo. Se lo ofrezco y me ocurrieron dos cosas en ese momento: mis manos temblaban al encenderle el cigarro en la boca y mi verga se empezó a hinchar, presa de una calentura inesperada.

El guardián del orden me preguntó si buscaba algo o a alguien, que qué andaba haciendo a esa hora de la noche solo en la calle; le dije mi costumbre de caminar sin rumbo hasta conquistar el sueño y luego retirarme a dormir.

Él me dijo que se imaginaba que no sólo andaba sin rumbo para conquistar el sueño, que quizá andaba buscando pasar una buena noche, y dirigió su mirada a mi entrepierna ya abultada, mientras que con una mano apretaba su propio paquete que también mostraba una notable hinchazón.

Entonces me dijo que no simulara, que él y yo sabíamos lo que ambos queríamos, que el personal del hotel se retiraba en su totalidad y sólo quedaba el viejo encargado de la administración y él.

Que estaba seguro que no nos negaría una pieza para pasarla muy, pero muy bien.

Eso aceleró los latidos de mi corazón. Me sugirió tomar un café en la siguiente cuadra y que volviera en 20 minutos.

Me dijo que no temiera, que no habría ningún problema, que sólo pagara yo el costo de la habitación.

Yo jugando le pregunté qué ganaba con él en una habitación y me contestó que a la hora que estuviéramos juntos en ella sabría lo que podría ganar y que no perdería nada, que él no iba a cobrarme por hacerme feliz.

Le pregunté cuánto tiempo estaríamos juntos y me dijo que todo el tiempo que mi culo requiriera de su verga, que podría contar con él toda la noche, que era insaciable y si lo convencía, yo también podría disfrutar de un culito riquísimo y goloso.

Me fui al café, se me hicieron eternos los veinte minutos, llegué y alquilé la habitación como habíamos acordado, subí, me asee y empecé a desvestirme.

Estaba sólo en bóxer cuando la puerta se abrió y Sergio, que así se llamaba el policía, se colocó atrás de mí, me rodeó los hombros con sus poderosos brazos y pude sentir repegado a mis nalgas un enorme bulto caliente.

Sergio todavía portaba el pantalón de su uniforme y aproveché para tocar su vergota con mi mano ansiosa, bajé el cierre y me arrodillé para saborear aquel falo, abrí mucho la boca para abarcar el grosor de su glande, no estaba circuncidado, era una verga como las que me gustan, subí y bajé su prepucio con los labios, le arrancaba gritos y gemidos placenteros que acabaron por excitarme al máximo.

Una vez desnudos los dos, fue delicioso sentir el roce y juego de nuestras vergas que se frotaban deliciosamente, intercambiando fluidos, pues ambos lubricábamos abundantemente.

En unos segundos, nos unimos en un apasionado beso, el aliento del policía era fresco, a yerbabuena y menta, como que el tipo se había preparado bien para darme una excelente impresión.

Su lengua entraba y salía de su boca hurgando en lo más interno de mi boca, fue un beso de antología.

Sergio me lamía y llenaba de saliva la frente, las orejas, el cuello, bajó luego a mis tetillas y las empezó a morder y arañar suave y rítmicamente, hizo que la piel de todo el cuerpo se me erizara, me sentía cerca del cielo, disfrutaba como nunca el inicio de una noche que prometía ser espectacular.

No duramos mucho en pie y nos fuimos a la amplia cama.

Tomamos posición de 69 y se inició una deliciosa mamada mutua, fue apoteósica la calentura que se desató, nos lamimos y chupamos golosamente las cabezas de las vergas, las vergas completas, los huevos, las caras internas de los muslos y por supuesto los calientes y deseosos agujeros de los culos, el suyo me acabó de excitar, despedía un olor pulcro, a jabón de tocador, mi policía estaba recién duchado, eso es importantísimo para disfrutar una experiencia sexual con un hombre que parezca hombre, que se comporte como hombre y que disfrute de estar en la cama con otro hombre.

Sólo evocar las escenas de esa noche para describir lo acontecido me pone la verga a todo lo que da en dureza…. él insistió en poseerme y no puede negarme cuando uno, dos, hasta tres ensalivados y grandes dedos se clavaron en el agujero de mi culo y luego fueron sustituidos por una caliente, hábil y juguetona lengua dispuesta a vencer mi ya inerme resistencia, para proceder luego a colocar en la entrada de mi hoyo la gran cabezota de esa riquísima verga de no menos de 18 cm. sumamente gruesa.

Gocé tremendamente en cada embestida, me la metió en todas las posiciones que la creatividad sexual puede sugerir. La primera corrida de semen del policía fue copiosísima y me inundó todo el tracto rectal, sentí cada chorrazo caliente inundándome el interior.

Se dio una ducha rápidamente y salió a cumplir su ronda de la hora… regresó a los 45 minutos y de nueva cuenta iniciamos los escarceos, esta vez su corrida fue en mi garganta. Increíble el sabor agridulce de sus mecos en mis papilas gustativas, fue delicioso beber ese néctar masculino.

La escena se repitió siete veces durante la noche; yo aguantaba mi propia corrida deseoso de que pasara el tiempo de la ronda y volviera mi policía a darme una nueva repasada.

En la última sesión de la noche, ambos descargamos nuestros testículos en la boca del otro, fue fabuloso, terminamos con un apasionado beso combinando nuestro semen y saboreando nuestra esencia.

Ya se imaginarán cómo quedo la flor de mi ano…. con sus pétalos algo lastimados, el hoyo muy abierto y la sensación de que había quedado un vacío que cada semana volvió a ser llenado por Sergio el policía seductor.