Dedicado a Montse, inspiradora de toda esta fantasía
Montsum había sido despojada de cualquier rastro de vello.
Era costumbre que el día de la venta de un esclavo, este fuera privado de cualquier recubrimiento capilar que pudiera ocultar cualquier marca.
Además, y principalmente, servía para que el objeto de la venta padeciera un sentimiento de mayor desprotección, aun si cupiera, en la tarima en la que, hasta durante tres días, podía ser expuesto o expuesta para la venta.
Montsum, como todos los demás esclavos, lucia su magnífica desnudez desde tempranas horas de la mañana. Mediante un collar de cuero y una cadena había sido unida por el cuello a la hermosa ristra de siervos que a pie estaban sido exhibidos por las calles del pueblo, entre el alegre alborozo de sus habitantes. Su cuerpo solo era vestido por el collar, las amarras de sus muñecas y las argollas que colgaban de su cuerpo.
Como todas las esclavas de su época, Montsum lucía un bonito aro plateado en cada pezón. Además, y según establecían las leyes vigentes, por cada utilidad sexual que pudiera proporcionar un esclavo, portaba un aro en un lugar concreto, que servía de signo distintivo de la capacidad concreta. Así Montsum lucia con orgullo otro aro plateado en labio derecho de su coño. (Significaba que había sido formado en todas las artes conocidas del sexo con hombres), otro en el labio izquierdo (nuestra protagonista también había sido educada en todas las técnicas que pueden producir placer un ama).
Los mercaderes habían retirado la anilla que, desde los dieciocho años portaba en la nariz y que ponía de manifiesto sus nunca bien ponderadas facultades anales Algunos potenciales compradores de esclavos rehuían en los últimos años de este tipo de adorno nasal, porque la moda de los últimos años había rehuido de este tipo de realces tan manifiestos. Pero Montsum tenía el agujero de su nariz preparado, por si el comprador desea poner de manifiesto, contra la moda estética imperante, las facultadas sexuales del culo de su esclava.
Al igual que los demás esclavos y esclavas, se sentía profundamente humillada de tener que andar entre aquellas groseras risotadas y ante los gestos de niños, mujeres y hombres, que desde la mañana habían acudido a las calles del pueblo para ver la hermosa procesión, así como la exhibición y posterior venta en el mercado.
Estaba acostumbrada a estar desnuda en presencia de sus amos y criadores. Normalmente no tenía permiso para vestir ropa alguna en la escuela de doma en la que habían transcurrido los últimos años de su joven vida.
Su condición de esclava en formación no se lo permitía; pero aquello era demasiado. Tan solo le protegía, por ahora, la obligación de mirar permanentemente al suelo, salvo que se le ordenara lo contrario, ello le eximia de ver las caras de los ciudadanos que habían salido a ver la procesión.
Pero, a pesar de todo, estaba excitada. La formación recibida, así como la privación de sexo durante los últimos meses, habían transformado a la joven en una perra desbocada y necesitada. Ella y los demás esclavos como era tradición, ante la proximidad de la venta, habían sido privados de poder tener el más mínimo placer.
Ello no quitaba que, hubieran podido ser sido utilizados por sus amos y educadores, o incluso entrenados en el sexo en largas jornadas practicando entre los propios esclavos, pero sin llegar en ningún momento al orgasmo.
Con ello se conseguía una magnifica disposición, del ejemplar a vender, para la satisfacción sexual propia y lo que era verdaderamente importante, ajena, lo que acrecentaba el valor de la mercancía.
La última tortura padecida, en este sentido, era la propia disposición de la caravana de esclavos. Todos desnudos y próximos; ella pegada a un siervo, sintiendo sobre su coño las duras y ejercitadas nalgas del joven que la antecedía, y, lo que era peor, la dura verga del siervo situado justo detrás de ella, que, casi sin quererlo, la apretaba y aplastaba con su colosal hombría reprimida durante largo tiempo.
Sabedores de esa tradición, los espectadores y posibles compradores, no perdían ojo de los sexos depilados de esclavos y esclavas, que durante los tres días, lucían gloriosas erecciones, pezones tremendamente endurecidos, así como vaginas lubricadas sin necesidad de acción previa alguna.
Montsum había sido educada desde su captura en múltiples tareas (ello conseguía aumentar el valor del bien) pero dadas sus claras posibilidades había sido formada fundamentalmente, como esclava de placer. Por este motivo, la reacción básica de esta res, ante la mayor parte de estímulos, era la de recibir, y sobre todo, dar placer.
Así si Montsum era castigada, sabía que lo primero que tenían que hacer era buscar la polla de su amo y lamerla. Si se equivocaba, un segundo castigo le mostraría su error. Entonces sabía que tenía que agradar a su amo de otra forma, por ejemplo masturbándose en su presencia.
Un tercer castigo podía ponerle de manifiesto, de nuevo, su equivocación. Y así sucesivamente hasta que la esclava encontraba la reacción que su dueño buscaba: Estaba educada para cumplimentar la exigencia del amo, sin órdenes verbales.
El espectáculo que una esclava de este tipo podía brindar era verdaderamente excitante y hermoso. Eran muy solicitadas para fiestas y espectáculos en donde un gran señor o señora deseaba poner de manifiesto, ante amigos y relaciones, su poder a través de un siervo o sierva. Naturalmente, también eran muy efectivos en lo privado. Era el caso de nuestra esclava protagonista.
La formación de este tipo de esclavos era larga y tortuosa, pero resultaban los ejemplares que mejor se cotizaban en el mercado anual. Y ella era de las mejor conseguidas. Su educación le obligaba a excitarse si era azotada, si era insultada, si era exhibida, si era ofrecida a hombres o a mujeres, si era atada….. Y no disimulaba. Para bien y para mal. Montsum no podía reprimir los ríos de humedad que en muchas ocasiones, como ahora, bajaban por sus piernas ante la mirada de todos los ciudadanos. Era admirada, entre los demás esclavos, por el automatismo de su sumisión, entre otras cosas porque ello le suponía una reducción de castigos del orden de la mitad respecto de los que otros esclavos recibían normalmente.
Pero por otra parte la delataba de esa forma tan humillante que ahora padecía. La presencia del público era para ella, la mayor de las torturas posibles. «Ni un solo vello para proteger mi hermosa vulva, – pensaba la orgullosa esclava- «Y mi cabeza, ohhhh, si la pudiera tapar». Pero era imposible. Su expresión era de total entrega y resignación. La durísima formación recibida, la obligaba a mantener un semblante inexpresivo ante cualquier atrocidad o humillación padecida.
Tan solo cuando se le ordenaba, y como parte de la diversión del amo, podía manifestar sensaciones o incluso derramar sus hermosas lágrimas. El recuerdo de largas sesiones de látigo por los errores cometidos en este sentido, le permitían mantener esa admirable entereza.
Pero el paseo terminaba ya. Cercano se vislumbraba el mercado de esclavos, con sus adornos, con su griterío, y con las alegres señales de alborozo de un pueblo que festejaba anualmente el mercado.
Montsum deseaba ser vendida cuanto antes. Experimentar las necesidades que le habían inculcado (obedecer, dar placer, sentirse plena en el castigo, disolver su ego en el del amo…), y que tan duramente habían reprimido en la escuela de doma.
Además, la vuelta allí, en el improbable caso de no ser vendida, era un signo de descrédito social entre los demás esclavos, y un camino seguro al aumento de los castigos.
Pero el mercado estaba cerca ya, y la tensión de los esclavos, aumentaba a cada paso.