Capítulo 1

NUNCA PRUEBES EL “CALIENTA BURRAS”

La conocen como yohimbina, se usa en la zona andina para que burros y caballos se apareen, su venta está prohibida, y viene en pastillas como las tomé esa noche.

Viernes de otoño en la noche. Mi pareja, JL, con sus amigos juegan póker y después va a hacer que jueguen conmigo.

Me llamo Zarina, me dicen Zari y he pasado la mitad de mis 50 años una o dos veces a la semana en gimnasios lo que me hace muy apetecible para cualquier hombre. No soy alta, mido 1.60 y peso 55 kilos, es decir delgada más igual se dan vuelta a mirarme por atrás, un trasero pequeño de glúteos duros y parados por una lordosis. Tengo cara de muñeca y visto como ejecutiva de comercio que es donde trabajo. Mi defecto son mis pechos pequeños por lo que hoy me puse una blusa sin mangas con escote en V y sin brasiere y abajo pantalón de lino ajustado a la cadera que caen muy bien. Y por supuesto mis tacos altos beige con correa de cuero a los tobillos. El pelo suelto y rizado no me llega a los hombros y hoy me lo dejé caer sobre parte de la frente para verme mas sexy, y un collar ancho de cuero-correa Swarovski pegado al cuello. Y Chanel 5 que me dejara JL de regalo en el baño.

Mi ex nunca me regaló un perfume. Me compraba ollas o una juguera hasta que me dejó hace tres años. Ahora soy “la otra”, la típica “amante” a la que toda mujer casada teme y odia. Mi relación con JL, mi amante, desde el principio fue sexual, intensísima y maravillosa, hasta que me confesó que quería verme teniendo sexo con unos compañeros de trabajo con quienes además juega cartas.

Primero fueron lágrimas, después recelo y finalmente acepté más por miedo al abandono, (aunque debo reconocer que también hubo algo de curiosidad) y pasé de sometida en la cocina a sometida en la cama, a “juguetito sexual”. Porque los tres, mas JL, hacen conmigo lo que no pueden con sus esposas, eso lo tengo claro: y han hecho realmente de todo (lo pueden leer en otros capítulos) aunque esto creo hoy llegó ya a un extremo.

El Miércoles JL me mando los tickets aéreos para reunirnos en su departamento el viernes, iría acompañado me dijo, lo cual significaba que venían sus amigos. Eso me pone nerviosa, una mezcla de ansiedad, miedo y sí, calentura.

Por supuesto dejé de comer cosas sólidas, a beber mucho líquido y a pensar en que me pondré esa noche: nada muy puteril pero tampoco de monja. Hace tres semanas que no nos vemos y reconozco que la idea de verlo hace que me acelere en el trabajo y voy al gimnasio para calmarme.

Habían jugado y yo esperaba en la sala sentada viendo una peli cruzada de piernas nerviosa mirándoles de reojo concentrados en sus cartas, sus manos que me recorrerían, sus brazos anchos, recordando como justamente en esa mesa me habían violado, sus mejillas bronceadas cuando se rieron pusieron de pie, acercaron el trago y sentaron a mi lado.

— “Probemos algo nuevo flaquita, tómate estos polvitos mágicos” me invitó el Dos, (yo les puse números, el dos el primero que me usó, el último el cuatro) mientras el tres encendía la TV en un partido de fútbol.

— “Nooooo, noo, drogas no, tu sabes…, el control de pelo…, además en tu trabajo como en el mío” le contesté asustada y sorprendida.

— “Noooo flaquita! No, no es droga, es como el viagra, pero para mujeres, te va a gustar, te va a volver loquita de ganas” y me acercó el vaso con agua donde había diluido un polvo como aspirina molida, -se veía inocente-. Le pregunté con la mirada a JL, mi pareja, si lo tomaba.

El sabe, mis límites en el sexo son las fotos, las marcas y los niños. Tomar algo nunca lo pensé. Fue un error, y me sacudió un escalofrío de ese miedo que me deja vulnerable y excitada, ese entregarme sin restricción, algo como quedar desnuda cuando entendí por su mirada fría que sí, que debía beberlo.

— “Tu sabes lo que haces” dije mirándolo con despecho y me lo tomé sin respirar. Claro, total yo soy lo último, basura, una hembra para todo uso nada mas. Era amargo y necesité un whisky para pasar el susto. El Cuatro me acercó un vaso y me mostró la botella, “un Macallan de 12 años, para celebrar la ocasión” lo que me dio aún más miedo porque claro, iban a celebrar lo que me harían esta noche.

— “Ponle dos hielos por favor” le pedí sonriente y fue lo único que pude hacer en un acto de dignidad que sabía inútil. El wiski era muy bueno y lo acabé luego, cuando me volvieron a llenar el vaso un calor me invadía, como si se me hubiera subido la presión, el corazón me latía desatado y me sentí colorada. Me volví hacia el Cuatro que estaba sentado a mi lado y le pregunté en voz baja si me veía bien, que me sentía extraña.

— “Seguro que se te va a pasar, solo estas algo agitada”, me contestó, y a los otros, “ya está entrando en calor, ya va a quedar a punto”.

— “Estas pastillas, se las habías dado antes a otra??”, pregunté entre curiosa, celosa y molesta porque seguían viendo el partido.

— “No flaquita, pero el químico de la mina las revisó y dijo que no había ningún peligro con ellas. Tranquila, tómate otro trago que ya te va a bajar el calorcito, va a bajar justo a donde nos gusta” dijo riéndose.

No prestaba atención a lo que hablaban y reían pero si a sus labios, a sus piernas gruesas, a sus camisas abiertas hasta el segundo botón y sentía mi sexo hinchado y duro.

Cruce las piernas, las volví a cruzar, intenté refregármelas pero era peor. Sentía los pezones duros rozar con la blusa y transparentarse y lamenté no haberme puesto un brasiere. Era la única mujer entre cuatro hombres, todos jefes, todos altos y fuertes, riéndose, campechanos, sus dientes blancos y sus pelos tiesos, más de 300 kilos de hombre para una mujer que no llega a los 60 pensé y no pude evitar dirigir mi vista a sus entrepiernas. Me puse de pie y fui al baño escapando.

JL se paró y entró al baño detrás de mí. Sin dirigirme una palabra, frente a mi me soltó la correa luego el botón del pantalón y metió la mano bajo mi tanga directo a mi sexo.

Me abracé a su brazo y sentí el alivio, “sigue” le susurré mientras se deslizaban mis pantalones al suelo, “sigue por favor”, pero retiró la mano, me dio vuelta, dejó caer mis pantalones al piso, abrió la puerta, me hizo pasar sobre ellos y me condujo por los hombros desde atrás hacia la sala donde estaban ellos. Tenía solo mis tacos altos atados a mis tobillos por correas, mi tanga blanca y la blusa suelta escotada y sin brazos. Y el collarcorrea atado a mi cuello. Sus manos fuertes en mis hombros me impedían cualquier resistencia.

— “Lista la burrita?”, preguntó el Cuatro mientras semi desnuda me mordía los labios con la vista en el suelo avergonzada dibujando una falsa sonrisa. Ahora era burra, antes fui una perra.

— “Funciona el “calienta burras” entonces… veamos que tantas ganas tiene, pero yo paso, no me gustan las burras”, dijo el Dos riéndose. Moreno de ojos verdes moreno malo, escuché una vez decir. Sentía mi sexo hinchado, hipersensible, mis pezones inflamados se traslucían, era como si toda la sangre de mi cuerpo se agolpara allí.

— “A ver flaquita, ven”, me llamó el Cuatro y me acerqué hasta quedar de pie frente a él, tenía mis manos en mis piernas y le sonreí, incómoda, permeable, toda expuesta. Me agarró la tanga por delante y di un salto de dolor y sorpresa cuando la tiró hacia arriba e hizo que se ensartara entre los labios de mi sexo y se enterrara aun mas entre mis nalgas desnudas ya. Casi me fui encima de él con el impulso. A su lado en el inmenso sillón de cuero negro se reían el Dos y detrás en sillones individuales JL y el Tres.

— “Ven siéntate en el medio” me ordenó. Me di vuelta, me senté. Cuando me acomodaba la tanga que tenía entremedio el Dos me tomó una mano y se la metió entre las piernas atrapándomela al igual que el Cuatro con la otra. Me sentía incómoda con mis manos atrapadas en sus entrepiernas mientras con las de ellos recorrían mis piernas blancas, duras y tersas. Esas manos que antes observara subían desde la rodilla hacia arriba mientras conversaban y miraban el final de un partido de fútbol. Como si yo no estuviera allí, me acariciaban, acercaban sus dedos hasta mi entrepiernas y los devolvían hacia las rodillas arrastrando una uña por la parte interna de ellas.

Sentía latir mi sexo, exactamente eso, sentía mi corazón palpitar dentro de mi vagina, un latido que se extendía hasta mi botón hinchado, duro, tratando de escapar de su envoltura.

Primero intenté cruzar mis piernas pero las manos reaccionaron sujetándomelas separadas. Incluso las separaron mas. Sus dedos acercándose aleves a mis labios, bordeando la tanga que sobresalía de mi sexo, raspándola y volviendo a bajar sus manos hasta mis rodillas. Tenía la vista clavada en esos dedos duros y gruesos, fríos y crueles.

Quería ese roce, quería ese manoseo y levantaba la cadera cada vez mas notoriamente buscando el contacto e iba perdiendo toda compostura.

Dejé caer la cabeza atrás sobre el respaldar del sillón de cara al techo y cerré los ojos tratando de desconcentrarme pero no resultó. Sus dedos como hormigas subían por mi pierna se paseaban junto a mis labios depilados ayer pero sin llegar a tocar mi gusanito exaltado y hirviendo de sangre. Un leve roce bastaba para ponerme los vellos de mis brazos erizados, y volvían a bajar mientras los otros dedos se hundían bajo mis piernas acariciándomelas por debajo.

Solo estaba encendida la luz de la mesa y la TV. Yo estaba roja, una leve taquicardia me anulaba y hacia sudar. El pelo se me venía a la frente, tenía las narices dilatadas y transpiraba completamente alterada, mejor dicho: caliente. Hasta que con la boca abierta y los ojos cerrados hundí mi cara en el hombro del Cuatro el mas distante de todos, y también el mas cruel. Jadeaba. El Cuatro era el que me enseñó de la peor manera lo que era hacer un garganta profunda. El partido ya entraba al entretiempo y le pregunté a media voz

— Qué me dieron, esos polvos que eran?, tenía la boca seca y me sentía hinchada.

— Dicen, claro, la gente es tan mal hablada, dicen tamañas sandeces, dicen que estos polvos, como se llaman?, yobambina?, o yombina?, los usan en el altiplano, se los dan a las burras para que se apareen, para ponérsela fácil a los burros.” Lo escuché sin sorpresa realmente, me convertían en animal y así me usaban, era mi condición, al fin y al cabo lo que buscaba con ellos, me dije.“Tu crees que sea verdad flaquita? No sé, cuéntame, te gustaría tener un burro ahora? Claro tu no eres una burra, no, eres una señora seriecita, pero te comerías la verga de un burro?. Me separé de su hombro e intenté sonreírle conciliatoria: “podría ser… creo que si”, le respondí casi en un murmullo, a punto de quebrarme.

“Si, seguro que hasta un burro te comerías ahora, soy muy puta flaquita”.

Resignada mantuve mi cara en su hombro, mi sexo me urgía por fricción, por refregármelo, quitarme las ganas que me nacían entre las piernas húmedas. Sería una vergüenza mojar el sillón…, Dios!!, me dije.

Solo pedía que me pasaran la mano sobre mi vagina, que pusieran sus dedos entre mis labios, que me abrieran y clavaran hasta el alma. Sentía como si se me hubiera subido la presión (aunque nunca se me ha subido la presión, pero creo debe ser así) y creo estaba mareada.

“Ven”, me ordenó el Tres que estaba al frente junto a mi pareja, y sentí un alivio, retiré mis manos debajo de sus piernas y cuando me iba levantar, me ordenó “ven de rodillas”. Miré a JL que me sonreía y sin pensar me arrodillé y crucé la sala de rodillas tratando de rozar mis labios sin suerte hasta quedar frente al Tres. Le miré desde abajo ansiosa, (me imaginé a un perrito que mira a su amo esperando un hueso) cuando me dijo que viera dentro de su pantalón si había algo que me interesara. Esperanzada le bajé su cierre y su verga roja y caliente saltó de entre el pantalón, tiesa y dura, era la mas gorda y suficientemente larga para hacerme gritar como lo había hecho ya antes.

Puse la mano en su rodilla para enderezarme y sentarme sobre él cuando con la mano del Dos en mi cabeza me hundió en el suelo nuevamente y me dijo, “eehhhh a chupar, a chupar nada mas, a ver si me convences de que te la preste…, burrita”. Y con una ansiedad desbocada me la llevé entera a mi boca y luego la pasee por mi cara, me la apreté a mi cuello, la rozaba sobre mis mejillas y apretaba mis ojos con ella, la sentía caliente como si tuviera vida, palpitaba, la agarraba los mas abajo que podía para que se viera mas larga y grande y con la otra mano la acariciaba, la chupaba y luego me la frotaba en las mejillas con mis ojos cerrados, por mi frente y la volvía a mi boca ansiosa. Tenía mi pelo desordenado, transpiraba…, no, sudaba y me sentía inflamada, caliente, muy muy caliente.

El Dos que permanecía de pie detrás mio me quitó la blusa, al levantar mis brazos sentí mis pezones fogosos inflamados como nunca los había tenido. “A la flaca se le pararon hasta las tetas que no tiene”, dijo riéndose, y el Tres de frente a mi me los palmoteó curioso y sonriente, “Hasta se te pararon las teticas, burrita”, me dijo.

“Déjame sentarme encima, ya?” le pregunté casi implorando, “déjame, por favor” directamente  le rogué mientras bajaba la mano a mi entrepiernas para aliviarme, pero el Dos fue mas rápido y me atrapó la mano, me levantó y me llevó a la mesa de pocker. Me cogió de las axilas, alzó, y me sentó sobre la mesa, frente a él y luego me empujó hacia atrás recostándome de cara al techo con mis rodillas colgando y mis zapatos en el aire mientras descaradamente me separaba de piernas y abría mi sexo con dos de sus dedos. “Esta roja…, hinchada…, y algo mojada… pero no mucho” les dijo. Luego puso el vidrio de su vaso helado entre mis labios, sobre mi frente y sentí un frescor agradable, relajante.

Ya no había vergüenza, recato, nada, era solo una cosa, un animal, un objeto de curiosidad sexual, eso sentí cuando el Tres que se había metido su verga en el pantalón nuevamente y el Cuatro se pararon a revisar mi sexo. Cerré los ojos y aferré mis manos al borde de la mesa.

Sentí que pasaban nuevamente el vaso helado por sobre mis labios y que luego bajaba hasta mi vagina presionándola, era un respiro breve, el Tres sacó un hielo de su vaso, me miró maldadoso y lo llevó a mi pezón para frotarlo sobre él. Sentir el hielo junto al alcohol me hizo gemir, con un gesto de dolor me encogí por el ardor pero también el placer del hielo en mi pezón. Era mi mayor debilidad, esa sensación de dolor y placer juntas que me volvía loca, que me trastorna.

Mi cuello doblado tratando de ver que hacían con mi cuerpo no resistió mas y quedé tendida mirando el techo, tensa como cuerda de violín, sentía mi pecho subir y bajar violento y rápido y me afirmaba a los bordes de la mesa cuando otro hielo quemó mi pezón sin aviso alguno, no tenía fuerza ya para incorporarme, al instante repitió con mi otro pezón y solo exclamé un débil “No, noooooo mas no” susurré, para que luego con sus dedos comenzara a pellizcarlos, a estirarlos hasta lo imposible, a un feroz estrujarlos.

Era en extremo excitante esa mezcla producida por el dolor del alcohol y placer del hielo. Los sentía abiertos como cuando se amamanta por primera vez. “Te gusta flaquita, te gusta que te hagan tira?… y vas a tener que rogar para que siga” agregó.

Y se dio vuelta y comenzó a alejarse de la mesa camino a la TV.

“Te lo ruego, por favor, sigue, hazme lo que desees” le murmuré tirada sobre la dura meza, desnuda. Se detuvo y me miró displicente “Va a comenzar el partido, no suena a un ruego eso, ponle ganas, ponle, necesidad”. Los demás se rieron y me miraron, esperando, tenía los pezones como inflamados, sentía que me latían igual que mi gusanito que imaginaba enrojecido queriendo que le aplastaran, que le acariciaran. De verdad estaba necesitada y con mi mejor tono de humildad, de verdad implorando, le repetí un “Te lo ruego, te lo ruego, tócame, necesito, necesito que me tomes” y sentí que los ojos se me humedecían mientras apuntaba mi pezón hacia él. Tenía las manos en el borde de la mesa y cuando intentaba llevarlas a mis pechos los otros dos que disfrutaban mirándome allí me las sujetaban. Era inútil.

Pasó su mano áspera por sobre mi pecho que acarició, mas bien refregó mis pezones regalándome un alivio y a la vez un placer que golpeó mi bajo vientre.

El Dos al otro lado puso su mano sobre mi otro pecho y refregó también mi seno y no pude evitar un gemido de placer. Si hubieran seguido quizás hubieran logrado provocarme un orgasmo con solo acariciarme mis pechos, pero el Cuatro no perdió la ocasión y me hundió un hielo entre las piernas refregando mi clítoris y dejándolo bajar por entre los labios de mi vagina.

Los cuatro rodeaban la mesa en la que me retorcía desnuda boca arriba, mareada, la tensión me tenía el cuello inmovilizado, la boca abierta y seca y un escalofrío se escurría por mi bajo estómago implorando por salir, las manos aferradas a los bordes de la mesa que tenía la superficie húmeda por mi transpiración y por el agua del hielo. No quería abrir los ojos, no, aunque me hubiera sido imposible porque la única luz de la sala estaba sobre la mesa a pocos centímetros de mi estómago.

Mis pezones hinchadísimos parados como una frutilla palpitaban junto con mi corazón, mi cintura arqueada hacia arriba elevaba mi estómago y abrí mis piernas para que me poseyeran, pero esperé en vano. Estaba caliente, caliente de la cintura abajo, caliente por dentro, caliente cada poro de mi cuerpo y gemía y sacaba mi lengua para humedecer mis labios mientras mi pelo se pegoteaba a mi frente húmeda.

Recogí mis piernas y apoyé los tacos de mis zapatos sobre la mesa, las rodillas muy separadas. Sentía mi espalda y mis nalgas resbalar sobre la superficie mojada de la mesa.

JL pasó su mano detrás de mi cuello me enderezó y me ayudó a sentar en medio de la mesa. Me despejé el cabello de sobre mi frente con el dorso de la mano. JL tomó mi mano y me la llevó a mi estómago. Entendí y respiré alivio y esperanza. Sentada recogí mis piernas, separé las rodillas lo mas que pude y con ambas manos abrí mi sexo, separé mis labios y rocé mi clítoris con mi uña muy suavemente. Me suspiró el alma como nunca lo había hecho.

Mi clítoris era un inmenso, si inmenso gusano hinchado y duro que ya casi caía por su peso blanco semitransparente, con hebras rojas que le envolvían. Volví a rasguñarle muy suavemente por debajo. Doblada, con los brazos entre mis piernas le miraba entre asustada y sorprendida.

Pasé la yema de mi dedo sobre él reconociéndolo y sintiendo al mismo tiempo como desde mi estómago se desprendía un calor intenso y sin pensarlo, porque era un animal de exposición allí sobre la mesa, me di vuelta tendiéndome a lo largo boca abajo y metí mi gusano entre los dedos de mi mano frotándolo hasta que estallé en convulsiones sobre la mesa mojada. Con ambas manos entre mis piernas, frotándome mi sexo desenfrenada e inconsciente.

Mis glúteos saltaban sobre la mesa, las rodillas separadas dejaban aparecer y desaparecer mis dedos sobre mi sexo, hundiéndose en él, saliendo mojados y volviéndose a clavar y por mi boca caía saliva mezclada con transpiración. No sentía cómo manoseaban mi trasero, ni sus dedos que introducían por el ano, como tampoco las manos que me bajaba por la espalda aplastándome a la superficie de la mesa, ni las otras que me manoseaban las piernas.

Mi vagina entera se batía en espasmos y con los ojos blancos quedaba inconsciente, desparramada sobre la dura superficie de la mesa, exhausta, sucia de vergüenza, palpitante como animal expirando. Fueron minutos, o quizás solo segundos, no lo sé, fue un tiempo en que morí agotada, aniquilada. Y cuando regresaba en mi no quería abrir los ojos, no quería ver. Uno de ellos me agarró por detrás del pelo levantándome la cabeza me dijo desde atrás “ahora vas a tener que hacerte responsable de lo que hiciste cochinaza, así que bájate y límpiate un poco, burra caliente”

Alguien me dio un palmazo en mi trasero que sonó en todo el departamento y sentí que se iban a sentar a la sala. Me senté en el borde de la mesa hecha una jalea, la cara aun caliente tapada por mis manos. Estaba mojada pero la boca seca y sin querer mi vista se detuvo en el reloj, recién había pasado media hora y los tres esperaban por mi. Los cuatro.

Me bajé despacio de la mesa pero mis piernas no resistieron y se doblaron por el peso de mi cuerpo desparramándome en el suelo. Si alguno intentó pararse a ayudarme los demás lo detuvieron porque solo se quedaron sonrientes y curiosos mirando como me afirmé de la mesa y me enderecé mas no podría caminar hasta el baño.

Dándoles la espalda quedé reposando unos instantes apoyada en la mesa que el Dos aprovechó para ir a la cocina y volver con un paño con que se limpia la loza, húmedo y hediondo y me lo comenzó a refregar por la espalda, por las piernas, por entre las piernas mientras decía riéndose “Quedó sucia la burra, hay que limpiarla”, mientras los demás le celebraban, “hay que limpiarla por todas partes a ver si encuentra un burrito”, y me pasaba el trapo pestilente por los senos, por mi estómago y por mi entrepierna que aun latía y que al contacto helado del guiñapo despertó.

Yo pienso que va a necesitar un burrazo, porque como se castiga, al menos como se dio recién, necesita un burrazo. Y el ardor del trapo áspero hizo que mis pezones se endurecieran y volvió a encender mi cuerpo. Adiós cremas de caracol, adiós Chanel 5 pensé y sin poder evitarlo me brotaban lágrimas incontrolables y me sentía una basura y me preguntaba porque a mi esto y me tiritaba la parte baja de la boca y los sollozos me superaban y las lágrimas se me confundían con la humedad del trapo que me pasaba por la cara.

Y pasaba el trapo por sobre la superficie de la mesa limpiándola del whisky el agua mi transpiración y secreciones, de salivas y lágrimas y luego me lo refregaba por mi estómago, mi espalda y por mi sexo que cada vez, después de sentir el escozor del trapo pestilente quedaba más turgente y apremiante. Si, si, por qué lloraba y me excitaba al mismo tiempo?, era esa misma extraña sensación de dolor y placer a que me sometían mis pezones, o mi sexo que me exponía a los apremios y las caricias, o como ahora a la humillación y la calentura. Y de ello por supuesto el Dos lo sabía.

Te esta calentando el jueguito eh?, me dijo, soy muy puta, mira lo que nos haces hacer…, pa calentarte tengo que embadurnarte de basura, darte vuelta, ya, date vuelta apóyate en la mesa y abre las piernas, viste, tengo que pasarte este trapo pestilente por tu espaldita, por tus piernecitas, cochinona, si, por la zorrita también, por adentro, y por dentro del culito, y por el cuellito, ya? Estas mas caliente? Te gusta el jueguito? … va!!, … no dices nada. Bueno… veamos, te voy a meter estos deditos a ver si salen mojaditos, si salen secos te pido perdón, y hago lo que me pidas, pero si salen húmedos, si salen húmedos me vas a deber un favor, un favor grande eh?.

No, no, no es necesario susurré mirando la superficie de la mesa, sí, estoy más lista, sip, si, si y me gusta tu jueguito.

Más lista? Qué es eso?

Ya estoy algo caliente, sí, ya estoy caliente de nuevo, le confesé mirando la mesa. Y era cierto. Mi sexo estaba duro, estaba deseando ser acariciado, pero era más, sentía que necesitaba que me llenaran, que me penetraran, que me poseyeran. Era mi maldición, porque no era simplemente normal, porque este necesitar ser poseída, usada. Me metió parte del trapo en mi ano, me dio una palmada y me mando al baño. “A ducharte. Y eeeh, ven”, y me dijo al oído, “si te sacas un orgasmo durante la ducha, porque voy a entrar al baño en cualquier momento, te juro, de verdad te juro, que convenzo a JL de que te lleve a las caballerizas y, bueno, te imaginas el resto, no?” y me fui a bañar con más miedo que urgencia, con agua helada y pensando en mi madre y cuando hice la primera comunión.

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