¡Pero que culo tenía esa niña!.
Yo iba en mi coche, despacito, tranquilo, de paseo, cuando de repente, por el retrovisor observé cómo una rubita montada en un scooter se acercaba a mi coche bastante deprisa; reconozco que estuve un tanto capullo, pues algo perverso e infantil se apoderó de mi mente y es que cuando trataba de adelantarme yo aceleraba, le cerraba el paso, aunque no de una manera brusca, sino que jugaba con ella.
Pude notar que se estaba impacientando, me levantaba el dedito en signo de desaprobación, se la veía nerviosa.
Por fin la dejé adelantarme, me miró con una cara compuesta por la rabia y se puso delante de mí, yo la seguía a corta distancia, observando su maravilloso culito, y es que cuando las mujeres se montan en el sillín de una moto, sus nalgas, desparramadas a ambos lados ofrecen al conductor una maravilla arquitectónica; no es difícil entender que haya tantos accidentes de tráfico.
Bueno, el caso es que estuve un rato detrás de ellas, deleitándome con la visión, hasta que ocurrió; ella se puso delante de mi coche, cada vez más despacio, y me hizo parar en la cuneta.
Se bajó de la moto y se quitó el casco; una cascada dorada salió de debajo del casco, un pelo rubio como el oro, largo hasta la cintura.
Vestía unos pantalones rojos ajustadísimos, casi una segunda piel, con una camiseta igual de ajustada blanca, enmarcando unos pechos pequeños, pero bien formados.
Unos zapatos rojos también, con una increíble plataforma completaban su atuendo.
La verdad es que parecía una niña, pero luego supe que tenía recién cumplidos los 18.
Se vino hacia mi coche, bajé la ventanilla, y nada más estar a la altura de la misma, metió la mano dentro del coche y me dio una bofetada que me volvió la cara; me quedé atónito, pasmado, sin habla.
Sin dejar de insultarme e imprecarme, me ordenó que la siguiera, lo que hice, aún hoy sin saber por qué.
El caso es que nos apartamos un poco de la carretera, ocultos por una arboleda, dejamos los vehículos, y según yo me acercaba andando a ella me dio otras dos sonoras bofetadas que me tiraron al suelo; me dijo que ese era mi sitio, como un perro, y que no se me ocurriera levantarme.
Dio dos vueltas alrededor mío y volvió a plantarse frente a mí, con las manos en jarras.
«¿Tú qué te crees?», bofetada, «¡Eres un degenerado!», bofetada, «Todos los viejos verdes sois iguales», bofetada……. ¿Cuántas bofetadas pudo darme en ese espacio de tiempo?, ni siquiera puedo aproximarme a la cifra, perdí la cuenta; yo estaba allí clavado de rodillas, sin saber muy bien qué pasaba y por qué pasaba; solo sabía que no tenía capacidad de reacción, pero lo que, si era evidente, y ella se dio cuenta, era del bulto tremendo que bajo mi pantalón crecía y crecía, lo que pareció animarla.
Tras unas cuentas bofetadas más, y no sé cuántos insultos, me dijo que me iba a dar una lección, que me bajara los pantalones; lo hice turbado, humillado, y le entregué mi cinturón.
Estaba de rodillas, con la cabeza metida entre mis brazos, con mi culo ofrecido; ella comenzó a azotar mi culo con el cinturón, poco a poco, cada vez más fuerte, dejándomelo rojo, marcado, dolorido.
Ella estaba sudando, visiblemente excitada; ya no pudo soportar más, así que dejó el cinturón y de una patada me tiró al suelo, boca arriba.
Se colocó sobre mí, se bajó los pantalones,, se apartó las braguitas a un lado y se sentó en mi polla, muy erecta, follándome, violándome salvajemente.
Mientras subía y bajaba por mi polla no paraba de abofetearme una y otra vez, hablando groseramente, diciéndome que si me corría me cortaba los huevos; yo me aguantaba, aunque la fuerza de la follada no me lo iba a poner nada fácil.
Menos mal que fue ella la que se corrió antes, aunque yo me quedé tan chafado que no me hubiera importado que cumpliese su amenaza con tal de conseguir ese placer cortado.
Se levantó, me volvió a poner de rodillas, con las manos apoyadas en el suelo; me las pisó, puso sus grandes plataformas sobe mis manos, me agarró de la nuca y pegó mi boca a su sexo, para que se lo limpiara. Lo hice de mil amores, saboreando sus jugos, sus labios, todo su interior.
Cuando en esta situación me encontraba, noté un líquido caliente y salado que me inundó la boca. ¡Estaba meándose!. Quise apartarme, pero ella me lo impidió, regando mi boca, mi cara, mi camisa.
Cuando terminó me hizo lamer las gotitas que habían resbalado hasta sus zapatos, y finalmente, dándome una patada en los morros, me dijo que volveríamos a vernos.
Se montó en mi coche, me dijo que si lo quería recuperar estuviese aquella misma noche en una dirección que me dio y se fue. Yo me quedé allí con los pantalones por las rodillas, la camisa meada y la cara de tonto, aunque las «manos locas» que me hice a la salud de aquella criatura me llevó más allá del edén.
Volví a casa en su moto, con el casco que me quedaba pequeño, mojado y humillado, pero contento.
Por la noche me acerqué a las señas que me había dado, y vi mi coche aparcado en el descampado, solitario; me percaté de un golpe que tenía en la parte delantera, me enfadé, pero ¿qué podía hacer?.
La chica no estaba a la vista, así que esperé un poco, hasta que una voz, la de ella, me llamó desde una derruida casa que se encontraba en un extremo.
Me acerqué cauteloso, y cuando traspasé el desvencijado umbral me encontré con la maravillosa rubia acompañada por otra chica, de las mismas características, aunque con el pelo corto.
Mi diosa llevaba la misma ropa que hacía unas horas, mientras que la otra chica vestía una faldita muy corta, con medias por encima de la rodilla y una blusa.
Me acerqué a ellas; estaban fumándose un porro, se reían y flipaban; nada más llegar me dijo que me tumbara en el suelo boca arriba, hecho lo cual las dos se abalanzaron sobre mí y quedaron sentadas sobre mi cuerpo.
Mi diosa quedó sentada sobre mi pecho, a escasos centímetros de mi cara, mientras su amiga lo hizo sobre mis piernas. Aquella criatura me miró, sonrió y movió su culo hasta dejarlo sentado sobre mi cara. Era un sueño para mí.
La amiga, a instancias de la rubita, me abrió la cremallera, sacó mi polla y la estuvo masturbando un ratito, mientras yo soportaba el peso de la rubia sobre mi cara.
Cuando mi polla ya estuvo erecta, cosa que no fue nada difícil, la diosa se levantó de mi cara, se bajó los pantalones, y ya no llevaba bragas, y repitió la violación, mientras su amiguita, sin cortarse, se bajó las bragas y se sentó a horcajadas en mi cara, tirándome del pelo para que le lamiera el coño y el culo.
No me podía creer mi suerte.
Luego se cambiaron de sitio, follándome la amiga mientras limpiaba el coño de la diosa, y cuando se cansaron de follarme se levantaron y me hicieron desnudar por completo.
La verdad es que yo no era consciente de que pudiese ser visto por alguien, estaba totalmente ajeno a toda realidad que no fueses esas dos diablesas.
Se pusieron de pie y estuvieron un rato proporcionándome patadas por todo el cuerpo, me pusieron de rodillas y me abofetearon con las cuatro manos, me azotaron de nuevo con el cinturón.
Me masturbaron con maestría, por turno, pero cuando iba a correrme, apretaban la base y me lo impedía. Eso era un suplicio para mí, pero ellas se divertían.
Lamí sus zapatos de plataforma, manchados por el barro y el polvo del lugar, los restregaron por mi pelo, por mi pecho, por mi lengua, y finalmente me mearon las dos por todo el cuerpo, una en mi torso y otra en mi boca.
Con dos fuertes patadas en mis testículos se vistieron, y al salir y tirarme las llaves del coche, sacaron una videocámara de detrás de una pared, me la enseñaron y me dijeron que ya me buscarían por la carretera.
Una vez más quedé atónito, pero sin responder; cuando salieron salí corriendo, sin darme cuenta que estaba desnuda.
Traté de alcanzarlas, pero ya estaban montadas en la moto y se alejaron, riendo e insultándome.
¿Habría sido un sueño?, no era probable, porque a la mañana siguiente, cuando me miré en el espejo, mi culo seguía marcado por los azotes del cinturón.