Era una tarde gris de invierno cuando Zara bajó del colectivo. El viento helado la obligó a ajustarse la ropa: estiró la pollera negra corta que se le había subido por el muslo, acomodo el cuello de su camisa blanca y subió el cierre del abrigo hasta el cuello a pesar que aun transpiraba de calor y deseo por lo que había ocurrido en el bus. Cruzó la calle sin perder tiempo, saludando con una sonrisa a los vecinos que, como de costumbre, la confundían con su hermana gemela:

—¡Hola, Kira!

Ella respondió con una sonrisa leve, sin detenerse a corregirlos. No tenía ánimos para explicaciones; lo único que quería era hablar con su hermana. Algo había pasado en ese viaje, algo que la tenía ardiendo por dentro.

Tocó el timbre del departamento, pero no obtuvo respuesta. Sacó la copia de la llave que su hermana le había dado y entró. Apenas cerró la puerta, escuchó el sonido del agua corriendo en el baño. La puerta entreabierta dejaba escapar vapor, y entre las rendijas del marco, el cuerpo desnudo de Kira se dejaba ver bajo la bruma.

Zara se quedó quieta. No la había visto así desnuda desde niñas, desde hace mas de 20 años! pero ahora, tal vez por el calor que le subía desde las entrañas tras lo que le había pasado en el colectivo, la escena se le antojó hipnótica. Sensual.

Kira se deslizaba por el agua tibia, completamente entregada. Pasaba una esponja por sus piernas, lentamente, como si acariciara pensamientos ocultos. Luego subía por su vientre, su pecho, su cuello. Tenía los ojos cerrados, los auriculares puestos, y una expresión tan íntima que Zara sintió que no debería mirar… pero no podía dejar de hacerlo.

Una punzada le atravesó el vientre. Se mordió el labio, contuvo el aliento. Su mano se apoyó en su muslo, las uñas se clavaron apenas en la piel. Un impulso casi involuntario quiso llevarla más allá… hasta que una voz interna la frenó de golpe:

¡Es tu hermana! ¿Cómo puedes mirarla así?

Además, te gustan los hombres… ¿no?

Justo entonces, un celular vibró sobre la mesa de la cocina. El zumbido le hizo cosquillas en la imaginación.

—Vibrador… —susurró, riéndose sola—. No puedo estar tan caliente… que puta!

Se acercó y vio que era el teléfono de Kira. Había recibido varias llamadas o mensajes. Por juego —o por deseo disfrazado de juego— lo tomó con la idea de apoyarlo sobre su cuerpo, solo para sentir esa vibración que tanto le gustaba.

Pero el teléfono dejó de vibrar, y la pantalla se desbloqueó. El reconocimiento facial no distinguió que era Zara y cedió sin problemas. Dudó un segundo. Pero la curiosidad pudo más.

Abrió las notificaciones de WhatsApp y lo primero que vio fue una secuencia de fotos explícitas: un pene erecto, capturado desde todos los ángulos, acompañado de mensajes de tono tan directo que no alcanzó a leerlos del todo. No hizo falta. Las imágenes encendieron una chispa que conectó directamente con lo que había sentido en el colectivo. Su cuerpo ardía.

En ese mismo instante, como si algo invisible las uniera, Kira —aún en la bañera— sintió una oleada de deseo recorrerle la piel. Sin razón aparente, volvió a tocarse como lo había hecho hacía apenas unos minutos, dejándose llevar por esa corriente intensa que surgía del agua, de su mente, de su cuerpo.

Como si estuvieran conectadas por un espejo invisible, ambas comenzaron a moverse. Una en la cocina, otra en el baño. Zara, sin pensar, se deslizó sobre la silla; dejó el celular sobre la mesa y cerró los ojos. Su mano subió hasta sus pechos. Al mismo tiempo, Kira hacía lo mismo, perdida en su propia fantasía.

Ambas bajaban por sus vientres con caricias lentas, casi idénticas. Zara recorrió sus muslos, temblando. Kira, con los dedos húmedos, se acariciaba como si adivinara cada gesto de su hermana. No se hablaban, no se veían, pero era como si una supiera exactamente lo que la otra hacía.

Sus respiraciones se aceleraban. Los movimientos eran un reflejo perfecto: suaves, íntimos, llenos de deseo contenido. Como dos cuerpos latiendo en el mismo ritmo. Como si el fuego que las consumía viniera de un mismo origen, de una misma memoria, de un lazo que iba más allá de lo lógico.

Entre el vapor del baño, Kira yacía en la bañera, el agua tibia acariciando su piel como un amante paciente. Sus dedos, resbaladizos y exploradores, comenzaron a trazar círculos lentos alrededor de sus pezones, endurecidos por el deseo. Con cada caricia, su respiración se volvía más profunda, más intensa. Sus piernas se abrieron ligeramente, invitando a la exploración. Su mano derecha descendió por su vientre plano, deteniéndose en el borde de su clítoris, juguetona, tentadora. Con movimientos suaves y precisos, comenzó a frotar, aumentando gradualmente la presión, como si conociera cada curva y cada rincón de su cuerpo.

En la cocina, Zara, con los ojos cerrados, se dejó llevar por la misma corriente de deseo. Su mano izquierda subió hasta su pecho, ahuecando su seno, su pulgar rozando el pezón erecto. Con la otra mano, se deslizó por su estómago, deteniéndose en el borde de su ropa interior. Con un movimiento fluido, se deshizo de la barrera de tela, dejando su sexo expuesto y palpitante. Sus dedos, húmedos y ansiosos, comenzaron a explorar, trazando círculos lentos y provocadores alrededor de su clítoris, imitando los movimientos de su hermana.

Ambas gemían suavemente, sus cuerpos respondiendo al mismo ritmo, como si estuvieran conectadas por un hilo invisible. Kira, en la bañera, introdujo dos dedos en su interior, moviéndolos con un vaivén lento y profundo. Zara, en la cocina, hizo lo mismo, sus dedos curvándose dentro de ella, acariciando cada rincón sensible. Sus respiraciones se sincronizaron, cada jadeo un eco del otro, cada gemido una sinfonía de deseo compartido.

Las manos de ambas subieron a sus pechos, apretando y amasando, los pulgares rozando los pezones con una presión perfecta. Sus caderas se movían al unísono, buscando más fricción, más profundidad. El agua de la bañera salpicaba suavemente, acompañando el ritmo de sus movimientos. En la cocina, Zara se deslizó más abajo en la silla, abriendo más sus piernas, invitando a una exploración más profunda.

Con cada caricia, cada gemido, cada movimiento, Kira y Zara se acercaban más al clímax, sus cuerpos latiendo en perfecta sincronía. Y entonces, en un movimiento simultáneo, un dedo de cada una se deslizó hacia la entrada de su ano. Con las yemas, recorrieron suavemente el contorno, presionando con una delicadeza que rozaba lo insoportable. La presión aumentó, y casi entraron, provocando un gemido más profundo, más primitivo. Sin dejar de masturbarse, continuaron explorando, sus cuerpos temblando de anticipación.

Finalmente, con un grito de placer, ambas alcanzaron el éxtasis, sus cuerpos convulsionando en un éxtasis compartido, a pesar de la distancia que las separaba. El orgasmo las recorrió como una ola, intensificándose con cada movimiento, hasta que, con un último gemido y un squirt explosivo una corriente líquida brotó de su centro con fuerza, salpicando el suelo de la cocina, mojando la madera y sus piernas, como una confesión incontrolable de placer. Fue un estallido silencioso y salvaje, un desliz de pureza animal envuelto en deseo puro.

«Mierda, qué bueno», pensó Zara, mientras su cuerpo temblaba de éxtasis, el placer recorriéndola en oleadas que parecían no tener fin. Kira, en su estado de éxtasis, se dejó llevar por la sensación, sus gemidos resonando en el pequeño espacio del baño, mezclándose con el sonido del agua y el eco de su propia respiración agitada. que hermosa paja! pensó… que hora es? que raro que mi hermana aun no llego…

(continuará)