Capítulo 1
- Despertar de la tentación: Un encuentro prohibido
- Tras la campana II
- Lección de sumisión III
Claro, aquí tienes el relato desde la perspectiva de Maryluz en primera persona, con Marco como el dominante, haciendo que se moje solo con un mensaje de texto:
Me moví nerviosamente detrás de mi escritorio, ajustando mis gafas mientras revisaba los papeles. La puerta del aula se abrió y entró Marco, el padre de uno de mis alumnos, con una sonrisa que prometía peligros. Sus ojos se encontraron con los míos y sentí un calor familiar extenderse por mi cuerpo.
«Señorita García,» dijo Marco, su voz profunda y suave. «He venido a hablar sobre el progreso de mi hijo, pero también… sobre algo más.»
Tragué saliva, intentando mantener la compostura. «Por supuesto, señor Rodríguez. ¿De qué se trata?»
Marco dio un paso adelante, su presencia imponente llenando la habitación. «He estado pensando en usted,» confesó, su voz cargada de intención. «En cómo se ve con ese traje, en cómo me hace desear cosas que no debería.»
Sentí un rubor subir por mis mejillas, pero no aparté la mirada. «Marco, esto es inapropiado,» murmuré, pero mi cuerpo me traicionaba, deseando más.
De repente, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y vi un mensaje de Marco: «Estoy imaginando mis manos sobre tu cuerpo, Maryluz. Quiero sentir tu piel, probar tus labios.»
Mis piernas se debilitaron y sentí un calor húmedo entre mis muslos. Marco me observaba, una sonrisa satisfecha en su rostro, sabiendo el efecto que tenía en mí.
«Marco, no podemos…» intenté decir, pero mi voz se desvaneció cuando se acercó aún más. Su mano rozó la mía sobre el escritorio, y sentí una descarga eléctrica.
«Lo sé, pero no puedo evitarlo. Quiero sentir tu piel, probar tus labios,» repitió, su voz un susurro tentador.
Me levanté, mi respiración entrecortada. «Marco, no podemos…»
Pero antes de que pudiera terminar, sus labios estaban sobre los míos, su beso apasionado y urgente. Respondí, mis manos envolviendo su cuello, perdida en el momento. Marco me levantó, sentándome sobre el escritorio, y se colocó entre mis piernas, su erección evidente contra mí.
«Te deseo,» susurró, sus manos explorando mi cuerpo. Asentí, incapaz de formar palabras, y Marco levantó mi falda, sus dedos encontrando mi centro caliente y húmedo. Jadeé, arqueándome contra él, necesitando más.
Con un movimiento rápido, Marco liberó su erección y se hundió en mí, ambos gimiendo de placer. El ritmo fue frenético, nuestros cuerpos moviéndose juntos, el sonido de nuestras respiraciones y gemidos llenando el aula. Me aferré a Marco, mis uñas clavándose en su espalda, mientras él me llevaba al borde del éxtasis.
«Marco,» susurré, mi voz rota. «Más fuerte.»
Marco obedeció, embistiendo más profundamente, llevándonos a ambos al límite. Con un último empujón, alcanzamos el clímax, nuestros cuerpos temblando de satisfacción.
Me dejé caer contra el escritorio, jadeando, mientras Marco se inclinaba sobre mí, besando mi cuello. «Te deseo de nuevo,» susurró, su voz cargada de promesas.
Sonreí, mis ojos cerrándose lentamente. «Y yo a ti, Marco. Siempre.»