Acude a la sastrería a por un traje para la fiesta y no sabe todo lo que allí le espera
La curiosidad a veces nos enfrenta a situaciones no premeditadas y que de alguna manera descubren nuestro propio ser interior.
Años atrás se me presentó la oportunidad de concurrir a una fiesta donde la etiqueta era condición excluyente.
Mis menguados ingresos en el trabajo que por entonces tenía hacían impensado acceder a comprar un smoking para esa ocasión tan especial y que seguramente no se volvería a repetir.
Una compañera de trabajo me sugirió entonces que averiguase la posibilidad de alquilar dicho atuendo. Me pareció interesante la sugerencia y guía telefónica en mano comencé a recorrer las páginas amarillas donde esos servicios eran ofrecidos.
Varias fueron las consultas realizadas, cuyas respuestas iba anotando en una hoja para posteriormente según las direcciones y los precios, hacer una pasada por los más cercanos a mis posibilidades.
A una de mis llamadas respondió una voz de hombre maduro pero con un tono claramente amanerado, que con mucha cordialidad respondió a mis interrogantes y luego de preguntarme qué tipo de fiesta era, qué clase de compromisos tenía en ella, mi edad (por entonces veinticuatro) y mi talla aproximada, me invitó a pasar por su sastrería asegurándome que conseguiría lo que estaba necesitando, a buen precio y seguramente disfrutándolo.
Esto último me sonó extraño, dicho por otra parte en un tono que me sonó socarrón y casi insinuante.
Los precios estaban dentro de un mismo entorno y aquella voz acariciadora al final de la conversación despertó en mi curiosidad.
La visita quedó resuelta.
Al día siguiente no sin cierto desasosiego concurrí a la sastrería después de las cinco de la tarde tal como me había informado mi interlocutor, ya que sería la única hora disponible.
Al ingresar, pude observar un gran movimiento de empleados atendiendo a varias personas de diferentes edades, tanto hombres como mujeres.
Una dependiente se me acercó y le di cuenta de mi consulta telefónica.
Luego de un «aguarde un instante joven», la vi dirigirse a un señor de unos sesenta años, bajito, de movimientos aparatosos, de paso rápido y corto, visiblemente muy activo en la atención de muchos clientes casi a la vez.
No tuvo dudas que era el mismo que habló conmigo telefónicamente y que, o era el dueño o el jefe, dado, como se acercaban a él los demás empleados a los que visiblemente mandaba.
Sin voltear hacia mí, apenas una mirada casi casual hacia donde yo estaba, sin demostrar el más mínimo interés, algo le respondió a la chica que volvió.
«El señor Roberto, dice que deberá armarse de paciencia y esperar ya que hay muchos clientes».
La verdad que no tenía mucho que hacer a esa altura, por otra parte el cartel del horario indicaba que la atención al público finalizaba a las 18 horas, para lo que faltaban apenas veinte minutos, por lo que imaginé que a esa hora como mínimo estaría ya atendido.
Me recliné en el sillón donde me había sentado y comencé a observar el gran movimiento del comercio.
Me quedó claro por la gente que lo visitaba, no todos los que aparentan un buen pasar son propietarios de los trajes que en determinadas ocasiones ostentan.
Pude en esos minutos reconocer a varias figuras cuyos rostros había visto en revistas de actualidad, en grandes recepciones y a algún que otro animador de televisión cuya elegancia y belleza, se mostraban frecuentemente en programas de mucha audiencia.
Este hecho me hizo perder noción del tiempo y cuando quise acordar a través de los ventanales sólo ingresaba la luz del alumbrado eléctrico de la ciudad, había mermado la concurrencia y las puertas ya estaban cerradas para el ingreso de clientes.
A esa altura eran más de las 7 y yo seguía esperando.
Tanto la espera, como el hecho de que el tal señor Roberto seguía su periplo de un probador a otro, respondiendo consultas e ignorándome olímpicamente, hizo que me levantase con la intención de irme, un tanto frustrado y casi avergonzado conmigo mismo ya que aunque no lo admitiese, no estaba allí solamente con la intención de alquilar un traje.
De hecho había supuesto conocer de cerca (siempre les había escurrido el bulto), a un personaje de mi mismo sexo que creí se me había insinuado por teléfono.
Esa sin dudas era la más fuerte razón de estar allí y reconocerme más me molestaba.
Apenas me enderecé, aquel veterano hiper activo para el que aparentemente había pasado totalmente desapercibido, se acercó hacia mí con una sonrisa cautivante diciendo con una entonación casi femenina.
«Caramba con los jóvenes de hoy, siempre apurados… como si estuvieran muy ocupados. Vamos jovencito, aguarde apenas unos minutos más, que ya estoy con usted. La paciencia es una gran virtud y seguramente va a quedar muy bien vestido. Nuestra ropa es de primera, ideal para una figura de primera como la suya…»
Su tono alegre, nuevamente insinuante y socarrón, atrevidamente conquistador me frenó en mi impulso de irme y casi sonrojándome le respondí entrecortadamente que aceptaba esperar a que se desocupara.
«No te vas a arrepentir» me dijo y rápidamente desapareció dentro de otro probador.
Pocos minutos después lo vi despedir al último cliente y también al que parecía ser el último empleado, tras el cual cerró con traba la pequeña puerta de acceso restringido de la sastrería ya que las puertas principales hacía mucho rato que estaban cerradas.
Tras esto se dirigió hacia mí, con una amplia sonrisa diciéndome «bueno lindo jovencito, ahora soy todo suyo y personalmente me encargaré que quede muy bien en la fiesta que tiene, seguramente será el más elegante» y tomándome por el brazo, casi a la altura de la mano, con mucha suavidad me hizo ingresar a un muy cómodo probador, con muchos espejos de cuerpo entero, sillones y donde se respiraba un grato aroma, relajante.
Debo aceptar que estaba poseído de cierta intranquilidad pero a su vez me sentía atraído por la situación y si sus lisonjas procuraron agradarme, lo había conseguido.
«Bueno veamos, vaya quitándose la ropa para probar un traje smoking recién confeccionado que tenemos y que me parece es casi a tu medida» y se marchó en búsqueda de la ropa.
Por mi parte me fui quitando la camisa y el pantalón que traía puesto quedándome solamente en calzoncillos y zapatos entre espejos que devolvían mi imagen.
Varios minutos después, ya casi aburrido de mirarme en los espejos que me rodeaban entró la menuda humanidad del sastre con el traje en su brazo. Fue verme y exclamó,» hola! que hermosa percha para una buen traje que tenemos aquí».
Otra vez el halago me llegó, me agradó y algo me distendió.
«Vamos a ver, vamos a ver», dijo mientras se acercaba con un centímetro con el que midió el contorno de mi torso, apoyando sus manos tanto en mi espalda como en mi pecho, haciendo una suave presión que me erizó y me hizo sentir cierto escozor a nivel del pene.
Aparentemente, como sin darse cuenta, casi automáticamente me puso de frente a él, envolvió mi cintura con el centímetro, apoyando nuevamente sus manos sobre mi piel desnuda, mientras su antebrazo, dada su pequeña estatura, rozaba una verga que a pesar de la vergüenza que a esa altura me embargaba y la decidida voluntad de evitar que creciese, comenzaba a desarrollarse muy a mi pesar.
Tengo claro que algo de eso fui a buscar, pero llegado el momento(primera vez para mi), mucho me pesaba y me angustiaba.
«Vaya, vaya! exclamó Roberto, parece que tenemos carpa» dijo mirando el ya notorio bulto en mi calzoncillo. «Aquí también parece haber buen material» agregó, rozando ahora deliberadamente mi verga a través de la tela con el dorso de su mano.
Yo a esta altura casi no podía articular palabra. Me sentía en falta, me veía descubierto en un sentimiento que solamente en mis fantasías muy ocultas había dejado escapar.
«Perdón, balbuceé, no lo tome a mal… no pude evitarlo…»
«Por favor muchacho, esto es natural a tu edad y en definitiva una halago para mí por haberlo provocado».
Dicho esto acercó una butaca se sentó en ella, delicadamente bajó mis calzoncillos y tomó dulcemente entre sus manos mi verga a esa altura totalmente inflada y casi a nivel de su cara. Me miró sonriente, «es muy linda me dijo, no te intranquilices y disfruta…»
Dicho esto acercó su boca(apenas a un centímetro del glande) sacó su lengua y delicadamente recogió una gota de líquido preseminal que había asomado y acto seguido la introdujo con enorme delicadeza, casi como con devoción en su boca y comenzó a lamerme todo el glande, a hacerlo deslizar hacia afuera y hacia a dentro, mientras que con sus manos ejecutaba una rítmica y deliciosa masturbación.
La sensación de placer que experimenté en ese momento resulta inenarrable.
En determinado momento sentí que no podría aguantar la eyaculación, tomé su cabeza y se lo dije, sus ojos me miraron sin soltarme la verga y se entrecerraron en señal de aprobación.
Fue comprenderlo y comencé a soltar una gran cantidad de semen en tres o cuatro espasmos absolutamente fantásticos, que hicieron que mis piernas casi se doblaran, mientras sus manos se cerraban firmemente en la base de mi pene y su boca no dejaba escapar ni una gota de todo lo que en ella eyaculé.
Pocas veces gocé tanto como aquella vez.
Pasado el momento de fuego vivido, Roberto se levantó sin soltar me verga, en puntas de pie me besó delicadamente en los labios y me dijo, «querido jovencito, esto es solo una muestra de los mucho y muy bien que podemos pasarlo si tu quieres.
Ahora, vete, llévate el traje que seguramente te va a quedar muy bien y cuando vengas a devolverlo, ven sobre la hora del cierre y espérame, que quiero me cuentes como te fue».
Realmente lo pasé muy bien en la fiesta, el traje fue un punto alto de lucimiento personal y la devolución fue tal como me lo solicitó, pocos días después, pasada la hora del cierre de la sastrería, pero eso será otra historia.