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El profesor castiga a sus alumnas por que las pilla fumando

El profesor castiga a sus alumnas por que las pilla fumando

Mi nombre es Miguel, y puede decirse que no soy nada especial, tengo 46 años y vivo solo, nunca he estado casado y realmente no tengo éxito con las mujeres. Quizá sea porque soy de poca estatura, llevo gafas y me estoy quedando calvo, pero es que además de eso soy tremendamente tímido en mi relación con las mujeres. Delante de una mujer me vuelvo inseguro, me pongo nervioso y me transformo en alguien tremendamente torpe y patoso.

Soy de extracción humilde, mi familia nunca tuvo demasiado dinero, pero gracias a los ahorros de mi padre, yo pude estudiar magisterio y conseguí trabajo de profesor en un colegio de pago. Se trata de un internado inglés dirigido por unas monjas. Aquí vienen las hijas de los hombres más ricos de la ciudad; es un colegio tradicional y estricto donde yo doy clase a las niñas de 16 y 17 años. Siempre he odiado mi trabajo, todas esas adolescentes caminando por los pasillos con aires de superioridad porque ellas gastan más dinero yéndose a esquiar un fin de semana del que yo gano en dos meses. Esas horas de clase tratando que le respeten a uno mientras ellas ríen, hablan y te ignoran. Las amenazas y castigas pero es difícil encontrar algo que las infunda respeto.

Todos los años hay una niña que destaca por su rebeldía y que resulta especialmente odiosa, este curso hay una alumna en el piso 3 llamadas Cristina Ruiz que es realmente insoportable. Es la hija de algún brillante hombre de negocios, es rubia, con el pelo largo. Tiene una cara angelical, pero es totalmente insoportable. Me interrumpe cuando hablo, cuchichea y se ríe con sus amigas en mis clases etc.

Ayer caminaba por el campus ya entrada la tarde cuando vi que detrás del seto del jardín que tenemos en el colegio había alguien. A esas horas las niñas tienen que estar en sus habitaciones, así que me acerqué a mirar quien andaba por ahí. Había seis alumnas fumando que, al verme, trataron de ocultar los cigarrillos. Es algo habitual pillar de vez en cuando a alguna alumna fumando y siempre que así sucede se envía a la niña a casa por una semana. Me puse muy serio y pregunté a las niñas qué estaban haciendo.

-Nada, sólo estábamos aquí –respondió una

-¿Y tú que tienes en la mano? –le pregunté a Cristina que trataba de esconder la cajetilla de tabaco. –Os quiero ver inmediatamente a todas en mi despacho.

Mientras las niñas se dirigían al edificio donde está mi despacho yo salí del colegio a tomarme un café. Sabía lo que iba a ocurrir, ellas me esperarían en la puerta del despacho, las haría entrar una a una y las hablaría sobre lo malo que es fumar, sobre cómo deben comportarse en el colegio y esas cosas. Después mandaría a cada una a su casa por una semana, para que reflexionasen sobre lo que habían hecho. El castigo no serviría para nada pero yo me habría ganado el sueldo.

Acabé mi café y volví al colegio. Al llegar a la puerta del despacho allí estaban las seis alumnas vestidas con los uniformes del colegio, la falda de tablas que siempre se subían por encima de las rodillas, esos jersey verdes de pico, los zapatitos negros brillantes y los calcetines. Estaban todas con las caras serias, asustadas supongo, ante la posibilidad de irse una semana castigadas a casa. Abrí la puerta del despacho y ordené que pasasen de una en una, y que mientras una niña estuviese dentro del despacho, no quería oír ni una voz en el pasillo.

Me senté detrás de mi mesa y ante mi tenía a Clara Martínez del cuarto piso. Era la hija de uno de los directivos del principal banco de la ciudad, Tenía 18 años y estaba repitiendo curso. Era realmente mala estudiante, y se notaba que era la mayor. Estaba muy desarrollada. Tenía una melenita morena que casi le llegaba a los hombros, y mientras yo la hablaba de la importancia de seguir las reglas no podía evitar mirarla de arriba abajo. La tenía allí enfrente de mí, mirándome con las manos en la espalda y muy seria. Llevaba la falda a la altura de las rodillas. Sus grandes pechos se insinuaban debajo del suéter. Se notaba que estaba nerviosa porque se balanceaba ligeramente de derecha a izquierda, sin despegar los pies del suelo. Eso hacía que su falda se moviese ligeramente de un lado para otro. Me excitaba esa situación, y como suelo hacer en esas ocasiones, accioné el botón del aire acondicionado del despacho. De esta manera ella iba sintiendo el frio mientras se ponía más y más nerviosa. Cuando ya llevaba un rato hablándola, la temperatura del despacho había bajado sensiblemente y sus pezones se marcaban dentro de aquel jersey. En ese momento me quede mirándola fijamente y le anuncié que estaría una semana en su casa como castigo. Ella agachó la cabeza y no dijo nada. Después de eso la ordené que se fuese a su habitación y preparase la maleta para el día siguiente.

Las demás chicas fueron pasando por el despacho y yo me puse realmente cachondo. Me excitaba tenerlas ahí frente a mí, nerviosas. Por fin sentía que esas insolentes niñas de papá me respetaban. Las seis eran atractivas, unas más desarrolladas y otras más aniñadas, pero todas lo suficientemente mayores como para que sus pezoncillos reaccionasen al efecto del aire acondicionado de mi despacho. La mayoría asumió su castigo con dignidad ya que no era la primera vez que eran expulsadas.

Pensé que ya habían pasado todas las alumnas y apagué el aire acondicionado del despacho y saqué unos exámenes que tenía que corregir. Me dispuse a trabajar un poco y de pronto entró Cristina. Nada más verla, me apresuré a volver a conectar el aire acondicionado. Era la última de todas y estaba realmente nerviosa. Tiene 16 años y aunque es bastante rebelde nunca la habíamos expulsado a su casa. Es más atractiva que las demás, está bastante desarrollada. Tiene unas tetitas firmes y respingonas con unos pezones que enseguida se dejaron notar. El pelo rubio y largo le caía a los lados de la cara. Llevaba el uniforme de un modo especial. Se había subido la falda al menos tres dedos por encima de las rodillas, las monjas del internado la hubiesen reprendido por eso, y yo también podía castigarla. Según entró al despacho cerró suavemente la puerta, se colocó frente a mi mesa y preguntó si podía decir algo. Yo la contesté con otra pregunta:

-¿Acaso no te han enseñado que, en este colegio, al dirigirte a un profesor hay que poner las manos en la espalda?

-Lo siento Don Miguel

-¿Te parece bonito haber estado fumando?

Me divertía aquella situación, la pobre niña estaba realmente nerviosa, se balanceaba de derecha a izquierda sin parar. Al fin podía vengarme de tanta impertinencia durante mis clases. Además después de cinco alumnas desfilando por mi despacho estaba bastante excitado y me alegraba la idea de que la más atractiva se hubiese quedado para el final.

-No, no me parece bonito, sé que no debía haber fumado, pero era la primera vez que lo hacía y no lo volveré a hacer. Estoy arrepentida de verdad.

-Ya, me parece muy bien que estés arrepentida, pero eso sólo no vale

-No me castigue Don Miguel, yo no quería ir a fumar, por favor…

-Eso deberías haberlo pensado antes. Ahora sin embargo ya es tarde para arrepentirse.

Estaba realmente cachondo, me excitaba la idea de que la tenía ahí, en mi despacho y que en ese momento ella estaba asustada y yo era quien tenía el control de la situación. Sabía que no me podía aprovechar realmente de ello, pero podía divertirme un poco a su costa, al fin y al cabo llevaba todo el curso aguantando sus impertinencias y su falta de atención en mis clases.

-Estoy muy decepcionado con tu comportamiento en mis clases, otros profesores también se han quejado de ti, y además ahora te pillo fumando.

-Pero yo no he hecho nada ¿qué otros profesores se han quejado? Yo, creo que he sido más o menos buena.

La verdad era que ningún profesor se había quejado, sólo la profesora de gimnasia me había comentado que Cristina nunca hacía los ejercicios de flexibilidad. No sabía que decir, así que utilicé eso.

-Me han llegado comentarios de que en clase de gimnasia no colaboras y no haces los ejercicios de flexibilidad.

-Ah, es eso… es que no me gusta, pero a partir de ahora los haré, haré lo que sea pero no me expulse a casa, que mi padre se enfadará.

-¿Por qué no haces los ejercicios de gimnasia?

-Jo, es que no me gusta nada, pero sí que los puedo hacer, no es que no tenga flexibilidad.

-A ver, a ver qué ejercicios son esos que te gustan tan poco

Ya no estaba tan nerviosa, se había ido relajando a medida que la conversación se alejaba del hecho de que las hubiese sorprendido fumando y del inminente castigo. Sus piernas se movían sin parar en un interminable balanceo que no podía dejar de mirar. El frío del despacho hacía que sus pezones traspasasen el jersey, me encantaba tener ahí esas fantásticas tetitas, con sus pezoncillos mirándome fijamente a través del suéter desde apenas dos metros de mi mesa. Lamenté que con la falda no se insinuase su culito y me pregunté cómo serían sus braguitas.

-Verá usted Don Miguel, hay un ejercicio de espalda que consiste en tocarse las puntas de los pies sin doblar las rodillas, a veces no lo he hecho, pero sí que puedo hacerlo.

-Vamos a comprobarlo, venga.

-Sí señor.

La preciosa alumna se puso de perfil y dobló la espalda hasta que las puntas de sus dedos tocaron las puntas de sus pies. Sentí una punzada de lujuria cuando me di cuenta que, con lo subida que llevaba la falda, su culito quedaba prácticamente al aire.

-¿Ve como sí que puedo?

-Lo veo, lo veo.

-¿Me castigará?

-Mira, escúchame, yo tengo que castigarte, en este internado, cuando una alumna fuma, se va a casa una semana.

-Pero Don Miguel, no me expulse a casa, si lo hace mi padre se enfadará mucho.

Es algo habitual que una alumna trate de engatusarme de vez en cuando para que no la castigue. Se ponen a suplicar y a llorar. Siempre he sido y soy inflexible y no accedo a los lloros de una niña de papá que no quiere que la castiguen, pero esta vez estaba realmente cachondo, y me excitaba verla suplicarme, así que pensé que podía seguirle el juego un rato. La mire fijamente por encima de las gafas y saqué su ficha del cajón de la mesa.

-Cristina Ruiz, aquí tengo tu ficha… Mira, todos los años tenemos una alumna como tú, no eres buena estudiante, y sobre todo tienes dificultad para asumir las normas.

-Jo, eso no es verdad, yo a veces ya sé que no me he portado bien, pero en general soy obediente.

-¿Obediente?

-Sí, intento hacer lo que los profesores me digan que haga.

-Ya, los profesores te han dicho por ejemplo que te subas la falda por encima de las rodillas.

-Esto…

-Sabes perfectamente que a las hermanas que dirigen este colegio no les gusta nada que llevéis así el uniforme.

-Si Don Miguel –dijo la pobrecilla mientras se bajaba un poco la falda para colocársela a la altura de las rodillas.

-No, no, ahora no lo intentes arreglar, vuélvete a ponerte la falda como estaba, ya no tiene solución.

-Jo, pero lo siento.

-Nada de excusas –dije yo mientras miraba como ella me miraba con expresión de carnero degollado.

Mientras me miraba se volvió a subir la falda, quizá incluso más que antes. Recuerdo que pensé que tal vez me estaba propasando, la alumna me estaba mirando de un modo, poniendo los labios ligeramente hacia fuera, que me hizo pensar que trataba de seducirme para que no la castigará. Una parte de mi pensó que debía cortar aquella situación cuanto antes, pero tenía delante de mí a una preciosa adolescente que se subía la falda mientras me ponía morritos a la espera de convencerme. Había tenido cientos de veces esa fantasía, y aunque no pudiese realizarla, tampoco quería acabar ya con esa situación.

-¿Así era como estaba la falda?, no creas que me puedes tomar el pelo.

-Jo, no sé. Sí, así era como la tenía

-La hermana Marisa se ha quejado de ti, y dice que a veces llevas la falda aún más subida.

-No lo volveré a hacer, a partir de ahora llevaré la falda cómo me digan que he de hacerlo.

-Ahora es inútil lamentarse, enséñame porque la hermana Marisa se queja

-Ehh… no le entiendo Don Miguel.

-¿Cómo que no me entiendes?, no puedes ir por ahí vestida como te da la gana, este es un colegio muy respetable donde sólo acuden niñas que quieren prepararse para ser señoritas. Debes aprender a llevar el uniforme correctamente, y para enseñarte, empezaremos por ver tus errores. ¿Qué hiciste para tener a la hermana Marisa tan enfadada?

-Verá usted Don Miguel, a veces la hermana Marisa se enfada porque llevo la falda por más arriba.

Mientras hablaba, se iba subiendo la falda por debajo del jersey, poco a poco se iban descubriendo sus preciosos muslos; suaves, inocentes y blanquitos. Ya se había puesto nerviosa de nuevo, pues la situación le resultaba extraña. Mientras se subía la falda se balanceaba de un lado a otro ligeramente. Sin mover los pies. En el despacho ya hacía bastante frío, y en el balanceo de todo su cuerpo sólo dejaba de mirarla los muslos para comprobar que sus pezones seguían duros.

-Me la pongo así.

-¿Si?, pues según la hermana Marisa, a veces te subes la falda aún más.

-¿Más?

Al subirse la falda había abandonado la postura reglamentaria para dirigirse a un profesor. Sus manos ya no estaban en la espalda, sino que tenía los brazos en jarras. Aquello me desilusionó un poco, porque me gusta ver a las niñas de pie frente a mí con las manos detrás de la espalda. Decidí utilizar aquello para ponerla un poco más nerviosa. Quería que estuviese tan asustada que se limitase a hacerme caso, y no se diese cuenta de lo cachondo que estaba. Di un fuerte golpe en la mesa y exclamé:

-¿Es que no sabes dónde debes poner las manos al hablar a un profesor?

La pobre se puso colorada y balbuceó:

-Lo… lo siento Don Miguel –dijo mientras colocaba las manos detrás de la espalda.

-Te decía que según la hermana Marisa, a veces te subes más la falda.

Ya no contestó “¿Más?”, sino que dijo:

-Sí, a veces me la subo más.

Después de decir eso comenzó a subirse más la falda, mientras me miraba. La pobre Cristina no se atrevía a parar. Se subía la falda despacito, esperando que yo le dijese que parase. Dejé que se subiese la falda hasta que me enseñó todos sus muslos. Tenía un hermoso par de piernas delgadas y suaves. Tenía la falda realmente subida, calculé que si se la subía un poco más, me dejaría ver sus braguitas.

-Así que tú crees que esa es forma de llevar el uniforme.

-Pero la hermana Marisa no le ha dicho la verdad, yo nunca llevo la falda así.

-Ya, ¿esperas que te crea a ti en lugar de a la hermana Marisa?

-Pero, es verdad…

-Aquí la única verdad es que tú has sido desobediente.

-Pues castígueme si quiere, pero no me mande a casa. Mi padre se va a enfadar mucho.

Era un espectáculo increíble, no podía apartar la vista de sus piernas. Su inocente balanceo nervioso movía la faldita de un lado a otro. No podía dejar de preguntarme cómo y de qué color sería su ropa interior.

-Ya, ¿y que castigo crees que debo imponerte?

-No sé, si quiere a partir de ahora llevaré el uniforme como usted me diga, le haré un trabajo especial para su asignatura y haré los ejercicios de gimnasia.

-¿Serías capaz de aprender a ser obediente?

-Sí.

-¿Estas segura de eso?

-Sí, estoy segura.

-¿Y cómo puedo estar seguro yo de que vas a hacer todo eso que me has dicho?

-No sé. Si quiere a partir de ahora puedo pasar todos los días a primera hora por su despacho, y entregarle cada día lo que haya hecho del trabajo.

-Ya, ya ¿y qué pasa con las quejas de la hermana Marisa y de la profesora de gimnasia?

-No sé…

-Vamos a ver, a partir de ahora vendrás a primera hora todos los días a mi despacho. Quiero ver cómo haces los ejercicios de gimnasia, y cómo aprendes a llevar correctamente el uniforme.

-Sí profesor, y ¿no me expulsará?

-Por ahora vamos a dejar el castigo en suspenso. Si tengo alguna queja, por pequeña que sea, de tu comportamiento te expulsaré; por el contrario si me demuestras que puedes ser una alumna obediente, te librarás del castigo.

-Muchísimas gracias Don Miguel.

-No me des las gracias, ahora te queda por demostrarme que realmente estás arrepentida y que vas a ser más obediente.

-Sí señor, ¿me puedo ir ya?

-Por supuesto que no, pues mal empezamos ¿creías que ibas a salir de este despacho con el uniforme así?, las señoritas no llevan la falda de esa manera.

Se fue a bajar la falda para irse, pero yo no estaba dispuesto a dejar que se fuese. Sabía que lo más inteligente era dejar que se fuese y mañana la tendría de nuevo en mi despacho, pero estaba demasiado excitado para eso.

-Déjate quieta la falda. A ver, para que aprendas cómo se debe llevar el uniforme, y como debes comportarte en clase de gimnasia, vas a hacer unos ejercicios.

-¿Otra vez lo de antes?

-Sí, quiero que repitas el ejercicio una y otra vez, pero mirando al rincón, que yo tengo que trabajar.

Se dio media vuelta y se fue al rincón de mi despacho que está junto a la puerta. Comenzó a agacharse y levantarse. Cada vez que sus manos tocaban la punta de sus pies, me enseñaba sus braguitas. Tenía un culito pequeño y respingón enfundado en unas bragas de color blanco con puntillas. La pobre Cristina se había dado cuenta de que –con la falda tan subida-, estaba mostrando su ropa interior, así que cuando quedaba de pie estiraba del borde de su falda con la esperanza de que ésta bajase un poco. Cuando lo hacía, yo la reprendía por parar de hacer el ejercicio. Entonces me di cuenta de que no podía dejarla salir del despacho. Si se iba del despacho y me dejaba así de cachondo, iba a estallar por dentro. No me creía lo que se me pasaba por la cabeza, pero me levanté de la silla dispuesto a acercarme a ella.

Al oír el ruido de la silla al moverse, ella paró de hacer el ejercicio y se volvió para mirarme.

-Continua, nadie te ha dicho que pares

Ella continuó y yo comencé a pasearme por el despacho. Como estaba de espaldas a mí, podía mirarla descaradamente. Estaba muy nervioso, sabía que debía acercarme a ella, pero no sabía cómo hacerlo, así que continué paseándome por el despacho mirando como aparecía y desaparecía su precioso culito.

-Tienes que hacerlo más rápido –le dije.

-Es que me canso –dijo sin parar de hacer el ejercicio.

-¿Cuál es el lema de este colegio?

-¿El lema?

-Sí, el lema, lo que está escrito encima de la puerta de la entrada.

-Obediencia, estudio, oración y esfuerzo.

-Eso es, esfuerzo, debes aprender a esforzarte. Venga hazlo más rápido.

La pobre empezó a acelerar el ritmo, supuse que estaba realmente cansada porque su respiración se hizo más profunda. Me excitaba oírla jadear.

-Muy bien, así es. Debes esforzarte. Recuerda: “Obediencia, estudio, oración y esfuerzo”

-Sí Don Miguel.

Estaba justo detrás de ella, con sólo alargar mi mano hubiese acariciado ese precioso culito. Estaba a punto de hacerlo, pero me dio miedo que la niña se asustase. Decidí tantear hasta qué punto estaba dispuesta a no ser expulsada.

-Estoy pensando que no está bien que tus amigas sean expulsadas a casa una semana y tú no.

Ella paró de hacer el ejercicio, se volvió y me dijo con un hilo de voz:

-Pero Don Miguel, usted había dicho que yo…

-Ya sé lo que he dicho, continua con el ejercicio. ¿Ves? Nadie te ha dicho que pares y tú has parado. A eso me refiero cuando te digo que debes ser más obediente.

-Sí –dijo ella mientras se esforzaba por seguir con el ejercicio realmente rápido.

-A ver, repite el lema del colegio.

-Obediencia, estudio, oración y esfuerzo.

-“Obediencia”, esa es la clave de todo. Para que no seas castigada debes demostrarme que realmente quieres ser más obediente.

Después de decir eso alargué la mano y deje que –al moverse- su culo me rozase la palme de la mano. Ella se movió como si un calambrazo recorriese su cuerpo, pero no dijo nada y continuó haciendo el ejercicio. Eso era lo que necesitaba para animarme. No moví mi mano y deje que su culito me rozase suavemente cada vez que sus dedos tocaban las puntas de sus pies.

-¿Realmente quieres ser más obediente?

Ella continuó en silencio, así que repetí la pregunta:

-¿Realmente vas a ser más obediente?

Hubo un silenció, y después dijo tímidamente:

-Sí Don Miguel, aprenderé a ser más obediente.

-Bien, ya puedes parar de hacer el ejercicio, tampoco es necesario que te canses tanto.

Ella paró y se quedó de pie de espaldas a mí, mirando hacia el rincón.

-Hazlo una vez más, pero ahora quiero que lo hagas muy despacio ¿Entendido?

-Sí señor.

Comenzó a agacharse lentamente sin doblar las rodillas. Acerqué mi mano a sus braguitas mientras se agachaba. Notaba como su culo iba saliendo de la faldita. Apreté mi mano contra su precioso culito y comprobé lo suave que era.

-Muy bien –le dije mientras la sentía moverse. Ella continuó agachándose lentamente hasta que sus dedos volvieron a tocar los pies.

-Ahora estate quieta. –Aproveche su postura para palparla bien, metí la mano entre sus piernas, sólo un poquito, y ella lanzó un pequeño gritito.

-Muy bien –le dije mientras me alejaba. Volví a la mesa del despacho y me senté en mi silla giratoria. Ella se dio media vuelta y me miró como una putita que no sabe lo que le tocará hacer. Eché la silla para atrás y me alejé un poco de la mesa.

-Veo que sabes hacer los ejercicios de gimnasia, hablaré con tu profesora. Acércate que quiero enseñarte cómo debes llevar el uniforme.

-¿Con la falda a la altura de las rodillas? –dijo ella sin moverse.

-Ven, debes aprender a…

-A ser más obediente, lo sé –después de decir esto sonrió y se comenzó a acercar. Al parecer la alumna estaba empezando a comprender.

-Eso es –ella se acercó a mí y yo le cogí el borde de su falda.

-Así que ya sabes que la falda debe ir a la altura de las rodillas. ¿Sabes también que la camiseta debe ir por dentro de la falda?

-Sí, lo que pasa es que me la tuve que sacar para subirme la falda. ¿Quiere que me meta la camiseta por dentro?

-Sí, pero has de hacerlo correctamente. Primero quítate el jersey.

-Vale.

Se sacó el jersey por el cuello y al hacerlo se le levantó la camiseta hasta que casi dejo ver el sujetador. Se puso bien la camiseta y comenzó a doblar su jersey. Dejó el jersey encima de la mesa y se me quedó mirando.

-¿Me meto la camiseta por dentro?

-Te he dicho ya varias veces que al hablar con un profesor, debes tener las manos en la espalda.

-Lo siento –dijo colocándose las manos en la espalda. Al hacerlo sacó pecho y sus dos preciosas tetitas parecieron hincharse.

-No pasa nada, sé que te estás esforzando, siéntate aquí. –le dije golpeándome suavemente las rodillas.

La muchacha trató de juntar la falda a su trasero para no apoyar su culito directamente sobre mis rodillas. Fue inútil, así que se quedó quieta pegando tirones del borde de su falda con la esperanza de que ésta bajase un poco.

-Vamos, que es para hoy –la chica sonrió y sin parar de dar tirones al borde de su falda, se puso de espaldas a mí, apoyada sobre la mesa con una mano. Permaneció así de espaldas un segundo, después giró la cabeza, me miró con ojitos de pena y me dijo:

-Es que no me puedo sentar porque la falda se me ha quedado muy cortita. ¿No querrá que me siente así?

-Ya, ya –dije yo mientras le acariciaba los muslos

-¿Quiere que me meta ahora la camiseta por dentro?

-Sí, date media vuelta y metete la camiseta.

Ella obedeció, y mientras me miraba agarró el borde de la camiseta y muy despacio lo levantó hasta donde comenzaba la falda. Al hacerlo separó mucho la camiseta de su cuerpo, de modo que dejó que pudiese ver un poco de su sujetador.

-Don Miguel, ¿Quiere usted también comprobar algo más o solo la faldita y la camiseta?

-Vaya, no sé ¿Crees que debería comprobar algo más?

-Ah, yo no sé, es usted el que sabe de esto, yo sólo debo ser obediente ¿no?

-Ya veo lo que pretendes, eres una auténtica zorrita ¿no?

-Je, je, no sé. Si usted cree…

-Levántate la camiseta.

-Verá, no sé si eso estaría bien, usted es mi profesor y…

-Y ¿qué? ¿Cuál es el lema de este colegio?

Ella comenzó a subirse la camiseta mientras decía:

-Eso es verdad, el lema de este colegio es: Obediencia, estudio, oración y esfuerzo.

Tenía ante mí un precioso sujetador blanco con un lacito azul en el en medio, dentro del sujetador había dos preciosos pechitos que miraban hacia arriba. Sus pezones se dejaban ver a través del sostén.

-¿Hace falta que hoy sigamos aprendiendo? –dijo girando la cintura a uno y otro lado. -¿No podemos seguir mañana? Estoy un poco cansada, y debería estar en la habitación.

-No te preocupes por eso. Mañana seguiremos, pero hoy todavía no has acabado.

-Joo… pero estoy cansada.

-¿Qué te has creído que es esto? ¿Quieres irte una semana castigada?

-No, no, seré buena Don miguel, de verdad –dijo mientras me seguía enseñando el sujetador

-¿Qué debo hacer ahora? ¿Quiere que me meta ya la camiseta por dentro?

-Aún no te has sentado en mis rodillas.

-Es por la faldita que está muy corta, pero si usted quiere me siento.

-Siéntate.

Ella sonrió y se sentó pasando los brazos alrededor de mi cuello. Quería seguir contemplando aquellas tetitas, así que le dije que se quitase la camiseta.

-¿Está seguro? ¿Y si entra alguien?

-No estás siendo precisamente obediente.

Ella se quitó la camiseta y la tiró al suelo.

-¿Así mejor?

-Bien, ahora vas a ser buena y te vas a dejar de tonterías. –Le dije mientras le acariciaba los pechos a través del sujetador.

-¿Y qué tengo que hacer?

-Vas a soltar mi pantalón y vas a coger mi polla con esas manitas.

-Sí profesor, haré lo que diga pero no me castigue ehh

Yo tenía ya una erección monumental, ella me soltó la bragueta, y metió la mano dentro de mi calzoncillo. Agarró la polla con una mano y dijo:

-Es muy grande, ¿Así lo hago bien?

-Sácala del calzoncillo y hazme una paja

-¿Así?

-Ya veo que te gusta.

-¿Cree que soy una guarra por hacer esto?

-Claro que no.

-Igual piensa que soy fácil o algo así, porque le estoy haciendo una paja, pero yo creo que cualquiera de mis amigas haría lo mismo. No piense mal de mí, sólo quiero ser obediente.

-Ponte de rodillas en el suelo, me vas a hacer una mamada.

-¿Con la boca?

-Sí, venga.

Ella se puso entre mis piernas y se arrodilló, me sonrió y volvió a coger mi polla con su mano derecha. Apretó un poco la polla hacia abajo, en dirección a la base, y se dispuso a chupar

-Yo no sé hacer esto, ¿Qué se supone que debo hacer ahora?

-Tienes que meterte mi polla en tu boca y hacer lo mismo que me haces con la mano, pero utilizando los labios.

-¡Qué asco! ¿En serio lo tengo que hacer?

-Sí, venga. ¿No querrás que te expulse?

-Joo…

Realmente no quería hacerlo, pero tampoco quería ser expulsada así que acercó su preciosa carita a mi polla mientras me miraba con unos ojitos que me pedían que la librase de hacer eso. Sacó la lengua y me la empezó a pasar por la base de mi polla, lamiendo hacia arriba lentamente. Giró su cabeza de lado simulando morderme, suavemente colocando sus dientes en mi carne. De pronto paró y comenzó a reírse.

-La verdad es que no es tan asqueroso, ¿cree usted que lo estoy haciendo bien?

-Sí, lo haces muy bien pero no pares, anda, métetela en la boca

-¿No pensará que soy mala si lo hago?

-Hazlo, venga.

Se rio de nuevo y continuó lamiendo mi verga desde la base hacia arriba. Continuó de ese modo, así que yo comencé a retorcerme con frustración, pensando que no se lo iba a tomar en serio. Pero entonces, en uno de sus balanceos hacia arriba

Con su lengua, desde la base al borde del capullo, no se

Detuvo Recorrió con su lengua todo el borde de mi capullo, por todo el contorno. Se acercó a la cabeza de la polla como si fuese un helado de crema de

Chocolate y se metió todo el capullo en su boca caliente. Bajó rápidamente y metió tanta polla como pudo dentro de su boca

Me apretaba con los labios y movía la cabeza hacia arriba y abajo para hacerme una paja. Me la estuvo chupando un buen rato, si yo le decía que fuese más rápido, aceleraba; e iba más despacio cuando se lo decía. Pensé que no quería correrme antes de habérmela follado, así que decidí que había llegado la hora de desvirgar a esa preciosidad.

-Está bien, para. Dime ¿alguna vez te la han metido?

-¿Se refiere a hacer el amor? No

-Me refiero a que te follen. Ven aquí.

-Pero Don Miguel, usted no puede…

-Levántate.

Se puso de pie y la metí la mano por debajo de la falda. Aún no había probado ese conejito.

-Bien, quítate las bragas.

-Pero ¿qué va a hacer? –dijo mientras comenzó a bajarse las braguitas. Lo hacía despacito, como queriendo retrasar lo inevitable. Me gustaba ver sus bragas a la altura de sus muslos. Cuando terminó de bajárselas, le dije:

-Siéntate en la mesa.

Ella se apoyó en el borde de la mesa, me puse de pie, y la incliné sobre la mesa. Yo tenía los pantalones bajados, así que sólo me coloqué encima de ella, la agarré los muslos y la penetré. Ella soltó un pequeño gritito. Pensé que podía dolerle, así que le pregunté:

-¿Quieres que pare?

-No, no, siga, no pares, no pares.

Estuvimos follando un rato, pero no quería correrme dentro de él. Una cosa es cepillarse a una alumna y otra distinta dejarla embarazada. La verdad es que me dio miedo dejarla embarazada, así que paré y le dije:

-Ahora vas a volver a chupármela

-Joo…, mejor vamos a seguir así…

-¿Qué era lo que ibas a empezar a ser?

Ella sonrió y me dijo:

-Obediente, a partir de ahora voy a ser muy obediente con usted. Le comeré la polla cuando me diga –dijo riendo. Se acercó y tomando tan sólo el capullo en su boca, lo mamó como si fuera un pezón. Luego se la metió entera en la boca. La avisé de que me iba a correr, pero ella siguió chupándomela, así que me corrí dentro de su boca. Pensé que igual eso la molestaba, pero la chica no protestó y se lo tragó todo sin rechistar.

Me quedé con los pantalones bajados mientras la miraba como se ponía de nuevo el uniforme. Pensé que apenas había aprovechado sus tetitas.

-¿Mañana quiere que vuelva a primera hora para que me revise si llevo bien el uniforme? –me dijo con una sonrisa pícara.

La pregunta me pilló desprevenido, me quedé callado como un idiota, no sabía que podía decir.

-Lo digo porque tal vez no quiera que venga yo. Si lo prefiere puedo decirla a alguna de mis amigas que vengan a ver si usted está dispuesto a sustituirles el castigo. No sé, lo que usted diga.

-Vendrás con Clara Martínez, os quiero a las dos en mi despacho a las nueve en punto.

-Sí señor, hasta mañana

-Ah, y prepara tu culito, que tal vez mañana le demos un repaso.

-Lo que usted diga –dijo sonriendo mientras cerraba la puerta del despacho.

Me quedé solo y feliz en el despacho. Estornudé.

-Puto aire acondicionado, ya me he vuelto a acatarrar.

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