Desde chico siempre fui culoncito, mis nalgas se destacaban bajo el pantalón, y en la adolescencia escuchaba los comentarios de los demás sobre mi trasero. Al principio tenía vergüenza, salía a la calle y sentía la mirada de todos por detrás.

En la escuela era muy común que los varones jugásemos a tocarnos el culo como broma pesada y por supuesto, yo era el más asediado; empecé a desarrollar cierto gusto secreto con alguno de esos roces y cuando estaba solo en mi cama deslizaba mi mano por mi raya pensando en algún rostro en especial.

Por cosas de la vida terminé viviendo con un tío y una abuela que se la pasaba la mayor parte del tiempo jugando cartas en casas de sus amigas. Mi tío de unos cuarenta y tantos era un hombre mujeriego, separado hace años, a veces caía con alguna de sus conquistas y yo escuchaba todo lo que pasaba en su habitación. Así me enteré de su pasión por los culos

Empecé a tener fantasías con él, a imaginar sus manos acariciando mis nalgas, y diciéndome lo hermosas que son. A veces cuando estábamos solos viendo televisión sentía su mirada fija en mi.

Una noche me preguntó si tenía novia o que, le dije que no, que me daban un poco de timidez, el me miró de una forma diferente y me dijo que fuéramos a su pieza. Ahí me mostró sus trofeos qué eran prendas femeninas de sus mujeres, yo me sentí en éxtasis al ver eso, había algunas muy bonitas y muy sexys.

Te gustan? – me preguntó. Le dije que sí, y me hizo elegir una, después me dijo que me la pusiera. Me asusté al principio, pero le hice caso, el no dejó de verme mientras me cambiaba y cuando quedé con la bombacha lanzó un silbido. Tenía un gran espejo donde me mostró mi reflejo y no pude creer lo que veía, mi culo se veía más grande con esa lencería y me veía muy sexy.

El me empezó a manosear, a sobar con ansias mis nalgas, me gustó mucho, me sentí desfallecer. Bajó su pantalón y me mostró su verga enorme y venosa, me hizo tocarla, luego sus huevos, su vello púbico me encantó, intenté chuparla pero no sabía hacerlo, eso lo ponía más caliente.

Me dio vuelta y apoyó su glande en mi agujero, tuve miedo y le dije, agarró y lamió mi ano con pasión, provocando el deseo de sentirlo dentro mío, metió su lengua, un dedo, después dos y me preguntó si quería probar su verga. A pesar de mis nervios le dije que si, que no me hiciera doler.

La cabeza de su pene húmedo buscó la puerta de mi ano, subía y bajaba por mi raja, hasta que empezó a empujar hacia adentro. Me dolía cada intento, me ponía tenso y él volvía a lubricarme con su saliva, empujando de nuevo volvía a sentir miedo y dolor hasta que me entró completa.

Grite rogando que me la saque, el se quedó quieto, pidiendo que aguante, que ya iba a pasar. No podía, me quería despegar de él en vano, comenzó a moverse, a cogerme, yo gritaba y lloraba, el estaba tan caliente que no demoro mucho en acabar.

Me fui al baño, agonizando de dolor, me bañé y me fui a dormir. Por días estuve apenas con mi culo desvirgado, disimulando el dolor.

Mi tío no había vuelto a llevar mujeres a su cuarto, mi abuela seguía con su vicio de los naipes y yo sentía la necesidad de probar otra de las prendas femeninas que tenía mi tío.

Entre sin pedir permiso a su pieza, el estaba acostado, desnudo, masturbándose, le dije que quería una de esas bombachas, me desnudé yo también y me puse la primera que encontré para acostarme a su lado.

El acarició mi culo, diciendo que tenía un hermoso culo de mujer, mucho mejor, más rico, beso mi espalda, lamió mi hoyo y con mucho cuidado me penetró.

Esta vez el dolor era soportable, esta vez sentía como su verga entraba y salía de muy adentro de mi ser, esta vez gozaba con mi tío.

Me metió su pedazo mientras me decía putito putito putito que rico putito. Yo volaba de placer al escuchar sus palabras apasionadas, me clavaba con ganas.

Al fin gozaba como lo había soñado.