Ella no era una belleza destructora, como muchos pensarían.
Tampoco importa eso. A mí me excitan demasiado los pies, sí, demasiado.
No me importan sus ojos, o sus labios, sus pechos, sus culos, etcétera; la forma delicada de unos pies, su suavidad, su olor, su sabor… eso es lo que me derrumba, lo que me vence.
Ella era una prostituta. La conocí de casualidad.
La besé con violencia y fui bajando por su cuello, sus pechos, su vientre, su vagina, sus piernas… débiles prólogos. Su empeine era liso, sus dedos finos, su talón perfecto…
Olía fuerte. Para mí ese olor es magnífico.
Es una especie de lado animal, esa forma de excitarme por el olor. Respiraba todo de ella vehementemente.
Ella estiraba sus piernas, encogía sus dedos.
Besé su empeine, lo lamí lentamente.
Chupé su dedo gordo y cada uno de los otros, dedicándome con paciencia, aumentando mi excitación.
La curva de su planta la recorrí muchas veces, en ambos pies.
Era un festín para mí.
Mi erección ya era insostenible y le dije que me masturbara con sus pies.
Así lo hizo.
Era una experta. Se demoró casi toda la hora que le estaba pagando.
Muchas veces sentí que me iba a correr, pero ella lo notaba en mi cara y lo hacía lento y sentía pequeños orgasmos, pero no el final, la pequeña muerte.
Mientras ella lo hacía así, yo olía y lamía su zapato izquierdo, de cuero negro, una y otra vez, imaginando las orgías de las novelitas pornográficas que guardaba en mi escritorio.
Me tiré para atrás con los brazos extendidos y su zapato cubriéndome la nariz.
Me vine con fuerza sobre sus pies.
Después de unos segundos de limbo, comencé a lamer sus pies cubiertos de mi semen, mientras ella gemía un poco.
Era demasiado, era lo mejor.
Terminé tendido en la cama, desnudo, chupando su fino tacón.
Ella se cambiaba, pero no se puso las panties.
Me quitó el zapato de la boca y se lo puso, pero me dejó de regalo su pantie, rodeando mi cuello con ella. Cogió el dinero y se fue.
Yo seguí oliéndole en sus panties.