Lo que les contaré aquí me pasó hace algún tiempo, con mi compañera de trabajo, y les aseguro, que nunca en mi vida podré olvidarlo.

Si no les importa, todos los nombres y demás circunstancias identificativas han sido cambiadas, por el simple hecho que comprenderán, de salvaguardar mi intimidad y la de los demás personajes.

Yo trabajo en un edificio de 15 plantas del centro financiero de la ciudad y soy economista. Me paso doce horas al día, con turno partido, pegado a mi ordenador, para luego irme a casa, donde me espera mi mujer y dos niños, uno de 7 y otra de 6 años, en un chalet adosado de las cercanías de la Capital.

Aquella mañana llevaba varias horas al tanto de un importante evento mercantil desde mi terminal, cuando aparece Alicia, una buena compañera de trabajo, para pedirme un bolígrafo de color rojo, y proponerme con algo de sorna malintencionada, una «proposición indecente», según ella, o sea, irnos juntos a comer. La verdad, veníamos haciéndolo muy a menudo, era una buena amiga, y además, vecina. Casada, con una hija, y muy feliz en su matrimonio. Yo la respetaba mucho.

Entre nosotros había mucha confianza, nos conocíamos desde que éramos solteros, cuando entramos, casi juntos, en la empresa, contratados.

Siempre hablábamos con mucha intimidad de nuestros respectivos noviazgos, relaciones esporádicas, etc…

Casi al mismo tiempo nos casamos, cada cual con su respectiva pareja…

A pesar de toda aquella comunicación y confianza, jamás había habido nada entre nosotros, excepto comentarios picantes, sin ningún tipo de intención. Simplemente, éramos como «hermanos».

Nuestros respectivos cónyuges se conocían mutuamente, y había gran amistad, tanto es así, que algunos veranos fuimos todos juntos a la costa, o algún otro destino.

Les contaré como es ella: Es alta, delgada, bien proporcionada, y de porte aristocrático. Ojos azul claro, rubia, bellísima… pero era el tipo de belleza anglosajona, que mantiene distantes a los hombres. Si no fuese por el trato que tengo con ella, diría sin conocerla que es fría, impersonal, carente de toda pasión.

Eso sí… Les aseguro que dentro de ella bulle todo un volcán de sensaciones, temores, ilusiones, morbo… todo dentro de una personalidad extrovertida (Sólo con sus más cercanos amigos y seres queridos) Toda una señora. Y jovial, muy jovial. Los dos andábamos por la treintena.

Ya en el restaurante, algo alejado de donde van el resto de los compañeros, para más tranquilidad, me preguntó si seguía dibujando al carboncillo, a lo que le contesté que sí. Llevo unos días practicando cierta técnica, y se me daba bien.

¿Me harías un dibujo? Me gustaría contar con un dibujo tuyo. Fíjate que nos conocemos hace mucho, y hasta ahora no me habías dado uno de tus originales.

¿Qué clase de dibujo? Paisaje, bodegón, retrato…

Mi marido y yo hemos hablado. Me gustaría tener un retrato mío, y él me dijo que vale, que pasases una tarde y me dibujabas al natural.

Vale. Compraré lo necesario. ¿Cuándo te parece que pase por tu casa? Avisaré a mi mujer.

Pasado mañana, sobre las 8 de la tarde. Como es viernes, salimos a las 3 de la tarde. Así descansas un poco, y yo preparo un cuarto donde no nos molesten, con la luz que tú elijas.

¡Perfecto…! Ponte guapa para mí. Quiero dibujarte espléndida. Poder captar esa expresión de tus ojos. Quiero que me enamores.

¡Ya será menos, bicho! Me estás sonrojando.

¿Sonrojarte yo a ti? Pero si eres una lagarta de las malas, malas…

Casi me gano un pellizco, menos mal que pasaba por allí el director. Una furiosa, y a la vez, pícara mirada, y volvió a su escritorio.

Llegué a casa. Mi mujer, cansada de los niños, se me abrazó. Nos sentamos y le comenté que iríamos el viernes a casa de los Gómez, pues me pidió Alicia un retrato. Sonrió, y me dijo:

A ver si es que quiere ligarte, que me parece que está demasiado estupenda. Y su marido parece muy tranquilo. Demasiada mujer para él.

Pero bueno, si ya sabes que somos amigos de toda la vida. Además, vas a estar allí con nosotros. ¡Celosilla!

¡Ya, ya…!

Me gané un pellizco. Esa noche mi mujer, excitada, aunque un poco celosa, me hizo pasar una noche inolvidable. Todavía recuerdo como jadeaba, subida sobre mí, clavada en mi miembro, sudada, acariciándose los pechos, cayendo sobre mí, comiéndome la boca, mientras le venía uno de los más salvajes orgasmos que se puedan ustedes imaginar.

¿Me amas? Dime, cerdo…¿Me amas? – Me dijo la tigresa, mientras su sexo afianzaba mi pene, absorbiéndolo, comprimiendo, arrancándome todo el esperma acumulado durante la semana.

Sí, amor…¡Aaaahhh! – Noté como mi semen inundaba toda su cavidad, llenando su interior, presionando para echar el falo de su lubricado y cálido alojamiento…

No paramos de follar en toda la noche. Me gusta sentir que mi mujer tiene ciertos celos de mí. Eso la mantiene bella y cuidada. Entre su trabajo y los niños, creo que se lo merece todo la pobre.

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Era viernes, a las 7 de la tarde, algo pronto, pero quería adelantar rápido. Estaba cansado. Mi mujer y yo paramos frente a la casa de Alicia. El marido salió, Juanjo, se llamaba, y nos ayudó. Entre los dos cuidarían de los pequeños salvajes, su hija y los nuestros. Menudo zoo. Pero había de todo, patatas «chips», refrescos, «cheetos», cacahuetes… toda una fiesta. Alicia salió de la cocina. Vestía muy sencilla, de vaqueros muy ajustados, y un jersey amplio, de color «beige» claro.

Irene, te robo a tu marido. Dale por desaparecido en combate. Me lo voy a merendar a solas, mientras jugáis con los «salvajes»

Tranquila, te lo he dejado muy «sobado» estos días. Está como un corderito. Además, me quedo con tu marido, que me gusta mucho.

Bueno, nenas, no os peleéis. Irene, ¿Me echas una mano mientras voy a la cocina a por mas peladillas? Y tú, Oscar, cuida de mi mujer. Como la metas mano te la corto.

¡Ni que la fuera a violar!

Subimos Alicia y yo a un cuarto, que ya estaba preparado como pedí. Cierta luz que favorecía los tonos de la carne, un sofá, un sillón, una banqueta, una mesa… Dejé mis utensilios sobre una de las mesillas, lo coloqué todo. Alicia me dijo que se iba a preparar y que vendría rápido. Le expliqué como me gustaba que se cepillase su largo pelo rubio. Me sonrió y se marchó.

Me puse cómodo. Coloqué la banqueta en cierto punto donde calculé que quedaría su bella carita y busto, y logré una posición cómoda para esbozar los primeros trazos.

Se abrió la puerta y… Alicia entró DESNUDA.

Me quedé sin habla. Ví sus ojos, una expresión de lascivia mezclada con algo de apuro, y un toque de determinación que me dejó con la boca abierta. No conseguí sino balbucear. Ella, más tranquila, sonrió, esperó mientras yo recorría incrédulo todos los recovecos de su magnífico cuerpo con mis hinchados y sanguinolentos ojos.

Pero…pero…

Oscar, mi querido amigo. Por favor. Deja que te explique. Quiero que me dibujes así, desnuda. Mi marido no sabe nada de esto. Confío plenamente en ti, y desde siempre deseé satisfacer esta fantasía. Como ves, no hay nada de ropa aquí. Si nos sorprenden, es nuestra ruina. Tranquilo. Sólo deseo que me dibujes. Bastante situación extraña es ya, y si vieras como estoy por dentro de acobardada…

Me daré prisa. – Alcancé a decir, ya mas recuperado, pero muy excitado, tanto, que mi miembro pugnaba por reventar los pantalones y el calzoncillo. – Estás bellísima, Alicia. Me gustas mucho.

Gracias por tu comprensión. Eres un buen amigo.

Ella se tumbó en el sofá. Volví a situar las luces, y me senté cerca, en la banqueta. Me dolía el pene, mis testículos hinchados, como si no hubiese follado en meses. Pasé un rato esbozando, dibujando cada detalle de ese magnífico físico de diosa griega.

Ella, al principio, estaba con cara de seriedad. Pero poco a poco se abrió, y me sonreía. Pasó algo de tiempo. El dibujo estaba casi acabado, lo dejé a un lado y me puse a contemplarla. Ella me sonrió con algo de lujuria.

Oscar. ¿Te gusto?

Si Alicia, y me siento fatal. Estoy cortadísimo, te lo confieso.

¡Mmmm…! Debes tener una polla enorme. Me gusta ver el bulto que llevas.

No sigas, por favor. Perderé lo poco que me queda de autocontrol y…

¿Y…? ¿Qué me harías? ¿No me deseas?

Alicia se incorporó, vino caminando muy despacio a mí, me abrazó, me besó muy suave en la boca.

Te deseo, Oscar. Desde hace mucho tiempo. ¿Por qué nunca me has tocado? Ese respeto, tu complicidad, tu amistad… ¿Es que nunca me has deseado?

No podía más. Toda una vida de fantasías y circunstancias que transcurrieron sólo en el rincón mas secreto de mi tortuoso cerebro desencadenaron un huracán en mi interior. Empecé a besarla, primero torpemente, luego más pausado, dejando que mis labios buscasen sus jugosos labios, rozándolos, mordiéndolos. Ella me desabrochó la camisa muy despacio.

Luego el pantalón, cada vez más ansiosa… Se arrojó sobre mi pene, enhiesto, duro. Se lo metió en la boca, hasta la garganta, con una expresión de placer y deseo… me lo chupaba con fruición, se relamía, jadeaba casi sin aire, pero sin querer sacar mi polla de su boquita llena de saliva. Aproveché un descanso de ella para tomarla en mis brazos, y depositarla suavemente en el sofá, boca arriba.

Quería hacerle muchas cosas, pero sólo atinaba a penetrarla. Ella estaba ansiosa, y no hacía mas que mirar a la puerta cerrada. Alguien en algún momento podía entrar, y sorprendernos. Alicia tomó mi pene, lo acercó a su sexo, chorreante, y lo restregué a lo largo de la rajita, volviéndola loca de placer. Tuvo que contener un grito cuando de repente le clavé la polla hasta lo más profundo.

¡¡¡Siiii… Fóllame, hazme tuya, Oscar…!!! Soy tu puta, soy tuya, mi amor. ¡Cuánto he deseado esto…!

Te estoy follando vida mía. ¡¡¡Aaaaahh…!!!

Ella se corrió, en un violento orgasmo. Casi gritó y tuve que taparle la boca, mientras golpeaba fuerte dentro de su sexo, cada vez mas deprisa, follándola como un animal. Era toda una puta, se sentía una puta, y yo era su amante. ¡¡¡Dios, que excitados estábamos los dos!!! Y nuestros respectivos cónyuges en el piso de abajo, tranquilos, con los niños, y que en cualquier momento podrían aparecer.

Alicia notó que me iba a correr, y me pidió que le echase todo el semen en la boca. Me la cogió, chorreante de sus jugos, y el sudor de los dos, y se la metió en la boca, justo cuando explotaba. Salió esperma muy espeso, amarillento, a raudales, inundando su boca, su garganta. Ella tragaba, saboreando, sin querer dejar nada fuera, comiendo y chupando cada centímetro de mi polla.

Quedamos exhaustos. Juntos, besándonos, acariciándonos.

Por favor, levántate, cámbiate, y te hago un retrato muy rápido. Así no sospecharán.

Si, pero antes quiero que me comas el sexo. Lo deseo.

¡¡¡Mmmmm… que delicia…!!! Sorbí toda la miel de su coñito. Estaba delicioso. Pegué toda mi cara en la superficie de su entrepierna, acariciándole con la lengua los mojadísimos labios, mientras los sujetaba con los dientes. Emanaba mucha cantidad de flujo espeso, que chorreaba por mis mejillas, caliente, pegajoso.

Alicia se corría, una y otra vez, mientras yo atacaba su clítoris, abultado, rojo, y metía dedos en su ano y coñito.

Se levantó. Fue al servicio, y después permitió que fuese yo. Alicia hubo de abrir las ventanas, pues el fuerte olor a sexo nos delataba. Mas relajados, pasamos un rato charlando sobre lo difícil de nuestra situación, a la vez que terminaba un retrato de su rostro, que es el que iba a enseñar a su marido. El «Desnudo» era de ella, y quedaría escondido, sólo para el recuerdo de esta ocasión tan especial.

Mi mujer entró, sorprendiéndonos uno sentado frente a la otra, esbozando.

Muy callados estáis, que no se os oye desde abajo. ¿Queréis refrescos o algo? Venga, a cenar. – Se retiró, sin darse cuenta de nuestra sonrisa de complicidad.

Bésame, y volvamos al «mundo real»

Si, pero a partir de ahora… eres mía, puta, mi querida Alicia.

Lo último que ella vio antes de volverse y bajar la escalera fue mi sonrisa de depredador carnívoro.

Y pensé en su mirada, sus labios…