La hoja en blanco. Contemplo mi bella y hermosa hoja en blanco, preguntándome dónde quedó mi creatividad. ¿A dónde se fue esa joven mujer apasionada por escribir novelas rosas, que soñaba con ganar un premio de literatura? Miro mi habitación y veo a Raúl durmiendo plácidamente, muy cómodo, soltando uno que otro ronquido sobre nuestra cama. Y yo aquí, atrapada, estancada con mis treinta y cinco años, observando mi novela rosa escrita cuando tenía veintidós. Y aún nada. ¿Qué hice mal? ¿Cuándo me dormí en mi vida? ¿Por qué me adapté a la comodidad del matrimonio?
“Tengo que cambiar, Cristina”, me digo a mí misma. Dar un vuelco a mi vida, buscar esa inspiración necesaria para seguir escribiendo. No puedo seguir estancada. Miro el reloj: son las doce de la noche. Camino a la cocina llevando mi ordenador. Lo dejo sobre la mesa mientras preparo café. No pienso dormir sin haber iniciado una historia. Bebo el primer sorbo, abro el ordenador y me encuentro nuevamente con mi enemiga mortal: la terrible hoja en blanco.
El tiempo transcurre. Son las dos ya, y me encuentro leyendo relatos eróticos. No encuentro nada bueno, nada que me inspire, hasta que doy con un autor muy particular. Se nota que es un novato por su manera de escribir, con esos errores tan burdos que no pasan desapercibidos para los ojos de una escritora como yo. Parece ser un hombre sádico, muy pornográfico, bajo el seudónimo de DominanteBSDM, que aparentemente tiene algún significado para él.
Decido dejar un comentario con algunas sugerencias, a modo instructivo, sin imaginar que esto sería el desencadenante de sucesos intensos que me arrastrarían hacia una Cristina que pensaba ya olvidada. Veo que son las tres de la mañana, mis ojos se cierran, lucho por sostener mi cabeza, así que decido ir a dormir. A la mañana siguiente, me levanto; Raúl ya no está. Preparo algo para desayunar y, mientras doy un sorbo al café, veo que son las diez de la mañana.
Abro el ordenador y, evitando enfrentarme a mi enemiga, esquivo la hoja en blanco visitando la página de relatos eróticos. Veo que el autor novato aceptó mis sugerencias de buena manera, a pesar de que las hice con un sesgo feminista. Me ha pedido mi correo electrónico para enviarme un relato en el que está trabajando. Me siento halagada, como si fuera una editora, así que decido darle mi dirección de correo electrónico.
Son ya las doce. Tomo mi ordenador y voy al restaurante donde siempre comemos Raúl y yo juntos. “Hola, amor”, le digo a Raúl, que espera en la mesa aguardando mi llegada. “¿Cómo estuvo tu día?” “Bien, amor”, me recibe con un beso. “Ya ordenamos”.
Raúl me pregunta cómo voy. Esas palabras me llevan a un choque de sensaciones encontradas. La hoja en blanco contrasta con su éxito. Me reprocho a mí misma mi fracaso: yo, una ama de casa, frente a un hombre de negocios exitoso. Con la única idea que tengo en mente, le digo: “Estoy desarrollando un personaje para mi nueva novela. Se trata de un autor de relatos eróticos que es un sádico pervertido.”
“Genial, amor,” responde Raúl. “Eso le puede quitar lo cursi a tu escritura de cuentos de hadas.”
Esas palabras son una bofetada de realidad. Mi esposo cree que soy una escritora cursi y sosa.
Son ya las dos. Raúl se despide para volver a su trabajo. A pesar de su comentario hiriente, fue un hermoso momento para relajarnos y hablar de cosas tan triviales, como que su madre piensa comprar un nuevo teléfono.
Saco mi ordenador mientras pido una botella de vino. Me parece un hermoso lugar para escribir o, al menos, pretender que escribo. Tal vez encuentre la inspiración aquí.
Reviso el correo y me encuentro con el relato de DominanteBSDM. Me gustó; veo que acogió mis críticas. Está bien estructurado y la historia me atrapó. Me identifiqué con el personaje, ya que, en cierta manera, me siento atrapada y encapsulada entre las apariencias.
Fluyó mi editora interna; no sabía que había una dentro de mí. Ya la hoja en blanco no estaba, y tenía un montón de sugerencias. Me encantó cómo escribía cada idea para mejorar el relato de DominanteBSDM. Me sentí importante; creo que voy a destrozarlo con mis críticas y sugerencias. Jajaja, creo que la feminista también salió a flote. Me sentía como la sumisa de su relato que se había revelado, y esta era la forma de atacarlo y herirlo.
Tomando venganza por todas esas mujeres, aunque ficticias, que se revelaban contra DominanteBSDM, me convertí en la heroína. Sin darme cuenta, ya tenía un capítulo de una novela: una sumisa que se revela a su Don. Sin embargo, no conozco mucho del mundo BDSM, por lo que se me ocurrió, entre las sugerencias, hacerle una entrevista para saber cómo es realmente este autor. Espero que no se ofenda y acceda a hacer la entrevista, así podré darle un poco más de realismo a mi nueva novela.
Veo la botella de vino vacía. Mientras doy un sorbo a mi última copa, veo mi reloj: son las seis y media. Un poco mareada, decido regresar a casa. Pido un taxi y, mientras viajo, pienso si tal vez no fui tan dura con el escritor. Espero que no se ofenda y que esté dispuesto a verme en persona. Creo que me he reencontrado con la joven y apasionada escritora que una vez fui. Lo extraño es que no fue a través del amor romántico, sino leyendo historias de dominación y degradación. ¿Será que esto me gusta, o estoy tan borracha que estoy pensando locuras?
Una vez en casa, voy directamente a la cama. El vino surte efecto y empiezo a perder el equilibrio. Al día siguiente, despierto y veo que Raúl me ha cambiado con ropa de dormir; él no está en casa. Me duele un poco la cabeza. Son las once de la mañana. Reviso mi ordenador y entro en mi correo. Veo que el escritor aceptó mi invitación; me envió su número telefónico acompañado de un nuevo relato. Lo llamó de inmediato y quedamos en vernos en un pueblo a las afueras de la ciudad.
Mientras llamo a mi esposo para decirle que no voy a ir a comer con él, siento el impulso de ir de compras. Tengo la urgencia de lucir bien para la entrevista. Mientras estoy en el centro comercial, voy planeando las preguntas que quiero hacerle.
No sé por qué, pero compré una minifalda muy corta y una blusa de escote muy pronunciado. Sin darme cuenta, me encontré comprando lencería nueva, dejándome llevar a una sesión de depilación. Vaya, hace tiempo que Raúl y yo no tenemos sexo; estoy ahogando estas cosas por impulso, justificándome y pretendiendo engañar a mi Cristina fiel y ama de casa que llevo por dentro.
Regreso a casa con las compras, sintiéndome más guapa y atractiva, con mi cuerpo más juvenil y una sensualidad renovada, incluyendo la frescura de mi vagina recién depilada. Me doy una ducha. Una vez que termino, leo el relato de DominanteBSDM, dejándome llevar por mis bajos impulsos. Esta vez, lo disfruto sin el ojo crítico; solo me dejo llevar por el deseo y la lujuria contenida, fantaseando con ser esa sumisa del relato pornográfico.»
Mientras me preparo frente al espejo, llamo a Raúl para decirle que voy a llegar tarde, que no me espere despierto. Entonces recuerdo la cita del relato de DominanteBSDM: ‘Eran las ocho de la noche en el tocador de una suite. El amigo de Carlos debe estar a punto de llegar. Me encuentro nerviosa, llena de dudas por lo que va a ocurrir. Me miro al espejo y solo puedo pensar en la palabra puta. Un mar de dudas me atormenta, pero ya está decidido y aceptado: seré una perra voluntariamente. Las ganas de serlo me han llevado hasta este momento. Estoy recién depilada, con un hermoso vestido muy corto que, si me inclino, muestra todo. Totalmente una zorra, sí, una hermosa prostituta.’
Sin duda alguna, yo, Cristina, me parezco a esa mujer del relato. Los nervios y la excitación se apoderan de mí.
El taxi se detiene frente a un pequeño pueblo que parece salido de un cuento. Es un lugar tranquilo y acogedor, con calles empedradas y casas de colores cálidos. Las luces de las farolas parpadean suavemente, creando una atmósfera nostálgica y serena.
Mientras me bajo del taxi, no puedo evitar sentir una mezcla de nervios y emoción. Miro alrededor y veo que el pueblo está desierto, salvo por algunas luces que se encienden a medida que el sol se pone. Es como si el lugar hubiera sido diseñado para crear el ambiente perfecto para la conversación que estoy a punto de tener.
Llego al bar que me han indicado. Desde el exterior, se ve bastante discreto, casi oculto entre las sombras de los edificios circundantes. La entrada está decorada con un pequeño letrero de madera que dice “La Esquina Secreta”, con letras doradas ligeramente desgastadas. Las ventanas son pequeñas y están cubiertas con cortinas opacas, lo que añade un aire de misterio al lugar.
Al entrar, me encuentro en un ambiente acogedor y algo rústico. Las paredes están adornadas con fotografías en blanco y negro de épocas pasadas y hay una barra de madera pulida que ocupa el centro del salón. Las luces tenues provienen de lámparas de estilo antiguo, que dan al lugar un resplandor cálido y suave. Las mesas son de madera oscura y están dispuestas de manera que ofrecen cierta privacidad, separadas por cortinas pesadas y sillas tapizadas en cuero. La música de fondo es suave, creando una atmósfera íntima, perfecta para una conversación profunda.
El lugar parece ideal para el tipo de encuentro que estoy a punto de tener. Nunca hubiera imaginado que encontraría un sitio tan perfecto para hablar de BDSM, tan alejado del bullicio y la exposición de la ciudad. Aquí, en esta esquina tranquila del mundo, siento que el diálogo que tengo por delante se desarrollará en el entorno adecuado para explorar y entender.
Hago una llamada para informarle a DominanteBSDM que estoy dentro del bar y que lo esperaré cerca de la puerta. Mientras espero, mi corazón late con más fuerza. El ambiente del bar se siente aún más íntimo ahora que estoy sola, rodeada por las sombras y la luz cálida que emana de las lámparas.
De repente, veo a un hombre alto acercándose. Su presencia es inconfundible. Tiene los ojos negros y una mirada intensa que parece penetrar el ambiente. Está vestido completamente de negro, desde su chaqueta de cuero ajustada hasta sus botas de cuero pulidas. En su mano, lleva una fusta que no puedo evitar notar. El simple hecho de ver el objeto me estremece un poco y me hace imaginar cómo podría sentirse si realmente la usara esta noche conmigo.
«¿Eres Cristina?» pregunta con voz grave y segura. Asiento con la cabeza, intentando mantener la compostura. «Mucho gusto, soy Javier, DominanteBSDM.»
A pesar de la formalidad de su saludo, hay algo en su presencia que me pone nerviosa y emocionada a la vez. Una parte de mí está dispuesta a explorar algo más físico que una simple conversación, ansiosa por descubrir cómo se desarrollará esta noche. El ambiente del bar parece desvanecerse a medida que mi mente se enfoca en el hombre frente a mí y en las posibilidades que se presentan.
Noto cómo Javier me observa con detenimiento, su mirada se detiene en mis piernas expuestas por la falda corta. Me invita a acompañarlo a su mesa.
—Ven, acompáñame, Cristina. ¿De qué quieres hablar? —dice con un tono firme.
Me siento frente a él, tratando de mantener la compostura.
—Quiero entender mejor el BDSM, Javier. ¿Podrías explicarme lo básico?
—Claro —responde, ajustando su postura—. BDSM se basa en consensos, roles y dinámicas de poder. Es una forma de explorar deseos y límites en un entorno seguro. No es solo físico, también emocional.
—¿Y cómo se establece ese consentimiento? —pregunto, interesada.
—Todo empieza con una conversación abierta. Se definen los límites, deseos y señales para detenerse si es necesario. La comunicación es clave.
Asiento, sintiendo que esta conversación abre una puerta a un mundo nuevo y fascinante.
—Gracias por explicarlo —digo—. La verdad, Javier, me gustaría ser tratada como una puta y humillada, como las sumisas de tus relatos. Y como estoy casada, no quiero marcas permanentes en la piel. Confío en que podrías darme una experiencia excelente.
Javier sonríe, su mirada se intensifica.
—De hecho, este es un bar de BDSM. Si quieres, podemos ver las mazmorras. Tengo una alquilada para la ocasión. Antes de comenzar, definiremos tus límites y lo que quieres evitar.
Mi corazón late con fuerza ante su propuesta, mezclando nervios y emoción.
—¿En serio? —pregunto, tratando de mantener la calma.
Siento su mano deslizarse bajo la falda, acariciando mis piernas lentamente. Su mirada se clava en la mía mientras me dice:
—Así que quieres ser una puta —murmura, subiendo mi falda y exponiéndome aún más.
Mi respiración se acelera con la mezcla de nervios y excitación.
—Tranquila, estás en un lugar seguro. Aquí, las personas saben qué prácticas se realizan —dice Javier, con un tono calmado pero firme.
Siento su mano moverse con confianza, exponiendo mis senos a través del escote de mi blusa. Mi piel se eriza mientras me doy cuenta de que todos en el bar están observando, el calor de sus miradas intensificando mi nerviosismo y excitación.
Finalmente, sus manos se deslizan por mi trasero, acariciándolo lentamente y sutilmente. Con un tirón, me baja las bragas, dejándome desnuda, expuesta y vulnerable.
—Eres una puta —me dice, su voz firme y desafiante.
La excitación aumenta mientras la vergüenza y la degradación se vuelven intensas y sofocantes. Mi respiración se agita, acelerándose cada vez más. Me exhibe por el bar, y sentir las miradas de las pocas personas presentes hace que mi vagina se humedezca. Me siento cada vez más mojada, lista para ser penetrada.
Javier me guía hacia una mazmorra iluminada por luces rojas tenues. El aire está impregnado con el aroma a cuero y cera. La habitación está equipada con una cruz de Saint Andrew, una mesa de bondage con correas, y una silla de dominación en un rincón. Una jaula de metal se alza en el centro, y varios látigos y esposas cuelgan de la pared. El suelo de piedra es frío y las alfombras dispersas añaden un toque de comodidad. La atmósfera es densa, cargada de una expectativa palpable.
El ambiente en la mazmorra se vuelve aún más cargado de expectativa mientras Javier me observa con intensidad. Su mirada me recorre, y siento un escalofrío de anticipación recorrer mi espalda. Estoy de pie, con las piernas ligeramente separadas, mi cuerpo temblando ligeramente por la mezcla de nervios y deseo.
—Vamos a empezar con el castigo —dice Javier, su voz grave resonando en la habitación.
Me inclino hacia adelante, apoyándome en la mesa de bondage. Mi falda corta se arrastra hacia arriba, exponiendo completamente mi trasero. La sensación del aire frío contra mi piel desnuda me hace estremecer, aumentando mi excitación.
Siento la primera nalgada como una descarga eléctrica que recorre mi cuerpo. La mano de Javier es firme y decidida, y el impacto hace que mi piel se encienda. Un gemido escapa de mis labios sin poder contenerlo, mi cuerpo se arquea involuntariamente. La mezcla de dolor y placer me envuelve, intensificando cada golpe.
Con cada nalgada, siento cómo el calor se acumula en mi piel, provocando una respuesta visceral que se traduce en una humedad creciente entre mis piernas. Mi respiración se vuelve errática, cada golpe es un recordatorio de mi vulnerabilidad y sumisión.
—¿Cómo te sientes? —pregunta Javier, su voz cargada de control y expectativa.
—Increíble —respondo, mi voz temblorosa y cargada de deseo.
Cada nalgada es una caricia que despierta mi piel, y la intensidad del castigo me lleva a un estado de éxtasis y sumisión. El dolor se convierte en un placer salvaje y liberador, y me doy cuenta de cuánto he anhelado este momento, esta conexión profunda con mis deseos más oscuros.
Finalmente, cuando Javier se detiene, siento una mezcla de alivio y anhelo. Mi piel arde y mi respiración es entrecortada, pero estoy completamente entregada a la experiencia, sabiendo que este es el comienzo de una exploración mucho más profunda y satisfactoria.
El ambiente en la mazmorra se vuelve aún más tenso mientras Javier se acerca a mí, su presencia dominante se siente como una ola de poder. Sus manos me toman de la cabeza con firmeza, y sus ojos negros me miran con una intensidad que me hace temblar.
—Quiero que me hagas sentir bien —dice con un tono que no admite desacuerdo.
Me inclino hacia él, el control se transfiere a sus manos mientras me guía hacia su deseo. Su voz es dura y exigente, y cada palabra me recuerda mi lugar. Me obligo a mantener la compostura mientras me ocupo de su erección, sintiendo cómo el calor de su cuerpo se intensifica a mi alrededor.
Con cada movimiento, la sensación de su piel contra mis labios y la presión en mi garganta se combinan en una experiencia áspera y desafiante. Siento la fuerza de su mano en mi cabeza, y cada vez que me empuja, el ritmo se vuelve más rápido, más implacable. El acto se convierte en un torbellino de sensaciones, la crudeza de su demanda y la forma en que me maneja despiertan una mezcla de humillación y excitación en mí.
Mi respiración se vuelve irregular, cada embestida de su cadera es una mezcla de placer y tortura. Mis labios y lengua se adaptan a sus movimientos, sabiendo que mi propósito es satisfacer sus deseos, sin espacio para mi propia comodidad. La intensidad del momento me envuelve, mi mente se ve dominada por el deseo de cumplir con sus exigencias.
A pesar de la crudeza, una parte de mí se siente completamente atrapada y liberada a la vez. La experiencia es intensa y arrolladora, y mientras me esfuerza más allá de mis límites, el placer se entrelaza con la sensación de completa sumisión. Finalmente, cuando el ritmo se desacelera, me quedo exhausta pero satisfecha, mi cuerpo temblando mientras me recompongo y espero su siguiente orden.
Javier me dirige hacia la mesa de bondage, su dominio palpable en cada movimiento. Con una determinación feroz, me recuesta sobre el mueble, mis piernas abiertas y mi cuerpo completamente expuesto. La frialdad de la piedra bajo mí contrasta con el calor de mi piel, creando una mezcla de sensaciones intensas.
Sus manos recorren mi cuerpo con una firmeza que despierta cada fibra de mi ser. Siento su deseo presionando contra mí, una fuerza implacable que no deja lugar a dudas sobre sus intenciones. Cada toque, cada caricia, está cargado de una necesidad voraz que se manifiesta en la forma en que me penetra, sin ninguna suavidad.
Cuando finalmente me penetra, el ritmo es áspero, casi brutal. La crudeza de su invasión es un choque de sensaciones que me hace estremecer. El contraste entre el control absoluto de su cuerpo y la vulnerabilidad de la mía crea un conflicto visceral que se convierte en placer puro. Cada embestida es profunda, directa, con una precisión que me hace perder el aliento.
A medida que el ritmo se acelera, el placer se vuelve casi doloroso. La intensidad es tan alta que cada golpe de su cuerpo contra el mío parece resonar en cada rincón de mi ser. Los gemidos se mezclan con sus gruñidos de satisfacción, y la crudeza de su dominio se convierte en una danza frenética entre la sumisión y el éxtasis.
Finalmente, cuando el clímax se desata, la liberación es tan abrumadora que el mundo a nuestro alrededor parece desvanecerse. Su cuerpo se estremece contra el mío, y yo, completamente sometida a sus deseos, me dejo llevar por la ola de placer que nos arrastra a ambos. En ese instante, la crudeza y el placer se fusionan en una experiencia arrolladora, y el éxtasis de nuestro encuentro nos envuelve en una calma postorgásmica.
Mientras voy de regreso a casa, dejo que los recuerdos del encuentro se mezclen con la tranquilidad de la noche. No hay culpa en mí; solo fue sexo, sin compromisos ni vínculos emocionales. Necesitaba escapar de la rutina, y esa experiencia cruda y placentera fue mi liberación. El éxtasis y la calma que siguieron al encuentro me dejaron en paz, reafirmando mi decisión de buscar lo que realmente necesitaba para romper con la monotonía.
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