Capítulo 1
- Mi sirvienta me llevó para ser usada
- Mi sirvienta me llevó para ser usada II
Mi sirvienta me llevó para ser usada
CHARLINES
Primero les diré que esta historia me la cuenta, la llamaré Soledad y yo, solamente transmito sus letras, de diferente forma. Ella les contará el relato minuciosamente.
Buenas tardes, me llamo Soledad y soy una mujer normal, morena, no muy alta, con un cuerpo no excesivamente provocador, digamos gordibuena. Mis pechos tienen una medida de noventa y cinco y mis pezones siempre están erectos, son chicos pero puntiagudos, su areola es normal y rosadita.
Mi marido Manuel, también es un hombre normal, con un cuerpo normalito, una polla de dieciséis centímetros, eso sí, es un hombre fogoso y creativo. Nos gusta jugar y recrear diferentes situaciones. Él sabe que a mí me va el sexo un poco duro y casi siempre me complace.
No tenemos límite en los juegos y disfrutamos mucho los dos con ellos. La vez que más gocé y tuve los orgasmos más grandes, fue una vez que estábamos en el monte y allí a la intemperie nos pusimos a follar como locos.
Una de las fantasías de mi marido es que me vistiera de puta y lo acompañara a cenar y bailar, para luego volver a casa y azotarme por no haber sido una buena puta y volver sin dinero a la casa.
Uno de esos días que mi marido se quitó el cinto y me azotó, yo me corrí como una perra, por el calor que me producían los azotes. Nuestra criada desde la puerta se masturbaba como una loca mirando el espectáculo, no sería la primera vez que la iba a ver.
Otra fantasía de mi marido era verme follada por una buena polla y un gran semental.
Por sorpresa esa tarde mi marido, se había presentado en casa con un hombre, ¡alto y musculoso, un adonis, joder! Rubio casi albino. Muchas veces habíamos fantaseado con una tercera persona en la relación. Él me metía los dedos en la boca y me decía.
- Chúpale la polla, haz que llene tu boca, comételo todo entero, no dejes nada.
Así nuestras sesiones de sexo eran más placenteras. Pero hoy era una sorpresa para mí, ese hombre apolíneo estaba frente a mí. Mientras yo ya estaba mojada solo de tenerlo cerca.
- Soledad este es John, dijo mi marido
El hombre muy educado extendió su mano y sujetando con firmeza mi cadera, me acercó a él. Me dio dos besos cerca de mi boca y me rozó su erecto miembro sobre el vientre. Yo ya estaba todo mojada, ese hombre era sexual por todos los poros de su piel. Mi marido comentó que de momento era un acercamiento, que sí me parecía precipitado John volvería otro día ya con más tranquilidad.
- Bueno, si quieren ustedes, cenamos y luego ya iremos viendo cómo discurre la noche. Les dije.
Fui corriendo a la cocina y ahí estaba Virtudes.
- Virtudes, por favor, tenemos una visita inesperada, ¿puede hacernos algo de cena?
- Tranquila señora, no se preocupe, algo se me ocurrirá.
Volví al salón con los hombres y ahí estaba ese adonis sentado en una de las butacas, con sus piernas abiertas y marcando un buen paquete. John nos contó que trabajaba en una sucursal bancaria de vigilante y que le gustaba mucho el gimnasio. De repente se puso de pie y me preguntó si me importaba acercarme. Yo lo hice, pesar no peso mucho, creo que sobre los cincuenta kilos. Él me sujetó por las caderas y me levantó como una pluma, esto lo repitió diez veces.
En ese tiempo, yo imaginé mil y una historias y posturas que me podía hacer ese animal. Mi fantasía voló recordando las posturas que jamás había podido hacer. Mi sexo se encharcó y mi tanga se caló entera.
Virtudes llegó con la cena, había hecho una ensalada de salmón y frito unas pechugas de pollo. Cenamos tranquilamente, John se había puesto a mi lado y de repente sentí su mano apretando mi rodilla. No le dije nada y continúe cenando tranquilamente. Ese día me había puesto una faldita plisada, tipo colegiala y un polo cuello cisne que marcaba a la perfección mis pechos y mis siempre erguidos pezones.
Mientras mi mente volaba la mano de John poco a poco iba ganando terreno y ahora acariciaba la blonda de mis medias por el interior de los muslos. Yo estaba caliente, ardiendo, quería comerle la boca, pero aún no me atrevía. John seguía ascendiendo por mis piernas y ya había llegado a mi tanga. Pasó por ella la yema de su dedo y me miró sonriendo.
Estaba tan mojada que él se dio cuenta de inmediato. No tuvo prisa y estuvo acariciando mi sexo por fuera del tanga todo el segundo plato. Me hizo gracia que se había partido en cachitos la pechuga como los niños, pronto entendí por qué. Nada más terminar de cortar la pechuga, volvió a meter su mano entre mis piernas.
La caricia era muy placentera y el tener a mi marido delante, la hacía mucho más excitante.
Notaba como poco a poco mi cuerpo se calentaba, abrí un poco más mis piernas invitándole a ser más osado. El hizo caso omiso y siguió con la caricia. Estaba ardiendo y necesitaba más intensidad en la caricia. Ya no pude más, me volví hacia él, sujeté su cara con mis dos manos y le besé, le besé con pasión y con mucha lengua.
El muy cabrón, además, besaba muy bien, como a mí me gusta, con mucha lengua. Mi boca se llenó de esa lengua y mi cuerpo se deshizo para él. Su mano impertérrita acariciaba mi coño, con la misma lentitud de toda la cena.
- Méteme los dedos, no puedo más, por favor, por favor.
Él me miró, me volvió a besar y metiendo su mano bajo el polo, buscó mis pechos y apretó con fuerza mi pezón. Yo creo que tuve un pequeño orgasmo, no lo sé, estaba extasiada y totalmente fuera de mí. John miró a mi marido y siguió cenando tranquilamente. Me había dejado muy, muy caliente. Terminé de cenar como pude y nos retiramos al salón para tomar una copa.
Yo me senté en un sofá grande que tenemos, John lo hizo junto a mí y mi marido se sentó en la butaca. John se volvió hacia mí, me miró a los ojos con una mirada intensa.
- Desnúdate, puta.
Al principio me quedé sorprendida, pero no lo dudé, me desnudé, total poco había que quitar, el polo, la falda y la tanga. Cuando me volví, para mostrarles mi cuerpo. Me quedé alucinada, John portaba un monstruo en su mano. Mis ojos se quedaron fijos en él, en esa polla grande y gorda.
- ¿A qué esperas?, ven aquí y chúpamela.
No lo dudé un segundo, me arrodillé entre sus piernas y me rendí ante esa polla, adorándola con mi lengua y con mi boca. Empecé lamiendo esos gordos huevos que se aventuraban bien cargados. Subí por ese magnífico tallo, venoso y grueso. Llegué al capullo, lamí una gota de su punta y hasta eso era delicioso. Metí como pude y lo que pude de esa polla en mi boca. Poco más del capullo entró, pero yo me exigí como nunca lo había hecho. Me llenaba la boca y babeaba tanto mi boca como mi coño. Notaba las babas resbalar por mis pechos y mi flujo resbalar entre mis piernas. Estaba deseando tenerlo dentro.
Tiró de mi pelo con fuerza, me miró a los ojos y me abofeteó.
- Ponte en cuatro sobre aquella butaca.
No dudé un segundo y corriendo fui a arrodillarme en la butaca, dejando mi culo a tiro. Él se desnudó por completo, se acercó a mí y colocó su polla en la entrada de mi coño.
- Ve despacio por favor, es muy gruesa y me puedes desgarrar.
Me miró, sonrió y me clavó la polla muy lentamente. Mi coño se abría a la vez que mi boca.
- Me llenas entera, joder, joder.
El ya volvía a salir con la misma lentitud que había entrado. Mi coño se empezaba a encharcar y ya hacía ese característico sonido que hacen los coños cuando están bien lubricados.
Chof, chof, chof.
John como antes con su mano, no tenía prisa y a mí me estaba matando. Llenaba cada milímetro de coño con la carne de su polla. Era un hombre delicado que era consciente del calibre de su polla. La polla de mi marido pegada a mi boca me sacó de la ensoñación. Abrí mi boca y se la chupé al mismo ritmo que me marcaba John. Así estuvimos unos minutos, hasta que John me levantó en vuelo, puso sus manos tras mi nuca y me clavó su polla hasta lo más hondo de mi ser. Joder, nunca había sentido una polla tan adentro.
Me dio la vuelta, ahora le miraba a él, me sujetó por las nalgas y dejó que fuera yo quien me metiese la polla.
- ¿Estás preparada, ya te puedo dar fuerte?
- Hazme lo que quieras, destrózame.
Y otra de mis fantasías empezaba a hacerse realidad, ser follada en vuelo. John echó un poco su culo hacia atrás, me sujetó de las nalgas con fuerza y como si fuera una muñeca empezó a penetrarme con todas sus ganas. Creo que a la tercera vez que me penetró, ya me había corrido, en esa postura, lo hice al menos otras dos veces.
John redujo su ritmo, miró a mi marido y le dijo.
- Quieres participar, rómpela el culo.
Mi marido, no lo dudó y me penetró por atrás, haciendo que la polla de John, aún se sintiera más gruesa y más larga. No era mi primera doble penetración, pero sí la más placentera. En esa postura volví a correrme otro par de veces, una cuando mi marido se corrió en mi culo y otra a petición mía.
- No me sueltes, rómpeme otra vez, quiero que me duela el coño.
John me follo, me follo con todas sus fuerzas, me destrozó el coño y me propició un orgasmo largo e intenso. Que se volvió a repetir cuando me dejó en el suelo, se pajeó delante de mi cara y me llenó la cara y la boca con su semen.
Cuando abrí los ojos, pude ver a virtudes en la puerta con la mano en su sexo y una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando John salió de la casa, vi a virtudes acercarse a mi marido y reírse con él. Yo la verdad, conocía muy poco de esa mujer, pero no tardaría en descubrir quién era en realidad y lo que quería hacer conmigo. Para mí, Virtudes era una mujer normal, algo entrada en carnes y cercana a los cincuenta. Aparentemente, parecía una mujer normal, más bien tímida y muy complaciente en el trato. Pero lo que escuché tras la puerta de la cocina, me dejó helada.
- Manuel, parece que tienes una buena puta, pero hay que pulirla.
- Si es una buena puta sí, pero aún es un poco recelosa a ciertas cosas, a ciertos actos.
- Déjemela unos meses, quizá algo más de un año y haré de ella la mejor puta.
- Hablaré con ella, ya me encargo yo.
Virtudes es de un pueblo del interior y al parecer ahí en el pueblo tenía un negocio. No sabía de qué era el negocio, pero pronto lo sabría, mucho antes de lo que yo hubiera deseado.
Esa noche Manuel habló conmigo y me contó que tendríamos que ir al pueblo de Virtudes, que ella tenía que hacer unas cosas y tendríamos que acercarla. Evidentemente, yo me negué, ya sabía lo que querían hacer conmigo.
- Mira Manuel, una cosa es cumplir tus fantasías, que me agrada. Otra totalmente diferente es ser una prostituta.
- ¿Pero qué dices mujer? Solamente la acompañaremos a su pueblo, nada más.
- Manuel, os escuché hablar en la cocina y no me gustó nada.
- Vale mujer no hablaremos más del tema.
Esa noche dormimos enfadados y a la mañana siguiente, Manuel ya no estaba cuando me levanté. Virtudes había preparado el desayuno y estaba haciendo las labores de la casa.
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