Secuestrada IV

Laura se despertó en la cama que había sido su refugio en los últimos días.

No sabía los días que llevaba encerrada en aquella habitación.

No sabía si era de día o de noche.

Había perdido la noción del tiempo.

Mientras pensaba en todas estas cosas su estómago le dio un retortijon, había que comer. Ahora ya sabía que había que hacer para llenar el estómago.

Resignada se levantó, fue directa al timbre del interfono y gritó que tenía hambre.

En un momento apareció una verga en el consabido agujero.

Estaba flácida. Se acercó y vió que debajo de la polla colgaban unos cojones colgones no muy grandes cubiertos por unos pelos blancos y no muy abundantes.

Por la flacidez de la polla, de los huevos y los pocos pelos blancos que los cubrían pensó que eran propiedad de un abuelete.

Laura pensó en su abuelo y en lo triste y taciturno que se volvió después de la muerte de su abuela.

En recuerdo de su abuelo decidió dar un excelente servicio al abuelete que tenía delante.

Con las dos manos acarició la flácida bolsa.

Descapulló la pequeña verga y lentamente y con mucho amor se la introdujo en la boca. Mientras chupaba el glande, con dos dedos masturbaba el pene y con la otra mano jugaba con los huevos dentro del escroto.

Todas estas caricias apenas habían hinchado un poco la verga.

Laura comprobó que todo su esfuerzo apenas se traducía en una erección aceptable. Pensó que había que hacer otras cosas pero no sabía qué.

De pronto se le ocurrió.

La mano que jugaba con las bolas se introdujo dentro del agujero y entre las piernas del hombre le empezó a acariciar los glúteos.

Sus dedos se introdujeron en la raja y el dedo corazón le buscó el ano.

Pasar el dedo alrededor del ano fue como agua de mayo y la verga se puso dura en un momento.

Ahora Laura chupaba con más ganas.

Ella también empezaba a calentarse. Jugando con el ano de su hombre al final el dedo se coló en su interior que pareció gustar a su dueño.

La verga estaba totalmente dura pero le costaba eyacular.

De pronto tuvo una idea.

Se puso de pie frente a la verga y se la acercó a su coño.

Se la quería introducir pero no podía, la pared estaba demasiado cerca y la polla era demasiado corta.

Lo único que había conseguido era que el glande acariciara sus labios vaginales y que sus pelitos hicieran cosquillas al abuelo.

Defraudada por sus esfuerzos inútiles, cuando se volvía a agachar para continuar con la felación y aún tirando de la polla comprobó que esta tenía espasmos y empezaba echar semen.

Dos o tres lechazos y no muy cargados y el orgasmo del abuelete terminó.

Su trabajo con el hombre había terminado pero ella estaba muy caliente y también tenía ganas de orgasmar.

Se echó en la cama y se masturbó.

Una vez conseguida la tranquilidad se incorporó y comprobó que en el suelo junto a la puerta estaba la bandeja de la comida con un botellín, esta vez de cava, un panecillo, un plato lleno de canapés variados, un inmenso filete con champiñones, un enorme plátano y hasta un café calentito.

Tragó toda la comida en un momento y con el estómago lleno se tumbó y le entró el sueñecito de siempre.

Se despertó sobresaltada.

Estaba atada por las manos separadas y por encima de la cabeza.

Estaba sentada en el suelo.

Un foco sobre su cabeza la iluminaba.

El resto de la habitación estaba a oscuras.

Instintivamente intentó liberarse pero no pudo y enseguida lo dejó.

La voz de siempre le comunicó que iba a pagar la tercera parte de su rescate, tras lo cual sería libre.

Ante sus ojos aparecieron dos hombres.

Se parecían físicamente.

Los dos llevaban barba, pelo corto y rizado, poco pelo en el cuerpo y su piel era de un color como aceitunada. Eran moros.

Los típicos integristas islámicos que se ven en la tele pero aquí iban desnudos.

Se presentaron delante de Laura cogidos de la mano.

Se pararon delante suyo y se dieron un beso en la boca.

Al ver esto, Laura retrocedió todo lo que le permitió la cadena.

Los dos moros continuaron besándose sin que la presencia de la mujer les importara.

Uno de los hombres se arrodilló delante de su compañero y empezó a mamarle la verga como si con ello le fuera la vida.

Con una violencia y unas ganas que pronto su dueño le apartó la cabeza de su pene sino terminaría enseguida.

El mamador se quedó en el suelo y el que estaba en pie se agachó a buscarle la verga y se la empezó a mamar con más delicadeza y suavidad con lo que tardó más tiempo en tenerla dura.

Mientras Laura miraba sin comprender.

Cuando los dos moros tuvieron la polla bien levantada.

Los dos se giraron y se volvieron hacia Laura. La levantaron y la colocaron en medio de los dos.

El que tenía enfrente le empezó a besar las tetas, los pezones.

Luego los cogió con sus manos y los pellizcó.

Cuando tuvo las tetas bien sobadas las abandonó y se arrodilló ante el altar del amor. Lo encontró lleno de pelos, no muchos, pero eso le disgustó y se fue.

La abandonó a ella y a su compañero.

El moro de la retaguardia tampoco estuvo parado. Le recorrió la espalda. Luego le pasó las manos por su vientre y la atrajo junto a él y los dos cuerpos se pegaron. Laura pudo sentir toda la virilidad del moro en la raja de su culo y ahí estuvo restregándose un rato.

Pronto volvió el moro fugitivo y traía dos maquinillas de afeitar, jabón y un poco de agua.

La obligaron a separar las piernas y uno por delante y el otro por detrás la dejaron limpia de pelos en un momento.

Sin pelos las manos de los hombres ocuparon sus partes íntimas.

Tras ellas vinieron sus lenguas.

Una le recorría el coño y la otra el culo.

Después de las lenguas volvieron los dedos, ahora ensalivados, que la penetraron por todas partes.

Era demasiado para ella.

Tantos dedos, tantas lenguas empezaban a lograr que su temperatura corporal aumentara y se empezará a humedecer.

Uno de los moros, el del frente, se levantó, cogió su cabeza y la hizo descender hasta su polla. No tuvo que decirle nada ya sabia lo que queria.

Se la empezó a chupar.

Hacia lo que podía pues la posición era muy complicada, de pie con las piernas separadas y con un hombre entre ellas que tanto le chupaba el culo como el coño.

Los brazos se hacían daño al inclinarse hacia delante para chupar la verga del otro moro. Pero pronto este esfuerzo se terminó.

El moro que estaba detrás también se levantó y aprovechó la posición de la chica para metérsela de un solo golpe en el culo.

Laura soltó la verga que mamaba. No se esperaba este ataque y gritó.

El grito despertó al otro moro que la penetró por delante.

Los dos moros entraban y salían de Laura con rapidez y violencia parecía que querían terminar rápido.

Las vergas de los moros ya se sabe que son de tamaño regular, no espectacular. Lo excepcional es que tardan mucho en eyacular y eso Laura no lo sabía.

De pie en medio de los hombres con la piel aceitosa, ella que era tan blanca parecía un bocadillo.

Se agarraban con fuerza a ella para no caer y para penetrarla más profundamente.

Dos pollas a la vez era demasiado. Aunque eran más pequeñas que las de sus desvirgadores no le gustaba, no gritaba pero sus lamentos eran evidentes.

Sin avisar y sin decir nada los dos moros se intercambiaron la posición. Laura no notó ningín cambio. Cada uno iba a su ritmo.

De pronto la marcha se ralentizó y despacio muy despacio entraban y salían de ella hasta que los dos a la vez se la clavaron hasta el fondo y allí aguantaron hasta que eyacularon del todo.

La doble penetración en lo más profundo de su ser provocó que Laura lanzara un grito y se desmayara.

Cuando se despertó se encontraba sentada en un banco del parque central de la ciudad y vestida con la misma ropa que llevaba en día que la secuestraron y en el bolsillo las mismas monedas que tenía para coger el autobús.

Al despertar recordó todo lo que le había sucedido tras el secuestro.

¿O tal vez lo del secuestro era producto de un sueño?