Julia era una jovencita de dieciocho años con la cara de un ángel de cabello. De piel pálida, suave y tersa, y la inocencia de un capullo a punto de abrirse. Vestía un vestido sencillo que no lograba ocultar del todo la sexualidad que sugería su suave y curvilíneo cuerpo. Con sus ojos claros brillando con la luz de la ingenuidad, caminaba por los pasillos del deslumbrante y bullicioso centro comercial. La vida le sonreía a cada paso, sin saber que la suya pronto se vería manchada por la perversa realidad del destino.
Su mirada se detuvo en una tienda de lencería erótica, un oasis de sedas, encajes y transparencias que le hacía sentir acalorada. Nunca se había atrevido a entrar en un sitio así y menos utilizar ese tipo de prendas, ya que la crianza estricta que recibía de sus padres no lo consideraba apropiado. Sin embargo, la tentación era demasiada. Se armó de valor y entró en la sonriendo de forma traviesa.
Mirando a su alrededor, Julia no podía contener la emoción que le causaban esas prendas que parecían diseñadas para provocar a la tentación. La lencería colgaba en percheros delicados, con los altos precios en las etiquetas . Con las manos temblorosas, tomó un diminuto tanga rojo de encaje y un sujetador a juego. Se metió en el probador y se despojó de sus ropas. El tacto de la fina tela contra su piel le produjo un cosquilleo que se extendía por todo su ser. Mirando su reflejo en el espejo, su rostro se sonrojó al verse como una seductora mujer. Ella pensó en la cara que pondría si la viera así aquel amigo especial con el que estaba empezando a verse. Pero aquellas prendas estaban muy lejos de lo que ella se podía permitir. Entonces se le ocurrió una idea descabellada. Volvió a vestirse y guardó lo mejor que pudo dentro de su bolso el conjunto.
Con la ropa robada escondida en su bolso, salió del probador. Su corazón latía a mil por hora. La adrenalina de hacer algo prohibido la embriagaba. Atisbaba ya la salida cuando tropezó y cayó al suelo. Las cosas de su bolso junto con la lencería afanada quedó desparramada frente a ella. Un gruñido detrás de ella la sobresaltó. Era el guardia de seguridad, un tipo grandote con cara de ogro, que la miraba con ojos voraces.
— ¿Qué haces, niña? — gruñó, recogiendo la lencería. — ¿Tienes el recibo de esto? — le preguntó con seriedad al notar si nerviosismo.
Julia se incorporó y se pegó a la pared, temblando. — P-por favor, no me delates, no quiero que mis padres se enteren — dijo suplicando.
El guardia le sonrió, mostrando sus dientes amarillos — Ven conmigo — le dijo, empujándola suavemente por el codo. Ella no opuso resistencia, sumisa ante la autoridad.
Lo siguió a un cuartucho al fondo del pasillo, detrás de las tiendas, que hacía las veces de sala de detenciones. Un habitáculo asfixiante que olía a desinfectante. El guardia cerró la puerta detrás de ella y la empujó haciendo que se sentara. Ella tragó saliva, temblando.
— Por favor déjeme ir, le juro que no lo haré más…— le pidió la joven con los ojos vidriosos.
El guardia sin apartar su inquisitiva mirada de la temerosa joven se sentó al otro lado del escritorio.
— ¿Por qué no te lo pones? — le sugirió tirando el conjunto sobre el escritorio y recostándose en su silla con una sonrisa macabra.
— ¿C-como? — preguntó consternada.
— Que te pongas lo que has robado ¿O prefieres que llame a la policía?
La joven no podía creer que fueran verdad las palabras de aquel guardia, pero su mirada la hacía estremecer y le hacía saber que aquello no era una broma pesada. Julia se incorporó, temerosa de las consecuencias si no hacía lo que aquel hombre le pedía. Se desabrochó el vestido y dejó que cayera hasta el suelo, quedando expuesta con sus tersas carnes pálidas. El guardia la miraba con una lujuria que la hacía sentir sucia y extrañamente excitada a la vez.
— No, hazlo lento — le ordenó al ver que la joven quería acabar rápidamente con aquel mal trago.
Julia obedeció, quitándose el sujetador en primer lugar dejando al descubierto sus redondeados pechos que hacían una ligera curva hacia arriba, adornados con una pequeños pezones de color rosa pálido.
— Así muy bien, pequeña — le dijo el guardia acariciandose la entrepierna, animándola a seguir mientras ella bajaba sus bragas.
Julia se sentía vulnerable, expuesta. Con manos temblorosas tomó el conjunto que había robado y con la misma lentitud que se había desnudado se colocó las delicadas y caras prendas.
— Por favor, déjeme ir — murmuró, aferrada a la tela.
— Vaya, has sabido elegir bien — dijo el guardia levantándose sin quitar el ojo a su cuerpo — ¿Quieres irte a casa? — le dijo al oído mientras comenzó a acariciar el vientre de la joven.
— S-si… por favor…— susurró ella sintiendo el aliento de aquel hombre y su ligero olor a alcohol.
— Entonces… antes tienes que hacerme un favor — dijo el guardia mientras subía su mano a los delicados pechos de Julia.
— ¿El qué señor? Ya he hecho lo que me ha pedido — preguntó ella desconcertada, sin poder hacer nada para que dejara de magrearla.
El guardia se acercó aun más a ella, pegando su cara a la suya —Vas a chuparme la polla — le dijo sin pudor.
— No… por favor eso no… yo nunca…— imploró ella, aunque casi sin darse cuenta por el terror que sentía en ese momento, ya la había hecho arrodillar.
El guardia se quitó su pesado cinturón y lo dejo sobre el escritorio y abriéndose el pantalón puso su flácida polla frente a la cara de Julia. Ella abrió la boca, sorprendida. Nunca había visto una polla tan grande y menos tan cerca.
— Vamos zorrita… no me hagas repetírtelo — le dijo el guardia refregando su polla por su suave cara.
Julia viéndose atrapada, con la inocente timidez que la definía, abrió lentamente su boca delante de aquel desconocido y apretó sus labios alrededor de la punta de su miembro. El guardia gruñó de placer, empujando su polla en la boca de Julia con brusquedad. Ella luchó por respirar, inexperta en el arte de la felación. Sentía el sabor salado y el tacto áspero de su piel en la lengua, la textura extraña del glande al moverse en sus labios y como aquel trozo de carne palpitante se hacía cada vez más grande dentro de su húmeda boca.
— Más, putita, más — la alentó, acariciando su cabello.
Julia tragó saliva, empujando la polla más adentro, intentando no vomitar. El guardia sacó su polla lentamente y la cogió suavemente por la barbilla, apreciando el esfuerzo que hacía la joven por complacerle — Eso es, mira qué buena chupa pollas eres — le dijo antes de volver a metérsela en la boca.
Julia se movía su boca de un extremo a otro de aquella barra de carne, chupando y lamiendo. Sentía que le dolía la mandíbula, que le llenaba la boca, que la garganta se le cerraba. Pero la excitación que empezaba a sentir era indescriptible. El guardia la tomó por la nuca, apretando, obligándola a tragar más.
—¿Te gusta, putita?— le dijo, susurrando.
Ella no podía responder, la polla le llenaba la garganta. Movía la cabeza de un lado a otro, intentando coger aire, temblando con cada embestida. De repente, el guardia agarró su cabeza y empezó a follarle la boca sin miramientos. Julia tragaba con dificultad con los ojos llenos de lágrimas.
El guardia la soltó, ella tosía jadeando. Pero solo le dio un segundo de tregua y le metió los testículos en la boca — Vamos cómeme los huevos… así muy bien… lámelos… — le decía el mientras apretaba la cara de la joven contra su escroto.
Cuando el guardia la soltó Julia se levantó, con la cara descompuesta, la boca aún llena de sabor a sudor y a líquido preseminal.
— ¿Ya has terminado?— preguntó la ingenua joven mientras se limpiaba las babas que corrían por su barbilla con la mano.
El guardia la miró, sonriendo — ¿Qué si he terminado? Putita apenas hemos empezado — le dijo el guardia y sin que ella pudiera hacer nada la tomó con fuerza por la cintura, la sentó sobre el escritorio.
Julia se asustó, intentó bajarse pero el hombre le abrió las piernas y la obligó a tumbarse hacia atrás.
— A ver qué tenemos aquí — dijo el despreciable hombre apartando el tanga a un lado.
Se agachó, acercando su cara a aquel virginal coño adornado por un tupido pelo rojizo y tomó aire por sus fosas nasales. Embriagado de aquel sutil olor empezó a pasar su lengua, acariciando los sensibles labios vaginales. Julia se mordió el labio, temblando. A pesar de todo no podía dejar de sentir placer, no podía controlar que su coño se mojará con cada lametazo. Su respiración, cada vez más acelerada, hacia agitar su pecho. Suspiros y gemidos escaparon de su boca cuando la áspera y gruesa lengua del guardia se apoderó de su clítoris. La joven movía su cabeza de un lado a otro, luchando por que aquello no le gustará, pero su cuerpo no le hacía caso y sin poder remediarlo explotó en un descomunal orgasmo inundando la boca de aquel hombre con sus fluidos.
— ¿Te ha gustado putita? — le preguntó el guardia mientras se relamía los fluidos de su coño.
Julia dio un respingo cuando sintió la cabeza de su polla acariciar sus labios vaginales. Cómo un resorte se incorporó e intento apartarlo poniendo su mano en el pecho de él. Pero el guardia no se movió ni un milímetro.
— No… por favor… soy virgen…— le suplicó, esperando que jugar la carta de su virginidad lo hiciera apiadarse de ella.
— Con que virgen ¿No? — dijo él, golpeando con su polla el coño de Julia. Lejos de conmover a aquel insensible hombre, sus palabras no hicieron más que encender su deseo — Entonces sé una buena chica, date la vuelta —le dijo, tomándola de la cintura mientras la hacía bajar del escritorio.
Ella se puso de espaldas, apoyando el pecho en la fría superficie del escritorio. El guardia se escupió en su polla erecta, esparciendo su saliva con su mano. Julia la miraba girando su cabeza, asustada. La veía enorme, gorda y venosa.
Se acercó, pegando su polla a la entrada del culo de Julia. Ella se estremeció, intentando incorporarse de nuevo — No, no por ahí, por favor — dijo aterrada entre sollozos.
El guardia sonrió, bajando su vista a su culo terso y redondo — Si quieres seguir siendo virgen tendrás que darme tu culito.
Le dio un empujón volviendo a poner su pecho contra el escritorio, golpeando sus pies con las duras botas abrió sus piernas. Julia se agarró al borde, intentando no gritar. El guardia se agarró a sus cachetes, abriéndolo y empujó. Ella lo notó entrar, lentamente, con fuerza, abriendo su apretado agujero. Julia jadeó, intentando soportar el dolor.
— No pongas resistencia o será peor — le dijo, empujando un poquito más — Vas a ver cómo te acaba gustando que te follen el culo, ladronzuela.
Julia intentó relajarse, pero las lagrimas resbalaban por sus mejillas. Ella sentía la presión, la invasión, la sensación de desgarro que le provocaba la polla del guardia. El dolor era intenso, una combinación de miedo y excitación. Ella gimoteaba, moviéndose lentamente eludiendo la polla, acostumbrándose a aquella sensación. El guardia empezó a follarla con fuertes estocadas, empujando cada vez más y más adentro. Julia se quejó, con la cara roja y la boca abierta. Ella se sentía desgarrada, la sangre manaba por su culo, mojando el interior de sus muslos.
— ¿Te gusta mi polla, putita?— le dijo, golpeando sus nalgas sus nalgas — ¿Te gusta sentirme en tu culo?— le preguntaba mientras enterraba su falo en lo más profundo de su recto.
Julia no respondía, solo se movía, intentando adaptarse al invasor. El guardia la follaba sin parar, disfrutando del ruido que hacía su polla al entrar y salir, de la tensión de los músculos de su culo apretándola . Julia gimoteaba, sus manos apretaban el borde del escritorio, con las uñas clavadas en él.
El guardia la agarró por el cabello, obligándola a levantar la cara — ¿Lo estás disfrutando? — le preguntó mientras metía su lengua en su boca
Julia negó con la cabeza, pero su rostro la delataba. El agudo dolor cesaba dando paso a una sensación placentera y la humedad que escurría por su coño era la prueba de ello.
— Pídemelo — la incitó — ¿Quieres que siga metiéndotela? — le preguntó.
— S-sí — gritó Julia jadeando — s-sí, sigue por favor, no pares — Asintió temerosa de llevarle la contraria, sintiendo aun llena del sabor de la saliva del guardia.
El guardia satisfecho la empaló con su polla, ahora cada embestida era más intensa que la anterior. Julia se sentía sucia, sucia y deseada. Ella se movía, buscando pegar su culo al peludo pubis del guardia, buscando la sensación de sentirse completamente llena que le daba. La penetraba sin piedad, disfrutando cada grito, cada contorsión. Julia se sentía descontrolada, la excitación le nublaba la mente. De repente, el guardia se detuvo, saliendo lentamente de su culo.
Con la polla manchada de sangre por el desgarro de Julia, el guardia se sentó en una de las silla que había en la sala — Ven aquí, putita, súbete a mi polla — le dijo, jadeando por la excitación. Julia, temblando, se acercó a la silla y dándole la espalda se sentó lentamente en su miembro, metiéndosela ella misma en su culo. Comenzó a cabalgarlo tímidamente, sus pechos jóvenes rebotaban al ritmo de sus movimientos.
— Más despacio, putita, quiero sentir cada centímetro de mi polla en tu culo — le susurró el guardia, apretando los cachetes. Julia, con la cara roja de la humillación, obedeció, moviéndose lentamente, sus ojos cerrados, intentando contener las lágrimas.
— Ay, por favor, no, ya no más — Julia suplicó, jadeando.
— ¿No más? Creo que lo estás disfrutando — dijo el guardia, llevando una de sus manos a su mojado coño y con la otra acariciando sus tetas, pellizcando sus pezones — Mira cómo tienes el coño — le dijo él mostrándole sus dedos mojados por sus fluidos.
Julia se mordió el labio, con sus manos aferradas a los reposabrazos de la silla, intentando controlar el placer que sentía. Ella no podía creer que estuviera disfrutando de aquello, que su propio culo se estremeciera con cada embestida.
—Eres una putita deliciosa — dijo él, embriagado por el placer — Vamos, muévete más, folla mi polla con tu culo.
Julia, sin saber qué le pasaba, empezó a moverse con más frenesí, su culo abriéndose y cerrando alrededor de la polla del guardia. Él la apretaba, la levantaba y la hacía caer de nuevo, haciéndola gemir. Cuando Julia estaba a punto de correrse el guardia la levantó, haciendo que su polla saliera de su culo. Ella con algo de decepción se dejó guiar por las fuertes manos del guardia, que la colocó de rodillas sobre la silla.
— Mira cómo tienes el culo, putita — dijo abriendo los cachetes de su culo, admirando como su dilatado ano se abría y cerraba al compás de su respiración.
Con un empujón, la volvió a penetrar por detrás, ahora en aquella posición que exponía su ojete aún mas, con sus manos apretando el respaldo, y sus tetas pegadas a la barata piel de la silla. Ella gritó, su cuerpo temblaba y cerraba sus ojos con fuerza.
— Ay, por favor, no, no más, no puedo, estás rompiendo mi culo — chilló, su cara ahora una mezcla de placer y humillación.
El guardia, hizo oídos sordos, la folló sin piedad, su polla se deslizaba en su interior ya sin resistencia, haciéndola gritar. Julia, incapaz de resistir, se rindió a la sensación, a la brutal penetración. Su coño se mojó aun más, sus piernas le fallaban y cuando se volvió a correr tuvo que morder el respaldo para no hacer saber a aquel indeseable que estaba disfrutando de su depravación.
— Te voy a llenar el culo de leche — gruñó el guardia, a punto de correrse.
Julia asintió, deseando sentir la eyaculación en su interior, ser la puta que el guardia la hacía sentir. Con un rugido, empujando su polla con movimiento secos. el guardia se corrió en el culo de Julia, llenando su interior de semen caliente. Ella gimió, su esfínter apretaba la enorme polla, sintiendo sus fuertes palpitaciones, absorbiendo cada gota. El guardia le sacó el falo lentamente, haciendo sentir a la temblorosa joven que no iba a salir nunca de su interior.
— ¿Te gustó, putita? — le preguntó, mostrándole su polla manchada ligeramente de sangre — ¿Te gustó sentir mi polla en tu culo de virgen? — volvió a preguntar.
Julia se volvió, temblando —S-sí — murmuró — me gustó — queriendo dejarlo complacido y terminara con aquel suplicio.
— Buena chica — le dijo él — ahora limpia mi polla, que la has ensuciado — le ordenó.
Julia se arrodillo, con la boca ya abierta. El guardia se la metió ya casi flácida en la boca, haciéndola saborear su propia sangre, sintiendo la humillación. Ella, a pesar de lo repugnante que le pareció, lo limpió con la lengua, lamiendo cada centímetro de aquel miembro que la había desvirgado su estrecho culo. Cuando por fin el guardia tuvo suficiente, ella se liberó escupiendo en el suelo los restos de semen y sangre a punto de vomitar.
Mientras ella se recuperaba, el guardia se vistió, con una sonrisa siniestra en la cara. Ver a aquella joven, de aspecto inocente, escupiendo su corrida mientras tosía y daba arcadas le producía una satisfacción similar a la que su culo acababa de proporcionarle.
— Ahora vístete — le ordenó.
Julia se dispuso a quitarse el conjunto que había robado, pero el guardia la detuvo.
— No te lo quites, puedes quedarte con eso — dijo él pegándose a ella — Te lo has ganado. Ahora si no dices nada, olvidaremos que esto pasó — le dijo, acariciando las nalgas.
Julia empezó a vestirse, con la cara llena de lagrimas secas, babas y restos semen.
— G-gracias — tartamudeó, guardando su ropa interior en el bolso.
Él la miró, ladeando la cabeza —No me darás las gracias la próxima vez que te pille robando en mi centro comercial, te lo aseguro — le dijo abriendo la puerta del cuartillo.
Julia no dijo nada, simplemente salió. La vida ya no sentía de la misma manera. Había descubierto la cara oculta del deseo, la que se escondía en los rincones sucios y pervertidos de la vida. Mientras caminaba a casa intentaba consolarse con la idea de que, al menos, había conseguido el bonito conjunto. Aunque sentía que había pagado un precio más alto por el que el monetario. Mientras caminaba sentía como el semen del degenerado guardia aún escurría de su culo.
FIN
Muy excitante! Enhorabuena!