De película IV
Recargué la escalera en la pared suavemente, tratando de hacer la menor cantidad de ruido posible.
Una vez que quedó bien asentada, subí con cuidado cada escalón hasta llegar a la parte superior de la barda del patio de mi casa; de ahí al primer piso de la vecina casa en construcción había solo un paso que dar, y lo di. Me aferré lo mejor que pude a la pared, y me levanté hasta entrar por ese ventanal que todavía no tenía vidrio ni ventana.
Supongo que este va a ser un estudio, aunque tiene las paredes sin el acabado, y los tabiques desnudos rasguñan las manos.
Me acurruqué junto a la pared (este sitio se podía ver desde algunas áreas de la calle contigua) y fui arrastrándome hacia la parte del interior de la habitación.
Respiré aliviada y satisfecha de que la primera parte de mi plan hubiera sido un éxito.
Ahora venía lo difícil: caminar prácticamente sin ninguna luz por una casa a la que había entrado solo una vez anteriormente, aunque la otra vez no había nadie que me oyera, ni muebles con los cuales chocar.
Guiándome por la pared y paso a paso, fui avanzando lentamente, sin arrastrar los pies y asentando los tenis con firmeza, y sentí que pasó un siglo antes de dar con el cubo, más oscuro que el resto de la habitación, de la escalera de caracol; en un extremo subía hasta la azotea, que nunca había visto, del otro bajaba hasta la planta baja. Sabía que no tenía barandal, por lo que me senté en medio de los escalones y fui bajando sentada, poco a poco.
Por suerte me había puesto un pantalón de mezclilla negro y un suéter del mismo color, así que no me rasguñaba mis pompis ni los brazos para nada.
Lo único que esperaba era no tener que subir corriendo, porque no se como lo hubiera hecho sin riesgo de caer.
Llegue por fin a la planta baja.
A pesar de que ya llevaba un rato a oscuras, me era muy difícil distinguir algo en medio de toda esa negrura.
Otra vez avance con lentitud, pegada a la pared y evitando chocar con alguno de los muebles, si es que ya los habían traído.
Sentía la boca reseca, así que por mas que trataba de pasar saliva, me era imposible.
Estaba tan tensa y tan cargada de adrenalina que, cualquier ruido que hubiera oído, por mínimo que fuera, me hubiera causado el mismo efecto que un cañonazo.
Y de repente paso, y sentí que todo ocurrió en un segundo.
Vi brillar dos pequeñas luces que se acercaron a mí, y un roce peludo y rápido entre mis piernas.
Lo menos que sentí fue la tanga haciendo de yo-yo entre mis piernas.
Seguro que después de eso merezco un premio a la valentía, porque no sé cómo aguanté en la garganta algo que clasificaría entre un respingo y un alarido, y me hice instintivamente para atrás, con los cabellos de punta y tratando de contener la carrera hacia la escalera.
Fueron uno o dos segundos de incertidumbre, tiempo suficiente de maldecir quince veces la estúpida idea que tuve de meterme a esta casa a medianoche.
Lo estuve haciendo hasta que choque con lo que pareció ser una cristalería entera, y el asunto de el ente entre mis piernas instantáneamente pasó a un segundo plano.
.
Si para este momento no había despertado alguien, yo creo que no se despertaría ni siquiera con los bombardeos gringos a Afganistán.
Detuve el mueble (que seguía tintineando cuatro segundos después de producido el choque) y me agaché un poco para ver si era de este mundo o del otro el animal que me seguía por toda la sala, restregándose contra mis piernas con un empeño digno de mejor motivo.
Me agaché, y por el tacto adiviné que era un gato, y al encender mi lámpara portátil (no la quería usar a menos que fuera indispensable, y reconocer si era un gato candidato a la estrangulación en casa ajena me pareció que lo era) noté que era el gato al que le había dado un poco de leche en la mañana, al salir al trabajo.
Yo por principio y dogma odio a los gatos, y si le di la leche fue para que dejara de chillar y de perseguirme por mi cocina, sin saber que el gato era de aquí, bueno, eso era lo que parecía.
Tal vez andaba haciendo lo que yo, pero con más naturalidad (y sin miedo).
Ya sin el riesgo de sufrir un ataque cardiaco, y con la lámpara encendida, me pareció natural hacer una revisión de lo que contenía la cristalería.
Era en realidad una especie de trinchador o alacena, donde había vasos, copas, retratos y algunos juguetes.
Se me ocurrió pensar que tal vez la casa ya estaba habitada, aunque por la tarde no oyera yo ningún ruido.
En una fotografía aparecía un hombre desnudo, acostado de lado y encogido, con una pulsera en una muñeca como todo vestido (supuse que era el dueño de la casa, que le daba por la fotografía artística, o quien sabe); otra fotografía más mostraba a una anciana afuera de un templo (no se porque recordé a la viejecita de la que habla Carlos Fuentes en Agua Quemada, la que da mendrugos a los perros); la última fotografía, donde aparecía otro hombre, me dejó un mal sabor de boca, porque también aparecía una muchacha a la que tomaba de la mano como si fuera el barandal.
¿Sería que ya había personas aquí en la casa?.
Decidí que ya me había atormentado lo suficiente, y como creo que es absurdo sufrir por cosas imaginarias, seguí inspeccionando lo que parecía ser la sala de la casa.
Encontré cuatro puertas: una daba a la calle (me di cuenta por la orientación que tenía), la otra a la cocina y de ahí al patio de atrás, que ya conozco porque me he asomado antes desde mi casa; y vi otras dos puertas, ante las que titubeé.
Como no me gusta titubear (es una palabra bastante fea), mejor me fui a la cocina a ver qué es lo que podía encontrar que mereciera el título de comestible.
La fría luz del refrigerador me recordó los ojos del gato.
Pan integral de caja, queso manchego, jamón, queso panela, chiles chipotles en rajas – fue necesario compartir una rebanada de jamón con el gato, que a estas alturas del partido ya me consideraba una benefactora amiga íntima caída, podría decirse, del cielo – dos rebanadas de jitomate ya cortadas, cebolla (ídem); no encontré mayonesa a la mano, así que reproché silenciosamente la poca cortesía para con las visitas no esperadas, y tuve que dar por terminado el sandwich con esos componentes.
Una Sangría Señorial (yo pensé que ya ni existían estos refrescos) que sudaba tan frío como mi frente fue el digno acompañamiento a mis dos sandwiches (digo, si ya había tenido el valor de llegar hasta aquí, pues tenía que reponer las fuerzas menguadas por el susto ¿no?).
Mientras bebía el refresco me preguntaba que haría si alguien abría de repente la puerta de la cocina armado de tremenda fusca amartillada y me encontrara devorando sus viandas típicas de recién casados (o de soltero, váyase a saber).
Preferí dejar de pensar en eso (por aquello ya dicho antes de sufrir innecesariamente).
Cuando hube descansado un poco, deje el envase vacío en el refrigerador y salí de la cocina, dejando al gato adentro, para que no me molestara en lo que iba a hacer.
Regrese a la sala. Ubiqué bien en la oscuridad uno de los sillones, para no confundirlo después, en caso de tener que correr.
Me senté en el y empecé a quitarme los zapatos y el pantalón; luego seguí con el suéter.
Volví a ponerme los tenis (no había llevado otros zapatos, por aquello de salir volando) y deje la lámpara apagada encima de todo.
Me levanté y extendí mi vestido, ajuste mis medias y los tirantes del liguero, acomodé los tirantes del brasier y me sentí satisfecha.
Pensé en qué era lo que haría ahora. ¿abriría la puerta de la recámara? ¿Y si encontraba a alguien durmiendo?¿Subiría a la azotea? Me pareció mejor opción el subir a la azotea.
Pasaría un rato en la azotea, viendo a la gente que pasara y disfrutando mi ropa que me excitaba tanto; quizás hasta pensaran que era una loca que estaba lavando ropa a estas horas de la noche, o qué sé yo.
Empecé a subir al estudio; poco después me deslizaba por el otro tramo de escalera hacia la azotea.
Aquí había que tener más cuidado con la falta de barandal.
Y justo al pisar el último escalón supe que alguien estaba acá arriba.
Lo supe porque escuchaba una respiración fatigosa, suspiros y pequeños quejidos.
Me moví en silencio hasta llegar al tinaco de agua; de la parte de atrás de éste venían los ruidos que había escuchado.
Me asomé con lentitud y moviéndome centímetro a centímetro.
Sentía con toda claridad como los sandwiches me daban de maromas en la barriga, de puro miedo que estaba sintiendo.
Era una mujer morena, tendida en una cobija, y desnuda, aprovechando lo fresco de la noche.
Con una mano sujetaba un consolador enorme y se frotaba el clítoris, mientras con la otra se acariciaba los pechos absorta y se apretaba los pezones, la cara y la cadera, suspirando con los ojos cerrados.
Sentí crecer una erección, y al pene tratando de escapar de entre mis nalgas y asumir su posición normal, con la vista al frente.
Ni modo, había que complacerlo.
Levante el vestido por delante y deslizando mi tanga a un lado, empecé a masturbarme lo más silenciosamente posible, mientras la mujer suspiraba entrecortadamente, al introducirse un poco del consolador, apenas la puntita, entre los labios vaginales.
Yo controlaba la excitación cuidadosamente, para no venirme demasiado pronto, cuando una mano masculina cubrió con fuerza mi boca y otra me aprisionó por la cintura, neutralizando cualquier intento de evasión.
Una boca de aliento cálido rozó mi oreja.
-Verdad que se ve rico, preciosa? Y la chamaca está bien buena, y es cogelona.
Quieres participar y recibir un pedazo gratis de camote?.
Quede como bloqueada durante un momento, pero dándome cuenta de que había sido sorprendida in in, y viendo que no tenía ninguna otra opción, asentí.
Fue aflojando poco a poco la presión, al darse cuenta que no pensaba yo escapar.
Me hizo dar la vuelta y abrazándome por la cintura, me empezó a besar con fuerza.
Sentía como su pene (él estaba desnudo) empezaba a arremeter contra la tela de mi vestido; mi falo recuperaba poco a poco la erección.
Por un momento pensé si no era visible esta azotea desde una azotea vecina más alta, pero me convencí a mí misma que ya estando así de encarrerados, me valía.
Luego me empujó de los hombros hacia abajo, y yo, reconociendo la querencia y mi gusto, me abalancé golosa al falo que esperaba la visita de mi garganta y mis labios.
Lo apreté un poco y lo masturbé durante unos segundos hasta que ya no aguanté más y me lo metí a la boca.
Succione con ganas el glande y el tronco, abrí la boca lo más que pude tratando de tragarlo todo, recorrí con la lengua las venas henchidas, los testículos peludos y el prepucio tenso, disfrutando con los ojos cerrados la dulzura de la carne viva.
Yo acariciaba mientras tanto mi verga, ya totalmente erecta, y empecé a masturbarme con rapidez.
Tras mamárselo ocho o nueve minutos, me levantó, supongo que para evitar eyacular en mi boca tan pronto, y jalándome de una mano, me llevó hasta donde estaba la mujer.
– Mira lo que encontré al regresar del baño, Cariño; esta chica viene a hacernos compañía, y a participar en nuestros juegos.
Inmediatamente después, me ordenó:
– Mámale la panocha sabroso, quiero que se venga antes de darles fierro a las dos.
Me hinqué obediente sobre la cobija y empecé a lamer el par de húmedos labios vaginales, el hipersensible capuchón del clítoris y la mayor parte del consolador que sobresalía de la vagina.
La mujer suspiro durante unos cuantos segundos, antes de recibir el falo erecto del hombre, que acalló los gemidos al ocupar la boca totalmente.
La mujer estaba ya tan excitada, que al ir sintiendo mi mamada empezó a venirse, agitando las nalgas y ensartándose en el consolador ella sola y atrayendo mi cara, hasta que quedó totalmente unida a su vientre.
– No la dejes que termine de venirse, clávale el consolador en el culo. – Me dijo el hombre mientras él le horadaba la garganta con la punta del glande.
Así lo hice.
Ayudado por el líquido que fluía en abundancia de la vagina y los movimientos espasmódicos que la mujer realizaba, el consolador se fue deslizando gentilmente por los pliegues del ano hasta quedar profundamente inserto.
Sentía yo mi pene tan fuertemente erecto, que me dolía cualquier roce que se producía entre mi prepucio y mi tanga.
– Ahora meteselo tú en la panocha. – Me ordenó, aunque yo estaba a punto de tomar esa iniciativa.
Volví a levantarme el vestido, volví a separar la tanga, y guié la punta ansiosa de mi verga hasta su vagina agitada.
Entró muy fácil, ayudado por la lubricación y el orgasmo que acababa de sentir ella.
Empecé a bombearla con ganas, mientras ella guiaba el falo del hombre a su boca con una mano y con la otra me abrazaba y me jalaba de las nalgas, tratando de que yo entrara más profundamente en ella.
Encontró el borde del liguero y se sujetó de ahí para jalarme mas profundamente hacia ella, hacia su vientre que anhelaba tragarme toda entera.
.
El hombre separó la verga de la boca de la mujer sin venirse, y dejamos de verlo por un instante.
Al quedar ella con la boca desocupada, empezó a besarme con fuerza, pujando sordamente y jalando mi lengua con sus labios.
Empezó a suspirar tan fuertemente que adiviné que estaba por venirse nuevamente.
Redoblé la fuerza de mi empuje, girando y frotando las paredes de su vagina, haciendo entradas profundas y superficiales alternadamente, cuando sentí al hombre detrás de mí, que estaba levantando mi vestido y separando también mi tanga, hurgando con el falo en busca de mi ano; y al encontrarlo empezar a penetrarme, buscando, adivinando con sus manos las costuras de mi brasier bajo la tela del vestido, ayudado en la penetración por la lubricación que le había dado la mujer con la boca, sujetándose en mi cintura para lograr un apoyo más firme y un empuje más sólido.
Me estaba doliendo un poco la forma en la que me penetraba la verga del hombre, pero como al tomar vuelo para penetrar a la mujer, era yo la que solita me ensartaba en el cañón de carne, y al retirarme adolorida se reemplazaba el dolor por el gusto de sentir en mi falo el roce mojado del interior de la mujer, muy pronto me sentí totalmente penetrada, al igual que lo estaba la mujer por mi, y fui dejando de sentir el dolor para pasar al placer.
Era muy grato estar en un sándwich así (por lo visto es la noche de los sandwiches); y el momento en que nos venimos ella y yo al unísono fue tan explosivo, que tuvimos que besarnos fuertemente para no dejar escapar nuestro grito simultáneo y tembloroso.
El hombre salió de mí y se dirigió con rapidez a donde nuestras bocas se unían.
Golpeó dos o tres segundos nuestras mejillas hasta que, aprovechando que en un movimiento de nuestros labios al estarse besando se abrieron un poco, de un solo golpe se incrustó entre nuestros cuatro labios todavía en orgasmo, y empezó a eyacular entre nuestros dientes semiapretados, con chorros potentes que nos llenaron totalmente las bocas.
La mujer y yo, sonriendo satisfechas, empezamos a jugar con el pedazo de verga que compartíamos en ese momento y con el esperma caliente que salía en disparos de la verga durísima del hombre, envolviendo nuestras lenguas con su sabor acre y pasándolo de una a otra boca; mientras mi propio semen, agotado y exhausto, lograba escurrir entre las piernas de ella, resbalaba y cubría la pequeña parte del consolador que no había logrado taladrarle el culo, y caía a la cobija, confidente muda de nuestros primeros orgasmos de esa noche.
Por seguir disfrutando lo que acababa de disfrutar, estaba dispuesta a seguir soportando al gato.